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Quienes, como Juan José Sánchez, han dedicado buena parte de su actividad intelectual a mostrar la actualidad de las aportaciones de los pensadores de la primera Teoría Crítica se han visto continuamente confrontados con la acusación de estar atrapados en un pasado que no es el nuestro. Es evidente que Max Horkheimer, y el grupo que se congregó en torno a él elaboraron su pensamiento en confrontación con una época histórica, la suya, especialmente oscura: la época de la gran crisis y la gran depresión, del ascenso de los fascismos y el nacionalsocialismo, de las dos grandes Guerras Mundiales y de la catástrofe de Auschwitz. Tampoco la Europa de la reconstrucción posbélica, con su incapacidad para el duelo y con el disciplinamiento fordista de las poblaciones, constituía para ellos una verdadera alternativa a ese pasado oscuro. A partir de los años 70, tras la desaparición de aquella generación de pensadores, no han sido pocas las voces que durante décadas señalaban los potenciales económicos, políticos y culturales de las sociedades de postguerra e invitaban a abandonar lo que consideraban un “pesimismo” históricamente explicable en aquel grupo de teóricos críticos, pero ya injustificable a la luz de la evolución histórica. La crítica no debía llegar tan a fondo que ya no fuera posible agarrarse a los potenciales de la modernidad en avance y construir a partir de ellos unas sociedades más justas e igualitarias. A pesar de todas las quiebras históricas, la idea de “modernizar” las sociedades, los individuos, la cultura y las prácticas sociales había recuperado su antiguo lustre, a prueba de reveses momentáneos o crisis transitorias. Si ha de mantener su pretensión de racionalidad, la crítica debería apoyarse en algún tipo de lógica inmanente a la historia que le dé fundamento, sentido y esperanza. Por eso, a pesar de que la evolución histórica no había dejado de “amontonar ruinas” ante sus ojos, por utilizar la imagen que emplea W. Benjamin en sus Tesis sobre el concepto de historia, para buena parte de la intelectualidad progresista no se trataba más que de una “cadena de acontecimientos” incapaz de poner en cuestión la confianza última en la racionalidad moderna y en sus potenciales emancipadores.
Quien maneja un esquema evolutivo, permanece inevitablemente ciego a estas actualidades sin poder
Para esta visión evolutiva del devenir histórico y teórico, las quiebras, las catástrofes, los sufrimientos… no son determinantes, son momentos superados o superables que pueden condicionar negativamente el curso material de los acontecimientos, pero frente a los que resulta posible y necesario recuperarse y de los que no cabe esperar efectos sobre la constitución de la teoría. Sin embargo, lo que este planteamiento relativizador revela es una complicidad con la lógica de la dominación para la que lo dominado solo posee un valor funcional e instrumental supeditable a objetivos supuestamente más elevados. Por el contrario, podemos decir que al menos en dos sentidos relevantes para la constitución de una razón crítica el pasado no está clausurado. En la pervivencia actual de las causas que produjeron dicho pasado y en los efectos sobre el presente de lo que quedó frustrado injustamente. No solo forma parte del presente lo que se impuso con poder histórico y social, también las posibilidades no realizadas y las esperanzas incumplidas por efecto de ese poder. Quien maneja un esquema evolutivo permanece inevitablemente ciego a estas actualidades sin poder. Pero este no fue el planteamiento de la primera Teoría Crítica.
No hay salida sino «rompiendo con la lógica que ha dominado la historia»
A la vista del triunfo del nacionalsocialismo en Alemania, de la evolución social y política en el resto de países occidentales y del estalinismo en Rusia, Max Horkheimer reinterpreta el materialismo histórico bajo el distintivo de “Teoría Crítica” como “un único juicio existencial desplegado”, como el órgano intelectual del “imperativo categórico” de no tolerar la explotación y la dominación, un juicio que en ese momento, ciertamente, no podía ser sino un juicio “contra la lógica de la historia” [1]. Para Horkheimer y para una buena parte de su círculo resultaba imposible mantener un optimismo del movimiento obrero y una disciplinada confianza en la tendencia objetiva de la historia, pero la alternativa entre socialismo y barbarie seguía teniendo validez, a pesar de que no tuvieran ante sí ningún sujeto social capaz de una trasformación radical del modo de producción capitalista, sino más bien una recaída en la barbarie que contradecía todas las expectativas racionales mantenidas hasta entonces. Aquí es donde resulta reconocible el núcleo temporal de la verdad a la que aspiraba esa teoría. La falta de ese sujeto no podía ser pasada por alto por medio de ningún recurso teórico, pero tampoco podía ser minimizada en su significación para una teoría cuyo sentido principal se encontraba en la transformación radical de las relaciones de dominación y en la interrupción de su dinámica destructiva. Como ha hecho valer J. J. Sánchez en su interpretación del pensamiento de Max Horkheimer, el “hilo rojo” que lo domina es que no hay salida si no “rompiendo con la lógica que ha dominado la historia, la lógica de la dominación y el poder, del ‘ciego dominio’ que origina la injusticia y con ella el sufrimiento” [2].
