Escrito por
Exodo 108 (marz.-abr.) 2011
– Autor: Benjamín Forcano –
Entrevista
“ José Comblin el 27 de marzo se pasó al Padre a raiz de un infarto fulminante en Salvador de Bahía. Tenía 88 años. Lloramos por el amigo, hermano, teólogo de la liberación, profeta y amigo de los pobres y a la vez nos alegramos de que llegó, después de una laboriosa existencia, al Reino de la Trinidad” (Leonardo Boff).
José Comblin es un hombre de Iglesia, pero que habla con libertad. Belga, se ordenó como presbítero el año 1950. Se doctoró en Teología en la Universidad de Lovaina. El año 1958 se instaló en la Universidad Católica de Campiña en Brasil. Desde 1962 a 1965 fue profesor de la facultad de Teología en la Universidad Católica de Santiago en Chile. Regresó a Brasil. Fue allí discípulo del obispo Helder Cámara. Fue expulsado de ese país el año 1972. Se le consideraba subversivo. Se instaló luego en Chile, en Talca, el año 1972 hasta 1980, colaborando con la Vicaría de la Solidaridad. Y también fue expulsado de Chile el año 1980 por la dictadura militar.
Colaboró en las conferencias de obispos de Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida. Comblin sabía de Obispos y sabía de Iglesia.
Era un maestro en el más pleno y auténtico sentido de la palabra. Su vocación magisterial le nacía de su profunda admiración por el maestro Jesús, a quien dedicó algunos escritos sencillos, buscando esa savia que el caminante de Galilea nos trató de comunicar. Conversaba con autoridad y conocimiento de los evangelios, de las parábolas, de los discursos de Jesús y de todas sus enseñanzas, aplicando siempre el desafío ético y la contextualización de aquello que Jesús nos quiso enseñar.
Dotado de una gran inteligencia y bien formado en la ciencias sociales y naturales, se dedicó a iluminar conciencias e incitar a pensar correctamente y buscar la verdad. La gama de su producción literaria es de por sí impresionante, desde temas bíblicos hasta los teológicos, sociales y políticos, pasando por la historia. José Comblin supo abrir caminos, provocar y lanzar intuiciones en la caminada teológica latinoamericana, abrir espacios para el diálogo y la crítica seria y ponderada.
Fue un teólogo popular, del pueblo y con el pueblo. Proveyó una teología laica liberadora que lo llevó a encarnarse en la situación de las comunidades de base, compartiendo el pan y el vino; las penurias y las alegrías del campesinado brasileño, chileno y ecuatoriano. En muchas ocasiones compartió en Centroamérica con seminaristas, comunidades de base y universidades.
Desde ahí, aparecía el visionario incomodador de dictadores y jerarcas religiosos conservadores. Su pensamiento profético y sus propuestas, muchas veces heterodoxas y avanzadas, lo colocaban frente a esas autoridades en franco desafío, pagando el precio con la marginación, el exilio y la relegación. Pero él sabía medir riesgos y asumirlos con integridad evangélica. No le interesó halagar poderes ni buscar posiciones acomodaticias. Buscó el camino del discipulado en discernimiento y humildad, con profunda ternura cristiana. Se le notaba en su rostro. Sus pausas en el conversar, con una sonrisa diáfana y dulce, proveía el espacio para compartir, aprender y sentirse uno desafiado.
Su estela luminosa se ha quedado con nosotros. Su sabiduría nos ha conmovido y desafiado.
Entresacamos ahora reflexiones suyas, puestas a modo de preguntas, que conectan con el tema central de este número de Éxodo.
¿Cree Vd. que en las democracias actuales se garantiza el derecho a la libertad de expresión?
Eso es lo que nos hacen creer, pero no es así. Un puñado de riquísimos capitalistas, faraones celebrados de manera vergonzosa por sus trabajadores cuasi esclavos, controlan los medios de comunicación.
La economía actual consiguió prácticamente destruir la política y anular la fuerza del Estado. Hoy, las normas son dictadas por las grandes fuerzas económicas. El papel del Estado consiste en aplicar las normas dictadas por las grandes empresas, que crean una infraestructura que les permite operar sin tener que contribuir. Los medios de comunicación colaboran en eso, mostrando que todo está bien.
