domingo, diciembre 8, 2024
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LA BIBLIA, TESTIGO DEL ENCUENTRO ENTRE DIOS Y EL SER HUMANO

Éxodo 99 (mayo-jun.´09)
– Autor: Carmen Soto Varela –
 
La identidad de cada pueblo se va configurando en torno a sus tradiciones, símbolos y expresiones artísticas que explican y justifican sus instituciones, ideas y proyectos. En este proceso, el lenguaje se convierte en vehículo privilegiado para expresar los significados que el ser humano da a su existencia y el sentido que proyecta en sus horizontes. De entre todas las experiencias que el ser humano fue modelando y dotando de palabras, está la intuición de que Dios tiene algo que ver con la historia.

Cada cultura ha configurado su imagen de Dios e imaginado su modo de intervenir en la vida humana a partir de sus fundamentos identitarios y de sus construcciones sociales, económicas y políticas. Esta vivencia precisa a su vez ser expresada, tanto para ser comprendida como para ser comunicada. Los textos que nacen de este proceso de verbalización funcionan a modo de referente y de testigo del acontecimiento que los ha hecho nacer: el encuentro entre el ser humano y Dios.

La Biblia forma parte de ese largo camino de autodefinición humana en relación con el mundo y con la divinidad. En ella nos encontramos con la experiencia religiosa fundante de las comunidades judía y cristiana, encarnada en una historia larga y compleja en la que se ha ido entretejiendo, a la vez, la experiencia humana y la experiencia de Dios.

El compendio de libros que hoy tenemos consignados en la Biblia abarca un arco temporal muy amplio, en el que han intervenido un número incontable de autores, marcados por contextos distintos e intereses variados2. Descubrir en los caminos de esa historia la Palabra de Dios ha sido y sigue siendo una de las cuestiones fundamentales a las que se han tenido que enfrentar tanto los estudiosos como los creyentes en general.

En los últimos siglos, especialmente en Occidente, el cambio de paradigma que supuso la modernidad ha puesto en entredicho la posibilidad de una relación armónica entre palabra humana y palabra de Dios. Si la Biblia es un conjunto de escritos histórica y culturalmente situados ¿cómo puede contener la Palabra de Dios? Si es palabra de Dios ¿cómo puede contener palabra humana?

LA REVELACIÓN COMO PUNTO DE PARTIDA

El considerar que la Biblia contiene la Palabra de Dios es lo que la ha convertido en un compendio de libros singulares y significativos, no sólo para la comunidad creyente, sino para la historia humana en general. Su contenido ha sido fuente para la fe a lo largo de muchos siglos, pero también piedra de choque cuando los paradigmas culturales se fueron transformando y los esquemas sociales e ideológicos se distanciaron de los que vieron nacer sus textos.

Teniendo como punto de partida el misterio de un Dios que ha querido revelarse al ser humano y la capacidad humana de escuchar esa palabra divina, es necesario buscar cauces de comprensión en el hoy que posibiliten la articulación de esta doble realidad que define a la Biblia: ser a la vez palabra humana y palabra de Dios.

Descubrir la huella humana en los textos bíblicos puede, y con frecuencia lo hace, oscurecer la presencia de Dios en ella. Pero olvidarla puede, y muchas veces así ha ocurrido, deformar el auténtico rostro de Dios que en ella se ha querido revelar. Este es un doble desafío al que cada generación creyente se ha de enfrentar si quiere ser fiel al Dios en el que ha puesto su fe y su esperanza.

Ciertamente que el pueblo de Israel o las primeras comunidades cristianas cuando fueron poniendo por escrito los textos no se percibían a sí mismas envueltas en una continua teofanía, sino que en su cotidiano acontecer histórico iban cayendo en la cuenta de una presencia que los precedía y que, en la medida que la iban formulando, su experiencia de vida y de fe se iba configurando. De esta manera la revelación se iba visibilizando a través de un largo camino por el que Dios va logrando hacer sentir su presencia. Un camino jalonado de encuentros, de acontecimientos, de historia compartida entre el ser humano y Dios.

La revelación consignada en la Biblia no se puede entender, por tanto, como un cúmulo de verdades proclamadas apriorísticamente por Dios al ser humano y que el autor bíblico se ha limitado a poner por escrito. Los estudios bíblicos confirman que el proceso de gestación de los textos fue largo y complejo, siendo fácilmente visibles los hilos humanos con que fueron tejidos. La realidad humana, necesariamente encarnada, hace inevitable que la revelación aparezca siempre situada, y por ello un tanto oscurecida por los enfoques culturales de quienes la verbalizaron.

Desde esta perspectiva, para poder acercarnos a la Biblia y permitirle que siga hablándonos de Dios, superando la distancia cultural y temporal que nos separa de sus orígenes, necesitamos comprenderla no desde una pretendida literalidad sino diferenciando el relato del mensaje que transmite, para permitir la apropiación de esa experiencia originaria de Dios en el contexto en que nosotros/as la recibimos y así poder recrearla y actualizarla de nuevo. Este proceso descubre la revelación no como algo ajeno y apriorístico, sino como algo que sigue aconteciendo en la historia y en el ser humano.

Más de una vez, al dialogar con un experto/a en Biblia, siempre hay quien pregunta: ¿y eso de Adán y Eva fue verdad? Como si con esa pregunta se hiciese la ”prueba del algodón” sobre la veracidad de la Biblia. Generalmente el/la exegeta toma aire mientras piensa: si le digo que es mentira me va a decir que entonces no se puede uno fiar de la Biblia, si le digo que es verdad me dirá que científicamente es poco creíble. ¿Qué responder? Quizás la respuesta adecuada es la de ayudarle a caer en la cuenta de que la ciencia es uno de los posibles medios de conocimiento de la realidad, pero no el único, y a la hora de acercarse al misterio de la vida no siempre el lenguaje científico es el más adecuado. Podemos decir que los relatos de la creación son narraciones míticas y como tales no buscan respuestas técnicas, sino una respuesta de sentido. La verdad que que esconde el lenguaje narrativo apunta a la comprensión global de la existencia, a sus significados. Definir como mito las narraciones de la creación no las convierte en mentira, sino que redimensiona su validez en otros parámetros, los que brotan de las certezas profundas, de las intuiciones compartidas, de la fe entendida como confianza básica en el camino humano.

LA PALABRA DE DIOS ENCARNADA

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