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Presentación bibliográfica
1. Los escritos medio y espejo de lo que es y piensa un autor
Sin duda, son muchos los que conocieron y trataron a Rufino, y todos pudieron enriquecerse con unos u otros de sus escritos. El poder acercarse ahora al conjunto de ellos, despertará, en quien lo haga, admiración y gran respeto. Por tres razones:
- Porque Rufino, en su larga trayectoria de teólogo en el campo de la eclesiología, muestra claro haber captado desde el principio, y desarrollado posteriormente, que la Iglesia es la realidad central para descubrir y destacar la persona y mensaje de Jesús.
- Porque esa tarea exige analizar e investigar cómo la Iglesia en la historia ha ido presentando su figura y mensaje, verificando hasta qué punto ha transcurrido en fidelidad o infidelidad a su proyecto: la Buena Noticia = El Reino de Dios.
- Porque sólo a la luz de esa evolución histórica, se puede marcar para nuestra época, los puntos más apremiantes para asegurar que en nuestro mundo eclesial seamos de verdad seguidores de Jesús.
Tengo que confesar que yo, y creo que igualmente mis otros compañeros que hemos convivido con él, he percibido ahora de manera especial que Rufino acertó en su visión y valoración inicial de la Iglesia de Jesús, y pudo por ello transmitirla de un modo tan claro, sólido y coherente.
En este número de Éxodo se subrayan como aportación singular tres puntos esenciales, constitutivos de la Iglesia de Jesús: la Iglesia como Comunidad, el Sacerdocio Común y la Opción por los Pobres.
Paralelamente, y en el mismo marco de pertenencia, Rufino desarrolla otras dimensiones de gran importancia:
- Fidelidad a Jesús de la Iglesia.
- Su democratización a partir del Vaticano II.
- Su relación con los derechos humanos.
- Sus tentaciones actuales.
- Sus desafíos en el mundo de hoy.
Largos y precisos estudios todos estos, que quien desee podrá profundizarlos. Pero nos limitamos a una presentación abreviada de dos únicamente: Iglesia y Derechos humanos y Tentaciones de la Iglesia actual.
2. Iglesia y Derechos humanos
Los derechos de quienes no pueden ejercerlos
Rufino Velasco
Hay aquí algo subversivo en el Evangelio de Jesús que conviene analizar más de cerca.
No creo que se pueda expresar nada nuclear del Evangelio si dijéramos, sin más, que Jesús fue un defensor de los «derechos humanos», en el sentido obvio que esta expresión tiene para nosotros. Naturalmente que la dignidad de la persona, su libertad, sus derechos más fundamentales, están implícitos en las pretensiones de Jesús acerca del hombre.
Pero todo ello en el interior de una dinámica liberadora y salvadora que los desborda de infinitas maneras. Lo que promete el Evangelio es una plenitud humana, una consumación gloriosa del mundo de tal envergadura que, por un lado, sólo como obra de Dios es posible, y, por otro, implica una transformación constante de la historia que somete a juicio desde el mundo futuro toda conformación del orden presente.
Y, en este sentido, el derecho del pobre a ser tenido en cuenta, incluso a ser privilegiado, es un derecho absoluto: el derecho en que resplandece siempre la verdadera dignidad del hombre como hijo de Dios, lo que Dios pretende hacer con el hombre. Cuando ese derecho es conculcado, aparece igualmente la verdadera inhumanidad de un mundo que se construye casi necesariamente fabricando pobres, creando innumerables víctimas del medro irracional e insaciable de los que más pueden.
En estas condiciones, el derecho de los pobres, lejos de poder ser un derecho reconocido y respetado, es más bien un derecho subversivo dentro de cualquier ordenación presen: te. Un derecho que alude a un mundo futuro en que desaparecerá la injusticia, el hecho inhumano de que unos hombres se aprovechen de otros. Más que un derecho «natural», es un derecho que viene del futuro escatológico revelado en Jesús, tal como actúa ahora mismo y obliga a remodelar el presente.
Desde esta perspectiva, hablar de «derechos humanos» es hablar, ante todo, de «los derechos de los pobres, de los oprimidos», los cuales, si se toman en serio, son por necesidad instancia crítica de cualquier sistema social y político vigente, aunque se declare solemnemente defensor de los derechos humanos.