Su sistema dispone de un aparato de propaganda en los medios: TV, radio, diarios, publicidad, revistas, cursos de economía, etc. Anualmente se reúnen en Davos los conquistadores y vencedores del mundo, junto con los medios de comunicación, a quienes les recuerdan que los dueños son ellos y que deben mostrar total acuerdo. ¿Sabemos de algún importante medio que critique las decisiones del presidente del Banco Central?
Si los espacios públicos los dominan ellos, no queda garantizado el derecho de los ciudadanos a expresarse libre y críticamente.
Vd. sostiene que a la Iglesia no le fue bien desde que se alió con el poder en lugar de aliarse con los pobres.
Ciertamente. Lo cual concuerda con lo que un nuncio me dijo una vez: “Si la Iglesia no tiene apoyo de los gobernantes, no puede evangelizar”. Pienso al revés: que si se tiene al apoyo de los poderes será difícil evangelizar. Este modo de pensar está muy arraigado en la cristiandad. Renunciar a la asociación con el poder es muy difícil. Evangelizar exige renunciar al poder económico, amasado de ordinario con lo robado al pueblo.
Para el pueblo en general la Iglesia es el papa, los obispos, los curas, los religiosos y religiosas… ese conjunto institucional tan bien trabado. Pero, no. La Iglesia son todos los discípulos de Jesús unidos en muchas comunidades por una misma fe. No voy ahora a relatar la historia de la institución eclesiástica y de la acumulación del poder en las manos del papa y del clero. Una historia que llega hasta nosotros y cuyas consecuencias estamos todavía padeciendo. El papa no es un emperador y la Iglesia, con sus actuales estructuras, tiene mucho de imperio y poco de democracia. Esa concentración del poder es un gran obstáculo para la libertad de expresión y para la evangelización.
¿Fue casual que Jesús fuera condenado por los poderes religiosos y políticos de su tiempo?
Jesús terminó con la muerte de cruz, que es una muerte infamante, o sea, una muerte infringida a esclavos desobedientes. Jesús como era un pobre fue tratado como un pobre. Denunció, en medio de los pobres, las mentiras de los grandes, de los poderosos. Y lo hizo sin dinero y poder político, sólo con la fuerza de su palabra. Su misión era transformar este mundo de arriba abajo, pero sin armas. Eso no lo podían tolerar. Y duró poco tiempo.
Son muchos los ejemplos, dados en la historia, de querer anunciar el cristianismo con las armas: emperador Constantino, América Latina, ¿es Dios o el diablo quien da la victoria? ¿Se llega con ello a la verdadera fe? Y esto mismo está ocurriendo actualmente en las guerras de Irak, Afganistán, etcétera. Nosotros somos los buenos porque somos los más fuertes.
Jesús quiso mostrar que el camino es el no-poder y la no-violencia. Jesús mostró que la evangelización va en sentido contrario al del poder, a las grandes obras y construcciones, hechas para atraer.
¿No se puede, por tanto, en la Iglesia actual ejercer el derecho a la libertad de expresión?
San Pablo nos dice en su carta a los Gálatas que los cristianos hemos sido llamados para la libertad. En este sentido, el cristiano no se deja manipular, no se deja empujar, hace no lo que las autoridades esperan por miedo a perder el trabajo o ventajas económicas, sino que ama a todos los seres humanos sin atarse a los propios deseos y necesidades.
Nadie está exento de tener miedo, como el mismo Jesús, pero no se deja impresionar por él y lo vence sin subordinarse a otros valores que lo hacen esclavo. En el cristianismo, miles de cristianos han sabido practicar esta locura de la cruz, de la pobreza afrontando la muerte. En Guatemala, por ejemplo, más de ochenta mil campesinos fueron muertos por las fuerzas de la nación, por el ejército, por la policía solamente porque no querían cambiar, no querían aceptar el sistema y reivindicaban sus derechos de indígenas.
Pero esta llamada a la libertad, ¿no lleva al cristiano a chocar necesariamente con los poderes del Estado?
Del Estado en cuanto tal, no. Porque el Estado puede ser instrumento de una clase dominante, pero también instrumento de los pobres. Sí que lleva a chocar con el Estado cuando se convierte en agente ejecutivo de la voluntad de los poderosos.
