Escrito por
Éxodo 137
– Autor: Silvia Martínez Cano –
Se nos abre hoy un tiempo de nueva creatividad eclesial que las mujeres creyentes llevamos demandando desde hace mucho tiempo en esta iglesia nuestra. Al igual que Jesús propuso a sus seguidores un «discipulado de iguales», donde la filiación con Dios como hijas e hijos suyos nos lleva a una hermandad en igualdad de dignidad y por lo tanto una igualdad en tareas, responsabilidades y liderazgos eclesiales, este siglo nos brinda la posibilidad de soñar una iglesia con nuevas relaciones. Esto significa una nueva forma de entendernos como hermanas y hermanos, y una nueva organización eclesial que sea signo de amor dinámico y creativo en el mundo.
De esta manera, nuestras comunidades van a mostrar al mundo el carácter ontológicamente justo y misericordioso del Evangelio y ellas mismas, como sacramento visible, van a invitar a la implicación personal. Pero esta visibilización debe ser total, en cuanto que cada miembro de la iglesia y cada comunidad local deben ejercer un liderazgo activo, que emocionen y motiven a otros a la participación en la mesa del Reino y la transformación del mundo. Es inevitable, por tanto, dar espacio tanto a hombres como a mujeres para que lo ejerciten con independencia de su género.
Las cristianas están percibiendo los cambios muy suavemente, pero es verdad que muchas de ellas consideran que no es suficiente si queremos dar respuesta a las culturas en la complejidad global y local. La necesidad de justicia y de construcción de espacios de reciprocidad amorosa en el quehacer diario, nos invita también a revisar las formas y estructuras con las que nos mostramos e intervenimos en el mundo.
La principal demanda que realizan las cristianas con respecto a sus iglesias es todavía la igualdad dentro de la propia iglesia. Aún no hemos llegado ni tan siquiera a lo que Francisco llama la “unidad en la diversidad”, sino que seguimos sin aplicar el principio conciliar del diálogo amoroso intraeclesial como base del crecimiento de la comunidad. Por ahora, esta igualdad se da muy puntualmente, porque no se ha tocado el principal problema que la bloquea que es la estructura eclesial abanderada por los varones célibes. En ella radica una comprensión de diferentes dignidades entre hombres y mujeres, entre clero y laicos que hay que abordar como uno de los retos principales de este siglo. Sin la intervención en este tema estructural, todas las reformas parciales pueden quedar invalidadas. La herencia eclesial dificulta el diálogo encaminado a la comprensión de nuevas relaciones. También la resistencia de algunos sectores conservadores de defender una eclesiología preconciliar. Lo cierto es que el evangelio nos llama a entendernos, y todos y cada uno de nosotros debemos responder a esta llamada.
- Luces para el hoy
Desde mi perspectiva, encuentro otras dos dificultades que pueden paralizar los cambios que propone Francisco y otros que van más allá, y que afectan directamente a las mujeres creyentes.
La primera es la idea de que está presente en la parte de la jerarquía católica y de algunos hombres creyentes de que «debe haber más participación de las mujeres en la Iglesia». Hay que puntualizar que la gran mayoría de creyentes activos y comprometidos en labores de Iglesia son mujeres. Las mujeres «ya» participan en la Iglesia católica, pero no se las ve. Las labores de catequesis y cuidado de la comunidad, de Cáritas y de otras instituciones… recaen frecuentemente en las mujeres, presentes en la construcción cotidiana de la Iglesia. No necesitan ser «reinsertadas» en la Iglesia, pues ya son Iglesia. Lo que necesitan es que se reconozca esta labor y se cuente con sus criterios e intuiciones, se les confíe la organización en los momentos que sea necesario y formen parte de los grupos de reflexión y decisión de la Iglesia. El reto está más allá del debate sobre el sacerdocio femenino, punta del iceberg de una problemática mayor. Está en una revisión profunda de la antropología cristiana y sus consecuencias en las relaciones entre hombres y mujeres creyentes[1]. El trabajo conjunto, como ya se ha atrevido a hacer real Francisco, no nos debilita ni empobrece, sino que nos hace más creativos y capaces en el Amor de Dios.
