lunes, noviembre 11, 2024
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EDUCAR PARA LA CIUDADANÍA

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Éxodo 94 (may-jun.’08)

LAS recientes tensiones mantenidas en torno a la asignatura de “Educación para la ciudadanía” han puesto de manifiesto una actividad generalmente polémica en cualquier tipo de sociedad abierta. Nos referimos al hecho mismo de educar: ¿educar para qué?, ¿cómo hacerlo?, ¿quiénes han de intervenir más directamente en la educación?

Se trata, como es fácil de entender, de una tarea de la máxima importancia para evitar la deriva del individualismo neoliberal y establecer sobre fundamentos sólidos la convivencia entre los ciudadanos. Una tarea que será siempre de imperiosa actualidad dada su urgencia y complejidad. Urgencia porque tanto el punto de partida (los sujetos que intervienen, la pedagogía que se aplica) como el punto de llegada (la socialización, la construcción de la ciudadanía) están sometidos a un proceso de cambio y transformación constante. Y complejidad porque el escenario donde se desarrolla la acción educativa siempre aparece atravesado por tendencias contrapuestas entre lo particular y lo universal, lo uniforme y lo diverso que lo convierten en un espacio dinámico y difícil para articular en él un proyecto común.

La trayectoria seguida en España desde la implantación de la Constitución de 1978 es suficientemente elocuente al respecto. Con diferentes resultados, la urgencia y la complejidad atraviesan, como dos hilos conductores, no sólo las diferentes propuestas de educación escolar, sino también las leyes que, fuera de este ámbito, afectan a la organización de la convivencia y cohesión social. El esfuerzo por educar en la ciudadanía para convivir en un mismo espacio común tiene que enfrentarse y remontar con frecuencia comportamientos atávicos y “males educaciones” que llegan incrustados en lo que algunos pueden considerar la propia idiosincrasia o el imaginario colectivo.

Y no basta con superar los malos comportamientos heredados del pasado, la preocupación por el futuro exige algo más. No sería bueno ni realista un proyecto educativo que, iniciado en la escuela y continuándose en los hilos que entretejen el entramado social, se construyera hoy al margen de las grandes tendencias que dominan la cultura mundial. La irrupción en el Primer Mundo de las migraciones intensas que vienen del Sur ha agudizado en este campo la dialéctica entre globalización y diversidad, entre lo privado y lo público, entre la tendencia a la homogeneización y la defensa de las propias identidades.

En una sociedad cada día más compleja como la nuestra, será pretensión imposible construir sin violencia una ciudadanía desde extremos como la asimilación de lo diverso a la cultura hegemónica o la apática tolerancia ante la multiculturalidad existente. Los criterios de igualdad y justicia nos empujan, más bien, a ir tejiendo, con sensibilidad y respeto, un espacio común de interacción y diálogo, de interculturalidad, donde puedan reconocerse, insertarse y compartir los grandes valores morales que aporta cada una de las diversas identidades. Educar hoy para la ciudadanía deberá partir de la idea de que se trata, como la misma democracia, de un “proyecto siempre inacabado” dispuesto a enriquecerse críticamente con las nuevas aportaciones que supone la diversidad.

A este tema de palpitante actualidad, con sus tensiones, desafíos y propuestas de solución imaginativas y alternativas, queremos dedicar las siguientes páginas de Éxodo.

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