Escrito por
números 78-79 (marzo-junio ’05)
– Autor: Juan José Tamayo –
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría, de la Universidad Carlos IIII de Madrid
Voy a comenzar esta exposición con un texto de Karl Barth, tomado de su obra Introducción a la teología evangélica, que cincuenta anos después, conserva toda su vigencia, e incluso más que cuando se escribió. Es un texto provocativo que llama la atención sobre las carencias de la teología e invita a la creatividad permanente.
El trabajo teológico se distingue de los otros -y eso podría ser ejemplar para toda tarea del espíritu- por el hecho de que aquel que quiere realizarlo no puede llegar a él descansado, desde unas cuestiones ya solucionadas, desde unos resultados ya seguros, no puede continuar el edificio sobre unos fundamentos que ya han sido colocados, no puede vivir de unos réditos de un capital acumulado ayer, sino que se ve obligado, cada día y cada hora, a volver a empezar por el principio…. En la ciencia teológica, ‘continuar’ significa siempre ‘volver a empezar por el principio’. Ante su radical riesgo, el teólogo debe ser suficientemente fuerte, al movérsele la tierra bajo sus propios pies, para buscar una nueva tierra firme sobre la que sostenerse, como si no la hubiera tenido nunca. Si la teología no quiere precipitarse en la arterioesclerosis, en el aburrimiento ergotista, su trabajo de ningún modo puede ser rutinario, no se puede realizar en función de un automatismo.
Yo creo que los diferentes paradigmas con los que ha venido operando la teología cristiana ya hace tiempo que empiezan a acusar síntomas de cansancio, y en algunos casos de agotamiento y anacronismo, porque no son capaces de dar respuesta a los nuevos climas culturales y sociales planetarios. Sus planteamientos parecen responder a contextos del pasado. Cuando nos sabíamos todas las preguntas nos cambiaron las respuestas. Hoy la mayoría de las teologías, y muy especialmente las oficiales de las distintas religiones, viven de repeticiones miméticas, padecen de esclerosis múltiple (y las católicas, de tortículis de tanto mirar al Vaticano), carecen de imaginación y de creatividad. Lo expresaba certeramente el arzobispo anglicano William Temple cuando, al ser preguntado en una ocasión qué era un teólogo, respondía de esta guisa:
“Un teólogo es una persona muy sensata y sesuda que pasa toda una vida encerrado entre libros intentando dar respuestas exactísimas y precisas a preguntas que nadie se plantea”.
Creo que es necesaria una refundación de la teología, y más en concreto de la teología de la liberación o, en otras palabras, un Nuevo Paradigma Teológico para Otro Mundo Posible, que debe ubicarse adecuadamente en este tiempo y abrirse a nuevos horizontes. Propongo a continuación algunos de estos horizontes que pueden contribuir a la creación de dicho paradigma. Seguro que ustedes pueden ampliarlos e incorporar otros nuevos.