Escrito por
Éxodo 119
– Autor: Josep María Antentas y Esther Vivas –
Cinco años después del estallido de la crisis asistimos a la implacable generalización de las políticas de austeridad sin fin. Más allá de los recortes tenemos en marcha un auténtico proyecto de reorganización social al servicio de los intereses del capital financiero. No hay un plan totalmente acabado, ni un diseño coherente, pero sí el objetivo muy claro de pasar la factura de la crisis a la mayoría de la población y utilizarla para cambiar de modelo social, a modo de una especie de “tercermundización” de la periferia mediterránea. La crisis contemporánea marca una “gran transformación” del mundo, una
reorganización política y social del planeta cuyos efectos se inscriben en un ángulo de tiempo largo. Como bien afirma Josep Fontana1: “Lo que se está produciendo no es una crisis más, como las que se suceden regularmente en el capitalismo, sino una transformación a largo plazo de las reglas del juego social, que hace ya cuarenta años que dura”.
En este escenario la brutalidad de los ataques a los derechos sociales empuja hacia la crisis al conjunto del sistema político. La aplicación de planes de ajuste estructural sacude a toda la sociedad, tiende a dinamitar el sistema de partidos y a hacer estallar los mecanismos tradicionales de representación. La política de austeridad hace entrar en colisión a las
fuerzas políticas en el poder y su base social. La crisis provoca una verdadera descomposición de los espacios democráticos liberal-burgueses tradicionales. Los engranajes chirrían y los mecanismos democrático-institucionales tradicionales implotan
por la supeditación extrema de la política a los intereses del capital financiero, cuyas máximas expresiones han sido los “golpes de estado financieros” de Grecia e Italia, y la colocación en posiciones institucionales clave en la UE y en
muchos países de hombres de Goldman Sachs. En momentos de crisis, mejor tomar directamente el timón de la nave.
La involución oligárquica de las democracias parlamentarias se profundiza e intensifica. Las democracias parlamentarias se han convertido en “Estados de derecho oligárquicos”, como afirma Jaques Rancière2, donde una minoría profesionalizada y supeditada al poder económico monopoliza la representación política y excluye de facto de la participación política a la
mayoría, aunque sigue sacando su legitimidad formal de ella a través del sufragio universal y las victorias electorales. Esta democracia oligárquica se convierte a la par en una verdadera plutocracia donde el poder está en manos de una minoría
económicamente privilegiada, este simbólico 1%, señalado por Occupy Wall Street, y que representa a la fracción financiera de la burguesía hoy dominante. Las nuestras son democracias de mercado dirigidas por el partido del dinero y al servicio del dinero, donde el Estado, en manos de la oligarquía plutocrática, actúa como un Robin Hood reaccionario, un Robin
Hood invertido que roba a los pobres para llenar las arcas insaciables de los ricos poseedores.
Resultan así de sorprendente actualidad, como recuerda Stathis Kouvelakis hablando del caso griego, los comentarios de Marx sobre la Monarquía de Julio, en la que dominaba “no la burguesía francesa, sino una fracción de ella: los banqueros, los reyes de la Bolsa, los reyes de los ferrocarriles, los propietarios de minas de carbón y de hierro y de explotaciones forestales, y una parte de la propiedad territorial aliada a ellos: la llamada aristocracia financiera. Ella ocupaba el trono, dictaba leyes en las Cámaras y adjudicaba los cargos públicos, desde los ministerios hasta los estancos3”. “Los bancos y las agencias de calificación se han convertido en los dictadores de Occidente. Como los Mubarak y Ben Alí, creen ser los propietarios de sus países”, afirma certeramente Robert Fisk4. Nunca la subordinación de los intereses colectivos a una minoría privilegiada fue tan extrema, ni su apropiación, en un contexto de democracia parlamentaria, de los resortes públicos para socializar pérdidas y privatizar beneficios fue tan absoluta y arrolladora.
La sumisión mostrada por parte de los partidos políticos al mundo financiero ha quedado más patente que nunca, haciendo aumentar la desafección respecto a la política institucional y el escepticismo hacia los representantes políticos, cuyo descrédito es creciente. La desafección ciudadana ante los grandes partidos, sin embargo, se profundiza así como el castigo
electoral a los gobiernos (de derechas o social-liberales) de turno en cada país. La crisis ha mostrado de forma cruda las falacias ideológicas del neoliberalismo y ha puesto al descubierto la verdadera naturaleza del sistema, cuya coartada se ha
desvanecido. La sensación de vivir en una democracia secuestrada por el poder financiero, los mercados, las agencias de rating… se ha generalizado. La subyugación de la política a manos de los intereses del poder financiero, y la implosión de
facto de los mecanismos de participación democrática institucional agudizan la “crisis de representación” de las y los trabajadores y las capas populares que se viene fraguando y acentuando en las últimas tres décadas de neoliberalismo, adaptación social-liberal de la socialdemocracia, y descomposición del movimiento obrero. Y si la política desaparece en
beneficio de la imposición mecánica de los intereses privados del capital es la democracia quien también se evapora, ya que como señalaba Daniel Bensaïd, “el presupuesto de la democracia, es la política”5.