En Dialéctica negativa, recordando la crítica de Walter Benjamin a la conocida frase de Gottfried Keller de que “la verdad no puede salir corriendo y escapársenos”, Adorno sugería que la verdad es “frágil en virtud de su contenido temporal”. Por tanto, el núcleo temporal de la verdad tiene que ver con la fragilidad, con la vulnerabilidad de la teoría para las quiebras históricas, dicho de otro modo, con su incapacidad para pasar por encima del estado del mundo y de la sociedad, de sus contradicciones y sus bloqueos. Este es el sentido en que puede hablarse de actualidad e inactualidad de la teoría crítica. Quien confunde esas contradicciones y esos bloqueos con una supuesta insuficiencia de la teoría, se cierra la posibilidad de entender su actualidad más allá del influjo que posea o la desconsideración que sufra en un momento dado. La Teoría Crítica vive de la reflexión sobre sus propias contradicciones y las del mundo al que está referida la reflexión teórica, que, en la medida en que son contradicciones históricas, no pueden eliminarse como meros errores o defectos conceptuales. Más bien es preciso leerlas hoy a partir de un objeto que se transforma históricamente manteniendo su antagonismo y su contradicción constitutivos. Analizar las relaciones sociales bajo el aspecto de la posibilidad y la exigencia de transformación radical y, al mismo tiempo, del bloqueo fáctico de esa posibilidad, provoca un desgarro en la misma teoría que no debe ser eliminado en aras de superar supuestas inconsistencias o insuficiencias de carácter teórico; ni tampoco debe ser minimizado declarándolo irrelevante.
La Teoría Crítica no se entiende a sí misma fundamentalmente ni se define desde los requerimientos y los criterios que imperan en el ámbito académico, sino que los aborda desde su inscripción en el propio proceso social de las formaciones capitalistas. No se desarrolla según el modelo de progreso interno del conocimiento científico. Más bien se propone entender todos estos elementos de conocimiento y de praxis como momentos de una teoría global cuyo objeto de conocimiento es la sociedad capitalista moderna en su proceso de reproducción ampliada y en su dinámica contradictoria y sometida a crisis. Esto explica que, durante el exilio norteamericano, su foco estuviese puesto en los fenómenos sociales más relevantes del momento histórico que les tocó vivir: el antisemitismo, la industria cultural, el fascismo y el nacional-socialismo y, por encima de todo, el genocidio perpetrado por el régimen nazi contra el pueblo judío. De nuevo, aquí actualidad significa, ante todo, actualidad a contrapelo.
Auschwitz representa una quiebra en el proceso civilizador que exige un replanteamientos radical
Adorno y Horkheimer vieron en Auschwitz una cesura que obliga a los medios convencionales de análisis racional a cuestionarse a sí mismos y a cuestionar la marcha histórica en la que pudo abrirse un abismo tan insondable de dolor e injusticia. Pues no solo la efectividad histórica de un sujeto divino suprahistórico, sino también la de la razón, la del sujeto burgués o la del proceso dialéctico de fuerzas productivas y relaciones de producción, quedaron en suspenso en los campos de exterminio del Tercer Reich. Una catástrofe de tales dimensiones, en la que se comenzó a eliminar sistemáticamente a una parte de la humanidad y se pudo hacer de dicha aniquilación un problema puramente técnico y organizativo, instrumental, pone de manifiesto la gravedad del fracaso de las fuerzas y los poderes sobre los que se habían apoyado hasta ese momento las diferentes esperanzas inmanentes. Auschwitz representa, pues, una quiebra en el proceso civilizador que exige un replanteamiento radical en la forma de considerar dicho proceso. Como señala H.-J. Krahl, el discípulo díscolo de Adorno que lideró la ocupación del Instituto de Investigación Social de Fráncfort, en enero de 1969, “Auschwitz no resulta explicable a partir de la acumulación capitalista”. Esto no cancela el valor de la crítica de la economía política para comprender las estructuras y los procesos sociales, pero muestra sus límites para enfrentarse a las catástrofes históricas de unas dimensiones y de una singularidad como las que posee Auschwitz.
