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Pero, sobre todo, el COVID-19 y sus repercusiones suponen una posibilidad privilegiada para mirar nuestro contexto al menos por dos razones. En primer lugar, porque el confinamiento más estricto y el parón que supuso ha sido una oportunidad excepcional, tanto a nivel personal como social, para reflexionar con cierta distancia sobre nuestras vidas y nuestra sociedad. nueva normalidad
La pandemia originada por el COVID-19 ha modificado sustancialmente muchas de las coordenadas en las que se movía nuestra sociedad y, en cierta medida, nuestra forma de estar en el mundo. Mirando este acontecimiento con cierta distancia, parece que lo peor de la pandemia ya pasó, pero, a su vez y como si de un huracán se tratase, quedan múltiples heridas y secuelas a múltiples niveles.
En segundo lugar, porque la pandemia y la gestión que se ha realizado de la misma nos ha permitido visualizar con mayor crudeza algunos fenómenos ya existentes que, a modo de corrientes de fondo, nos indican que estamos ante una crisis ecosocial sistémica con múltiples vertientes.
De esta forma, la pandemia ha reventado las costuras para mostrar con mayor nitidez muchas de las tendencias, fenómenos y tensiones que se estaban forjando en nuestro contexto dado que, como señala Óscar Mateos, “la crisis de la COVID-19, sin embargo, no debe entenderse como un punto de inflexión, sino como un fenómeno ciertamente extraordinario que profundiza y acelera unas dinámicas y unas transformaciones que ya venían configurándose desde los años ochenta con el despegue globalizador en su versión neoliberal, y que, desde la crisis financiera de 2008, se habían manifestado con una mayor virulencia”[1]Mateos, Óscar (2021): “El shock pandémico”. Cuaderno nº 221. Barcelona: Cristianismo y Justicia.
Partiendo de este hecho, en las próximas líneas –y reflexionando desde esas heridas y cicatrices visibles que ha dejado la pandemia a modo de “pensamiento situado”– pretendo realizar una aproximación a algunas de las tensiones y situaciones que la pandemia sanitaria ha revelado y que agruparé en cuatro grandes bloques: a) el contexto general global en el que nos encontramos; b) el análisis del papel del Estado ante la pandemia; c) la realidad del mundo del trabajo; y d) el contexto de crisis ecológica y emergencia climática en el que nos encontramos. En cada uno de los epígrafes realizaré una exposición siguiendo el mismo esquema. En primer lugar, presentaré los aspectos y claves más importantes que, a mi juicio, ha venido a revelar la pandemia en relación a cada una de las temáticas, para posteriormente centrarme en qué nuevas cuestiones emergen y pueden tomar forma tras la experiencia pandémica vivida.
La pandemia y el contexto internacional global
Si trazamos una mirada a las repercusiones que el COVID-19 ha tenido en el contexto internacional, podemos afirmar que éste ha acelerado algunas de las tendencias que ya se estaban produciendo.
A nivel global, en los últimos años estamos asistiendo a un tránsito desde la hegemonía estadounidense resultante del final de la Guerra Fría, a un contexto marcado por un mundo bipolar entre Estados Unidos y China, unido al auge de otro grupo de países que han ganado peso económico y geopolítico, y a la pérdida de influencia de la Unión Europea como actor internacional. En ese contexto, la pandemia ha acelerado este declive estadounidense frente al creciente dominio asiático a la vez que parece haber acentuado algunas tensiones geopolíticas ya latentes, que seguramente irán a más en el futuro, por el control y extracción de algunos recursos estratégicos fundamentales para su uso industrial (minería de tierras raras, cobalto, etc.). En este marco de creciente tensión, la pandemia también parece haber reforzado a algunos regímenes autoritarios a la vez que ha llevado a un repunte de los discursos autoritarios y populistas.
El COVID-19 y sus repercusiones nos lleva a constatar cómo hoy nos encontramos ante una gobernanza fragmentada, donde a menudo existe una brecha entre una realidad llena de incertidumbres y riesgos y la falta de instrumentos eficaces, vinculantes y operativos de gobernanza global.
Así, la pandemia ha puesto de relieve ese desajuste entre realidad desafiante y desbordante y la respuesta dada desde las instituciones. Así se evidencia con el fracaso para dar una respuesta multilateral basada en la cooperación por parte de los estados ante cuestiones como los intentos de suspender los derechos de propiedad intelectual de aquellos productos necesarios para combatir la COVID-19, o las dificultades para establecer mecanismos de coordinación que garantizasen el acceso de vacunación al grueso de las poblaciones de los países empobrecidos.
