Parábolas
V Profesión de fe Dios no es el mar, está en el mar, riela como luna en el agua, o aparece como una blanca vela; en el mar se despierta o se adormece. Creó la mar, y nace de la mar cual la nube y la tormenta; es el Creador y la criatura lo hace; su aliento es alma, y por el alma alienta. Yo he de hacerte, mi Dios, cual tú me hiciste, y para darte el alma que me diste en mí te he de crear. Que el puro río de caridad que fluye eternamente, fluya en mi corazón. ¡Seca, Dios mío, de una fe sin amor la turbia fuente.
VI EL Dios que todos llevamos, el Dios que todos hacemos, el Dios que todos buscamos y que nunca encontraremos. Tres dioses o tres personas del solo Dios verdadero.
Antonio Machado, Campos de Castilla
El Ausente
Dios insaciable que mi insomnio alimenta; Dios sediento que refrescas tu eterna sed en mis lágrimas, Dios vacío que golpeas mi pecho con un puño de piedra, con un puño de humo, Dios que me deshabitas, Dios desierto, peña que mi súplica baña, Dios que al silencio del hombre que pregunta contestas con un silencio más grande, Dios hueco, Dios de nada, mi Dios.
Te he buscado, te busco, en la árida vigilia, escarabajo de la razón giratoria: en los sueños henchidos de presagios equívocos y en los torrentes negros que el delirio desata…
Te he buscado, te busco, en la cólera pura de los desesperados, allí donde los hombres se juntan para morir sin ti, entre una maldición y una flor degollada. No, no estabas en ese rostro roto en mil rostros iguales.
Te he buscado, te busco, entre los restos de la noche en ruinas, en los despojos de la luz que deserta, en el niño mendigo que sueña en el asfalto con arena en olas, junto a perros nocturnos, rostros de niebla y cuchillada y desiertas pisadas de tacones sonámbulos.
En mí te busco: ¿eres mi rostro en el momento de borrarse, mi nombre que, al decirlo, se dispersa, eres mi desvanecimiento?
Dios vacío, Dios sordo, Dios mío, lágrima nuestra, blasfemia, palabra y silencio del hombre, signo del llanto, cifra de sangre, forma terrible de la nada, araña del miedo, reverso del tiempo, gracia del mundo, secreto indecible, muestra tu faz que aniquila, que al polvo voy, al fuego impuro.
Octavio Paz
Elías en el monte Horet
ELÍAS caminó durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. Allí se metió en una cueva, donde pasó la noche.
Y el Señor le dirigió la palabra: -¿Qué haces aquí, Elías? Respondió: -Me consume el celo por el Señor, Dios de los ejércitos, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han destruido tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo, y me buscan para matarme.
El Señor le dijo: -Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!
Vino un huracán tan violento, que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva.
Entonces oyó una voz que le decía: -¿Qué haces aquí Elías?…
1 Reyes 19, 8-13
El rico y Lázaro
HABÍA un hombre rico que se vestía de púrpura y lino y banqueteaba todos los días espléndidamente. Un mendigo llamado Lázaro estaba echado en el portal, cubierto de llagas. Habría querido llenarse el estómago con lo que tiraban de la mesa del rico; más aún, hasta se le acercaban los perros a lamerle las llagas. Se murió el mendigo, y los ángeles lo pusieron a la mesa al lado de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron.
Estando en el abismo, en medio de los tormentos, levantó los ojos, vio de lejos a Abrahán con Lázaro echado a su lado, y gritó: -Padre Abrahán, ten piedad de mi; manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, que me atormentan estas llamas. Pero Abrahán le contestó: -Hijo, recuerda que en vida te tocó a ti lo bueno y a Lázaro lo malo; por eso él ahora encuentra consuelo y tú padeces. Además, entre nosotros y vosotros se abre una sima inmensa; por más que quiera, nadie puede cruzar de aquí para allá ni de allí para acá. El rico insistió: -Entonces, padre, por favor, manda a Lázaro a mi casa, porque tengo cinco hermanos: que los prevenga, no sea que acaben también ellos en este lugar de tormento. Abrahán le contestó: -Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen. El rico insistió: No, no, padre Abrahán; pero si un muerto fuera a verlos, se enmendarían. Abrahán le replicó: -Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no le harán caso ni a un muerto que resucite.
Lucas 16, 19-31
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P. Estremecidos por la épica guerrera contra un pueblo crucificado y humillado, desgarrados por la quiebra de las instituciones que habíamos creado para la concordia, agobiados por el chapapote que abrasa nuestros mares y la fiebre de usura que esquilma nuestra tierra… Levantamos el corazón hacia ti, Dios nuestro, con la voz trémula del salmista que se siente solo ante el peligro, con la angustia de los primeros discípulos que ven cómo la barca se va a pique mientras Jesús duerme tranquilamente en la proa… Por si estuvieras dormido, nos dirigimos a ti para decirte:
A. ¡Dios mío! ¡Dios nuestro! ¿Por qué nos has abandonado? Te gritamos de día y no respondes, de noche y no nos haces caso… ¡Sálvanos, Señor, que perecemos!
