Escrito por
Éxodo 127
– Autor: Silvia Martínez Cano –
INTRODUCCIÓN
Muchos soñamos en una Iglesia un poco más santa que pecadora. Nos anima la esperanza que nos insufla el Espíritu de Dios, presente en nuestras vidas. También los últimos acontecimientos. Las mujeres, parte fundamental de la Iglesia, soñamos con una Iglesia rica en equidad. Sí, digo equidad, y no igualdad. Equidad porque soñamos con una Iglesia que dé a cada uno lo que necesita, que atienda en las necesidades y celebre en comunidad de hermanos y hermanas. Queremos igualdad, sí, pero más aún equidad. Equidad significa valorar a cada uno en su singularidad, y ser justos en las oportunidades, las capacidades y el trato que reciben los distintos miembros de una comunidad. La equidad subraya el carácter justo y misericordioso del Evangelio e invita a la implicación personal.
Ahora que asistimos, un tanto sorprendidos, a cambios y propuestas más cercanas a las proclamadas en el concilio Vaticano II, es fundamental preguntarse cuál es la presencia actual de las mujeres en la Iglesia y en la sociedad. No es una cuestión secundaria, como dicen algunos, que va después de hacer reformas y enfocar de nuevo la Iglesia hacia caminos evangélicos. No, es una cuestión de la que dependen en alto grado esas reformas. Debemos preguntarnos cuáles son las cuestiones teóricas y prácticas para una Iglesia de hoy y a la vez el papel que ocupamos cada uno y una de nosotros. De ello depende una Iglesia más santa, cercana a Jesús.
Los cambios no deben paralizarnos, al contrario, debemos despertar esa creatividad dormida, que procede el amor de Dios. La creatividad en nuestras relaciones sociales y eclesiales es signo de que la dinámica amorosa de Dios da fruto, en la sociedad y en nuestras comunidades. Y partiendo del cuidado de la experiencia religiosa podemos desarrollar dinámicas creativas que mejoren nuestra presencia en el mundo. Vamos a desarrollar esto un poco más.
LA EXPERIENCIA DE LAS MUJERES, MOTOR DEL MUNDO EN CAMBIO
Hoy más que nunca nos damos cuenta de que es necesario hacer el esfuerzo de recuperar la relación osmótica entre experiencia religiosa y expresión conceptual, simbólica y material de la fe. Por un lado centrar más nuestro encuentro con Dios a través de la experiencia cotidiana, de la consciencia en cada momento del día, que es Dios quien actúa, y no a través de fórmulas y verdades doctrinales, sino de la materialidad y particularidad del día a día. Ello nos libera de ciertas creencias del ámbito religioso que consideran el lenguaje cotidiano de la calle como secundario en el conocimiento de Dios. Supeditan lo concreto, lo narrativo, a las verdades que se creen objetivas. La práctica de algunas mujeres en estos ámbitos ha puesto de manifiesto que la única manera de comprender a Dios en relación al mundo –hoy- es abriendo caminos y puertas a una experiencia de fe contextualizada y comunitaria que multipliquen las visiones de la experiencia religiosa. De esta manera, estamos construyendo un tejido de experiencias en diálogo, un tejido diverso, irregular pero tremendamente incluyente, dialógico y creativo.
Al apostar por una experiencia de Dios contextualizada estamos apostando por un amplio abanico de expresiones y metodologías de vivir a Dios en nuestras vidas. La narración, las experiencias, la palabra, la analogía, la danza, el arte, la meditación, la música, los rituales… todos ellos representan una experiencia religiosa de carácter holístico, una armonía de diferentes que entran en relación, realizando múltiples conexiones en la existencia humana que genera un nuevo lenguaje de la interpretación de la realidad.
Cuatro rasgos orientan esta vivencia experiencial de Dios: el primero es la observación de la realidad, creación de Dios y lugar de desarrollo de las vidas humanas. En esta acción somos conscientes de sus limitaciones, miserias e injusticias. La valoración posterior debe ser empática y no exhortativa, es decir, que nos sitúe en los acontecimientos.
