martes, octubre 8, 2024
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Los escritos de Rufino Velasco Espejo de su pensar y vivir cristianos

Presentación bibliográfica

1. Los escritos medio y espejo de lo que es y piensa un autor

Sin duda, son muchos los que conocieron y trataron a Rufino, y todos pudieron enriquecerse con unos u otros de sus escritos. El poder acercarse ahora al conjunto de ellos, despertará, en quien lo haga, admiración y gran respeto. Por tres razones:

  1. Porque Rufino, en su larga trayectoria de teólogo en el campo de la eclesiología, muestra claro haber captado desde el principio, y desarrollado posteriormente, que la Iglesia es la realidad central para descubrir y destacar la persona y mensaje de Jesús.
  2. Porque esa tarea exige analizar e investigar cómo la Iglesia en la historia ha ido presentando su figura y mensaje, verificando hasta qué punto ha transcurrido en fidelidad o infidelidad a su proyecto: la Buena Noticia = El Reino de Dios.
  3. Porque sólo a la luz de esa evolución histórica, se puede marcar para nuestra época, los puntos más apremiantes para asegurar que en nuestro mundo eclesial seamos de verdad seguidores de Jesús.

Tengo que confesar que yo, y creo que igualmente mis otros compañeros que hemos convivido con él, he percibido ahora de manera especial que Rufino acertó en su visión y valoración inicial de la Iglesia de Jesús, y pudo por ello transmitirla de un modo tan claro, sólido y coherente.

En este número de Éxodo se subrayan como aportación singular tres puntos esenciales, constitutivos de la Iglesia de Jesús: la Iglesia como Comunidad, el Sacerdocio Común y la Opción por los Pobres.

Paralelamente, y en el mismo marco de pertenencia, Rufino desarrolla otras dimensiones de gran importancia:

  • Fidelidad a Jesús de la Iglesia.
  • Su democratización a partir del Vaticano II.
  • Su relación con los derechos humanos.
  • Sus tentaciones actuales.
  • Sus desafíos en el mundo de hoy.

Largos y precisos estudios todos estos, que quien desee podrá profundizarlos. Pero nos limitamos a una presentación abreviada de dos únicamente: Iglesia y Derechos humanos y Tentaciones de la Iglesia actual.

2. Iglesia y Derechos humanos

Los derechos de quienes no pueden ejercerlos
Rufino Velasco

Hay aquí algo subversivo en el Evangelio de Jesús que conviene analizar más de cerca.

No creo que se pueda expresar nada nuclear del Evangelio si dijé­ramos, sin más, que Jesús fue un de­fensor de los «derechos humanos», en el sentido obvio que esta expre­sión tiene para nosotros. Natural­mente que la dignidad de la perso­na, su libertad, sus derechos más fundamentales, están implícitos en las pretensiones de Jesús acerca del hombre.

Pero todo ello en el interior de una dinámica liberadora y salvadora que los desborda de infinitas mane­ras. Lo que promete el Evangelio es una plenitud humana, una consuma­ción gloriosa del mundo de tal en­vergadura que, por un lado, sólo como obra de Dios es posible, y, por otro, implica una transformación constante de la historia que somete a juicio desde el mundo futuro toda conformación del orden presente.

Y, en este sentido, el derecho del pobre a ser tenido en cuenta, inclu­so a ser privilegiado, es un derecho absoluto: el derecho en que resplan­dece siempre la verdadera dignidad del hombre como hijo de Dios, lo que Dios pretende hacer con el hom­bre. Cuando ese derecho es concul­cado, aparece igualmente la verda­dera inhumanidad de un mundo que se construye casi necesariamente fa­bricando pobres, creando innumera­bles víctimas del medro irracional e insaciable de los que más pueden.

En estas condiciones, el derecho de los pobres, lejos de poder ser un derecho reconocido y respetado, es más bien un derecho subversivo den­tro de cualquier ordenación presen: te. Un derecho que alude a un mun­do futuro en que desaparecerá la in­justicia, el hecho inhumano de que unos hombres se aprovechen de otros. Más que un derecho «natu­ral», es un derecho que viene del fu­turo escatológico revelado en Jesús, tal como actúa ahora mismo y obli­ga a remodelar el presente.

Desde esta perspectiva, hablar de «derechos humanos» es hablar, ante todo, de «los derechos de los pobres, de los oprimidos», los cuales, si se toman en serio, son por necesidad instancia crítica de cualquier siste­ma social y político vigente, aunque se declare solemnemente defensor de los derechos humanos.

