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Número 83 (marz.-abril’06)
– Autor: Carlos Blanco –
Desde que el presidente José Luis Rodríguez Zapatero propusiera en la sede de la ONU, hace ya más de un año, su proyecto de Alianza de Civilizaciones, las reacciones no han cesado.
Más allá de las críticas de quienes califican la propuesta de “utópica” (olvidando que, como afirmara W. Benjamin, la “utopía es motor de la Historia”), y que son, por lo general, los mismos que preferían que España pasase a la Historia por hacer un particular brindis al sol en las Azores apoyando guerras (cuando la realidad demuestra que la guerra de Irak ha quedado relegada al rincón de la miopía política y de la miseria de una administración, la republicana, que no tuvo la más mínima capacidad para analizar las consecuencias de sus actos), conviene analizar de modo objetivo los parámetros principales del proyecto de la Alianza de Civilizaciones dentro de la actual coyuntura internacional y de las coordenadas en torno a las que gravita la cultura de nuestro timpo.
El proyecto de Alianza de Civilizaciones es amplio, complejo y a muy largo plazo. A mi juicio, cabe señalar cuatro puntos fundamentales del proyecto, que son cuatro de las grandes líneas que deberá seguir la Humanidad en el siglo XXI:
1. Un diálogo intercultural e interreligioso, sin límites, sin exclusiones a priori, sin temores, sin recelos. El diálogo es medio, ciertamente, pero ante la persistencia de contradicciones casi insolubles y de oposiciones permanentes, el diálogo actúa como fin en sí mismo, ya que, de alguna manera, la existencia humana se define por su capacidad de formular preguntas, no teniendo por qué haber respuesta más allá de la pregunta (en la línea de M. Heidegger).
2. Una humanización de la Economía, con especial atención en los más desfavorecidos, que sintetice aportaciones del socialismo, de la filosofía del libre mercado, y de otras alternativas, y que busque ante todo una globalización de la solidaridad y de la fraternidad. Como ha afirmado el propio Rodríguez Zapatero, el terrorismo es injustificable, pero hay causas evidentes que lo propician, y negarlas sería “insultar a la inteligencia” (John Le Carré). En efecto: el terrorismo no se justifica, pero indagar y buscar causas es la labor del intelectualhonesto, del mismo modo que investigar sobre las causas del ascenso del nazismo no es justificar el nazismo. Y entre esas causas está, sin duda, la injusticia social, el hambre, la marginación, la intolerancia religiosa y cultural…
3. Un sí decidido al progreso científico y tecnológico, un sí a una ciencia al servicio de la persona y de sus necesidades, un sí a una visión científica del mundo que se muestre abierta a las aportaciones de las distintas culturas y de las diversas religiones.
4. Una concienciación ecológica, que articule el desarrollo socio-económico a nivel global con el respeto a la Tierra. Y, más aún, un “diálogo con la Tierra” (que ha sido llamado “ecosofía”) y un programa educativo que manifieste la necesidad insustituible de la Tierra para el progreso humano. Supone, por tanto, un apoyo por parte de instancias culturales y académicas a los proyectos de eco-filosofías, eco-teologías, eco-sociologías, etc. Un sí decidido y comprometido al medio ambiente, que, nuevamente, se valga de las contribuciones de las ciencias y de las sensibilidades culturales y religiosas.
Es comprensible que, dada la problemática internacional que vivimos en estos años, el debate sobre la Alianza de Civilizaciones se haya polarizado en torno al binomio Occidente-Islam. No debemos olvidar, sin embargo, que si un proyecto de semejantes características quiere ser auténticamente universal no puede determinarse totalmente por la coyuntura internacional, hoy dominada por el temor ante el aumento del radicalismo islámico, sino que debe mirar con perspectivas más amplias y reconocer que la alianza de civilizaciones compromete a todas las culturas y sociedades del planeta.
El auge del fundamentalismo islámico sólo es comparable con el auge del fundamentalismo neoliberal y de la ideología del pensamiento único que tan estrepitosamente amenazan por bloquear la capacidad de pensamiento y de crítica de las sociedades árabes y americana. Un fundamentalismo conduce a la violación flagrante de la dignidad humana con actos de terrorismo que, además, se justifican en el nombre de un Dios que, desde luego, no es el dios del Corán (basta con leer la primera sura, Al- Fatiha, para encontrar las palabras: “En el nombre de Dios, el compasivo, el misericordioso…”, un dios en las antípodas de la deidad ideologizada de los suicidas de Nueva York, Madrid o Londres), y otro a guerras ilegales (como la de Irak), que también violan los derechos humanos y las convenciones internacionales. Lógicamente, nadie se atrevería a juzgar a todo el Islam en base a sus elementos más fanáticos y extremistas, como nadie analizaría el cristianismo del siglo XXI centrándose en el gueto cultural al que personajes como Billy Graham o el mismo George Bush están llevando a diversos colectivos cristianos en Norteamérica: neoliberalismo feroz, oposición frontal con la Ciencia (como se ha visto en la polémica sobre el “Intelligent Design”) y con la intelectualidad (ausencia total de autocrítica, ignorancia exegética brutal que choca con el espectacular desarrollo del método histórico-crítico en otros sectores cristianos, y que ha permitido una des-fundamentalización y una des-apropiación de la lectura de la Biblia, que ya no es patrimonio de unos pocos exaltados, sino que está abierta a la investigación científica, libre y racional), aislacionismo político frente a toda instancia internacional… Si realmente queremos que Occidente y el Islam no se conciban como antagonistas irreconciliables, debemos tratar de comprender la esencia profunda del Islam más allá de los revestimientos radicales, y reflexionar sobre lo que constituye y debe constituir Occidente en el futuro. Librarse de prejuicios es la condición inexcusable de todo diálogo.
La Alianza de Civilizaciones ya está en marcha. Sólo cabe esperar que sus frutos hagan justicia a la importancia real de este proyecto.