Los Estados cuando necesitan convencer a la gente, ahí tienen la televisión y tienen los grandes periódicos. Éstos tratan de explicar que no hay salida, hay que aceptar la situación tal como es. Los discursos son bonitos, muy prometedores, se va a mejorar, dicen, “voten por mí porque soy el mejor”. Pero, ¿qué es lo que van a hacer en concreto, qué medidas reales van a tomar? ¿Y cómo lo hacen? ¿Metiendo a todos en la cárcel (dos millones en Estados Unidos, miles y miles en otros países)? No se puede, se dice, son las estructuras, a mí me toca trabajar, seguir la política de la empresa y callar.
De todas maneras, siempre hay brechas por las que se puede entrar y afirmar la aspiración a una situación nueva sin el recurso a las armas, al dinero, al dinero que dan las empresas. Las empresas dan dinero a veces, pero para mostrar que quieren a los pobres, a la clase trabajadora. Hay unas estructuras injustas que denunciar y combatir, al igual que a personas que son cómplices con esas estructuras.
¿No resulta utópica esta lucha por la libertad en una sociedad como la nuestra?
Bastante, pues hoy estamos bajo la dictadura de unas 300 empresas multinacionales que tienen el poder verdadero. Y los gobiernos tienen que mantenerse dentro de esta línea y controlan todos los medios de comunicación: periódicos, radio, televisión. Todo lo tienen concentrado. Un poder así no necesita más poder militar hoy en día.
¿Cree que la Iglesia puede asumir en esta sociedad la defensa de los derechos humanos, más en concreto el derecho de la libertad de expresión?
Sí, si se atiene a su misión. Ella puede oponerse, denunciar, luchar, juntar fuerzas para disolver ese poder de todo el sistema financiero, de todos los medios de comunicación que divulgan como algo normal la ideología capitalista.
Los niños aprenden a ser capitalistas, viendo todo lo que la televisión muestra, toda esa idea de que la felicidad consiste en comprar más y en gastar más. Llegan, por ejemplo, las fiestas de Navidad y Pascua y ¿qué es lo que ven? Las fiestas de los árboles y de los huevos. Nada que tenga que ver, o apenas, con el cristianismo. Hay todo un poder que enseña una ideología con mucha fuerza, de tal modo que ninguna crítica es posible porque controlan todo.
¿Considera a la Iglesia en condiciones para esa tarea cuando el capitalismo parece convertirse para ella en algo conveniente?
Ese es el problema. Está claro que el Opus y los Legionarios de Cristo con el poder que tienen son supercapitalistas. El libro “Camino” del Opus es el manual del perfecto capitalismo, con su individualismo radical y con la voluntad de poder, de ser el primero, el mejor. Pura ideología capitalista.
Entonces, si la jerarquía está dominada por el capitalismo, ¿quién puede cambiar ese rumbo? Porque los fieles no eligen a los obispos.
Al final todo poder crea escándalos y llega un momento… Los Legionarios de Cristo están ya golpeados.
¿Van a ser entonces los escándalos los que provoquen los cambios en la Iglesia?
Son los que van a provocar la destrucción de ese poder. Todos los poderes en un momento dado se encuentran tan deshumanos y escandalosos que acaban por mostrar todo lo que ocultan.
Creo que la jerarquía no manda, los que mandan son el Opus, los Legionarios de Cristo. Y lo hacen desde un poder oculto, pero viene un momento en que aparece lo que son. O sea, los obispos obedecen, no mandan nunca, obedecen y escuchan lo que les viene de Roma, se limitan a transmitir lo que viene de Roma. No mandan.
¿No cree que todo esto está provocando un gran desconcierto en mucha gente?
Ha habido situaciones anteriores semejantes a esta. Yo recuerdo muy bien cómo Pío XII condenó a todos los teólogos importantes, a todos los movimientos sociales importantes. Estábamos más que desconcertados. El P. Liber, jesuita, profesor de historia en la Gregoriana y confesor del papa, decía: “Hoy la situación de la Iglesia Católica es igual a un castillo medieval, cercado de agua, levantaron el puente y tiraron las llaves al agua. Ya no hay maneras de salir. O sea, la Iglesia está cortada del mundo, no tienen más ninguna posibilidad de entrar”.
