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Éxodo 103 (marz.-abr.’10)
– Autor: Ramón Fernández Durán –
Según la Sociedad Geológica de Londres, la de mayor historia y quizás la más prestigiosa del planeta, en el último siglo la tierra ha entrado en una nueva era geológica: el Antropoceno. Habría tocado a su fin el Holoceno, la etapa histórica que coincide con el inicio de la agricultura y la expansión y evolución de las civilizaciones humanas que conocemos, es decir, grosso modo los últimos 12.000 años. El trecho interglacial que define el Holoceno, inusualmente estable en términos de temperatura global, ha terminado. Estaríamos por tanto en una nueva era histórica marcada por la incidencia de la “especie humana” en el planeta Tierra. Se resumen a continuación algunas características más importantes de esta transformación.
UNA NUEVA ERA GEOLÓGICA: LA CRISIS ECOLÓGICA SE HACE MUNDIAL
El siglo XX inaugura un momento decisivo, e irrepetible, en la historia no sólo de la especie humana, sino del planeta Tierra. El hecho de que a finales del pasado siglo el sistema urbano-agro-industrial mundial derrochara casi 100.000 veces la energía consumida por los seres humanos a principios del neolítico ha sido determinante en el advenimiento de esta tremenda singularidad histórica. Es más, en el siglo XX dicho sistema ha utilizado más energía que en toda la historia anterior de la Humanidad. De esta forma, una sola especie, la especie humana, o mejor dicho, un sistema de poder que ha estructurado y condicionado a una gran parte de la misma, ha logrado desviar en su propio beneficio una gran parte de los recursos del planeta. El 40% de la llamada Producción Primaria Neta, es decir, de la biomasa global. Lo cual ha tenido impactos muy perniciosos en sectores claves para el mantenimiento de la vida: el agua potable, la tierra fértil, las pesquerías oceánicas, los bosques, la diversidad biológica y la atmósfera planetaria. Además, la explotación de pesquerías, bosques y tierras fértiles parece que ha llegado a su máximo histórico, y enfrenta un declive progresivo a resultas de su creciente agotamiento y del cambio climático en marcha. El siglo XX, por tanto, es un fragmento diminuto, pero la escala de las transformaciones que ha presenciado empequeñece toda la historia humana anterior.
En las dos o tres últimas décadas el sistema urbano-agro-industrial ha actuado por encima de la capacidad de regeneración del planeta Tierra, gracias al incremento de la capacidad de carga y a la intensificación de los procesos productivos (destructivos) que posibilitan los combustibles fósiles. Lo cual tocará muy pronto su límite en este siglo por el inicio inexorable del declive energético. Pero el sistema mundo capitalista, así como las sociedades que lo componen, vivieron hasta hace poco de espaldas a este hecho incontrovertible, y todavía lo siguen haciendo en muy gran medida, auspiciados por la tremenda capacidad de enmascaramiento y ocultación que posibilitan la Sociedad de la Imagen y la Aldea Global. Sin embargo, la crudísima realidad les obliga a no poder soslayar ya los límites biofísicos a su despliegue y funcionamiento, pues éstos son una de las causas principales de la actual Crisis Global, que ha disparado las contradicciones internas del mismo. La guerra silenciosa, mortífera y en acelerado ascenso contra la Naturaleza llevada a cabo por la expansión a escala planetaria del sistema urbano-agroindustrial ya no se puede ocultar, y está actuando actualmente como un auténtico boomerang contra el mismo.