El segundo rasgo tiene que ver con la reflexividad (reflexivity)1, que nos permite analizar experiencias y acontecimientos personales y comunitarias diferentes y contextualizarlos, agruparlos y codificarlos. De forma dinámica, -dialogando, compartiendo y analizando juntos- estamos construyendo entre todos un relato de Dios que nos sana y nos libera.
El tercer rasgo es la creatividad, que provoca cambios, transformaciones y creaciones nuevas en las formas de acceder a Dios y a lo religioso en general. La creatividad es un fenómeno humano polisémico2, en el que va a afectar lo individual, lo social, la forma de percibir, lo afectivo, la voluntad, la motivación, el contexto… En este sentido podemos hablar de Dios, que despierta la creatividad –don precioso- del ser humano, como motor creativo de la realidad.
Por último, y como consecuencia de lo anterior, el empoderamiento del sujeto individual y colectivo como demostración de que la acción de Dios en nuestras vidas y su dinámica creativa nos dota de autonomía, participación, voz y decisión.
LA EXPERIENCIA PRODUCE VIDA
Tomar de punto de partida esta experiencia religiosa participada de las mujeres nos hace retomar la propuesta del concilio Vaticano II y seguir reflexionando y actuando. Hay muchas cuestiones eclesiales y teológicas donde las reivindicaciones de equidad no han llegado. El concilio abrió una puerta que ya no se puede cerrar y que invita lento, pero seguro, a la revisión, gracias al cambio de papa. Se impone una transformación de la Iglesia católica para un mundo diferente. Desde la experiencia religiosa de las mujeres creyentes, que ven en otras mujeres y viven en su propia vida la desigualdad, la injusticia, la discriminación, se vislumbra con claridad una serie de retos que espolean a la Iglesia en su caminar histórico.
PRIMERA CONSECUENCIA: LOS RETOS ECLESIALES
La primera consecuencia de la praxis de la experiencia de Dios es la transformación eclesial. Caminar hacia una nueva forma de relacionarnos y de convivir comunitariamente. Algunos retos eclesiales son:
1. Praxis comunitaria del cariño. Se trata de poner en práctica unas relaciones más fraternas, sin diferencias jerárquicas. A la luz de los textos conciliares, se impone una alteridad de encuentro, de acogida, en relaciones de equidad, donde cada uno es valorado por igual en la vocación que ha elegido. En este sentido, es necesaria un revisión de la comprensión de las vocaciones, los ministerios y los carismas, como propone LG 30-32.41. Entendernos laicos y clero como un solo cuerpo (1Cor 12,12-24) y un solo pueblo en camino (LG 13), sin distinciones de sexo o jerarquías.
2. Visibilización de la participación de las mujeres. Es necesario dar valor y prioridad a las labores de servicio, que son fundamentales para las dinámicas comunitarias de la Iglesia. Por otro lado, el reparto de estas labores catequéticas, de sacristanas, etcétera, debe ser ecuánime, de tal manera que no sólo se hagan cargo las mujeres, sino también los hombres, complementando perspectivas y experiencias. En definitiva, hablamos de un discipulado de iguales, seguidores todos de Jesús3.
3. Toma de decisiones. Muchas mujeres creyentes se hacen cargo de estas labores pastorales, mientras los hombres permanecen en puestos de decisión en consejos pastorales, cofradías, consejos diocesanos, etc., y no tanto en el trabajo grueso de atención a otros. Las posturas y visiones de las mujeres no se tienen en cuenta y se toman decisiones en muchos casos no consultadas. Es deseo de muchas y muchos tomar decisiones compartidas desde la experiencia que ambos sexos tienen con sus distintos matices.
4. Participación en órganos de coordinación y gobierno. Es por tanto inevitable plantear la participación de las mujeres en el ministerio sacerdotal. Supone el cambio comunitario a un servicio vocacionado y coordinado. Y favorecería una lectura inclusiva de la tradición histórica cristiana donde la diakonía de las mujeres y sus liderazgos femeninos fueran reales y positivos. Reivindicar el sacerdocio de la mujer no es un acto de rebeldía, ni un ansia de poder, ni de ruptura con la Iglesia, es una consecuencia de amor hacia la gran comunidad de Iglesia, una expresión del amor de Dios a su pueblo4 que se da también en las manos y el corazón de las mujeres que buscan una Iglesia evangélica, renovada y conciliar.