Después vino Juan XXIII y ahí, todos los que habían sido perseguidos, de repente son las luces en el Concilio y de repente todas las prohibiciones se levantan. Ahí renació la esperanza. No hay, pues, que perturbarse. Algo vendrá, no se sabe qué, pero algo siempre pasa.
¿Cómo juzga lo que está pasando en la Iglesia?
Nos estamos acercando a la fase final de la cristiandad. Su agonía puede continuar todavía durante algunas décadas o años. Son muchas las señales. ¿Y después de la cristiandad, qué? No lo sabemos a ciencia cierta, pero no nos perturbemos. Ha ocurrido otras veces en la historia, hay que aprender a resistir y a no perder la esperanza.
¿Vd. como teólogo, asigna a la teología alguna tarea importante en todo este cambio?
Una tarea compleja, porque tiene una tarea en el Evangelio y una tarea en la religión. La teología fue durante siglos la ideología oficial de la Iglesia. Su papel era justificar todo lo que dice y hace la Iglesia con argumentos bíblicos, de tradición, liturgia y un montón de cosas que yo aprendí cuando estaba en el seminario. Claro que no lo creía, pero todavía la mayoría lo cree.
Entonces, primero: ¿qué dice el Evangelio? ¿Qué es lo que es de Jesús? La tarea de la teología consistirá en decir qué es lo de Jesús, qué es lo que realmente quiso, lo que realmente hizo y en qué consiste realmente el seguimiento de Jesús.
Históricamente podemos analizar diversas formas culturales y manifestaciones. ¿Dónde podemos reconocer la continuidad de esa línea evangélica? Porque lo que de verdad puede interesar hoy al mundo es el Evangelio y el testimonio evangélico. Nadie va a convertirse por la teología. Por eso, me pregunto: ¿por qué en los seminarios se cree que la formación sacerdotal es enseñar teología? Yo no entiendo. ¿ No hay otra cosa mejor para evangelizar? Por eso, hace 30 años que decidí en presencia de Dios nunca más trabajar en seminarios.
Entonces, Evangelio, vuelta al Evangelio. San Francisco no quería que sus hermanos tuvieran libros. Con el Evangelio basta, no se necesita nada más. Decía: “Lo que yo enseño, no lo aprendí de nadie, ni del Papa; lo aprendí de Jesús directamente por su Evangelio”.
Creo que es eso lo que puede convencer al mundo de hoy, que está en perturbación y se aparta siempre más de las Iglesias antiguas, tradicionales.
¿Y entonces qué hacemos con la religión, qué queda de ella?
Examinar el sistema religioso y ver qué es lo que ayuda a entender y actuar según el Evangelio, examinar qué es lo que todavía vale hoy. ¿Por qué mantener cosas que no tienen ningún significado e incluso provocan rechazo? Hay muchas cosas que revisar: la confesión, la liturgia, la teoría del sacrifico. Que el sacerdote esté dedicado a lo sagrado para ofrecer el sacrificio y que la Eucaristía sea un sacrificio, eso no viene de Jesús. Como no viene la vida ascética tan deshumana que practicaban los monjes irlandeses. Un ejercicio de penitencia que hacían, por ejemplo, era entrar en el río –en Irlanda los ríos son fríos– y quedarse allí desnudos para rezar todos los salmos. Eso no es cristiano.
Todas las congregaciones femeninas saben cuánto hay que luchar para cambiar costumbres, tradiciones que no son evangélicas. Entonces, la tarea de la teología es cambiar, dejar de ser la ideología del sistema romano, progresivamente abandonada y sin porvenir.
En América Latina hemos conocido un nuevo franciscanismo, una nueva etapa de vida evangélica. Nació el 16 de noviembre de 1965, en una catacumba de Roma, donde 40 obispos, incitados por Helder Cámara, se juntaron y firmaron lo que se llamó “el Pacto de las Catacumbas”. Allí se comprometieron a vivir pobres, en la comida, en el transporte, en la vivienda. Se comprometieron; no dicen lo que había que hacer; se comprometen y de hecho lo hicieron después, dejando otras muchas cosas para dedicarse prioritariamente a los pobres y una serie de cosas que van en el mismo sentido. Una herencia que hemos de vivir.