En este sentido, cabe destacar cómo el COVID-19 se ha convertido en un factor creador de nuevas inequidades por cuestiones como el efecto que el confinamiento ha tenido sobre muchos trabajos especialmente precarios o en el ámbito de la informalidad, o por el hecho de que la carrera por la vacuna y su implementación ha convertido el acceso a ésta en un factor más creador de desigualdad. Todo ello, en un contexto donde la desigualdad ya alcanzaba niveles insoportables a nivel mundial.
Ante esta realidad, es especialmente urgente establecer mecanismos de coordinación y gobernanzas efectivos a nivel mundial que hagan frente a las repercusiones del COVID-19 como el acceso a la vacunación de toda la población o el previsible aumento de las migraciones internacionales, a la vez que se hace especialmente urgente establecer mecanismos –por ejemplo, con acuerdos que luchen contra la elusión y evasión fiscal–, que intenten paliar la enorme desigualdad existente.
¿Ante un nuevo fortalecimiento del Estado?
Si en los momentos previos a la pandemia, y especialmente aquellos previos a la crisis de 2008, el momento político estaba dominado por discursos que abogaban por un menor papel institucional del Estado en el plano económico y social, a raíz de ésta parece que estamos asistiendo a un giro que aboga por un mayor reequilibrio entre el papel de los Estados y el mercado, apostando por un fortalecimiento y mayor capacidad de actuación de los primeros.
Entre las razones que explican esta situación, podemos identificar dos grandes ámbitos diferentes pero interconectados entre sí: por un lado, el papel que los servicios públicos han jugado en el marco de la pandemia. Por otro, el papel otorgado a los estímulos fiscales como instrumento que permita salir de la crisis económica originada por la pandemia.
En el plano de los servicios públicos, la pandemia ha supuesto un verdadero “test de estrés” sobre el funcionamiento de éstos, a la vez que ha evidenciado algunas de sus carencias en un contexto marcado por las limitaciones de un sistema lastrado por los recortes del último decenio. Así ha sucedido especialmente en el plano de la salud, especialmente en la Atención Primaria y la salud comunitaria, ámbitos que se han visto absolutamente sobrecargados en muchos momentos y que, a su vez, han sido uno de los ámbitos que en los últimos años habían recibido menos recursos –y menor atención– dentro del sistema sanitario.
Estamos asistiendo a un tránsito desde la hegemonía estadounidense a un contexto marcado por un mundo bipolar
Por su parte, en el plano de la educación, el cierre de las aulas durante el confinamiento estricto ha servido para visibilizar las desigualdades existentes en el acceso a la educación con importantes sectores de la población infantil que no contaban con medios para poder seguir las clases a distancia. A su vez, la disminución de ratios de alumnado realizada en la escuela ha mostrado ser una eficaz medida tanto a nivel preventivo frente al COVID-19, como en clave de educación compensatoria. Y todo ello se produjo en un contexto lastrado por los recortes de la última década que supusieron un aumento de ratios en las escuelas así como un fuerte retroceso en los recursos dedicados a la atención de la diversidad.
De la misma forma, los efectos sociales de la pandemia han derivado en muchos momentos en el desbordamiento de los servicios sociales a la hora de hacer frente a la situación social existente.
Pero, más allá del análisis relacionado con los servicios públicos, la importancia fundamental del papel de los Estados durante la crisis sanitario también se ha visto reflejada en cuestiones como el papel que los sistemas de protección social han jugado para garantizar unas mínimas rentas a la ciudadanía que no podía trabajar –como ha sucedido con la gestión de los ERTE–, o en la necesidad de contar con una política industrial planificada que garantice algunos recursos estratégicos fundamentales (como se pudo ver en los momentos iniciales de la pandemia ante la ausencia de mascarillas o respiradores).
Con todo ello, frente a los discursos excesivamente economicistas que durante mucho tiempo han presentado la financiación de los servicios públicos como un gasto casi superfluo, la pandemia ha servido para mostrar la importancia crucial que éstos tienen como garantes de protección social, así como para generar una creciente conciencia de las fallas de los sistemas de protección social existentes. De la misma forma, la pandemia ha llevado a fortalecer el papel que los Estados tienen en el plano económico como agentes necesarios para proveer de algunos bienes públicos que los mercados no aseguran.
