Escrito por
Éxodo 94 (may-jun.’08)
– Autor: Elena Martín –
No es la primera vez que un tema educativo clásico, en el mejor sentido de la palabra, es decir, relevante, nuclear, objeto de reflexión recursiva a lo largo de muchos años por parte de los expertos en este ámbito de conocimiento, puede permanecer en un segundo plano hasta que se convierte en un debate teñido de fundamentalismos políticos y religiosos. A nuestro modo de ver esto es lo que ha venido sucediendo en el último año con la propuesta de la asignatura de Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos. Lo que pudo ser una rica reflexión acerca de la función de la escuela en el desarrollo de personas que puedan contribuir al avance de los grupos sociales de los que forman parte y beneficiarse a su vez de la riqueza que supone vivir en sociedad corre el riesgo de reducirse a la decisión de tomar postura a favor o en contra de esta asignatura. Nuestro propósito al escribir estas páginas es volver a situar el ineludible objetivo escolar de formar ciudadanos en una dimensión de análisis más amplia y más compleja.
¿Están siendo capaces los colegios e institutos de cumplir este encargo con éxito? Los datos con los que contamos apuntan a una respuesta negativa a esta pregunta. La distancia de los alumnos hacia la institución escolar, cuando no el rechazo explícito, es una actitud cada vez más frecuente. Los docentes se quejan de forma reiterada de lo difícil que les resulta crear un clima positivo de convivencia; la falta de valoración de lo público se manifiesta diariamente en la falta de cuidado del mobiliario y de los espacios comunes; se aprecia asimismo un incremento del individualismo en detrimento de proyectos de carácter social. Este panorama, que viene respaldado por numerosos estudios, no significa que no haya casos que se salen de esta descripción, pero existe un amplio acuerdo acerca de que estas tendencias resultan mayoritarias.
Aceptando la dificultad de la situación, nos gustaría no obstante huir de discursos calamitosos y paralizantes y para ello consideramos que lo más útil es, por una parte, analizar cuáles pueden ser las causas de esta dificultad de la institución escolar para desarrollar la competencia social y ciudadana y, por otra, desentrañar qué es lo que hacen los colegios e institutos que lo consiguen en mayor medida, ya que esto muestra que es posible llevarlo a cabo, aunque sin duda resulte difícil.
El principal escollo reside a nuestro juicio en que la sociedad, y la escuela como reflejo de ella, sigue creyendo que lo importante son los contenidos disciplinares y no asume la enseñanza de otros ámbitos del desarrollo personal. Para algunos docentes, sobre todo en el caso de secundaria, estos aprendizajes deberían asumirse por parte de la familia y del conjunto de la sociedad y no tanto por la escuela. No niegan que ésta tenga una cierta influencia en el campo del desarrollo que nos ocupa, pero creen que no puede consumir igual tiempo ni otorgarle la misma importancia que a las capacidades intelectuales y que, por otra parte, adquirirlas no implica una enseñanza planificada: se aprende, aunque no se enseñe.
Si bien es cierto que el aprendizaje de la ciudadanía es responsabilidad de la familia y de otros contextos sociales en los que se desenvuelve la persona, no lo es menos que compete igualmente a la escuela. Lo que sí parece es que los cambios familiares y sociales que se están produciendo pueden haber sobrecargado a la institución escolar. Pero, en lugar de quitar importancia al papel de la escuela, estos cambios le atribuyen si cabe más responsabilidad. Ello no significa que también sea necesario que el resto de los contextos educativos – familia, medios de comunicación, espacios de ocio y tiempo libre con los iguales- no deban reconsiderar su responsabilidad, pero en ningún caso supondría que la escuela pudiera olvidar este fin ya que sigue siendo el único entorno por el que pasan todos los niños y jóvenes y el que mayores oportunidades de socializar en los hábitos comunes ofrece.
El último aspecto que a nuestro entender dificulta educar en la ciudadanía en los centros escolares es la importancia que los valores tienen en esta formación. Convertirse en un ciudadano activo, crítico y responsable supone sin duda comprender determinados conceptos y principios, implica igualmente adquirir ciertas formas de saber hacer, de procedimientos, pero sobre todo exige construir actitudes, es decir, tendencias de comportamiento que, para no resultar arbitrarias o debidas exclusivamente a que son las dominantes en un momento dado en la sociedad, deben estar fundamentadas en valores.
Esto significa que la forma de educar en la ciudadanía debe ser responsabilidad de todos y centrarse en el ejercicio de los valores, en la experiencia de lo que significan realmente en la vida cotidiana y acompañar esta experiencia de reflexión, de tal forma que el alumno sea consciente de las razones que justifican una u otra conducta. Se trata pues de desarrollar el juicio moral y no de habituar a las personas a unos determinados comportamientos, ya que esto último sería adoctrinamiento. Hacerlo así puede llevar a que quizás utilicen la capacidad que hemos ayudado a desarrollar para optar por formas de ver la vida distintas a las nuestras, pero éste será precisamente el indicador de que lo hemos hecho bien. Educar supone hacer autónoma a la persona, capaz de pensar por sí misma, de ejercer el juicio que hemos contribuido a formar, el sistema axiológico que guiará sus decisiones.
La institución como fuente de influencia educativa
Esta influencia es necesario ejercerla desde el conjunto de la institución, todos los docentes son modelos de comportamiento, todos deben utilizar sus clases y otros momentos que comparten con los alumnos para ofrecer actividades que supongan experiencias de los valores que desea construirse. Cada profesor, y cada adulto del centro, debe además hacer explícitas las razones de su conducta y enseñar a los alumnos y alumnas a pensar a su vez en las suyas y a valorarlas.
La propia organización del centro es esencial para educar en la ciudadanía. Los colegios e institutos deben ser lugares donde se practiquen los valores ciudadanos. Como señala Josep María Puig Rovira:
“Una escuela moralmente densa es …. una escuela capaz de establecer prácticas que facilitan las relaciones cara a cara entre jóvenes y adultos que instituyen situaciones de diálogo abierto a la opinión libre de todos los participantes y, finalmente, que pone en marcha proyectos de cooperación que pongan de acuerdo a sus miembros en la persecución de un horizonte compartido. Una escuela capaz de afecto, comunicación y cooperación.” (J.M. Puig Rovira, 2003)