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Número 84 (mayo-junio’06)
– Autor: Gustavo Roig Domínguez –
Cuando pensamos en los grandes medios, los asociamos con facilidad y certeza al universo de las empresas de comunicación, los partidos políticos, la banca o el estado. Y solemos acertar, así, en una primera apreciación, al identificar a los mass media con el poder en términos generales y con algunas expresiones del mismo en términos particulares. Y al poder lo asociamos a la idea de pensamiento dominante, único; a verdades incuestionables que operan como matrices hegemónicas desde las que se explica el mundo y todo lo que nos acontece2. Idea de poder, concepto de verdad y una responsabilidad evidente en los mecanismos de producción de sentido, que permiten a la opinión pública aceptar como inevitable la vida y el mundo que nos ha tocado vivir. Eso suele ser lo que intuimos al pensar en los grandes medios.
¿Y qué pensamos cuando nos referimos a los medios alternativos? En algunos casos, cercanía, si lo hacemos desde algún espacio de las redes sociales. Complicidad al comprobar coincidencias en su forma de abordar temas que consideramos “nuestros”. Los sentimos parte de nuestra actividad, sometidos a las mismas penurias y debilidades organizativas que suelen caracterizar a los espacios de militancia y activismo que convenimos en llamar movimiento. Son algo cercano, empático, son parte de lo nuestro, por tanto en ellos hay algo de nosotros.
Sentir esto aclara, por contraste, la contraposición evidente entre los medios hegemónicos y las prácticas comunicativas contrahegemónicas, y lo hace a un nivel epidérmico, en la percepción básica. Profundizando bajo esa primera impresión podríamos establecer algunos de los elementos definitorios de esta prácticas alternativas con la idea de presentarlas como un modelo de comunicación propio de las redes sociales, de los espacios sociales desde los que se construye pensamiento y prácticas críticas con la realidad, es decir, con el capitalismo.
EL MODELO
Comunicación y política son conjuntos significativos superpuestos que a estas alturas de la historia se mimetizan y no pueden concebirse por separado. Cuando en los sesenta Marcuse sentaba cátedra sobre el ciencia y tecnología taylorista, como proceso social de reproducción sistémica y como actualización ideológica de las fantasías progresistas decimonónicas, apenas se percibía la potencia política del desarrollo científico técnico vinculado a estrategias comunicativas. Habermas fue quizá el primero a intuir, apenas superado el 68 francés, las posibilidades liberadoras de lo técnico vinculado a procesos deliberativos. Hoy, la política , que es pura comunicación, ha incorporado la tecnología de la información como herramienta y la ha transformado en paradigma, en ideología. La red ya no es sólo un espacio ni una plataforma de interconexión; hoy las redes son modelo organizativo y referente de organización social y política tanto para teóricos de la nueva economía (que a día de hoy ya no es nueva) como para movimientos de resistencia y acción global.
Lo que solemos entender como medios de comunicación alternativos son un conjunto de webs, periódicos, revistas, radios libres o televisiones que comparten con las redes sociales discurso y formas de organización. Y no es poca cosa pues desde esas dos premisas es desde donde se construye un modelo de comunicación propio (el de las redes sociales) alternativo al de los medios de comunicación de masas (MCM). La alternatividad no explica mucho más que eso: el distanciamiento respecto al modelo mediático hegemónico y su superación política de la mano de políticas rupturistas, antisistémicas, contrahegemónicas. Lo alternativo no es una categoría política, mucho menos una corriente política definida. Es una recurso significativo que nos sirve para mencionar unas prácticas a las que hace tiempo hemos dejado de llamar revolucionarias (una renuncia a mitad de camino entre la derrota cultural y el reconocimiento de lo real) y hoy podemos englobar en la crítica organizada al capitalismo: antiglobalizadores, libertarios, autónomos, ecologistas, feministas, hackers, estudiantes, ONG’s, sindicalistas, comunistas… Este entramado de novísimos, nuevos y viejos movimientos sociales -difícil de definir en la precisión académica, accesible en una representación mental de tipo político o cultural- es el espacio de lo alternativo y de él parten los discursos de la alternatividad.