L1. ¡Recuperad la calma, gente de poca fe! No temáis ni os dejéis dominar por el pánico, porque el Señor no va a negar su amor, ni sus entrañas maternales podrán jamás olvidar a sus hijos. No se ha agotado aun la misericordia del Señor, ni su promesa se ha cerrado para siempre.
A. Como calma que sigue a la tormenta, eres tú. Como luz reciente que anticipa la mañana, eres tú. Eres como el gozoso despertar que sigue a una pesadilla, como la vida que acaba burlando siempre la muerte, eres tú.
L2. En Jesús de Nazaret, como en un espejo, hemos contemplado la densidad de tu presencia: Todo en su vida -a pesar del "secreto mesiánico"- fue presencia y gracia. Desde su palabra y sus gestos tú estabas en él animando la vida del pueblo, haciendo justicia a los injustamente tratados por la vida.
A. Gracias, Padre/Madre, porque, en el amor de Jesús a los pobres y desvalidos, has demostrado cómo amas tú a tus hijos e hijas; de sus labios hemos oído, aun en momentos de abandono, que no vas a dejarnos huérfanos, que vas a seguir con nosotros todos los días hasta la consumación del mundo.
P. Agradecidos por tu amor y tu promesa te cantamos: SANTO, SANTO, SANTO…
A. Santo eres, en verdad, Señor. Lo proclamamos a pesar de tus silencios. El universo entero es una floración de tu riqueza: tus manos son recientes en la rosa, tu presencia y tu gracia son el hondón de cada cosa.
L3. Con el salmista desvelado y siempre en vela, con la angustia del naufrago pegada a la garganta, con el dolor de los niños inocentes que sufren la injusticia de nuestro mundo, con el cinismo de todas las guerras preventivas y la violencia inacabable sobre la mujer… experimentamos debilidad en nuestra fe y nos crece una tormenta de dudas sobre la eficacia de tu amor y tu poder.
sL4. ¿No eres tú el Dios mayor que todo lo puede? ¿No eres tú el Dios que todo lo crea como emanación de tu amor inagotable? ¿Por qué te callas ante el clamor sordo de nuestra humanidad que sufre? ¿Por qué te quedas mudo y cierras tus oídos ante el grito desgarrado del inocente?
P. Envía sobre nosotros tu Espíritu, ese Espíritu que en secreto, como un Dios menor, acompañó toda la vida de Jesús, y fue testigo mudo en sus momentos de abandono.
A. Que ese mismo Espíritu espese en abundancia nuestro pan y podamos multiplicar los recursos de nuestra ofrenda. Que ese mismo Espíritu, el de Jesús, nos disponga a celebrar en fe lo irrepetible y siempre nuevo de su Pascua.
P. En la noche en que iba a ser entregado, Jesús tomo el pan… y lo mismo hizo con la copa de vino… ……………
A. Anunciamos tu muerte y proclamamos tu resurrección con el respeto debido a la cruz de cada víctima y con el júbilo de saber que tú, nuestro Dios, nos justificas a todos con la resurrección y la vida.
P. Acepta ahora, Padre, con la ofrenda de Jesús, nuestra decisión de abrirnos a tu presencia.
L5. Tú no estás en el huracán que mata, ni en el fuego que devora nuestras esperanzas; tampoco estás en el banquete que deja a Lázaro hambriento en el portal. Como reconoció finalmente Elías, tú estás en la suave brisa que pregunta y que se deja preguntar.
L6. ¿Dónde encontrarte a ti cuando el planeta azul empieza a tener color de muerte, cuando se descongelan los casquetes polares y se agrandan los agujeros de la capa de ozono; cuando están en llamas nuestros bosques y escasea el agua dulce en nuestros manantiales, cuando el ruido de la ciudad y la contaminación del aire nos va matando?
A. Tú estás en la brisa suave que golpea tibiamente nuestro rostro, que cuestiona nuestras prácticas, que se deja cuestionar su silencio.
L7. Dónde estás tú cuando la enfermedad y la escasezentran en nuestra casa, cuando nuevos virus y devastadoras hambrunas esquilman continentes enteros, cuando mueren y desaparecen nuestros muertos, cuando no nos llega el corazón para amar a quienes ceemos nuestros enemigos?
A. Tú estás a la puerta con Lázaro, entre la hambruna y la injusticia, acompañando con ternura a las víctimas de nuestra insensible humanidad.
L8. Dónde encontrarte cuando la mujer es discriminada y violentada, cuando el orgullo y la prepotencia enloquece a los menguados aprendices de brujos – los emperadores del mudo éste-, cuando el estruendo de las guerras nos hace perder la paz interior… Cuando tú ya no respondes a nuestras llamadas?…
P. Después de tantas preguntas, necesitamos quedar a la escucha de la suave brisa para constatar que tú, Señor, no te has quedado mudo, que, en tu silencio aparente, sigues acompañando con ternura la aventura de nuestras vidas.
A. Necesitamos hacer un momento de silencio para reconocernos personas capaces de dar crédito a los profetas de hoy y de ayer que, con el rey David nos gritan: "confiad en el Señor y haced el bien, habitad vuestra tierra y cultivad la felicidad".
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