Esta es la perspectiva que permite comprender la aportación de la Dialéctica de la Ilustración, sin convertirla en mera expresión de un estado de ánimo y una valoración equivocada de la evolución del sistema capitalista que obedecía a la asunción de la teoría del capitalismo de Estado de F. Pollock. Horkheimer y Adorno construyeron sus pensamientos de modo fragmentario, sin vacilar en servirse de la ‘exageración’, intentando captar en ‘imágenes dialécticas’ el hechizo de una negatividad inescrutable e interrumpir por medio de ‘constelaciones protohistóricas’ el avance de un pensamiento y una historia que prolongan la antigua injusticia contra la que es preciso rebelarse. Esas imágenes dialécticas no pretenden sacar a la luz el sentido oculto de la historia o reconstruirlo por medio de una filosofía de la historia o una teoría evolutiva de la misma, aunque ahora de carácter negativo. Más bien pretenden hacer visible el sinsentido en la historia, para despertar de una sacudida al pensamiento ejercitado en el olvido. Intentan sacar a la luz la dialéctica entre naturaleza e historia en el sentido de romper la apariencia engañosa de un proceso de civilización que, a pesar de posibles reveses, avanza de modo irresistible hacia la emancipación individual y social. Los términos que esta obra pone en relación –mito e Ilustración– representan para la conciencia dominante en la modernidad los dos extremos del proceso: la tranquilizadora oposición que legitima el presente como liberación de los lazos esclavizantes del pasado mítico. Por ello Horkheimer y Adorno proponen una constelación entre ambas ideas que dinamice y problematice la moderna conciencia autosatisfecha y ciega al carácter catastrófico del presente (y de la historia). Nadie como ellos era tan consciente del carácter tentativo y problemático de esta figura de crítica de la modernidad catastrófica, algo que señala con enorme acierto J. J. Sánchez en su introducción a la obra [3]. Pero, ¿ha quedado definitivamente superada en el horizonte actual?
La evolución histórica de las últimas décadas ya no permite el gesto de desdén y superioridad con el que se daban por superadas las amenazas con las que se vieron confrontados aquellos teóricos críticos. La amenaza de colapso sistémico y ecosocial, el creciente autoritarismo y el aumento imparable de seres humanos tratados como sobrantes y entregados a múltiples formas de violencia aniquiladora, la persistencia de la violencia bélica más destructiva, que no ha dejado de estar presente desde el final de la II Gran Guerra y que vuelve a asolar Europa, todas estas realidades siguen convocando a una figura de crítica contra la lógica de la historia. La actualidad de la Teoría Crítica se decide hoy en su capacidad para dar cuenta de estos procesos; ella solo puede existir en el modo de una crítica materialista que mantiene abierta la posibilidad de una superación de la relación social que en la estela de Marx llamamos “capital”. La formación de la teoría no es un fin en sí; ella solo se desarrolla ante el horizonte de la supresión y la superación del objeto de su crítica. Todavía hoy sigue lamentablemente vigente la respuesta de Th. W. Adorno a la pregunta por la meta de la sociedad emancipada: “sería únicamente lo más burdo: que nadie tenga que pasar hambre”. Este y no otro es el movens de la Teoría Crítica.
[1] Así tituló Juan José Sánchez su primer trabajo sobre el pensamiento de Max Horkheimer (Wider die Logik der Geschichte. Religionskritik und die Frage nach Gott im Werk Max Horkheimers. Zürich et al.: Benziger, 1980).
[2] Sánchez, J. J., «El mal, las víctimas y Dios, anhelo de justicia consumada, en el pensamiento de M. Horkheimer», en Pensando la religión. Homenaje a Manuel Fraijó. Madrid: Trotta, 2013, p. 347.
[3] J. J. Sánchez: “Introducción. Sentido y alcance de Dialéctica de la Ilustración”, en M. Horkheimer y Th. W. Adorno: Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos. Intro. y trad. de J. J. Sánchez. Madrid: Trotta, 1994, 9-46.