Parece claro que la dignidad inviolable de la persona, la igualdad fraterna, la libertad evangélica, etcétera, han constituido siempre un sustrato muy profundo de la conciencia eclesial.
Sin embargo, la posición social de la Iglesia en el Medievo y en el Renacimiento dio como fruto, por ejemplo, la Inquisición, con las consiguientes violaciones de los principios más fundamentales y constitutivos de la Iglesia, y de los más elementales derechos del hombre.
Su posición social en el siglo xix, con la amenaza de pérdida de poder ante las nuevas realidades sociales y culturales, la obligó a una actitud defensiva y a una condenación no matizada de las libertades modernas. Las libertades de conciencia, de culto, de opinión y de imprenta, por ejemplo, fueron duramente anatematizadas en este contexto.
A modo de conclusión habría que resaltar lo siguiente: la cuestión decisiva no son los derechos humanos, tal como están internacionalmente declarados y reconocidos. La cuestión decisiva es quiénes se sirven de ellos y a quiénes se sirve con ellos.
Si no es a esa gran parte de la humanidad que no está siquiera en condiciones de poder ejercer sus derechos, es decir, a los más pobres y desprovistos de la tierra, a quienes se tiene intención de defender cuando se defienden los derechos humanos, nos encontraremos con la contradicción de que serán los bien provistos los defensores de tales derechos, mientras el hambre y la miseria seguirán reinando sobre la ‘mayor parte del planeta.
Dicho de otra manera: por debajo de los derechos humanos hay un deber humano fundamental: no mantener envilecida nuestra humanidad, la humanidad de todos, con la presencia de dos terceras partes de seres humanos pasando hambre, viviendo en condiciones infrahumanas, mientras siguen vigentes sistemas políticos y económicos que se sabe de antemano que ahondarán el abismo entre países ricos y países pobres, entre unas clases sociales y otras dentro de cada país.
Cuando este deber fundamental se convierta en urgencia primaria para todos podremos empezar a hablar seriamente de derechos humanos.
Cuando sintamos como un insulto a la humanidad que se declaren defensores de los derechos humanos quienes defienden a la vez una planificación económica del mundo que enriquece sin límites a algunos a costa del empobrecimiento de las masas, podremos empezar a hablar en serio de los derechos humanos.
Finalmente, cuando la Iglesia de Jesús trate de construirse desde el clamor de los pobres, desde los débiles del mundo para confundir a los fuertes, estará en condiciones de defender los derechos humanos, no como simple defensora de derechos naturales, ni en el mismo plano que otras fuerzas mundanas que trataran de utilizarla en provecho propio, sino con la fuerza del Evangelio de Jesús que declara bienaventurados a los pobres en vistas a la creación de una tierra nueva y un cielo nuevo en que la felicidad del hombre será aquella que sólo Dios puede darle, la felicidad consumada de su Remo.
3. Tentaciones de la Iglesia actual
La tentación de devaluar el Concilio
Rufino Velasco
Una de las actitudes que parece ir ganando terreno en el momento actual de la Iglesia, y que posiblemente está en la base de todo lo demás, es que hay que poner fin a la situación creada por el Concilio Vaticano II, donde la conciencia de la renovación, de revisión en profundidad del lenguaje de la fe, de reestructuración de la misma Iglesia, de apertura de la Iglesia al mundo, parece haber creado un clima de confusión, de divisiones profundas, incluso de desintegración eclesial, en que se hace imposible ese influjo poderoso sobre el mundo que solo puede ejercer un cuerpo bien compenetrado y unido, una Iglesia bien compacta que, dejando ya de lado la revisión y la crítica, apriete filas a las órdenes indiscutibles de un líder.
Estos años aparecen ahora, a los ojos de muchos, como un período más bien perjudicial para la Iglesia, de desgaste inútil de energías, de despliegue de fuerzas disgregadoras que, en vez de construir Iglesia, lo que han hecho es ponerla en peligro de autodestruirse.
Esta posición suscita, evidentemente, graves preguntas en muchos creyentes que no están ya en condiciones de renunciar a su conciencia crítica.
Otro resultado, más ambiguo todavía si cabe, ha sido el de sus alianzas con el poder temporal, con la fuerza que esto ha tenido para colocar a la Iglesia en un determinado «lugar social», para acercarla a las clases dominantes y. alejarla de las clases dominadas, y que hoy mismo podría concretizarse en el intento, acariciado siempre por ciertos sectores políticos y eclesiásticos, de utilizar la Iglesia como conglutinante religioso de los pueblos en momentos en que se descubren como más incapaces de convocatoria social los proyectos políticos.