Es necesario, por tanto, pensar desde un reparto de poder equitativo, y abandonar el pensamiento de «inserción o concesión» de decisión de las mujeres, ya que sitúa a las mujeres en la periferia y monopoliza el poder desde lo masculino. Pensar en estos repartos de tareas y responsabilidades nos obliga a reformular las relaciones entre hombres y mujeres y también nos posibilita la reflexión teológica sobre el sacerdocio común de los y las creyentes[2].
La cuestión no está en la «participación en la Iglesia», no hablamos de «concesión» de espacios de decisión, insisto, sino en una gestión eclesial compartida, equilibrada, donde los hombres y mujeres sean escuchados y participen en las decisiones que se toman, formando parte de comunidades y diócesis. Se trata de estimar y querer al otro por lo que tiene que aportar y dejarle actuar para que sea posible. Es decir, una construcción de una eclesiología de comunión comprometida (una comunidad ecológica integral, LS 137-162) en la línea que apuntaba el concilio, pero teniendo en cuenta la realidad del siglo xxi (EG 16).
Se trata de un lento proceso[3], que se está concretando más en concreciones organizativas que en reflexiones profundas sobre la propia estructura eclesial. Pero no al laicado. La apuesta de Francisco por la colegialidad episcopal, fue expresada en la encíclica “Evangelii Gaudium” (EG 32) afirmando que las conferencias episcopales pueden aportar una múltiple y fecunda contribución a la práctica de la colegialidad para que se realice concretamente (EG 30-31), pero faltaría prolongarse también a las relaciones entre clérigos y laicos y laicas. Sobre todo en aquellas tareas y decisiones que pueden repartir poder y responsabilidades[4] para una mejor gestión de las potencialidades de las comunidades cristianas.
Sin duda, sería útil –¡y hermoso!– que pudiéramos trabajar codo con codo con nuestros obispos reimaginando estos órganos diocesanos de participación. Quiero decir que los consejos diocesanos podrían tener un papel protagonista en la activación de un diálogo diocesano a todos los niveles. Al igual que el papa Francisco está abierto a la escucha de distintos colectivos cristianos y las opiniones que estos puedan dar[5], sería de desear que esta actitud se propagara en nuestras diócesis y comunidades, haciendo crecer en nuestros entornos el talante dialogante y de participación.
Esta situación favorecería la revisión de las tareas de servicio en las diócesis y comunidades cristianas, que son fundamentales para las dinámicas comunitarias de la Iglesia. El reparto de labores catequéticas, asistenciales, sacramentales, de gestión y administración, etc., debe ser ecuánime, de tal manera que no se establezca una discriminación de tareas por razón del sexo, que no tienen en ningún caso base teológica, sino que asume injusticias culturales, sino que se hagan repartos ecuánimes entre mujeres y hombres, en función de su vocación y compromiso complementando perspectivas y experiencias. En definitiva, hablamos de un discipulado de iguales, seguidores todos de Jesús[6] donde los repartos de poder se piensen a través de relaciones empáticas, sin rivalidad ni competitividad[7].
El segundo planteamiento erróneo, a mi modo de ver, es la idea de que es necesaria “una teología de la mujer” en el ámbito católico. Hace tiempo que las mujeres creyentes llevamos reflexionando sobre Dios dentro del ámbito católico. Desde los años 60-70 se comienza a escribir desde una profunda reflexión hermenéutica de los textos de la Escritura sobre las mujeres y su experiencia de Dios. Teólogas como Mary Daly y Rose Mary R. Ruether en Estados Unidos, Catharina Halkes en Centroeuropa o Kari Borresen en norteuropa, Ivone Gebara en Brasil, Elsa Tamez en Méjico, Dolores Aleixandre, Mª José Arana e Isabel Gómez-Acebo en España llevan 50 años escribiendo desde perspectivas y desarrollos teológicos diferentes. Existen asociaciones de teólogas en distintos lugares del mundo desde los años 80, por ejemplo la ESWTR (que es ecuménica e interreligiosa) o la Asociación de Teólogas Españolas (ATE) y otras en diferentes países. ¿Cómo es posible que se hable de la necesidad de una “teología de la mujer” todavía si ya existe? Puntualizo dos cuestiones.
