Escrito por
Éxodo 98 (marz.-abr´09)
– Autor: Javier de la Torre –
Quiero con este artículo rendir homenaje a uno de los grandes expertos en el tema del aborto en España. Me refiero al P. Javier Gafo S.I. (†2001), biólogo y teólogo, que dedicó gran parte de su vida académica a reflexionar sobre este tema. Nada mejor que utilizar sus palabras para exponer lo que sería la postura cristiana del aborto.
Su tesis doctoral en la Universidad Gregoriana de Roma sobre el tema de la moralidad de los antianidatorios fue publicada posteriormente con el título de El aborto y el comienzo de la vida humana (1979). Han pasado, por lo tanto, treinta años, y creo que, como en tantas cosas, es bueno escuchar de nuevo sus argumentos hoy.
Al comienzo de su libro ya se pregunta si existe un fundamento para conceder distinto juicio ético a los métodos anticonceptivos, a los métodos antianidatorios y a los métodos abortivos. Para el P. Gafo esta vía media cuenta con una serie de argumentos que llevan a estudiarla seriamente. “Nos referimos, en primer lugar, a la existencia de una tradición secular en el pensamiento eclesial que, basada en presupuestos científicos hoy inaceptables, distinguía dos fases en el desarrollo embrionario, de las que únicamente en la segunda (en general, a partir del tercer mes del embarazo) el feto poseería un carácter plenamente humano”. El jesuita reconoce que los nuevos datos científicos (la fecundación marca indiscutiblemente el comienzo de una existencia humana) obligan hoy a reestudiar, desde una perspectiva nueva, la vieja distinción entre feto animado y no-animado que dominó tantos siglos en la tradición de la Iglesia.
Su preocupación, por lo tanto, se centra en el juicio ético sobre el aborto precoz que tiene lugar al comienzo del embarazo y si “participa del mismo juicio ético que el aborto en fases avanzadas del desarrollo embrionario”. Para analizar esta cuestión seguiremos el método que siguió en tantos temas: tomar en cuenta los datos de la ciencia y confrontarlos luego con la Escritura, la Tradición, el Magisterio y la Teología.
LOS NUEVOS DATOS CIENTÍFICOS
Gafo cree que no puede afirmarse biológicamente que el cigoto sea una parte del organismo de la madre. Se trata de una realidad biológicamente distinta, ante la que se plantea el problema inverso: “cómo explicar que el organismo materno no se defienda mediante un rechazo inmunológico, de ese cuerpo extraño que es el cigoto” (p. 19).
Pero al analizar la totipotencia de las primeras células embrionarias concluye que al conservar la capacidad para dar origen a un individuo completo pueden servir de punto de partida para la formación de un nuevo individuo. Además “los blastómeros de la mórula parecen ser unidades biológicas relativamente independientes, que pueden ser separadas del conjunto, comportándose entonces como el cigoto originario”. Esto significa que “hasta el estadio de mórula, el huevo no es un individuo en sentido pleno, sino que mantiene aún abierta la posibilidad de dar origen a más de un individuo, o, por el contrario, de que dos huevos humanos se fundan en un único individuo mosaico” (p. 22).
La posibilidad de los gemelos univitelinos le lleva a preguntarse cómo valorar una realidad biológica humana pero “que es aún susceptible de recombinarse con otro embrión, dando origen a un único individuo, o que, por el contrario, mantiene aún la posibilidad de dar origen a dos individuos humanos idénticos” (p. 23).
Javier Gafo hace también un exhaustivo estudio de la elevada mortalidad intrauterina antes de la anidación (entre el 40-70%). Gran número de embriones por tener un complemento cromosómico anómalo son incapaces de superar este estadio. El 87% de los embriones abortados en las primeras cinco semanas son portadores de graves anomalías cromosómicas o crosomopatías.
El P. Gafo reconoce que con la anidación, el contacto y relación madreembrión se hace más directo y que existe una considerable dependencia del embrión en cuanto a nutrición de la madre aunque también es consciente que el embrión tiene sus propios sistemas enzimáticos y una circulación sanguínea propia. Reconoce que la anidación no supone ningún salto cualitativo en el desarrollo embrionario y que hay mayor diferencia entre las células germinales y el cigoto que la que existe antes y después de la anidación. Además, el hecho de un mayor contacto en la anidación no excluye que con anterioridad pueda darse ya una interacción madreembrión.