La crisis de la democracia liberal se expresa esencialmente por el vaciado de facto de la voluntad popular y del significado, el sentido y la utilidad del voto. Aún así existen en paralelo mecanismos directos para impedir el derecho al voto de amplios sectores de la población. Ambas dinámicas se complementan. En Estados Unidos, por ejemplo, varios Estados han
introducido nuevos requisitos para ejercer el derecho a voto, como la exigencia de un documento de identidad para los votantes, que para obtenerlo es necesario acreditar el carné de conducir, los datos bancarios u otros… de los que carecen un 10% de los votantes, en particular los de origen más humilde o las minorías étnicas6. Y en la Unión Europea asistimos inexorablemente a la normalización estructural de una democracia electoral con una capa creciente de inmigrantes sin derecho a voto, de ciudadanos de segunda categoría que asisten a las contiendas electorales como espectadores de una función las decisiones de cuyos actores sí les afecta.
En el conjunto de la periferia europea, la deslegitimización del poder político y de la clase política se acentúa a medida que recortes y chantajes financieros avanzan. La crisis económica y social se convierte en una crisis política cada vez más profunda con procesos crecientes de deslegitimación de instituciones y partidos políticos mayoritarios y de rechazo a las élites financieras. En Grecia, el caso más avanzado, acontece una crisis de hegemonía que no cesa de profundizarse que ha provocado una explosión del sistema tradicional de partidos. En el Estado español el rechazo a “políticos y banqueros”, que
fue el lema fundacional del 15M, sólo hace que aumentar y se va entrando en una dinámica creciente de “crisis de régimen” en la que se entremezcla el desgaste de las instituciones del Estado (incluido el Rey, aunque no de forma irreversible) y de los dos grandes partidos por su gestión probanqueros de la crisis, con la crisis del modelo de Estado y el ascenso del independentismo en Catalunya y Euskadi. El edificio construido durante la Transición empieza a tener crecientes grietas en las paredes.
En los años 90 y 2000, fueron las abiertamente antidemocráticas instituciones internacionales que encarnaban el proceso de
globalización, como la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), las que sufrieron una fuerte erosión a medida que la crítica “antiglobalización” cogía fuerza y a raíz de la crisis financiera de 1997-1998. Ahora, en una dinámica que significa un salto cualitativo enorme, son los gobiernos democráticamente
elegidos y las instituciones democráticas nacionales las que se ven cuestionadas y están en el centro de la diana, al quedar expuesta, negro sobre blanco, su supeditación a la oligarquía financiera. ¿Cuánta democracia aguanta el capitalismo? se preguntaba retóricamente David Fernández7 poco después del estallido del 15M en el Estado español. La pregunta tiene una
doble respuesta. Por un lado, aguanta muy poca. Capitalismo y democracia siempre fueron incompatibles y antagónicos. Cuando el primero entra por la puerta la segunda sale por la ventana. Aunque, por otro lado, el capitalismo ha demostrado una gran
elasticidad para integrar a las clases subalternas cuando se ha visto impelido a hacerlo. Su naturaleza antidemocrática fundada en la apropiación privada de la riqueza nunca dejó de ser tal, pero en el contexto histórico posterior a la II
Guerra Mundial, marcado por el conflicto entre bloques y la fuerza del movimiento obrero en Occidente, fue posible arrancar una dinámica democratizadora y redistributiva que amplió derechos sociales y políticos e incorporó a las clases trabajadoras de forma subordinada a la participación política.
Más de tres décadas después del inicio de la reestructuración neoliberal, en medio de la “gran crisis” del 2008 y
desaparecidas ya las causas que llevaron a los compromisos fordistas y keynesianos, las conquistas democráticas se evaporan ante nuestros ojos. Se escurren irremediablemente como arena entre nuestras manos. Al menos, eso sí, la cosa queda más clara. Ya no nos confunden con el cuento del “mundo libre”, aunque cuando las luchas sociales cuestionan en serio a los
gobiernos y sus políticas, estos corren a legitimarse todavía recordando su condición de gobiernos electos en sufragio universal. El capitalismo de la crisis aguanta muy poca democracia. La aplicación de las medidas de ajuste requiere el vaciado por dentro de los mecanismos democráticos.