Ante ciertos integrismos actuales, unos de derechas y otros de izquierdas, ¿no deberá vigilar atentamente la Iglesia en las actuales circunstancias para no caer del lado de que parece acostumbra a caer más fácilmente, que es el integrismo de derechas? ¿Volveremos a caer en la tentación de enjuiciar los poderes de este mundo según la protección o el favor que presten a la Iglesia?
La tentación del poder
Esto nos lleva de la mano a lo que ha sido tal vez el precipitado mayor de la situación de cristiandad en la Iglesia: la infiltración dentro de ella de un «poder» semejante a los poderes del mundo.
Cuando el Vaticano II ha tratado de entender la autoridad de la Iglesia bajo la categoría de «servicio» había allí una intención muy profunda de conversión a aquellas palabras de Jesús: que el mayor entre vosotros sea el menor, y el que manda como que el que sirve; sabéis que los que gobiernan las naciones las oprimen con su poder, y luego se hacen llamar bienhechores, jque no pase esto entre vosotros!
Los «poderes» de la jerarquía, en que insistía la eclesiología tradicional, deben pasar por el filtro de esos textos evangélicos que acabamos de recordar, y que la eclesiología clásica ha olvidado, para precisar mejor de qué tipo de poder se trata cuando eso se aplica a la Iglesia. El que ha sido llamado a presidir la Iglesia no podrá olvidar que el pueblo de Dios no es precisamente una masa a conducir, sino creación del Espíritu, que hay que escuchar con la máxima atención y el máximo respeto, si no se quiere conducir aberrantemente.
En un mundo como el nuestro, en el que se oye cada vez con más fuerza el clamor de los pobres, en el que es tan fácil detectar dónde están las víctimas de sistemas políticos y económicos deshumanizados, en el que saltan a la vista cada vez con mayor evidencia los mecanismos crueles que soltamos los hombres para destrozamos unos a otros, para destruir la vida y la convivencia humana y hacer un mundo inhabitable, debería aparecer con claridad que la Iglesia opta por unos en contra de lo otro, en contra de todo eso que se identifica en nuestra sociedad con «los poderes de este mundo», y que va de la mano normalmente con los intereses de los poderosos.
La tentación de la «cristiandad»
Parece claro que una de las cosas a las que pensábamos que había puesto fin el Vaticano II era al llamado «régimen de cristiandad» que ha marcado, sin duda alguna, la historia de la Iglesia durante largos siglos.
Desde la situación eclesial creada por Constantino, y, sobre todo, en virtud de la figura de Iglesia consolidada tan vigorosamente por la reforma gregoriana, la Iglesia de Jesús ha adquirido como un cierto hábito de dominadora del mundo, de pensarse a sí misma como la gran fuerza motriz de los pueblos que, sin su sustancia cristiana, dejarían de subsistir como pueblos.
Uno de los resultados más graves de esta manera de entender la presencia y la misión de la Iglesia en el mundo ha sido ese tipo de poder social de la Iglesia, que no puede acreditarse con suficiente claridad como poder evangélico. Dicho de otra manera: un tipo de Iglesia solo en cierta medida producto del Evangelio de Jesús, pero producto a la vez en grandes proporciones de la civilización de Occidente y de la posición predominante que en él ha ocupado durante mucho tiempo. De ahí ha brotado en los últimos siglos, y rebrota siempre en la Iglesia, la añoranza del pasado glorioso, y una especie de apatía congénita a lo que llamaba Juan XXIII «sacudirse el polvo imperial».
La tentación de la verdad poseída
Yo no sé hasta qué punto, en las actuales circunstancias, se está entendiendo bien eso de que la verdad revelada es un «depósito», y que Ja autoridad de la Iglesia, sobre todo la de Roma, es la «guardiana» de ese depósito de la fe.
Pero no es fácil evitar la sensación de que eso puede convertirse en una tentación muy peligrosa: la tentación de una autoridad doctrinal que se desliga de la fe del Pueblo, que se cree estar por sí misma en posesión de la verdad católica, y, en consecuencia, se siente con derecho a intervenir antes, o por encima, del diálogo abierto, del contraste de pareceres, de la labor imprescindible de los teólogos y de la amplia discusión entre ellos.