5. Dinámicas de encuentro y reconciliación. En una Iglesia herida por la secularización y la sospecha en la institución histórica, las diferencias entre creyentes hacen sufrir más todavía a la gran comunidad. Las mujeres creyentes han descubierto que no es posible la transformación de la Iglesia sin un proceso previo de encuentro y reconciliación. Es un reto para nosotras y nosotros fomentar una buena comunicación cuando nos encontremos, dialoguemos y estemos construyendo comunidad5.
6. El ecumenismo activo. Para estos tiempos de pluralidad y fragmentación es necesario el diálogo entre iglesias para que todos ganemos. Las mujeres creyentes llevan años practicando este ejercicio de inclusión6. En estos espacios las mujeres son protagonistas porque están pendientes de los problemas de convivencia cotidianos por su condición de vivir en las fronteras de las iglesias, de las sociedades, de las culturas. Son lugares privilegiados de conexiones7, de resistencia y de resiliencia, espacios donde recuperar el sentido del mundo y el camino de Jesús8.
7. Creatividad celebrativa y litúrgica. Transformar nuestras celebraciones con estrategias, lenguajes y rituales accesibles a los creyentes, que permitan una comprensión de lo que vivimos y expresamos. Recuperar la noción de que la Tradición se va construyendo y renovando con el paso del tiempo porque está viva en los fieles.
SEGUNDA CONSECUENCIA: LOS RETOS TEOLÓGICOS
Para un siglo nuevo (al que ya llegamos tarde) y una experiencia diversa de fe se necesita una revisión de la reflexión teológica como la Iglesia ha hecho en otros momentos. Poner palabras comprensibles al encuentro con Dios.
1. Principio de autonomía. Hasta ahora la minoría de edad eclesial ha limitado nuestra capacidad de pensar y actuar. Ser autónomos significa ser capaces de crear, innovar en reflexiones y en vivencias para que la fe fluya y esté viva. Para ello lo primero es aprender a confiar en lo potencial y no sólo en lo real (o lo que ya teníamos), teniendo siempre presente la energía maravillosa que mana del mundo y de la comunidad cristiana viva, y las posibilidades que se nos brindan para construir el Reino. En lo potencial están creciendo las visiones de Dios de la futura comunidad cristiana. Y segundo, ejercitar la labor de cuidar y favorecer su desarrollo va a contribuir a una nueva red de articulaciones sobre la experiencia de Dios9.
2. Principio de integridad de la fe. Por un lado, dotar de coherencia holística a la experiencia religiosa, favoreciendo una vivencia de la Trinidad económica que dota de libertad en el amor y no de sometimiento a la autoridad. Algunas teólogas proponen situarnos en la libertad de la complicidad con Dios10 que deja fluir su amor en cada uno de los compromisos que la persona libremente acepta. Por otro lado, incorporar la subjetividad y la alteridad como modelo trinitario de comunión11.
3. Principio de pluralidad. Las creyentes proponen para el nuevo milenio propiciar una cultura de pensamiento creativo en el ámbito teológico. Eso quiere decir que el tiempo de los eruditos en la biblioteca terminó, que el trabajo comunitario de investigación sobre Dios amplía la visión y mejora el conocimiento profundo de la verdad salvífica12. Se trata de incorporar a los métodos compilatorios y sintéticos tradicionales otros como los métodos relacionales o creativos recuperándolos de la marginalidad teológica actual. Así, creamos redes con la hermenéutica tradicional multiplicando nuestra capacidad de hablar de Dios y de sentir a Dios, sin imponer un solo camino.
4. Principio de tolerancia. Es, por tanto, necesario un diálogo intraeclesial, donde las múltiples visiones tanto eclesiológicas como teológicas de la experiencia de Dios se relacionen en armonía, se toleren y se enriquezcan unas a otras. Las creyentes apuestan por construir un diálogo teológico entre diferentes corrientes eclesiales y teológicas que puede favorecer el entendimiento y el respeto por accesos a Dios alternativos13.