El enorme despliegue del capitalismo urbano-agro-industrial a escala global, así como el incremento hasta ahora imparable de la población que ha llevado aparejado, no hubieran sido posibles sin ciertas ayudas decisivas. La energía abundante y barata, sobre todo de origen fósil (petróleo, carbón y gas natural), y la disposición también barata y abundante de recursos asimismo claves para su despliegue: agua, minerales (incluido el uranio), alimentos y biomasa. Y por supuesto, por la oferta imparable de fuerza de trabajo asalariada, y asimismo de trabajo doméstico no remunerado (prioritariamente femenino) que hacía viable su reproducción. Son estos factores los que han hecho posible un crecimiento económico mundial sin parangón, a través de un metabolismo urbano-agro-industrial cada día más consumidor de recursos y crecientemente generador de residuos e impactos ambientales y sociales de todo tipo, que han alcanzado definitivamente una dimensión planetaria. Pero, igualmente, todo ello no hubiera sido factible sin un sistema tecnológico, una Megamáquina global, cada día más sofisticada, que ha hecho viable dicho despliegue. Y, por supuesto, unas megaestructuras de poder político, económico y financiero que lo impulsaron. Todo ello forma un Todo, interrelacionado, que en el siglo XXI se empieza a agrietar y desmoronar, por sus contradicciones internas y especialmente por chocar con los límites geofísicos y biológicos planetarios.
LA REPERCUSIÓN GLOBAL DEL METABOLISMO URBANOAGRO- INDUSTRIAL MUNDIAL
La ideología dominante a lo largo del siglo XX, de fuerte raíz en la llamada economía neoclásica (conformada a finales del siglo XIX), con su fe en el crecimiento continuo y el progreso indefinido, sostiene que la expansión del actual modelo productivo y de acumulación se produce como en una burbuja aislada y autosostenida, pero eso es una tremenda falacia. En primer lugar, tal modelo descansa sobre otro “mundo invisible” que es el ámbito de la reproducción doméstica, que opera en general fuera de la lógica del mercado, con una estructura claramente patriarcal, y sin el cual ese “mundo ideal” sería sencillamente inviable. En segundo lugar, el metabolismo del capitalismo global no se puede entender sin un consumo creciente de recursos de todo tipo (inputs biofísicos), en concreto materiales y energía que son extraídos del medio natural, ocasionando importantes impactos sobre el entorno de muy diversa naturaleza (los outputs biofísicos) que son vueltos a lanzar al medio natural. La economía neoclásica para nada considera la necesidad insoslayable de disponer de dichos inputs biofísicos, pues los da por supuestos, y piensa que estarán ahí disponibles ad eternum para ser utilizados sin freno y sin impacto por parte del carrusel imparable de la producción y el consumo.
Este auge perverso del metabolismo urbano-agro-industrial se aceleró aún más en la segunda mitad del siglo XX, en especial en las dos últimas décadas, tras las crisis energéticas de los setenta, cuando el capitalismo alcanza una dimensión y profundidad verdaderamente globales. Y para nada fue ajeno a ello la utilización masiva del petróleo. Sólo el uso de los combustibles derivados del crudo permite comprender cómo el comercio mundial pudo multiplicarse por 50 en la segunda mitad del siglo pasado, dos veces más que la producción industrial. La explosión de la movilidad motorizada que lo hizo factible se debió a que el consumo de petróleo se multiplicó por ocho en los últimos cincuenta años del siglo, lo que permitió que el metabolismo urbanoagro- industrial operara a una escala cada vez más global, mundializando por consiguiente sus impactos. Los impactos ambientales del actual capitalismo global se recrudecen en los espacios periféricos y semiperiféricos, mientras que se contienen en mayor medida en los espacios centrales, como resultado de las relaciones de poder mundial. De esta forma, las repercusiones negativas del metabolismo urbano-agro-industrial se están exportando cada vez más hacia la periferia. Así, el capitalismo global adopta una configuración geográfica de Estados y regiones metropolitanas “ganadoras”, es decir, acumuladoras de capital y atractoras de población, así como sobreconsumidoras de recursos (directos e indirectos) y sobregeneradoras de residuos; mientras que otros Estados y regiones se configuran como espacios “perdedores”, de donde se extraen cada vez más los recursos (con fuertes impactos medioambientales), los capitales y la población, actuando además crecientemente como sumideros de los residuos del sistema urbano-agro-industrial a escala mundial, junto con los mares, los océanos y la atmósfera planetaria.
EL IMPACTO EN LA HIDROSFERA Y LA CONVERSIÓN DEL AGUA EN EL “ORO AZUL