Parece claro que la dignidad inviolable de la persona, la igualdad fraterna, la libertad evangélica, et­cétera, han constituido siempre un sustrato muy profundo de la con­ciencia eclesial.

Sin embargo, la posición social de la Iglesia en el Medievo y en el Re­nacimiento dio como fruto, por ejemplo, la Inquisición, con las consiguientes violaciones de los princi­pios más fundamentales y constitutivos de la Iglesia, y de los más ele­mentales derechos del hombre.

Su posición social en el siglo xix, con la amenaza de pérdida de poder ante las nuevas realidades sociales y culturales, la obligó a una actitud defensiva y a una condenación no matizada de las libertades modernas. Las libertades de conciencia, de cul­to, de opinión y de imprenta, por ejemplo, fueron duramente anate­matizadas en este contexto.

A modo de conclusión habría que resaltar lo siguiente: la cuestión de­cisiva no son los derechos humanos, tal como están internacionalmente declarados y reconocidos. La cues­tión decisiva es quiénes se sirven de ellos y a quiénes se sirve con ellos.

Si no es a esa gran parte de la humanidad que no está siquiera en condiciones de poder ejercer sus de­rechos, es decir, a los más pobres y desprovistos de la tierra, a quienes se tiene intención de defender cuan­do se defienden los derechos huma­nos, nos encontraremos con la con­tradicción de que serán los bien pro­vistos los defensores de tales dere­chos, mientras el hambre y la mise­ria seguirán reinando sobre la ‘ma­yor parte del planeta.

Dicho de otra manera: por debajo de los derechos humanos hay un de­ber humano fundamental: no man­tener envilecida nuestra humanidad, la humanidad de todos, con la pre­sencia de dos terceras partes de se­res humanos pasando hambre, vi­viendo en condiciones infrahumanas, mientras siguen vigentes sistemas políticos y económicos que se sabe de antemano que ahondarán el abismo entre países ricos y países pobres, entre unas clases sociales y otras dentro de cada país.

Cuando este deber fundamental se convierta en urgencia primaria para todos podremos empezar a hablar seriamente de derechos humanos.

Cuando sintamos como un insulto a la humanidad que se declaren defensores de los derechos humanos quienes defienden a la vez una planificación económica del mundo que enriquece sin límites a algunos a costa del empobrecimiento de las masas, podremos empezar a hablar en serio de los derechos humanos.

Finalmente, cuando la Iglesia de Jesús trate de construirse desde el clamor de los pobres, desde los dé­biles del mundo para confundir a los fuertes, estará en condiciones de defender los derechos humanos, no como simple defensora de derechos naturales, ni en el mismo plano que otras fuerzas mundanas que trataran de utilizarla en provecho propio, sino con la fuerza del Evangelio de Jesús que declara bienaventurados a los pobres en vistas a la creación de una tierra nueva y un cielo nuevo en que la felicidad del hombre será aquella que sólo Dios puede darle, la felicidad consumada de su Remo.

3. Tentaciones de la Iglesia actual

La tentación de devaluar el Concilio
Rufino Velasco

Una de las actitudes que parece ir ganando terreno en el momento actual de la Iglesia, y que posible­mente está en la base de todo lo de­más, es que hay que poner fin a la situación creada por el Concilio Va­ticano II, donde la conciencia de la renovación, de revisión en profun­didad del lenguaje de la fe, de re­estructuración de la misma Iglesia, de apertura de la Iglesia al mundo, parece haber creado un clima de confusión, de divisiones profundas, incluso de desintegración eclesial, en que se hace imposible ese influjo poderoso sobre el mundo que solo puede ejercer un cuerpo bien com­penetrado y unido, una Iglesia bien compacta que, dejando ya de lado la revisión y la crítica, apriete filas a las órdenes indiscutibles de un líder.

Estos años aparecen ahora, a los ojos de muchos, como un período más bien perjudicial para la Iglesia, de desgaste inútil de energías, de despliegue de fuerzas disgregadoras que, en vez de construir Iglesia, lo que han hecho es ponerla en peligro de autodestruirse.

Esta posición suscita, evidente­mente, graves preguntas en muchos creyentes que no están ya en con­diciones de renunciar a su concien­cia crítica.

Otro resultado, más ambiguo toda­vía si cabe, ha sido el de sus alian­zas con el poder temporal, con la fuerza que esto ha tenido para colo­car a la Iglesia en un determinado «lugar social», para acercarla a las clases dominantes y. alejarla de las clases dominadas, y que hoy mismo podría concretizarse en el intento, acariciado siempre por ciertos secto­res políticos y eclesiásticos, de uti­lizar la Iglesia como conglutinante religioso de los pueblos en momen­tos en que se descubren como más incapaces de convocatoria social los proyectos políticos.