5. Principio de inculturación. Es necesario revisar las categorías filosóficas que utilizamos para referirnos al mundo, a la creación y al ser humano. También es necesaria una revisión de la antropología teológica clásica, causa por su descontextualización de muchos de los problemas prácticos eclesiales entre hombres, mujeres y mundo14. No debe dar miedo al pensamiento crítico y creativo. Es necesario un cuestionamiento de los lenguajes y comprensiones con las que nos dirigimos al mundo. Pero también una generación de lenguajes entendibles, una inculturación de lenguajes15, entre fe-cultura (categorías culturales, transculturales y microculturales) que descolonice16 el mundo de la perspectiva centralista europea, entre fe-cuerpo que recupere su potencial salvador, entre fe-universo que recupere una sabiduría ecológica (Ecosofía)17 que nos permita entendernos como criaturas de Dios en un mundo en proceso de sanación18. Compasión creativa y creciente en justicia.
6. Vivencia desde la mística. Una mística de sanación de las identidades, de los cuerpos, de los que sufren, en especial de las mujeres. Ellas con su resiliencia y su empoderamiento pueden sanar la vida de la Iglesia desde sus experiencias de ser salvadas por Jesús en la dificultad19. Ellas han sido verdaderas buscadoras de Dios entre normas y dogmas que se alejaban de la relación íntima del encuentro interior. La mística se arriesga en caminos interiores personales que se entrecruzan en lo comunitario y nos convierte la mirada y los sentidos para tiempos más humanos20.
TERCERA CONSECUENCIA: LOS RETOS SOCIALES
Estamos en el año 2015 y los retos del milenio no se han cumplido. Nuestro camino parte indudablemente de la toma de posición de la Iglesia frente a la feminización de la pobreza. No es sólo económica, recorre las distintas facetas de la vida, incluida la religiosa21. La equidad entre hombres y mujeres mejora la experiencia de Dios colectiva e individual y hace que la Iglesia sea de verdad espacio evangélico.
1. Acogida en la necesidad. La Iglesia debe ser lugar de acogida para la perseguida, violentada o violada, divorciada, abandonada, engañada o simplemente ignorada. Acoger a las mujeres de las fronteras sociales es acoger a las familias y otros colectivos desfavorecidos. El trabajo en los márgenes es fundamental, en el sentido de preocuparnos menos en decir cómo se tiene que ser (espiritualidad moralista) y más en preguntar qué necesitan de nosotros (espiritualidad proactiva).
2. Diálogo en las diferencias. Pasar de la homogeneidad a la diversidad. Favorecer los diálogos con los diferentes, entendiendo que la Iglesia está formada también de singularidades que acogen a otras singularidades. Ser consciente de que la diferencia ayuda a comprender y a amar al otro con todo nuestro ser.
3. Lucha contra la pobreza. Esta lacra que aumenta constantemente se da cuando hay diferencias en la participación y protección social, en las relaciones personales, sociales y de pareja, en los liderazgos y las dinámicas grupales. La lucha contra la pobreza es la lucha del Reino de Dios, de la inclusión, de la misericordia de Dios.
4. Lucha contra la violencia. Para un fructífero siglo es necesario ponerse del lado de las víctimas. Desde dos perspectivas: como elementos de ruptura de la violencia institucional de los estados, grupos étnicos, sociales, culturales y religiosos y como puentes de diálogo y reconciliación para reducir los fundamentalismos y favorecer los mestizajes. Entenderse como cristianas y cristianos en el siglo XXI es entenderse como mediadores de justicia y de encuentro.
CONCLUSIONES: SOÑAR Y DINAMIZAR
Nos queda aprender a vivir en este tiempo y esta historia, desde las mujeres, desde otros colectivos acallados.
Nos queda aprender a tolerar la ambigüedad e incertidumbre de nuestras culturas. Aprender a dar espacio a la reflexión sobre las situaciones problemáticas de las mujeres creyentes que se presenten (ambigüedad) y a la vez favorecer un clima donde la experiencia de Dios no sea inmutable y estática (incertidumbre) sino dinámica, abierta y colectiva de forma que la diversidad nos haga crecer en el Espíritu.
