Escrito por
Éxodo 130
– Autor: Théodore Lejeune Nken –
La búsqueda del orden cósmico, social y moral es la causa principal de la religiosidad en África tradicional. En el plan social, existe en el África tradicional una relación muy estrecha entre el poder y la religión. Puesta al servicio del poder establecido, la religión es la búsqueda del orden social y de su mantenimiento. En el plan moral, la sociedad tradicional africana está compuesta de vivos y muertos con el primado de los muertos en los vivos. La religión significa aquí necesidad de mantener vínculos entre los vivos y los muertos. El orden cósmico es, por ejemplo, la sucesión normal de las temporadas, la ausencia de terremotos, inundaciones, sequías, epidemias. Por ello, el orden cósmico sólo existe cuando hay un equilibrio perfecto entre el hombre y el mundo que le rodea. La búsqueda del orden, el deseo del equilibrio y la armonía pasa, y se realiza en él por medio de prácticas y ritos religiosos, por la creencia, la adoración y la veneración de las cosas y objetos del mundo material. Así, la religión se presenta al africano no sólo como un intermediario, un facilitador, sino también y sobre todo como guía, como la estrella que ilumina las cimas más altas del cosmos. La espiritualidad invita al africano a aceptar lo que ha recibido, a descifrarlo con creencias, a reconstruirlo con fe, a meditarlo en profundidad y reorganizarlo con sabiduría en ritos y prácticas, a ordenarlo racionalmente.
En los países de Occidente, la naturaleza tiene un enfoque a menudo materialista, es concebida como un conjunto de recursos de materiales (agua, energía, petróleo, gas, minerales, etc.); para el africano, en cambio, la naturaleza es el lugar sagrado heredado de los antepasados. El trato medioambiental de Occidente depende en gran parte de una gestión de ese conjunto de recursos, pero, para el africano, el medio ambiente es ciertamente también recurso, pero sobre todo es «lugar de vida». Su lucha contra las empresas multinacionales que extraen minerales de sus montes o de sus bosques representa el hecho no sólo de defender y proteger sus materias, sino también de proteger y defender los espíritus y las divinidades que «habitan» en esos lugares. Con la aparición del capitalismo en Occidente, el medio ambiente ha cambiado de estatuto: de sagrado se ha convertido en profano. La crisis ecológica es pues una «profanación» de la naturaleza. La naturaleza tiene un alma. Es la razón por la que, en las sociedades africanas, la ecología no podrá desarrollarse sin su dimensión cultural y espiritual. Lo sagrado no es únicamente trascendental, situado en el más allá. Está aquí y ahora, en la tierra, en los árboles, en el viento, en los fenómenos naturales. Por eso, cuando el africano es despojado de sus montañas o de sus bosques, la crisis que sufre toma el rostro de un drama a la vez ecológico, antropológico y espiritual.
La crisis ambiental no es sólo un problema de la fauna y la flora, el clima y la diversidad biológica. Existe una relación vital entre los seres humanos y su hábitat. Cuando esta relación es maltratada, es legítimo hablar de una crisis ambiental. Todas las culturas de la humanidad poseen potencialmente los valores de la ecología. Todas las religiones valoran y expresan esos valores universales. Profanar la tierra equivale a maltratar la creación divina. Para todas las religiones, el hecho de vivir una vida espiritual a la sombra de un planeta maltratado no debería tener sentido. Por eso la ecología debe ser una de las dimensiones esenciales de la espiritualidad de ser humano, al igual que la libertad, la dignidad y la justicia. En momentos en que todos parecen haber olvidado el mensaje del medio ambiente, la ecología africana es un ejemplo y una alternativa.