En primer lugar, me resulta asombroso ver que Francisco cuando habla de la «Teología del Pueblo», distingue entre las distintas particularidades de las culturas para comprender la experiencia cristiana, y no distingue entre las distintas comprensiones que tienen las mujeres creyentes desde sus culturas. No tiene en cuenta sus situaciones, aunque es consciente de ellas y de sus sufrimientos de una manera paternalista, tratándolas con minoría de edad. Pese a que en el Vaticano II se rechazó las discriminaciones por razón de sexo (GS 29), y se defendió la igualdad en el trabajo (GS 34), en la familia (GS 49) y la participación igualitaria en el apostolado (AA 9), en la práctica no hay cambios eclesiales para las mujeres, por ahora.
En segundo lugar, cuando se habla de “teología de la mujer” ¿de qué se habla? La teología de la mujer no se define por la autoría femenina de la misma o por la reflexión teorizada o esencialista sobre la mujer. Hay teologías hechas por mujeres que reproducen los modelos, pensamientos y conceptos teológicos masculinos y patriarcales. Hay otras teologías que se desmarcan de este continuismo preconciliar preocupándose de una reflexión encarnada en las experiencias de las mujeres y los sujetos sufrientes y sometidos. Éstas, las teologías feministas, hechas por mujeres y por hombres, hacen teología con el deseo de mejorar la vida de las mujeres en general y de los oprimidos.
No se trata de hacer una teología del genitivo, o sea, «teología de o sobre la mujer». Tampoco reafirmar lo femenino en la teología. No necesitamos teologías desencarnadas. Se trata de dar cauces a las mujeres con su propia cultura y sus propias experiencias para que puedan construir y expresar su vivencia de Dios y puedan empoderarse a través de Jesucristo en el contexto histórico que habitan.
Por eso debemos hablar de “Teologías” de las mujeres en plural, ya que no es lo mismo, por ejemplo, la teología ecofeminista de Ivone Gebara[8] que la teología coreana de las “minjung dentro de los minjung” de Chung Hyun Hyung[9]. Las teólogas exploran las situaciones y matices de la vida de las mujeres en distintos lugares, y tratan de sintetizar cuál es la experiencia liberadora que experimentan las mujeres frente a la injusticia, el sufrimiento o la opresión acompañadas por Dios. La crítica a los modelos patriarcales, ha ido acompañada de propuestas teológicas y otros lenguajes y narrativas que dan y pueden dar luz a muchas personas en el mundo.
Muchas teólogas católicas reivindican el camino que ya se ha hecho, para que se tenga en cuenta en este momento eclesial. Sería deseable que en el nuevo modelo de “unidad en la diversidad” que propone Francisco tuviera en cuenta los muchos descubrimientos hechos por las mujeres creyentes.
Propuestas para el mañana
Tomar de punto de partida esta experiencia religiosa participada de las mujeres nos hace retomar la propuesta del concilio Vaticano II y seguir reflexionado y actuando. Desde un hoy en reforma, me atrevo –las mujeres creyentes nos atrevemos– a esbozar lugares de presencia de la acción de la comunidad cristiana como semilla del Reino.
Se necesita, así, una transformación de la Iglesia Católica para un mundo diferente. Una transformación que construya entre todos, hombres y mujeres, iglesias más acogedoras, más justas y más evangélicas (GS 83). Desde la experiencia religiosa de las mujeres creyentes, que ven en otras mujeres y viven en su propia vida la desigualdad, la injusticia, la discriminación, se vislumbra con claridad una serie de retos que espolean a la Iglesia en su caminar histórico, con ello se «ocupan» los lugares eclesiales por el Pueblo de Dios y se democratiza la producción teológica[10], como palabra viva y activa.
Esta práctica se puede desarrollar educando en la mutua autonomía y reciprocidad de la fe de los creyentes. Es decir, creer en capacidad de crear e innovar en reflexiones y en vivencias para que la fe fluya y esté viva. Ejercitar la labor de cuidar y favorecer su desarrollo de la teología de la propia comunidad local, para contribuir a una nueva red de articulaciones sobre la experiencia de Dios[11].