Ante ciertos integrismos actuales, unos de derechas y otros de izquier­das, ¿no deberá vigilar atentamente la Iglesia en las actuales circuns­tancias para no caer del lado de que parece acostumbra a caer más fá­cilmente, que es el integrismo de de­rechas? ¿Volveremos a caer en la tentación de enjuiciar los poderes de este mundo según la protección o el favor que presten a la Iglesia?

La tentación del poder

Esto nos lleva de la mano a lo que ha sido tal vez el precipitado mayor de la situación de cristiandad en la Iglesia: la infiltración dentro de ella de un «poder» semejante a los po­deres del mundo.

Cuando el Vaticano II ha tratado de entender la autoridad de la Igle­sia bajo la categoría de «servicio» había allí una intención muy pro­funda de conversión a aquellas pa­labras de Jesús: que el mayor entre vosotros sea el menor, y el que manda como que el que sirve; sabéis que los que gobiernan las naciones las oprimen con su poder, y luego se hacen llamar bienhechores, jque no pase esto entre vosotros!

Los «poderes» de la jerarquía, en que insistía la eclesiología tradicio­nal, deben pasar por el filtro de esos textos evangélicos que acabamos de recordar, y que la eclesiología clá­sica ha olvidado, para precisar me­jor de qué tipo de poder se trata cuando eso se aplica a la Iglesia. El que ha sido llamado a presidir la Iglesia no podrá olvidar que el pueblo de Dios no es precisamente una masa a conducir, sino creación del Espíritu, que hay que escuchar con la máxima atención y el máxi­mo respeto, si no se quiere conducir aberrantemente.

En un mundo como el nuestro, en el que se oye cada vez con más fuerza el clamor de los pobres, en el que es tan fácil detectar dónde están las víctimas de sistemas políticos y eco­nómicos deshumanizados, en el que sal­tan a la vista cada vez con mayor evidencia los mecanismos crueles que soltamos los hombres para des­trozamos unos a otros, para des­truir la vida y la convivencia huma­na y hacer un mundo inhabitable, debería aparecer con claridad que la Iglesia opta por unos en contra de lo otro, en contra de todo eso que se identifica en nuestra sociedad con «los poderes de este mundo», y que va de la mano normalmente con los intereses de los poderosos.

La tentación de la «cristiandad»

Parece claro que una de las cosas a las que pensábamos que había puesto fin el Vaticano II era al lla­mado «régimen de cristiandad» que ha marcado, sin duda alguna, la his­toria de la Iglesia durante largos si­glos.

Desde la situación eclesial creada por Constantino, y, sobre todo, en virtud de la figura de Iglesia conso­lidada tan vigorosamente por la re­forma gregoriana, la Iglesia de Jesús ha adquirido como un cierto hábito de dominadora del mundo, de pen­sarse a sí misma como la gran fuerza motriz de los pueblos que, sin su sustancia cristiana, dejarían de subsistir como pueblos.

Uno de los resultados más graves de esta manera de entender la pre­sencia y la misión de la Iglesia en el mundo ha sido ese tipo de poder social de la Iglesia, que no puede acreditarse con suficiente claridad como poder evangélico. Dicho de otra manera: un tipo de Iglesia solo en cierta medida producto del Evan­gelio de Jesús, pero producto a la vez en grandes proporciones de la civilización de Occidente y de la po­sición predominante que en él ha ocupado durante mucho tiempo. De ahí ha brotado en los últimos siglos, y rebrota siempre en la Iglesia, la añoranza del pasado glorioso, y una especie de apatía congénita a lo que llamaba Juan XXIII «sacudirse el polvo imperial».

La tentación de la verdad poseída

Yo no sé hasta qué punto, en las actuales circunstancias, se está en­tendiendo bien eso de que la ver­dad revelada es un «depósito», y que Ja autoridad de la Iglesia, sobre todo la de Roma, es la «guardiana» de ese depósito de la fe.

Pero no es fácil evitar la sensación de que eso puede convertirse en una tentación muy peligrosa: la tenta­ción de una autoridad doctrinal que se desliga de la fe del Pueblo, que se cree estar por sí misma en posesión de la verdad católica, y, en conse­cuencia, se siente con derecho a in­tervenir antes, o por encima, del diá­logo abierto, del contraste de pare­ceres, de la labor imprescindible de los teólogos y de la amplia discusión entre ellos.

