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Número 81 (nov.-dic.’05)
– Autor: Giulio Girardi –
Me parece una fecunda hipótesis interpretativa, contraria a la interpretación corriente, la que reconoce en el Vaticano II, desde el punto de vista teológico, dos concilios distintos, cada uno con sus protagonistas y su coherencia interna.
Esta hipótesis la sugiere una reflexión sobre la constante contraposición que se verifica al interior del Vaticano II y de sus textos finales, a pesar de su aparente convergencia, entre dos corrientes teológicas, preocupadas la una de valorar las posibilidades de innovación abiertas por el Vaticano II y la otra de salvaguardar su continuidad con “la tradición” y la “ortodoxia” de la Iglesia católica. Paradójicamente, protagonistas de la primera corriente eran los padres de la mayoría conciliar y los peritos que los acompañaban (entre .los cuales cabe recordar a Karl Rahner, a Yves Congar, a Hans Küng y a Josef Ratzinger); protagonistas de la segunda corriente eran los padres de la minoría conciliar, y sus peritos (entre ellos, en primer lugar, los miembros de la curia romana) que los inspiraban. Es importante citar, entre los miembros de esta minoría, la presencia activa de Karol Woijtila, entonces arzobispo de Cracovia, que interpretaba el Vaticano II como una movilización de la Iglesia en el combate contra el marxismo y el ateismo.
Me voy a permitir un testimonio personal. Como perito conciliar, fui miembro, con el arzobispo de Cracovia, de la subcomisión sobre el ateismo, llamada a redactar algunos párrafos del documento “la Iglesia en el mundo actual” (Gaudium et spes). En los trabajos de la subcomisión se hizo evidente el contraste entre la actitud combativa de Karol Woijtila y la voluntad de diálogo manifestada por la mayoría conciliar. Este contraste no se refería únicamente a los temas del ateismo y del marxizmo, sino más en general a la relación de la Iglesia con el mundo moderno. Ahora bien, el diálogo con el mundo moderno fue quizás la actitud característica de la mayoría conciliar y por tanto del Vaticano II. Por cierto, no era fácil en ese momento prever que este obispo llegaría a ser el intérprete “auténtico” del Vaticano II, del cual no había percibido su novedad, y que por esta razón lo interpretaba en perspectiva conservadora.
Además del tema del ateismo, algunos otros ejemplos aclaran el sentido de este conflicto teológico permanente: el tema de la libertad religiosa y el de la iglesia. La libertad religiosa había sido rechazada antes del Vaticano II por la curia romana, que defendía la obligación de subordinarla a “la verdad”, concretamente, a la doctrina católica y al magisterio de la Iglesia. Su argumento fundamental era que no se pueden poner en el mismo plano la verdad y el error. El concilio conservador mantenía la misma postura, mientras que el concilio innovador proclamaba, entre los derechos humanos fundamentales, el derecho a la libertad religiosa.
En la concepción de la Iglesia, el concilio conservador defendía como fundamental su carácter jerárquico, fundado en la infalible autoridad personal (ex sese y no ex consensu eclesiae) del Papa, mientras que el concilio innovador redescubría como fundamental el “pueblo de Dios”, y, por tanto, el carácter popular y comunitario de la Iglesia y de sus autoridades. Se contraponían así dos eclesiologías.
Estos ejemplos obligan a reconocer que los miembros de los dos concilios tenían distintas concepciones del propio Concilio. Pero, ¿cómo se explica entonces la casi unanimidad con que fueron aprobados los documentos conclusivos? El dualismo parecía excluir la posibilidad de documentos comunes entre los dos concilios. En efecto, si se analizan más de cerca estos textos, se descubre que casi todos ellos son fruto de un compromiso, se caracterizan por un cierto “sincretismo” y que, por tanto, ocupan coherentemente su lugar en cada uno de los dos concilios.