Esta práctica propicia una cultura del intercambio de las experiencias de la fe, tan enriquecedor para todos. Mejora la visión del conocimiento profundo de la verdad salvífica[12], recuperando la teología de lo académico a lo vivencial. Desarrollar una cultura del intercambio primero, multiplica nuestra capacidad de hablar de Dios y de sentir a Dios, sin imponer un solo camino o una sola hermenéutica. Segundo nos habitúa al diálogo intraeclesial, en lo organizativo, en lo experiencial, en lo celebrativo y en lo comunitario. Caminamos hacia una iglesia más armónica, más recíproca, donde caben accesos alternativos a Dios[13] desde las culturas y las sensibilidades individuales y colectivas. Tercero, nos aproxima en los lenguajes, compartiendo significados sobre la relación de la comunidad cristiana con las culturas, con las identidades, con la biodiversidad del planeta. Por último, nos hace más compasivos con el prójimo y a la vez más creativos y capaces de crecer en justicia.
Las mujeres somos, en definitiva, protagonistas principales de este «kairós» de la Iglesia de Dios. Hace años Joan Chittister lo expresaba diciendo: «Persevero en la Iglesia porque no conozco ningún otro lugar que satisfaga en mí lo que la Iglesia misma nos enseña a buscar: una vida sacramental que haga todo sagrado, una comunidad de fe que celebre la vida conjuntamente, la proclamación de la imagen de Dios viva en cada uno de nosotros, la contemplación de la verdad que da sentido a la vida.»[14] Como ella, muchas mujeres seguimos confiando en la Iglesia como motor de transformación de nuestra vida y de nuestra historia comunitaria y social. La deseamos más capaz, más abierta, más acogedora, más audaz. Queremos una Iglesia donde la experiencia de Dios no sea inmutable y estática sino dinámica, abierta y colectiva de forma que la diversidad nos haga crecer en el Espíritu. Vencer el temor al ridículo y a cometer errores[15] dentro y fuera de ella y dejar actuar a Dios en la vida de todos, hombres y mujeres, para la transformación del mundo.
[1] Entrevista a Ivone Gebara 26 marzo 2015 http://blog.cristianismeijusticia.net/?p=12066
[2] Guevara, Junkal, “Todo el pasado se quiere apoderar de mi, y yo me quiero apoderar del futuro”, Sal Terrae nº 1212 (junio/2016), 515-528, aquí 521.
[3] Madrigal, Santiago, “El concilio Vaticano II: remembranza y actualización” [en línea], Revista Teología, nº 117 (2015), 131-163, aquí 159. http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/revistas/concilio-vaticanoremembranza-actualizacion.pdf
[4] Martínez Gordo, La conversión…, 192-193.
[5] Cfr. Madrigal, Santiago, “Un pastor al servicio del Vaticano II”, Estudios Eclesiásticos nº 350 (2014), 574-576.
[6] Cfr. Schüssler Fiorenza, Elisabeth, Cristología feminista crítica (Trotta: Barcelona 2000), capítulo 2.
[7] Guevara, Todo el pasado se quiere…, 522.
[8] Gebara, Ivone, Longing For Running Water: Ecofeminism And Liberation (Minneapolis: Augsburg Fortress Press, 1999). Ivone Gebara, Intuiciones ecofeministas: ensayo para pensar el conocimiento y la religión (Madrid: Trotta, 2000).
[9] Hyun Hyung, Chung, Introducción a la teología femenina asiática (Estella: Verbo Divino, 2004).
[10] Rieger, Joerg, y Pui-Lan, Kwok, Occupy Religion. Theology of Multitude (Maryland: Rowman and Littlefield, 2013), 117.
[11] Martínez Cano, Silvia, “Teología, creación y creatividad”, en Carlos García de Andoín (dir.), Tiempo de disenso. Creer, pensar, crear (Valencia: Tirant Humanidades, 2013), 301-329, aquí 316.
[12] Martínez Cano, Teología…, 317.
[13] Johnson, Elisabeth A., La búsqueda de Dios vivo. Trazar las fronteras de la teología de Dios (Santander: Sal Terrae, 2008).
[14] Chitister, Joan, Odres nuevos (Santander: Sal Terrae, 2003), 100-102
[15] Kasper, Walter, “Es tiempo de hablar de Dios”, en George Augustin (ed.), El problema de Dios, hoy (Santander: Sal Terrae, 2012), 26.