Escrito por
Éxodo 130
– Autor: Silvia Martínez Cano –
Con esta frase, tan conocida y breve terminaba David Jou una conferencia acerca del diálogo entre los orígenes del universo y teología: “Somos polvo de estrellas” . Somos átomos de oxígeno, carbono y nitrógeno que surgieron de la explosión de estrellas y que se fueron combinando hasta formar un nuevo planeta, una primera célula, un ser humano complejo. Con qué brevedad se define nuestra existencia, y qué profundidad en cada una de sus palabras. Nos hace caer en la cuenta de cuán interconectada está la realidad, cuáles son sus delicadas y precisas relaciones que permiten que un ser tan desprotegido e insignificante en la cadena ecológica pueda existir.
A raíz de los descubrimientos de la ciencia y de la crisis que atraviesa el planeta, no podemos seguir pensando que somos el centro del universo. Es necesaria una interpretación de la realidad que nos permita ver el todo a la vez que lo concreto, y tomar decisiones en el contexto relacional en el que habitamos.
Todo esta conectado. Lo descubrimos los mayores a través de los pequeños con sus móviles, tabletas y juegos online. Todo está interconectado y descubrimos un mundo que llora por las fracturas que surgen de la desconexión, y por los desequilibrios humanos y medioambientales. Nos damos cuenta que hemos olvidado lo grande, la armonía del universo, para centrarnos en nosotros, lo pequeño.
Esta reflexión propone una hermenéutica de la realidad, que pretende ser integral e integradora, sitúa la cuestión ecológica como central para la vida, una vida con futuro. Exige así no sólo una nueva cosmovisión, sino un nuevo ethos, una nueva forma de vivir. Desde el juicio occidental moderno, antropocéntrico, racionalista-positivista, burgués, industrial y urbano hemos de pasar a un nuevo paradigma vital.
El cambio viene profetizado por aquellos que claman como víctimas de las consecuencias del hambre, la pobreza, la desertificación, el consumo descontrolado… en definitiva, de denuncia de los intereses de pocos frente a muchos empobrecidos. Es un clamor que pide una espiritualidad diferente , una forma de vivir nueva que armonice los elementos éticos, estéticos, místicos, políticos, personales, eróticos y sociales, de nuestro “ser pequeño” con la vida inmensa del universo.
Para el creyente, se abre la posibilidad de creer de otra manera, desde una espiritualidad holística que experimente a Dios en la totalidad de la vida. Sentir la presencia del Espíritu de Dios, la Ruah, manifestándose con sabiduría desde la estrella roja gigante a millones y millones de kilómetros hasta en la pequeñez de nuestra historia. Todos ellos son lugares donde la Ruah se desvela. Se manifiesta progresivamente, como revelación de Dios en la historia del universo. Pero también la vida en la Ruah es una invitación a armonizar sabiamente las paradojas de la vida: experiencia de fortaleza/experiencia de debilidad; silencio/palabra; trabajo/descanso; dar/recibir; presencia/ausencia; conectar/desconectar; saber caminar acompañados/ saber estar solas, y así, saborear lo que enriquece nuestro mundo interior y fortalece nuestras opciones y compromisos con el exterior.
En un mundo en riesgo, contaminado, injusto, roto por mirar lo personal y no lo integral, es necesaria la búsqueda de soluciones integrales para las heridas que son consecuencia de la interconexión y globalización , y que nos empobrece cada vez más y nos depara un futuro corto. La propuesta de Francisco en “Laudato Si” recoge este clamor de los pobres e invita a una ecología integral unida al bien común. No basta con pequeños consensos políticos medioambientales, es necesario una mirada nueva, armonizar estructuras humanas con las estructuras del universo. Ya no sirve pensar desde un desarrollo sostenible, sino que es necesario pensar en un paradigma integral de la vida que abarque todo el universo. No hay sostenibilidad si no hay una conciencia del dolor de la naturaleza, como consecuencia de una mala gestión de nuestra propia realidad.
Es necesario hacer un esfuerzo en abandonar elementos que intoxican la vida global, porque están pensados desde una antropología de binomios poder-sumisión, hombre-mujer, ser humano-naturaleza, consumo-participación, explotación-cooperación … que justifica la explotación de la naturaleza y de los seres humanos. Necesitamos pasar del antropocentrismo devorador a una cosmovisión centrada en la vida, dice la teóloga coreana Chung Hyun Kung, que nos permita vivir la compasión ecológica como el principio fundante de nuestra naturaleza humana , espiritual, es decir, a imagen y semejanza de Dios. De ella habrá de brotar el respeto hacia todas las formas de vida del universo, dando paso a una praxis de lucha por la ecojusticia y una vivencia de cuerpo ecológico.
Vivir la ecojusticia
En primer lugar, la ecojusticia nos sitúa en posición de percibir la interconexión entre todas las formas de opresión y violencia que afectan a mujeres y hombres y a la naturaleza y que va desde el ámbito doméstico hasta la destrucción ecológica. En una época de cruel explotación económica del cuerpo de la tierra y el cuerpo de las mujeres –y de los hombres en cierta medida–, es preciso hacer frente de forma integral a las causas de destrucción de la vida del universo. En este sentido, existen acciones urgentes:
• Combatir la pobreza: recuperando las palabras de San Gregorio Magno «La tierra es común para todos los hombres, y, por consiguiente, los alimentos que proporciona se producen para todos en común. Así, pues, hacen mal en creerse inocentes los que exigen para su uso privado el don que Dios hizo a todos” , necesitamos una justicia retributiva , en la línea de la opción preferencial por los pobres , que devuelva lo que el consumo y los intereses de determinados países han robado a otros pueblos y tierras. La injusticia social es mundial, más bien universal, porque acumula la riqueza a través de la explotación de personas y naturaleza: seca las fuentes, desforesta las selvas, envenena los suelos, impide la vida en ellos y desequilibra los ecosistemas manifestándose en el calentamiento global.