En este sentido, la crisis sanitaria puede ser un aldabonazo para concienciar sobre cuestiones como la necesidad de fortalecer la inversión del sistema sanitario; la importancia de contar con una mejor financiación en educación que apueste de manera más decidida por la reducción de ratios por aula como medida que refuerce la educación compensatoria; o la importancia de contar con una sólida red de protección social que permita dar respuesta a situaciones de desempleo, vulnerabilidad o exclusión social.
Por otro lado, el aumento del gasto público que se ha producido a raíz de la crisis pandémica lleva aparejado el debate sobre la política fiscal de los estados por dos razones. Por un lado, porque el aumento del gasto lleva aparejado al debate sobre los efectos que tendrá el aumento de la deuda en el largo plazo. Pero fundamentalmente porque la crisis pone en el centro con más virulencia el debate sobre cómo sostener los servicios públicos y cómo repartir de forma equitativa los costes de éstos en un momento en el que existen múltiples mecanismos de evasión y elusión fiscal para el capital financiero y donde existe una notoria desigualdad a nivel fiscal entre las rentas del capital y del trabajo.
Estamos asistiendo a un giro que aboga por un mayor reequilibrio entre el papel de los Estados y el mercado
De esta forma, la pandemia abre el debate, y a la vez supone una oportunidad, para avanzar en una fiscalidad más justa y en establecer nuevos mecanismos que permitan una mayor transferencia de rentas en clave redistributiva. Más aun cuando la crisis sanitaria ha llevado aparejado un aumento de la desigualdad.
La realidad laboral a raíz de la pandemia
En el plano laboral, cabe reseñar que la crisis pandémica ha venido a profundizar en muchos de los profundos cambios y transformaciones de más largo recorrido que se han venido originando en los últimos decenios a nivel mundial.
En primer lugar, la pandemia ha acelerado algunos procesos de organización productiva que ya estaban en marcha. Dentro de ellos, podemos destacar la aceleración de la digitalización y, con ello, la extensión del capitalismo de plataforma con sus nuevas lógicas de trabajo (Uber, AirBnB, etc.), y consumo (compra por internet, etc.), así como la extensión y generalización en muchas actividades de procesos asociados al teletrabajo.
En segundo lugar, la pandemia ha abierto un interesante y necesario debate sobre qué trabajos son esenciales y la valoración cotidiana que realizamos de éstos. Lo vimos especialmente en el confinamiento estricto con el reconocimiento de múltiples trabajos esenciales para el funcionamiento de la sociedad, pero que cuentan con poca valoración social. Así sucede, por ejemplo, con aquellos trabajos relacionados con la logística (transportistas, repartidores, reponedores, etc.), la limpieza y, muy especialmente, con todos los trabajos relacionados con los cuidados.
Así, la pandemia no ha hecho más que evidenciar y agudizar la denominada crisis de cuidados existente en nuestra sociedad originada por la brecha existente entre unas necesidades de atención crecientes y una menor disponibilidad de personas cuidadoras y de recursos. Así sucede en la actualidad debido al envejecimiento de la población, la débil asunción por parte del Estado de aquellas tareas relacionadas con la atención de las personas dependientes y, la asimétrica relación que existe entre hombres y mujeres a la hora de hacer frente a una provisión de cuidado justa.
En este sentido, la pandemia ha mostrado una vez más la importancia fundamental que los cuidados –tantas veces invisibilizados–, tienen en el sostenimiento de la vida, evidenciando la importancia de la gran cantidad de tareas asociadas al cuidado que se realizan fuera del ámbito del mercado y son realizadas mayoritariamente por mujeres. Además, la pandemia ha evidenciado la ineficacia del modelo de cuidados existente, y las consecuencias de derivar dichas tareas al ámbito del mercado (haciéndolas solo accesibles a quien puede pagarlas), así como ha mostrado la obsolescencia del modelo de atención a mayores existente, que se evidenció con el colapso de las residencias en los primeros momentos de la pandemia.
Frente a estos hechos, podemos ver la pandemia como una ventana de oportunidad que permita revisar algunas de estas circunstancias tanto en el conjunto de la organización productiva, como en el ámbito del sector de los cuidados. Así, en el plano laboral, empiezan a oírse voces que reclaman cambios y transformaciones de calado que apuesten por implantar la jornada laboral de cuatro días, mayores facilidades para el teletrabajo (siempre que se desee por parte de los trabajadores) y una mejor remuneración y valoración social de algunos trabajos que se han mostrado fundamentales para la sociedad.
