Éxodo 136
– Autor: Editorial –
Al hilo de los últimos avatares de la política mundial —con la sorprendente victoria de Trump y el florecimiento de los partidos xenófobos y ultraconservadores—, y, particularmente, de la anómala situación de la política en España y de sus dificultades para conformar una mayoría de gobierno, nos hemos planteado en este número de Éxodo abordar el fenómeno, siempre escurridizo, de la soberanía: ¿Quién dijo soberanía?
No es éste un tema nuevo en la revista. Ya en el nº 119 de junio del 2013 nos preguntábamos, desde el fragor de una crisis global que ponía en cuestión nuestro modelo de sociedad, si “el pueblo era realmente soberano”. Ahora, a tres años de distancia, y más desgastado por los recortes sociales y la mordaza impuesta a las libertades ciudadanas, volvemos sobre el tema, planteando nuevas preguntas del tenor de las siguientes:
¿Qué puede estar pasando en el sistema de organización política de una sociedad cuando no consigue, después de varias elecciones formalmente democráticas, articular un gobierno a satisfacción de la mayoría y tiene que aceptar, a regañadientes, “lo malo conocido”, surgido de un partido bajo sospecha permanente de corrupción y que ha elevado como ningún otro a principios de su acción política la mentira como programa y la ignorancia o pérdida de la memoria ante la imputación jurídica?
¿Qué está pasando en una sociedad que se creía democrática cuando llega a descubrir que la representación parlamentaria que ha elegido en votación formal “ya no la representa” y cuando los partidos políticos, instrumentos constitucionalmente fundamentales para la participación ciudadana, están más preocupados por mantenerse en el poder que por hacer realmente política con la ciudadanía?
¿Qué está pasando en una sociedad cuando, debido a la globalización y las migraciones, a las alianzas políticas y el pluralismo cultural, conceptos como Nación y Estado, pueblo y ciudadanía se han licuado hasta el punto de no servir ya para fijar las identidades, nacidas de la sangre y el territorio, ni para asentar la soberanía sobre un poder sólido, independiente y absoluto?
Ante la densidad de estas cuestiones, nuestro propósito no puede ser en modo alguno dar la solución a estos problemas complejos que no se han podido resolver en los siglos pasados. Sería muy pretencioso por nuestra parte el hecho mismo de pretenderlo. Con la modestia y cautela que este asunto requiere, nos proponemos ofrecer elementos y algunas claves para un planteamiento serio y actual, y también crítico y práctico.
Si “la soberanía nacional, como dice la Constitución española de 1978, reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado” (art.1, 2), parece evidente que algo muy importante estamos haciendo mal para que sobre el imaginario colectivo sobrevuelen cuestiones inquietantes como las que nos hemos planteado anteriormente. También pudiera suceder que la solemne afirmación hecha en la Constitución del 78 no fuera tan cierta como se dice y que no tuviera más alcance que el que cabe en un buen deseo utópico o que, finalmente, los mismos conceptos de soberanía, Nación, Estado, etc., con el paso del tiempo, hayan cambiado ya de significado.
El cualquier caso, desde Éxodo apostamos por una sociedad plenamente democrática donde la soberanía sea ejercida efectivamente por una ciudadanía que hace las leyes para articular su convivencia y se someta a las mismas, y donde la representación parlamentaria no suplante esa participación real y efectiva del pueblo. ¿Será necesario, como se afirma en alguna sección de este número, un proceso constituyente?