Considera, ya en 1979, la experiencia de la partenogénesis en animales y del cloning en anfibios como otro modo excepcional y artificial de constituir el punto de partida de un nuevo ser. Reconoce que las experiencias con anfibios parecen significar que cualquier célula somática podría servir de punto de partida para el desarrollo de un individuo completo. Las células somáticas participan, por tanto, del mismo estatus privilegiado del cigoto. Mientras en la mayoría de las células somáticas la totipotencia absoluta de su contenido de información se bloquea en el curso del desarrollo embrionario, en los gametos permanece la capacidad originaria para la formación de un nuevo ser. “La diferencia estriba únicamente en que en un caso se trata de un proceso que se desencadena de un modo natural y espontáneo, mientras que en el segundo caso se precisa un estímulo artificial que provoque dicho desarrollo” (p. 33).
ESCRITURA
Para Javier Gafo “no existe en la Biblia, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, una condena clara del aborto. La condena de los pharmakeia, contenida en el NT, podría referirse al aborto, aunque no es claro que tenga tal significado. No deja de llamar la atención el hecho de que no exista una clara condena del aborto, a pesar de que era practicado abiertamente” (p. 70). El aborto era conocido y practicado, pues en varios pasajes (Num 12,12; Job 21, 10; Job 3, 16; Ecles 6, 3-5) se habla del aborto sin ningún juicio moral o penal.
El texto más frecuentemente citado es Ex 21,22-23. Este pasaje narra la disputa de dos personas en la que una golpea involuntariamente a una mujer embarazada, provocándole un aborto. El culpable deberá pagar una multa en caso de que la mujer sobreviva y pagar con su propia vida, según la ley del talión, en caso de que perezca como consecuencia del aborto. El texto no penaliza el aborto sino la violación del derecho del padre a la descendencia. Además se trata de un aborto involuntario. El texto tendrá un gran influjo en la tradición a través de su traducción en los LXX en una traducción poco fiel del texto original, realizada probablemente por influjo del pensamiento helénico (se utiliza el término “exeikonismenos”, que es traducido por “formado”). En esta traducción se castiga al causante del aborto involuntario con multa si el feto no se encuentra todavía formado y con la muerte si el feto ya estaba formado.
Por lo tanto, no hay una condena clara ni en la Biblia ni en ninguna palabra de Jesús de Nazaret. Juan Pablo II lo admite cuando afirma que la “Escritura nunca habla de aborto voluntario”(EV 61). Esto no implica que en la vocación de algunos profetas y en algunos textos descubramos una valoración de la vida prenatal.
LA TRADICIÓN
El análisis de la tradición se centra en la cuestión del momento en que se produce la animación del feto durante el desarrollo embrionario. La tesis de la animación retardada defiende que el alma racional solamente se infunde cuando el embrión humano está suficientemente formado para poder recibir el alma racional. Existe un tiempo en el que el embrión humano no es plenamente humano por carecer de alma racional. Esta discusión es importante, pues lleva aparejada una cuestión muy relacionada con lo que nos preocupa: ¿debe formularse, en caso de aborto anterior a la animación racional del feto, el mismo juicio moral que se expresa a propósito del aborto después de la animación, cuando aquél está ya plenamente constituido corporalmente? ¿Cabe distinguir en el desarrollo embrionario una fase subhumana y una fase plenamente humana? ¿O una hominización plena y otra no plena, una fase no animada y otra animada por el alma racional? (p. 58).
La tesis de la progresiva formación del feto a lo largo del desarrollo embrionario puede considerarse como patrimonio común de la embriología de la antigüedad (p. 65). En los distintos autores (Diógenes, Empédocles, Pitágoras) las fechas varían entre los 35 días y los 120 días. Se habla de aborto normalmente a partir de los 40 días. Aristóteles e Hipócrates distinguen entre “eflujos” y aborto (después de los 40 días). Sorano de Éfeso (s. II) distingue entre “ekroia” (pérdida), que alude al semen que no ha adquirido forma humana, y “ektrosis” (aborto), interrupción del embarazo después del segundo o tercer mes. Estas ideas, tal como vienen expresadas por Aristóteles, parecen tener una base experimental y de observación (Aristóteles, De animalium generatione, 1. 3, c. 9). Desde el 322 a. C. hasta el s. XVII fueron dominantes en Occidente.