¿Quiénes cree que en este momento van a ser los que evangelicen al mundo?
Para mí, los laicos. Ellos han dejado de ser analfabetos, tienen una buena formación humana y cultural, saben relacionarse, dirigir grupos, comunidades, saben actuar en el mundo.
Puede ocurrir que obispos o párrocos no estén de acuerdo con ellos, pero no por eso deben pensar que ya no pueden hacer nada. Al contrario, tienen capacidad y han demostrado serlo en su vida familiar, social y política. Pueden organizarse y, según el derecho canónico, pueden constituirse en asociaciones independientes del obispo y crear una presencia activa en la sociedad y en la Iglesia.
Son muchos los que quieren hacer algo en la vida, pero si no conocen el Evangelio no van a vivir como cristianos. Hay, pues, que explicar, pero explicar haciéndolos participar en actividades que son realmente al servicio de los pobres. Y que tengan una teología más viva, menos académica, menos escolástica, más abierta al mundo y a los problemas reales. El porvenir depende de estos laicos, reunidos en grupos, que ya existen aunque estén muy dispersos. Es una contradicción que puedan ser adultos en la vida civil y niños en la vida religiosa.
¿Podría no haber sacerdotes?
Jesús nunca pensó en sacerdotes. Incluso la palabra sacerdote ya se abandonó en el Concilio Vaticano II, dice presbítero. Incluso hay un escrito del Papa actual en el que piensa “el futuro” de la Iglesia: “El futuro de la Iglesia será una multiplicidad de pequeñas comunidades. Entonces, todo lo grandioso va a desaparecer; habrá pequeñas comunidades dirigidas por animadores o dirigentes, que serán gente que hacen trabajo profesional y que tienen una vida anormal. Y podrá haber algunos dedicados a tiempo completo que podrían también ser solteros. Esto es la visión que el Papa describió. Entonces, todo lo que recuerda la majaestad del pastor, las grandes ceremonias, todo lo que muestra la televisión, eso es tan arqueológico, es una cosa folclórica, una cosa del pasado que no significa nada para la nueva generación. Lo que se cree aparece en lo que se hace, no en lo que se dice. El testimonio de la vida, eso es lo importante. Y eso es lo que expresa la fe. Que diga que Dios existe o no existe, es secundario, porque la fe verdadera se manifiesta en su acción. ¿Cambió la Jerarquía? Eso es evidente. Juan Pablo II escogió una serie de obispos que fueran administradores de sus diócesis, pero no una voz del mundo.
¿Qué queda de la teología de la liberación?
Los teólogos de la liberación tienen un promedio de edad de 80 años. Y no apareció una nueva generación. La represión fue muy fuerte, terrible y la dictadura del Papa aquí en América Latina fue total y global. Acá se puede criticar a Dios, pero no al Papa. El Papa es más divino que Dios. Cualquier cosa que venga de Europa se aplica radicalmente; por otra parte, el Papa Juan Pablo II nombró toda una serie de obispos disciplinados, sumisos, obedientes, de tal modo que es difícil encontrar en América Latina algún obispo con cierta personalidad, fueron elegidos justamente porque no tenían personalidad. De ahí las consecuencias: sumisos. La teología de la liberación no ha sido bien vista y el Papa ha sido el gran enemigo y adversario. Ni en los seminarios ni en las facultades de teología se puede hablar de eso. Entonces, apareció una nueva generación que considera que eso es ya del pasado, que ya ha muerto, se terminó. No interesa más. Para la nueva generación de obispos y sacerdotes, ya no existe.
¿Y qué le parece que canonicen a Juan Pablo II, como él lo hizo con monseñor Escrivá de Balaguer?
El papado de Juan Pablo II fue catastrófico. Todos los que han hecho su carrera con él han podido ser cardenales, a pesar de su mediocridad personal. No merecían nada pero él los promovió, ¡claro que ahora quieren canonizarlo! Una vez que han canonizado a Escrivá, todo el mundo sabe que se puede ser santo sin tener virtud alguna.