El aumento de la represión y las lógicas de excepción son el correlato de esta situación. El avance del Estado penal ha ido en paralelo al retroceso del Estado social. La conculcación de libertades y derechos ha sido una constante de la era neoliberal, explotando miedos e inseguridades, en nombre de la lucha contra la inmigración, la defensa de la seguridad
ciudadana y, desde los años 2000, el combate contra el terrorismo global. Ante el estallido de luchas sociales contra la crisis, esta lógica liberticida gira la tuerca unos grados más. Y lo hará aún más en una proporción similar al aumento de la inestabilidad y la conflictividad social. La intensificación del “Estado de excepción interior” permanente busca garantizar el orden público cuando los estragos de la crisis, las medidas de ajuste y el descrédito de los representantes políticos han
provocado una inmensa reacción social indignada que está justo en sus primeros compases.
La profundización de las consecuencias políticas de la crisis en la periferia europea, de los estallidos sociales y de los problemas de “gobernabilidad”, hacen prever un deterioro de la situación política, en países donde (como en Portugal, Grecia o el Estado español) además la tradición “democrática” de sus elites políticas y empresariales es muy superficial e históricamente poco arraigada. Aumentará la represión policial, el endurecimiento de las leyes y la violación reiterada por parte del poder de su propia legalidad y reglas del juego cuando sea necesario, en el marco de una creciente involución
autoritaria de la vida política y social, a la que hay que añadir el aumento o irrupción de la extrema derecha.
La dinámica general de la crisis desemboca en una involución oligárquica y plutocrática de los regímenes parlamentarios liberales que acelera y transforma cualitativamente un largo proceso de desdemocratización al servicio del gran capital, iniciado hace décadas con el ascenso de lo que Gerardo Pisarello8 llama el “Termidor neoliberal”. Éste no es más que la forma actual de un largo proceso histórico de involuciones democráticas que ha recorrido el mundo moderno y que tiene en el
constitucionalismo termidoriano de la Revolución francesa su ejemplo paradigmático. El escenario que dibuja la crisis, nos recuerda el autor, es el de la configuración de una “oligarquía isonómica”, es decir, un tipo de régimen en el que no hay una
supresión absoluta de derechos y libertades, sino su minorización y reducción, preservando “regímenes mixtos en los que convivan elementos oligárquicos y democráticos, pero en los que estos últimos ocupen un papel marginal”.
ENCRUCIJADAS, BIFURCACIONES Y RESISTENCIAS
Hizo falta más de una década y una Guerra Mundial para salir de la crisisde 1929, configurar un nuevo marco institucional y relanzar una fase de crecimiento y expansión. La crisis de los 70 creó las condiciones para la reorganización neoliberal del
capitalismo, cuyos desequilibrios estructurales han significado una huida hacia adelante en permanencia que nos ha conducido a la “gran crisis” del 2008. Salir de la crisis actual implicará una reorganización drástica del mundo, de las relaciones de fuerza entre clases y entre países. “Una salida de lacrisis que desemboque en la emergencia de un nuevo orden productivo y un nuevo régimen de acumulación no dependen sólo de la economía. Exige nuevas relaciones de fuerza, nuevas relaciones geopolíticas, nuevos dispositivos institucionales y jurídicos” nos recuerda Daniel Bensaïd9.
La cuestión no es si se va a salir de la crisis o no, sino cómo se saldrá y en qué dirección. Cuál de los caminos posibles cogerá el mundo cuando se arranque del cruce que es la crisis. Cuál será el mundo de la poscrisis y cuál será el coste humano y ecológico que pagaremos colectivamente. Cuál será el precio para salir de la crisis. Una crisis es siempre un punto de inflexión, marca un antes y un después. Pero el “después” no está trazado de antemano, depende de las relaciones de fuerzas entre clases sociales y grupos sociales. La historia no está escrita ni trazada de antemano. Dibuja un itinerario abierto, lleno de bifurcaciones y encrucijadas, de vías muertas y falsos atajos.
Todas las grandes crisis de la historia del capitalismo se han saldado con una reorganización de las relaciones sociales y entre clases. Lo que está en juego es una salida proempresarial a la crisis, que refuerce el dominio del capital en el seno de la sociedad, agrave las contradicciones sociales y medioambientales y vaya paralela al ascenso de las ideologías reaccionarias, o una salida en clave solidaria y anticapitalista. Dos lógicas chocan entre sí. La del capital financiero y sus intentos de imponer un nuevo modelo social en el que no tenga freno alguno a su dominación, y la de las resistencias sociales que estallaron el 15M de 2011.
La “gran rebelión” que significó el estallido del 15M tuvo un doble eje constitutivo inseparable: la crítica a la clase política y a los poderes económicos y financieros. A los últimos se les señala como responsables de la crisis económica y a los primeros se les acusa, precisamente, por su servilismo y complicidad con el mundo de los negocios. “No somos mercancías
en manos de políticos y banqueros” rezaba uno de los eslóganes principales del 15M, enlazando, así, la crítica frontal a la clase política y a la política profesional y la crítica, aunque no siempre bien articulada y coherente, al actual modelo económico y a los poderes financieros.
