Éxodo 130
– Autor: Editorial –
La preocupación por la salud del planeta Tierra nunca ha gozado, salvo en pequeños reductos, de especial interés en el conjunto de la sociedad mundial. Han sido mayormente los desafíos relacionados con el bienestar y la convivencia los que han reclamado su mayor dedicación y esfuerzo. Y no parece difícil entender este modo de proceder, porque, cuando la necesidad aprieta –hablamos de problemas relacionados con la alimentación y la convivencia–, resulta casi imposible atender a otros reclamos que nos quedan más lejos. Triste condición humana que refleja acertadamente esta afirmación del filósofo Enrs Bloch: “el estómago es la primera lámpara que reclama su aceite”.
Pero las alarmantes señales de agotamiento que la Tierra viene dando en las últimas décadas –cambio climático y pérdida de biodiversidad, crecimiento de los océanos y desertización, inundaciones y crecimiento exponencial de residuos radioactivos, etc.– son una muestra palpable de que la Tierra ha llegado al límite de sus posibilidades. Ya no puede restaurar los desequilibrios que causan el modo incontrolado de producir y el consumo irrefrenable y compulsivo. “Estamos en un momento crítico –se dice en el prólogo de la Carta de la Tierra 2000– en el cual la humanidad debe elegir su futuro… Para seguir adelante, debemos reconocer que en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común. Debemos unirnos para crear una sociedad global sostenible fundada en el respeto hacia la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y una cultura de paz“.
La historia siempre guarda alguna sorpresa. Y en esta ocasión –contra la habitual evasión que suelen mantener en estos temas las grandes religiones– la sorpresa ha llegado del lado del catolicismo. Sin esperarlo y sin previo aviso, el reciente papa Francisco ha metido con su encíclica Laudato si en este espinoso tema a casi 2.000 millones de católicos dispersos por el mundo. Rechazada por el fundamentalismo católico pero bien acogida por las mayorías, la encíclica ha entrado por la puerta grande en numerosos ámbitos de la sociedad y cultura actuales: de “un evento de importancia planetaria desde el punto de vista religioso, ético, social y político”, la califica en estas mismas páginas el sociólogo y filósofo Michael Löwy, uno de los forjadores y representantes más brillantes del ecosocialismo. Se trata, a juicio de este mismo autor, de un documento rico y complejo, en ruptura con el “sueño prometeico” de la tradición judeo-cristiana, con una reflexión profunda sobre las causas de la crisis ecológica y que se muestra muy cercano a la teología de la Liberación en esa inseparable asociación que establece entre el “clamor de la tierra” y el “clamor de los pobres”.
Con el fin de dar a conocer a nuestros lectores este importante documento y también con el objetivo de señalar alguna de sus posibles lagunas –en vistas a caminar “hacia una ecología integral”–, nos proponemos abordar en las páginas que siguen algunas de sus apuestas más firmes tanto en el plano del conocimiento histórico y científico como en el ámbito del compromiso ético con el medio ambiente y la espiritualidad de la Tierra.
Nos felicitamos por este nuevo discurso de la Iglesia católica que, más pegado a la tierra y más cercano al Evangelio, intenta superar su habitual doctrina moral, idealista y desfasada, que, contra el espíritu del Vaticano II, tanto la ha alejado de la vida real de la gente. A la luz de este importante y nuevo discurso, nos permitimos invitar a toda la gran militancia mundial, venga de donde venga, a unir esfuerzos para cuidar y salvar la Tierra, casa común.