Por su parte, en relación al cuidado, cada vez surgen más voces que abogan por una organización social del cuidado más justa con un mayor reequilibrio de las tareas realizadas por hombres y mujeres, unido a un mayor reconocimiento, valoración y facilitación de estas tareas respecto al plano productivo. De la misma forma, diversas voces reivindican un papel más decidido por parte del Estado para implementar un sistema nacional de cuidados que asuma la interdependencia de todos los sujetos y que asuma el protagonismo de éste para garantizar un cuidado digno para todos los sujetos.
La COVID-19 en el contexto de la emergencia climática
Desde el punto de vista ambiental, la COVID-19 se ha convertido en un excelente mirador sobre el que reflexionar sobre el mundo que nos ha tocado vivir tanto por las causas que lo han originado, como por las respuestas que se han generado ante el mismo.
En cuanto a las causas, podemos señalar cómo el COVID-19 está íntimamente relacionado con la crisis ecológica en la que nos encontramos. Y es que, como señala Santiago Álvarez, “cada epidemia es fruto de su tiempo y el caso de ésta no lo es menos tratándose de la primera gran pandemia del capitalismo global en los tiempos de la crisis ecosocial”.
Así, la pandemia del COVID-19 ha sido posible gracias a la combinación de dos hechos estrechamente relacionados. Por un lado, la presión que ejercemos los seres humanos sobre el conjunto de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad, que lleva al deterioro de las barreras naturales que nos protegen de agentes patógenos. Por otro, la rápida extensión de la pandemia en un mundo hiperconectado es un buen ejemplo de los posibles efectos nocivos que existen en el capitalismo global dado, que permite que un fenómeno de este tipo se extienda a gran velocidad. De este modo, la pandemia ha sido una suerte de lupa amplificada a partir de la cual podemos observar y reflexionar sobre las consecuencias más inmediatas que tiene la crisis ecológica en la que nos encontramos, cuya raíz descansa en un modo de producción capitalista que para reproducirse y mantenerse necesita extraer continuamente recursos materiales, lo que conduce al deterioro de los ecosistemas.
Desde el punto de vista ambiental, la COVID-19 se ha convertido en un excelente mirador sobre el mundo que nos ha tocado vivir
En cuanto a las respuestas generadas a la pandemia, éstas también ilustran bastante bien el momento histórico que vivimos al menos por tres razones.
Primera, hay que destacar cómo el grueso de las respuestas ante la pandemia han estado más basadas en buscar una solución tecnológica que sea útil para el corto plazo (la búsqueda de una vacuna que paliase la enfermedad) que en centrarse en las causas que están en la base de la misma (el modo de vida y sus efectos sobre el ecosistema). Es innegable que el rápido desarrollo de la vacuna ha supuesto un éxito sin precedentes ante la respuesta de la pandemia. Pero este éxito no nos debe dejar caer en una mitificación de la tecnología que nos lleve a creer que en ésta vamos a encontrar siempre la solución ante las causas –el deterioro ambiental y la existencia de un modelo productivo depredador–, que están en la raíz el contexto de emergencia climática en el que nos encontramos.
Y segunda, como ya se ha comentado, la respuesta dada ante la pandemia ha evidenciado el fracaso de intentar dar una respuesta multilateral por parte de los estados a esta crisis.
Finalmente, desde un punto de vista ambiental, la pandemia muestra el enorme reto que tenemos como sociedad para hacer frente al desafío que supone la emergencia climática. Para hacer frente a este reto, por supuesto es una condición necesaria la acción política de gobiernos e instituciones, pero con esto solo no es suficiente. Para ello, la acción política debe venir acompañada de una profunda transformación de las subjetividades y un cuestionamiento de los valores hegemónicos –ligados a un individualismo posesivo que no reconoce ningún límite–, que nos haga tomar conciencia del enorme reto que supone el cambio climático, y que nos haga ver que este hecho nos va a llevar irremediablemente a hacer renuncias en nuestro modo de vivir. La polémica reciente ante las declaraciones del Ministro de Consumo, Alberto Garzón, alertando sobre los efectos del consumo excesivo de carne sobre el medio ambiente en el marco de la pandemia y las reacciones que originó, es un buen ejemplo para pensar sobre las resistencias cotidianas que encontramos para dar respuesta al enorme desafío ambiental en el que nos encontramos.
¿Qué nueva normalidad?
Cuando este texto vea la luz, seguramente habrá pasado ya lo peor de la pandemia a nivel sanitario –al menos en el Primer Mundo– mientras se multiplican los mensajes optimistas que desde diferentes foros, hablan de dejar atrás el estancamiento y la recesión y estimular el consumo para avanzar en la recuperación económica.