• Francisco hace también referencia a una justicia intergeneracional , es decir, ser capaces de mirar a nuestros hijos y soñar futuro para ellos y sus hijos. En las sociedades modernas se ha perdido este elemento de transmisión de la herencia de la tierra, las costumbres, la vida de generación en generación. Nos centramos en el aquí y ahora, sin construir para el mañana ni pensar las consecuencias de un presente concreto e individual. Se trata de recuperar la dimensión de solidaridad entre generaciones. Soñar en futuro más allá de nuestra propia vida.
• Combatir la Economía explotadora frente a las sinergias que nos la venden como única respuesta económica posible. Articular nuevas economías basadas en lo cooperativo a nivel local –que es muy enriquecedor– y en lo consensuado equitativamente a nivel mundial, donde la política y los acuerdos sociales internacionales deben mandar sobre la economía y los intereses de las empresas transnacionales .
• Apostar por la austeridad como estilo de vida. Aprender a vivir de las necesidades y no de los deseos. Esto quiere decir, que es necesario decrecer para reducir los consumos y para equilibrar el propio reciclaje de la naturaleza . La austeridad en relación a los demás genera cooperación y equidad. Equilibra recursos y rompe el juego capitalista.
• Vincular Educación, Paz y Ecología. Ahora más que nunca no podemos educar si no tenemos en cuenta el gran universo necesitado de armonía. Necesitamos un nuevo tipo de educación que aborde de una forma distinta la preocupación por la Tierra. Una educación donde lo cooperativo que enseñe las virtudes ecológicas rebajando la violencia del abuso y la explotación de cuerpos y naturaleza y permitiendo una convivencia pacífica, solidaria y armónica . Recuperar la hospitalidad como valor común, siendo conscientes de la casa común.
Comprendernos como un cuerpo ecológico
En segundo lugar, es necesario pensar en el “todo” antes que en mi “yo” concreto. Sólo nos puede salvar de la muerte del planeta la conciencia de ser
• Un “todo” colectivo: donde lo mío como identidad individual se vincula fuertemente a los demás por lazos naturales y no solo sociales. Es tiempo de rechazar la visión dicotómica de la antropología dualista y androcéntrica ya que nos conduce al peligro de separar la experiencia de Dios en lo cotidiano de la reflexión colectiva; separa la vida real concreta y su explicitación en el discurso teológico; separa las dimensiones de interioridad y exterioridad; opone la racionalidad a la emoción y el sentimiento, sin permitir una visión global de la realidad. Supone, por tanto una dualidad en la que un extremo se impone sobre el otro, haciendo sufrir al “todo” colectivo: Dios sobre creación, hombre sobre mujer, hombre sobre naturaleza . Un dualismo que deforma la Revelación de Dios, como Amante de su creación, e impone la tiranía de la explotación.
• Un “cuerpo” vivo, dinámico y participativo es un cuerpo que fluye y se transforma continuamente a través del tiempo, sus ciclos y estaciones, la vida humana que nace y muere. La antropología holística o multipolar considera que nuestra identidad personal no viene definida por una bipolaridad (cuerpo-mente) que debe unificarse (uniformidad), sino más bien que se configura a través de relaciones de reciprocidad e interdependencia , acogiendo y celebrando la diferencia y la biodiversidad .
• Un “todo” creativo que afecta a las estructuras del mundo –también las del ser humano– y a las culturas haciéndolas ecológicas . Se trata de un todo generador, en continuo cambio y transformación que atraviesa todas las fronteras de la edad, sexo, raza, nacionalidad, credo o cualquier otro tipo de barreras y acoge, madura, plenifica, multiplica. Podemos desde ahí entender una relación con Dios de Amistad en la que acogemos, recreamos, tendemos la mano, defendemos a los pobres o a la tierra con todas sus criaturas deterioradas, como signo de la fuerza desbordante de la relación con Dios .
• Un “cuerpo” diverso, tesoro y valor del universo. La diversidad se impone como único camino para la vida, porque estamos constituidos por ella . Esto también es revelación de Dios. Supone por tanto, una apuesta por el cuidado de la tierra en su fragilidad y en su biodiversidad como forma de amar la vida . Hacer de la praxis cotidiana actos de amor hacia el “cuerpo” global. Una ética del cuidado, una ética que nos enraíza en la Tierra y nos hace más cercanos a Dios.
A modo de conclusión, nos encontramos ante un “kairós”, es decir, un proceso de autocomprensión nuevo, donde se construyan sinergias interdependientes de un “todo” vital. Un tiempo donde los poderes y las jerarquías se desplacen hacia lo relacional y lo cooperativo como forma de multiplicación de la vida. Un tiempo de regeneración de los cuidados como mecanismos de crecimiento y sostenibilidad. En esto, inevitablemente y a modo de apunte para otro artículo, las mujeres tenemos mucho que decir . La crisis que estamos viviendo es una oportunidad para sentar las bases de una nueva red de sociedades y culturas dispuestas a cuidar el mundo heredado desde el Amor de Dios. Un Amor de Dios que nos ama desde la propia diversidad y nos empuja a continuar con su obra creativa y generadora de vida sobreabundante.