Nos queda favorecer la voluntad para superar obstáculos. Desvincularnos del miedo al cambio y la tendencia al estatismo. Perseverar en la conciencia que sin la visión de todos, de las mujeres en el mundo, este parto no llegará a término. El miedo es más superable cuando se verbaliza, se le adjudican imágenes y se manipulan las mismas, desbloqueando la dificultad de hacerse cargo del obstáculo. Nos queda vencer el temor al ridículo y a cometer errores22. Muy necesario entre algunos de nosotros que pretendemos apoderarnos de Dios y su Verdad.
Nos queda desarrollar confianza en la comunidad cristiana actual, mujeres y hombres, descubriendo en ellas y ellos la capacidad de encontrar múltiples soluciones para preguntas sobre Dios. Inspirarnos en ellos y dejarnos interpelar.
Nos queda siempre Dios, creatividad amorosa infinita.
1 El término anglosajón reflexivity supone tomar conciencia inmediata, continua, dinámica y subjetiva de las experiencias, enlazando la acción con el pensamiento desde una visión crítica e investigativa. Cfr. Douglas Macbeth, On “Reflexivity” in Qualitative Research: Two Readings, and a Third, Qualitative Inquiry 7 (2001) 35-68, aquí 39.
2 Cfr. Howard Gardner, Mentes creativas. Una anatomía de la creatividad (Paidós, Barcelona 2002).
3 Cfr. Elisabeth Schüssler Fiorenza, Cristología feminista crítica, Trotta, Barcelona 2000, capítulo 2.
4 Suzanne Tunc, También las mujeres seguían a Jesús, Sal Terrae, Santander 1999, p. 158.
5 Rosa Mª Belda Moreno, Mujeres. Gritos de sed, semillas de esperanza, PPC, Madrid 2009, pp. 117-118.
6 Por ejemplo, el Foro ecuménico de mujeres y la Asociación de mujeres en estudios teológicos (ESWTR), ambas en Europa.
7 Mercedes Navarro, “Mujeres y religiones: visibilidad y convivencia en el sur de Europa”, en De Miguel, Atreverse… Op. cit., pp. 95-139, aquí 124-125.
8 Silvia Martínez Cano, “Jesús en las Fronteras. Otro mundo es posible desde Jesús”, en Instituto Superior de Pastoral, Hablar de Jesús hoy, Khaf, Madrid 2014, pp. 141-178, aquí 177-178.
9 Silvia Martínez Cano, “Teología, creación y creatividad”, en Carlos García de Andoín (dir.), Tiempo de disenso. Creer, pensar, crear, Tirant Humanidades, Valencia 2013, 301-329, aquí 316.
10 Trinidad León, “El Dios relacional. El encuentro y la elusividad de un Dios comunicativo”, en Isabel Gómez-Acebo (ed.), Así vemos a Dios, Desclée de Brouwer, Bilbao 2001, pp. 163-239, aquí 166.
11 Erico Hammes, “Triunidad divina versus autoritarismo”, en Concilium 332, septiembre 2009, pp. 83-94, aquí 87-88.
12 Martínez Cano, “Teología…”. Op. cit., p. 317.
13 Elisabeth A. Johnson, La búsqueda de Dios vivo. Trazar las fronteras de la teología de Dios, Sal Terrae, Santander 2008.
14 Luis Correa Lima, “Lenguaje de creación y género”, en Concilium 347, septiembre 2012, pp. 53-64, aquí 59.
15 Lucía Ramón, Queremos el pan y las rosas, HOAC, Madrid 2001, p. 175.
16 Enrique Dussel, “Descolonización epistemológica de la teología”, en Concilium 350, abril 2013, pp. 23-34, aquí 32-34.
17 Heather Eaton, “La creación: Dios, los seres humanos y el mundo natural”, en Concilium 347, septiembre 2012, pp. 65-78, aquí 67.
18 Ramón, “Queremos…” Op. cit., pp. 214-215.
19 Mª Carmen Martín Gavillero, Mujeres en el siglo XXI, Sal Terrae, Santander 2010, pp. 88-89.
20 Ibíd., p. 146.
21 Belda Moreno, “Mujeres” Op. cit., pp. 31-35.
22 Walter Kasper, “Es tiempo de hablar de Dios”, en George Augustin (ed.), El problema de Dios, hoy, Sal Terrae, Santander 2012, 26.