Por supuesto, está bien que lo peor de este acontecimiento que nos ha cambiado profundamente haya pasado. Pero comprar esta mirada triunfalista de forma acrítica también conlleva el riesgo de caer en un cierto estado de ensimismamiento y amnesia colectiva. Ensimismamiento, porque asumir ese discurso, en cierta medida, puede llevar a olvidar realidades, como que buena parte de la población mundial todavía no tiene acceso a las vacunas frente al COVID-19 y que, ésta y sus consecuencias, ha venido a establecer y consolidar nuevas formas de desigualdad. Y amnesia colectiva, porque asumir esa mirada triunfalista, unido al deseo de recobrar la “normalidad”, nos puede llevar a no extraer aprendizajes y lecciones del momento tan excepcional que hemos vivido y a olvidar cómo la pandemia ha mostrado con crudeza algunas de las crisis preexistentes ya existentes.
Frente al riesgo que conlleva esta mirada triunfalista, me gustan dos ideas que propone Xavier Melloni[2]Melloni, Xavier (2021): “El virus es el portador de un mensaje severo que hemos de saber escuchar”, Diario El País, 23 de diciembre de 2020. Disponible en: … Continue reading sobre cómo aproximarnos a esta crisis pandémica. En primer lugar, este antropólogo y teólogo propone ver al coronavirus como una prueba iniciática, es decir, como un adversario portador de un mensaje que tenemos que interpretar y que, de alguna manera, invita a parar y reflexionar hacia dónde ir mientras muestra cómo todavía es posible cambiar el rumbo. En este sentido, la pandemia habría ayudado a hacer visibles aspectos como el riesgo ecológico o los efectos de nuestro modo de vida.
En segundo lugar, Melloni nos recuerda que toda crisis es un acelerador de procesos y, como tal, esta es una ventana de oportunidad para avanzar en una dinámica que, en condiciones normales, sería más difícil. Desde esta perspectiva, la crisis pandémica puede suponer una oportunidad para avanzar en medidas políticas que permitan una mayor redistribución de la riqueza (no olvidemos, por ejemplo, que el Estado de Bienestar en Europa se consolidó tras la catástrofe social que supuso la II Guerra Mundial); la puesta en marcha de propuestas que apuesten por la reducción de la jornada laboral; o la apuesta por formas de vida que conlleven vivir de una forma más sobria, sencilla y consumiendo menos recursos.
En este sentido, cabe destacar que la crisis, y especialmente los momentos iniciales de la pandemia, fue una buena oportunidad para poner en valor la complementariedad de muchas tareas humanas –ahí estaba el trabajo de sanitarios, cuidadores, repartidores y muchos otros en el plano laboral– y el valor de la cooperación (como lo mostraron las múltiples pequeñas acciones de solidaridad y apoyo que se dieron en el plano de las redes informales). Y, a su vez, ese momento supuso un excelente momento para reflexionar sobre la importancia de la cooperación y la solidaridad respecto al individualismo y la competitividad imperantes.
En definitiva, la pandemia ha supuesto una excelente oportunidad para visualizar la crisis ecosocial en la que se encuentra nuestro mundo, y las múltiples crisis interconectadas que están dentro de ella, así como para mostrar la urgencia del momento histórico que vivimos, especialmente en lo que se refiere en el plano medioambiental, y de todo ello tenemos que extraer enseñanzas y aprendizajes.
No cabe duda de que el COVID-19 nos ha tocado profundamente y nos ha cambiado tanto a nivel individual como social. Falta ahora por ver qué nueva normalidad construimos: si una que se parece mucho a la anterior, o si somos capaces de realizar transformaciones de calado recordando siempre que la historia es un proceso abierto en el que nada está escrito de antemano. Porque como decía Pedro Casaldáliga “es tarde, pero es madrugada si insistimos un poco”.
Notas
↑1 | Mateos, Óscar (2021): “El shock pandémico”. Cuaderno nº 221. Barcelona: Cristianismo y Justicia |
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↑2 | Melloni, Xavier (2021): “El virus es el portador de un mensaje severo que hemos de saber escuchar”, Diario El País, 23 de diciembre de 2020. Disponible en: https://elpais.com/ideas/2020-12-23/el-virus-es-el-portador-de-un-mensaje-severo-que-hemos-de-saber-escuchar.html#:~:text=ideas-,%E2%80%9CEl%20virus%20es%20el%20portador%20de%20un%20mensaje,que%20hemos%20de%20saber%20escuchar%E2%80%9D |