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Número 81 (nov.-dic.’05)
Han pasado 40 años desde aquella solemne y alborozada clausura del concilio del año 1965. Los padres conciliares volvían optimistas para sus casas, llevando en sus corazones la vivencia inolvidable del Vaticano II. La Iglesia entera se había puesto a examen y había sabido escuchar los clamores que le demandaban urgentemente un «agiornamento». Comenzaba un nuevo caminar. Eran ciertamente muchos los hábitos heredados,que le forzaban casi a mirar al pasado,pero el espíritu la sacudió poderosamente e impulsó a avanzar sin miedo. Fueron los años primeros,en que se planificó para todos la renovación. Y los frutos no tardaron en aparecer. La Iglesia se descentró,se salió de sí misma y realizó una gran operación de cercanía,de encarnación, de diálogo,de colaboración y de compromiso con el mundo,sobre todo con el mundo de los más pobres.
En el año 85,veinte años después,la Iglesia había hecho por reorganizar,desde su estructura y pensar milenario, inercias y habitudes aparcadas, que no muertas,en su ser. El entonces cardenal Ratzinger sentenció que esos veinte años de posconcilio fueron decisivamente desfavorables para la Iglesia. Era la alarma,el momento del freno y de la estrategia para reavivar las fuerzas conservadoras y meter en cuarentena a las renovadoras. El declive iba en aumento y los ganadores del concilio resultaban, por días,los perdedores. Y así,en un crescendo imparable hasta nuestros días.
El fenómeno de esta grave involución del posconcilio merece un largo estudio si de verdad queremos averiguar lo que está pasando en la Iglesia. Hay quienes,y para ello darán datos y argumentos,lo atribuirán a un relajo y contemporarización de la Iglesia con las fuerzas más negativas del mundo. Habrá parte de eso,pero no es la causa principal.
El concilio fue testigo de un enfrentamiento de dos concepciones o interpretaciones que enfrentaban a dos mundos distintos: el de los que pensaban que estábamos en una época nueva,con problemas,desafíos y soluciones nuevas; y el de los que se empecinaban en mantener incólumes la visión y respuestas del pasado. Este enfrentamiento creció y se ha venido agudizando en los últimos años.
Se trata en el fondo,y es la clave que ofrece este número de Exodo,de un conflicto interno cada vez más indisimulado: los cristianos,y en este caso católicos,dicen todos seguir a Jesús. Pero,la cuestión comienza a delimitarse e ilustrarse cuando se dibuja el perfil y consecuencias de ese seguimiento. No es relajo,infidelidad o indisciplina por ninguna de las dos partes,sino de una mediación o modelo de Cristología, Eclesiología , Teología,Moral,Espiritualidad, Antropología, Cosmología y Saber Humano,con el que vivimos y pretendemos presentarnos al mundo de hoy. De nuevo, pues,el mismo problema: caminar y no ponerse al margen de la historia.