Con qué facilidad se ha caído en esta tentación de pensar que es de Roma de donde viene la verdad de la Iglesia, y que ninguna otra parte del mundo es lugar adecuado de donde pueda venir.
Y el mal no será que miles de creyentes protesten contra ciertos procesos y condenas realizados en Roma, sino al contrario: que se corte ese brote de madurez eclesial que es el que haya cada vez más cristianos lo suficientemente adultos como para no aceptar a ciegas cualquier intervención que venga de las altas esferas. El mal será que se nos meta el miedo a pensar, que se haga imposible un pensamiento teológico progresivo.
En el momento presente esto significará para muchos y los mejores espíritus la pérdida de toda credibilidad de una Iglesia que vuelve a sus costumbres inquisitoriales, porque ha sido y es todavía incapaz de asumir las conquistas más irrenunciables de la conciencia moderna.
Hay una cosa muy triste en toda esta nueva situación creada actualmente, y en cierto sentido inesperadamente, en la Iglesia: que nos volvamos a enredar en problemas internos, en cazas de herejes y en cuestiones de disciplina eclesiástica, de modo que todo esto nos sirva de escapatoria respecto de algo que ha comenzado a experimentarse con fuerza desde el Concilio Vaticano II: la puesta en marcha de una Iglesia que se preocupa menos de sí misma que de la liberación del hombre, que piensa menos en sus propias estructuras que en la lucha por un mundo nuevo en que habite la justicia.
Mientras no se vea claramente de parte de quiénes está la Iglesia en un mundo tan conflictivo como el nuestro, qué lugar social ocupa en una sociedad en que lugares inmensos están ocupados por los desheredados de la tierra, no se nos dará nunca la tierra en herencia como prometen las Bienaventuranzas, ni saldrá jamás la Iglesia en sus enseñanzas y en su actividad de las ambigüedades y de las contradicciones.
4. Recopilación de la mayor parte de sus artículos y libros
Artículos en Revistas
Misión abierta
- Conciencia de hombre en Miguel Hernández, 1977, N2 6, pp. 126-135.
- ¿Hacia unas Iglesia que nace del pueblo?, 1978, N2 4, pp. 124-130.
- lglesia de Jesús y Derechos humanos, 1878, N2 4, pp. 62-73.
- Tentaciones de la Iglesia actual, 1980, N21, pp. 110.119.
- La esperanza cristiana: nuevas puertas se abren, 1980, N5 4, pp. 139-147.
- Vaticano II y democratización de la Iglesia, 1983, N2 3, pp. 74-87.
- Sobre las declaraciones de Ratzinger a una revista italiana, 1985, N2 2, pp. 49-57.
- Por una Iglesia evangelizadora, 1985, pp. 61-73.
- Pastoral popular
- Bases para una Iglesia del pueblo en el Nuevo Testamento, 1979, N2 2, pp. 78-85.
- Pastoral misionera
- Iglesia fiel a Jesucristo, 1982, Enero-Febrero, pp. 69-79
- Razón y fe
- Tres documentos claves para la Iglesia, 1985, N2 1039-1040, pp. 378-388.
- Diakonia
- Vaticano II y democratización de la Iglesia, 1988, N2 44, 00. 168-190.
- Sinite
- La Iglesia existe para evangelizar, 1988, N2 87, pp. 11-20.
- Alternativas
- Los desafíos de la Iglesia de Dios en el mundo, 2002, pp. 1413-164.
- Éxodo
- Proyecto futuro de Éxodo, 2004, N2 75, pp. 13-14.
- Entrevista a Rufino Velasco por Benjamín Forcano, 2016, N9 132, PP. 11-20.
- Libros
- Un católico español se mira en el concilio, DDB, 1968, pp. 249.
- La eclesiología en la historia, EDICEP, 1976, pp. 374.
- Réplica a Ratzinger, DDB, 1986, pp. 94.
- La Iglesia de Jesús, EVD, 1992, pp. 452.
- La Iglesia de Jesús (folleto), Ed. Nueva Utopía, 1998, pp. 60.
- La Iglesia ante el tercer milenio, Ed. Nueva Utopía, 2002, pp. 214.
- Pedro Casaldáliga. Homenaje en su jubilación episcopal, Ed. Nueva Utopía, 2003.
- «Del sueño de la vida», Sonetos de otoño, pp. 117-146