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Exodo 108 (marz.-abr.) 2011
– Autor: Borja Agirre –
Internet es un pequeño milagro. De entre las múltiples formas que internet podría haber tomado, se escogió la más horizontal y libertaria, en pleno auge del neoliberalismo. La gran fuerza de internet es el llamado “principio de neutralidad de la red”, que se traduce en que ningún nodo de la red, ni ningún contenido, será priorizado frente a otros. De esta forma, desde el punto de vista de internet, tiene la misma prioridad el New York Times que el más humilde blog.
Internet es una red de redes, y no tiene ningún centro. Esta es su característica principal, su gran propuesta alternativa. Los efectos de este espíritu igualitario están a la vista: mayor difusión de noticias alternativas (ej. WikiLeaks), problemas de la industria cultural para controlar la cultura, productos de gran complejidad creados de forma colaborativa (ej. Wikipedia, GNU/Linux), etcétera.
En todo caso, para los más jóvenes, y muchos no tan jóvenes, internet es esencialmente las redes sociales, y sobre todo, Facebook, Twitter y Tuenti, a las que acompañan otras como YouTube, Flickr, etc. Son el punto de partida para entrar en internet, y poco a poco se va convirtiendo en su espacio social real; quedar fuera de las redes significa la marginación social. Las redes sociales son la nueva “plaza del pueblo”.
Es mucho lo que se ha escrito y descrito sobre las redes sociales. En este artículo vamos a centrarnos en un elemento específico: su relación con la transformación social.
Desde este punto de vista, los efectos de estas redes son muy visibles. Las redes sociales son un claro punto de acceso de muchos jóvenes a determinadas causas sociales; pero este acceso da lugar a un determinado activismo. Mediante las redes sociales se crea un compromiso más débil con las causas sociales que la militancia tradicional; pero, a cambio, es mucho más masiva. Es lo que algunos autores llaman el “vínculo débil”, la “multitud”, etc.
Buena parte de la izquierda tradicional no comprende bien la fuerza de este nuevo agente social. Acostumbrada a las grandes cosmovisiones e ideologías fuertes y consistentes, y a la creación de sólidos grupos de militantes, no ve con buenos ojos a estos miles de jóvenes que se movilizan individualmente por causas puntuales, sin un gran análisis de fondo. Sin embargo, estas redes son el germen de nuevas formas de actuar políticamente. El ejemplo y prototipo más claro lo tenemos en la preciosa revolución (inacabada) de la plaza Tahrir de El Cairo, donde una multitud sorprendentemente plural invadió pacíficamente las calles, unidas por un único objetivo: derrocar al tirano.
Estas nuevas estrategias pueden ser desconcertantes para quienes conciben el cambio social como la toma del poder político (de forma electoral o militar): a diferencia de las antiguas estrategias, se orientan hacia fines muy específicos y concretos; se basan en una adhesión personal, no grupal, a la causa; se orientan más a la acción que a la teoría; son plurales y tolerantes por definición; son mejores “derrocando dictadores” que proponiendo alternativas; y sobre todo, son demoledoras cuando alcanzan una determinada masa crítica.
Sin duda, en los próximos años vamos a ir viendo más ejemplos de esta forma de acción socio-política. Por ahora, el activismo en las redes sociales se dirige especialmente a la protección de la libertad en la propia internet: podemos destacar que en España, el punto de inflexión lo ha marcado la aprobación de la injusta Ley Sinde, que ha generado campañas como #nolesvotes; o, a nivel más global, las acciones del peculiar y caótico movimiento Anonymous, que ataca virulentamente a los servidores informáticos de empresas e instituciones consideradas represoras de internet. Pero los objetivos de estas acciones surgidas de las redes sociales irán ampliándose con el tiempo.
Por otra parte, también distorsionan la realidad quienes idealizan las redes sociales y ven una “sustitución” de las antiguas formas de compromiso social. En Egipto, sin duda, las redes sociales han ayudado a llevar a miles de jóvenes a las calles, pero la base organizativa inicial han seguido siendo determinados colectivos sociales y religiosos bien organizados. Y han seguido siendo necesarias algunas personas con fuertes compromisos con la causa, que arriesgaron la vida para detener a los tanques en la calle.
Ambas estrategias, la de las redes y la de los colectivos militantes, no son excluyentes una de otra. Al contrario, pueden reforzarse mutuamente si se dan las condiciones. Las redes sociales también colaboran a la multi-militancia, en la que una persona puede estar fuertemente comprometida con uno o dos colectivos, pero estar presente en muchos más. De esta forma, cada persona puede convertirse en una red de contactos por sí misma, e incrementar el diálogo entre diferentes causas sociales; esto es algo esencial para estos tiempos de cambio que nos ha tocado vivir.
Obviamente, las grandes élites se han dado cuenta hace tiempo del potencial y el peligro que supone internet y las redes sociales, y se han creado iniciativas bien organizadas para controlar las redes. Vamos a detallar a continuación algunas de las formas en que lo realizan.
En primer lugar, hay que destacar que, mientras que internet no tiene dueño, las redes sociales sí lo tienen, y el dueño normalmente es norteamericano, incluso en el caso de la muy española Tuenti. Uno puede crear en internet un blog y tener el control total sobre él, tanto técnico como de contenidos; eso no es posible en las redes sociales, donde el aspecto técnico es invisible para el usuario, y los derechos sobre los contenidos (fotos incluidas) en muchos casos son cedidos a la empresa. Eso aleja el control ciudadano sobre la propia red, en concreto de casos de censura (que ya se han dado) o de utilización no deseada de los datos publicados por cualquier persona.
Las redes sociales, efectivamente, son una fuente de información excelente tanto para las administraciones como para empresas. Se ha desarrollado toda una rama de la informática, llamada Minería de Datos, que provee de complejísimos algoritmos para obtener a partir de grandes bancos de datos información detallada sobre cualquier asunto que se desee, sea lícito o no.
Por otra parte, las redes sociales, pese a su nombre, están pensadas para utilizarse individualmente. Aunque existen facilidades para crear grupos, son muy pocas las herramientas colaborativas que se ponen a su disposición. Por eso, Twitter y Facebook siguen “enlazando” a blogs creados ad hoc por los propios activistas para causas concretas.
Las redes sociales crean una especie de “gran asamblea”. Y, como cualquier activista sabe, las asambleas grandes, en las que no hay colectivos de tamaño intermedio, pueden ser fácilmente manipulables. Un informe reciente afirma que casi la mitad del contenido total de Twitter lo escribe un 0,1% de sus usuarios. También es conocida la organización de pequeños ejércitos de usuarios-robot entrenados por colectivos fundamentalistas o con mucho dinero (especialemente en EEUU, Israel, etc.), para influir políticamente en los contenidos de las redes.
Por último, debe prestarse atención al hecho de que, en los países pobres, hay una brecha digital que deja en manos de las clases más altas el acceso a las redes sociales. Quien posee una BlackBerry tiene más fácil publicar en Twitter. Este hecho nos hace sospechar de algunas supuestas “revoluciones Twitter” que se han dado en los últimos años. También hay una clara brecha por género, aunque se está reduciendo año tras año.
Sin embargo, en general, los jóvenes de hoy en día, en todo el mundo, sea cual sea su procedencia o clase social, viven y respiran en las redes sociales con naturalidad pasmosa. Las redes les enseñan una manera de relacionarse, de comunicarse, de informarse de lo que pasa y de “mojarse” con las causas que les parecen justas, junto a otras personas. Si la juventud es el futuro, no podemos perder de vista su manera, diferente a otras, de observar la realidad y zambullirse en ella. Algo nuevo está viniendo.