Escrito por
Número 82 (ener.-febr.’06)
– Autor: Fernando Camacho –
Jesús de Nazaret fue una figura escandalosa para su época. Su conducta poca ascética le granjeó fama de comilón y bebedor (Mt 11,18-19 par); su libertad frente a la Ley (Mc 2,23-28 pars; 3,1-6 pars; Lc 13,10-17; Jn 5,1-18), las prácticas religiosas tradicionales (Mc 2,18 pars; 7,5 par) y los usos y costumbres de su sociedad (Mc 2,15-17 pars; Lc 7,36-50; 8,1-3; Jn 4,4-9.27) le enemistaron con los observantes religiosos; los maestros de la Ley (escribas o letrados) tacharon de blasfema su pretensión de perdonar los pecados (Mc 2,6-7 pars) y atribuyeron su actividad liberadora al poder de Belcebú (Mc 3,22 pars); su propia familia pensaba que no estaba en sus cabales (Mc 3,21); sus conciudadanos, escandalizados de sus pretensiones y de su actuación, cuestionaron el origen de su saber y de su fuerza de vida y sanación (Mc 6,2-3 pars); los fariseos y los letrados consideraron su trato con publicanos y pecadores como la prueba de que él mismo era un indeseable (Lc 15,1-2); los representantes del Sanedrín se negaron a reconocer el origen divino de su autoridad (Mc 11,27-28 pars), y el Sumo Sacerdote y el Sanedrín en pleno acabaron condenándolo a muerte por blasfemo (Mc 14,63-64 pars); Herodes lo consideró tan peligroso que quería matarlo (Lc 13,31) y, cuando por fin lo tuvo ante él, lo trató como a un loco (Lc 23,8- 12); y Pilato lo mandó crucificar como un rebelde frente al poder romano (Mc 15,15 pars). Por lo que atañe directamente a la cuestión de la sexualidad de Jesús, en los Apócrifos del NT, que para algunos autores modernos constituyen una valiosa fuente de información silenciada por la Iglesia oficial, la postura de Jesús con respecto a las mujeres y al sexo en general es ambigua y, sin duda alguna, contradictoria.
En varios textos gnósticos aparece la imagen de un Jesús encratita, enemigo -o poco amigo- del sexo y que desprecia por completo el matrimonio. Como, para los gnósticos, el sexo, unido conceptualmente con la mujer, es algo secundario, provisorio e imperfecto, en estos textos se refleja el ideal gnóstico de traspasar a la vida terrena lo que luego ocurrirá en la celestial, en la que el sexo no desempeña ningún papel.
En un pasaje de El Evangelio secreto de Marcos, en el que se relata la resurrección por Jesús de un joven en Betania, la relación que, a continuación, se establece entre ambos y que culmina en una escena nocturna en la que el joven va al aposento de Jesús -que se ha hospedado en su casa- vestido únicamente con una túnica sobre el cuerpo desnudo y permanece toda la noche con él, oyendo su enseñanza sobre los misterios del Reino de Dios, fue interpretada por los carpocracianos con un tenor claramente homosexual, cuando, sin duda, lo que pretende el relato es describir la iniciación del muchacho en la doctrina esotérica del Reino de Dios.
Finalmente, otros textos apócrifos dejan entrever que la relación de Jesús con alguna mujer en concreto pudo haber sido íntima, aunque sin indicar nunca con total claridad que estuviera casado. Este es el caso del Evangelio de María y la Pistis Sophia, que insinúan una especial relación de Jesús con María Magdalena, y también del Evangelio de Felipe (dichos 32 y 55), que la presenta como “compañera” o “consorte” de Jesús. En opinión de Antonio Piñero, aunque estos textos puedan entenderse en un sentido espiritual y gnóstico, es decir, no necesariamente como indicadores de una auténtica relación sentimental, incluido su aspecto carnal, esta interpretación, no debe excluirse, porque el Evangelio de Felipe pertenece al cuerpo de escritos valentinianos que se distinguen del grupo general gnóstico por su positivo aprecio del matrimonio, como signo y prefiguración de los conyugios celestes. De hecho, Epifanio de Salamina en su Panarion o Refutación de las herejías, al mencionar otro escrito gnóstico, titulado Preguntas de María, indica que ciertos gnósticos consideraban a María Magdalena amante o esposa de Jesús en un sentido carnal estricto.
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