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Acoger refugiados no solo es cuestión de hacer cumplir tratados o convenios internacionales sino un deber moral, de toda la humanidad, incluida Europa. No podemos olvidar que no hace muchos años hubo un éxodo europeo y en aquel momento muchos países abrieron las puertas de sus naciones. En el 2014 el número de desplazados superó las cifras que se tenían registradas desde la segunda Guerra Mundial.
Este siglo XXI el éxodo de refugiados es muy variado, teniendo sus orígenes en situaciones bélicas, políticos, religiosos, sociales, violencias y de Derechos Humanos entre otros, lo cual es aún más delicado que el que se vivió en Europa en la Segunda Guerra Mundial. Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), en marzo de 2016 Egipto, Irak, Jordania, Líbano, Turquía –entre otros– acogieron a cuatro millones ochocientas quince mil personas, de las cuales 868mil. eran de origen Sirio. Para febrero de 2017 la misma entidad publicó que cada día 42.500 personas se ven obligadas a abandonar sus países de origen por alguna de las razones antes apuntada.
No podemos obviar cuestionarnos: ¿un europeo se ha puesto en la piel o en el lugar de las personas que están huyendo de sus países? Se han puesto en lugar de un colombiano amenzado por las guerrillas o el crimen organizado por defender los derechos humanos. O una venezolana que huye por estar en contra de un gobierno y que esto la lleva a ser una perseguida política. Un joven salvadoreño que huye para no ser asesinado por las pandillas o maras. Crucemos el charco y vayamos a África: ¿se quedarían viviendo en Eritrea –un país que realiza detenciones arbitrarias, que practica la tortura y que es un país con mucha pobreza y desigualdad socia–. ¿Y que podemos decir de Somalia donde las milicias aterrorizan a la población?. ¿Se quedarían en sus países de origen o se arriesgarían a salir de él sin importar las consecuencias? La ecuación para la toma de decisión es sencilla: en el país de origen –su país del que huyen– es más que probable que mueran.
Ya que hay gobiernos que olvidan que a las víctimas que huyen de diversos conflictos se les debe tratar con humanidad y dignidad, las ciudadanos no podemos renunciar a nuestro deber: tenemos que exigirlo y posibilitarlo. ¿Cómo? En primer lugar ejerciendo presión política, saliendo a la calle, exigiendo que la hospitalidad a las personas que migran esté en la agenda política. Además quebrando esas leyes injustas que penalizan la acogida, que criminalizan la solidaridad y se empeña en tener miedo al otro. Quizás una buena estrategia social fuese desterrar de nuestro imaginario el ellos y nosotros. Sentirnos ciudadanos comunes, y hermanados puede ser el primer golpe de piqueta solidaria que ejercer contra esos muros que físico, espirituales o económicos cada vez se están levantando de manera más atroz y vergonzante
De pequeñas iniciativas se logran grandes acciones, si eres persona activa y te gusta ayudar a los demás puedes realizar diversas actividades con tu grupo de amigos, fundación, escuela, asociación, parroquia, grupo de teatro, danza, etc. La idea es que se realicen actividades de encuentro con personas migrantes y refugiadas. Lo importante es que brote la necesidad de ayudar a estas personas independientemente de la religión, tendencia ideológica, etc. Quizá la mayor desobediencia sea el ejercicio mismo de esta solidaridad.
Tenemos que acuñarnos la importancia de la participación ciudadana para lograr un cambio, independientemente de posturas políticas, sociales y económicas…, en todas ellas deben prevalecer los derechos humanos, la democracia, la igualdad y equidad. Y, esa transformación solo se puede dar desde la ciudadanía. De salir a la calle y exigir, de utilizar las redes sociales como nueva herramienta para pedir cambios. Dejar de ver a los “otros” como problema, agudizar nuestra inteligencia para descubrir que todos podemos ser parte de la solución.
Vivimos una España que no se recupera de la crisis económica, que se agrava la brecha existente entre ricos y pobres aunque no se reconozca; con una población mayoritaria de la tercera edad y unos índices de natalidad están bajos. ¿Las pensiones, quién las pagará? Sonará muy utópico pero desde la ciudadanía se deben pedir y accionar políticas sociales y económicas integrales y justas. Donde nos ayudemos todos, quien estamos y quien venga, donde el migrante o refugiado sea tratado con dignidad e incorporarlo (que no es abducirlo o convertirlo) y que no cerrarle las puertas. Un extranjero busca no escuchar disparos, no huir, viviendo con tranquilidad… eso que es lo que les hizo migrar. Por tanto necesita una España solidaria, una Europa de raíces realmente humanizadoras y una ciudadanía –unos creyentes– con las puertas y el corazón abierto.