Con qué facilidad se ha caído en esta tentación de pensar que es de Roma de donde viene la verdad de la Iglesia, y que ninguna otra parte del mundo es lugar adecuado de donde pueda venir.

Y el mal no será que miles de creyentes protesten contra ciertos procesos y condenas realizados en Ro­ma, sino al contrario: que se corte ese brote de madurez eclesial que es el que haya cada vez más cristia­nos lo suficientemente adultos como para no aceptar a ciegas cualquier intervención que venga de las altas esferas. El mal será que se nos meta el miedo a pensar, que se haga im­posible un pensamiento teológico progresivo.

En el momento presente esto sig­nificará para muchos y los mejores espíritus la pérdida de toda credi­bilidad de una Iglesia que vuelve a sus costumbres inquisitoriales, por­que ha sido y es todavía incapaz de asumir las conquistas más irrenunciables de la conciencia moderna.

Hay una cosa muy triste en toda esta nueva situación creada actual­mente, y en cierto sentido inespera­damente, en la Iglesia: que nos volvamos a enredar en problemas in­ternos, en cazas de herejes y en cues­tiones de disciplina eclesiástica, de modo que todo esto nos sirva de esca­patoria respecto de algo que ha co­menzado a experimentarse con fuer­za desde el Concilio Vaticano II: la puesta en marcha de una Iglesia que se preocupa menos de sí misma que de la liberación del hombre, que piensa menos en sus propias estruc­turas que en la lucha por un mundo nuevo en que habite la justicia.

Mientras no se vea claramente de parte de quiénes está la Iglesia en un mundo tan conflictivo como el nuestro, qué lugar social ocupa en una sociedad en que lugares inmen­sos están ocupados por los deshere­dados de la tierra, no se nos dará nunca la tierra en herencia como prometen las Bienaventuranzas, ni saldrá jamás la Iglesia en sus enseñanzas y en su actividad de las ambigüedades y de las contradicciones.

4. Recopilación de la mayor parte de sus artículos y libros

Artículos en Revistas

Misión abierta

  • Conciencia de hombre en Miguel Hernández, 1977, N2 6, pp. 126-135.
  • ¿Hacia unas Iglesia que nace del pueblo?, 1978, N2 4, pp. 124-130.
  • lglesia de Jesús y Derechos humanos, 1878, N2 4, pp. 62-73.
  • Tentaciones de la Iglesia actual, 1980, N21, pp. 110.119.
  • La esperanza cristiana: nuevas puertas se abren, 1980, N5 4, pp. 139-147.
  • Vaticano II y democratización de la Iglesia, 1983, N2 3, pp. 74-87.
  • Sobre las declaraciones de Ratzinger a una revista italiana, 1985, N2 2, pp. 49-57.
  • Por una Iglesia evangelizadora, 1985, pp. 61-73.
  • Pastoral popular
  • Bases para una Iglesia del pueblo en el Nuevo Testamento, 1979, N2 2, pp. 78-85.
  • Pastoral misionera
  • Iglesia fiel a Jesucristo, 1982, Enero-Febrero, pp. 69-79
  • Razón y fe
  • Tres documentos claves para la Iglesia, 1985, N2 1039-1040, pp. 378-388.
  • Diakonia
  • Vaticano II y democratización de la Iglesia, 1988, N2 44, 00. 168-190.
  • Sinite
  • La Iglesia existe para evangelizar, 1988, N2 87, pp. 11-20.
  • Alternativas
  • Los desafíos de la Iglesia de Dios en el mundo, 2002, pp. 1413-164.
  • Éxodo
  • Proyecto futuro de Éxodo, 2004, N2 75, pp. 13-14.
  • Entrevista a Rufino Velasco por Benjamín Forcano, 2016, N9 132, PP. 11-20.
  • Libros
  • Un católico español se mira en el concilio, DDB, 1968, pp. 249.
  • La eclesiología en la historia, EDICEP, 1976, pp. 374.
  • Réplica a Ratzinger, DDB, 1986, pp. 94.
  • La Iglesia de Jesús, EVD, 1992, pp. 452.
  • La Iglesia de Jesús (folleto), Ed. Nueva Utopía, 1998, pp. 60.
  • La Iglesia ante el tercer milenio, Ed. Nueva Utopía, 2002, pp. 214.
  • Pedro Casaldáliga. Homenaje en su jubilación episcopal, Ed. Nueva Utopía, 2003.
  • «Del sueño de la vida», Sonetos de otoño, pp. 117-146  

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