Más de dos años después la situación es contradictoria. Los logros del movimiento han sido muy pocos y muchos a la vez. Por un lado no ha conseguido prácticamente ninguna victoria concreta significativa ante las medidas de austeridad. Por el otro, sin embargo, ha conseguido recuperar la confianza colectiva en la capacidad para transformar la sociedad y ha comportado un fuerte proceso de repolitización de la sociedad, de reinterés por los asuntos colectivos y también de preocupación social de un espacio público usurpado cotidianamente por los intereses privados. Ha significado un aprendizaje colectivo del ejercicio de la democracia y la autoorganización. Nos ha enseñado a comenzar a “aprender a desaprender” para deshacernos de las
ideas hegemónicas sobre la realidad y ha contribuido a difundir en la acepción gramsciana del término, un “sentido común alternativo”.
La lógica del ciclo actual es defensiva ante una intensificación sin precedentes de los ataques, y se desarrolla en una correlación global de fuerzas muy desfavorable, pero contiene en su seno elementos ofensivos, en el sentido de ser disruptivos y de tener capacidad de desestabilización del funcionamiento rutinario de la instituciones, y con capacidad de contra-ataque. Las luchas sociales no han conseguido una dinámica de victorias que permitan una acumulación de fuerzas ascendentes. El peso acumulado de tres décadas de derrotas ante el avance del neoliberalismo se deja sentir. Una de las grandes particularidades de la crisis actual es precisamente que, a diferencia del año 1929, la crisis tiene lugar en un
contexto de retroceso histórico del movimiento obrero y de la izquierda en general. Las luchas sociales remontan, por tanto, desde el fondo. Pero, a pesar de la falta de victorias, aún con una vida cotidiana más desesperada, no hay un sentimiento
de derrota. Al contrario, a medida que las políticas de ajuste se endurecen las ganas de luchar se multiplican. Incluso en Grecia, donde el cansancio entre la población es palpable tras un agónico proceso de resistencia ante la austeridad infinita, no hay un sentimiento de derrota definitivo, una resignación final.
Difícil, la situación actual tiene aspectos paradójicos. La correlación de fuerzas es absolutamente favorable al capital, pero al mismo tiempo su pérdida de legitimidad es notoria. Aplastante hoy en la correlación real de fuerzas, el neoliberalismo perdió sin embargo la hegemonía intelectual y cultural de los 80 y 90. Avanza socialmente carente de legitimidad (aunque a pesar de todo siga configurando la visión del mundo de amplias capas de la ciudadanía culturalmente destruida) en el marco del desgaste de la hegemonía de las clases dominantes dentro de un capitalismo cada vez más agresivo en el que las clases subalternas parten de una situación muy degradada y resistiendo desde muy abajo.
La rebelión de los indignad@s y la política dominante representan dos lógicas diferentes, antagónicas. Por un lado, la aspiración a la justicia social y a una democracia real en el sentido más amplio del término, es decir, a la capacidad de decidir sobre el propio destino. Por otro lado, los dictados de los intereses empresariales y el imperio del beneficio privado. Ambas marcan dos hojas de ruta contrapuestas para la humanidad. Nuestro futuro será muy diferente en función de cual prevalezca.
………………….
1 Fontana, J., “Más allá de la crisis”, Viento Sur, 23/02/2012: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/index.php?x=4914.
2 Rancière, J., El odio a la democracia. Buenos Aires: Amorrortu, 2006.
3 Marx, K., Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850. Madrid: Espasa-Calpe, 1992; Kouvelakis, S., “Golpe de Estado
europeo frente al levantamiento popular”, Viento Sur, 18/11/2011: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/index.php?x=4570.
4 Fisk, R., “Los banqueros, los dictadores de Occidente”, La Jornada, 11/12/2011.
5 Bensaïd, D., “El escándalo permanente”, en VVAA. Democracia en suspenso. Madrid: Casus Belli, 2010.
6 Fontana, J., “Más allá de la crisis”, Viento Sur, 23/02/2012: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/index.php?x=4914.
7 Fernández, D., “Desobeir el frau, impedir l’estafa, insistir en nosaltres mateixes”, en VVAA. Les veus de les places. Barcelona: Icaria ed., 2011: 61-82.
8 Pisarello, G., Un largo Termidor. Madrid: Trotta, 2011.
9 Bensaïd, D., “Crises d’hier et d’aujourd’hui”, en Karl Marx. Les crises du capitalisme. París: Demopolis, 2010.