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Éxodo 88 (marz.-abril’07)
– Autor: Ana María Schlüter Rodés –
En su momento fue muy importante descubrir, con ayuda de las ciencias, que en la raíz de los problemas sociales hay un problema estructural. Hay estructuras que reproducen constantemente situaciones de injusticia. Existe pecado convertido en estructura. Ahí no basta con zurcir el mantel cuando aparece un roto; es decir, es necesaria pero no suficiente la ayuda inmediata cuando hay hambre o pobreza de todo tipo. Cuando el entramado, no vale se ha de ir a la raíz y sustituirlo por otro nuevo, ha de trabajarse por un cambio estructural.
Pero ni siquiera esto basta. Muchos se han entregado con generosidad a la tarea, pero salieron quemados. A la hora de actuar, algo no respondía a la naturaleza humana, en el nivel antropológico se estaba pasando por alto y violando algo esencial, la dimensión espiritual del ser humano. Es necesaria además una segunda radicalidad, la de actuar desde las raíces del ser humano. De lo contrario se dan palos de ciego, uno se cansa mucho, se quema y su acción no lleva fruto duradero. Hace años, trabajando como secretaria en una Asociación de Vecinos de un barrio periférico de Madrid cuando surgían enfrentamientos en la junta directiva, se decía “nos estamos equivocando de enemigo” perdiendo fuerzas que estarían mejor empleadas de otra manera. Se hablaba de que alguien se “quería colgar medallas”. La acción basada en móviles egocéntricos se desvirtúa. Para que una acción sea verdaderamente eficaz es necesario que surja de un corazón liberado de ataduras interiores. Así se aprecia en Gandhi, en Oscar Romero y muchas otras personas que supieron entender y vivirlo así.
Se impone una doble fidelidad que consiste en responder desde el fondo del corazón, de el ser humano es libre de sí mismo, a la raíz de las interpelaciones que le llegan de su entorno, un entorno que hoy día adquiere dimensiones mundiales.
No se trata tampoco de irse al otro extremo, a una espiritualidad de evasión. Cerrarse a las interpretaciones, ni siquiera verlas o ignorarlas conscientemente, no es obrar desde el fondo del corazón sino desde el miedo o la comodidad. Se comprende que la situación crítica y vulnerable que se está viviendo en un mundo muy inestable y cambiante como el nuestro sea el origen de muchos miedos, sobre todo en una del parte de la Tierra que tiene mucho que perder; otros ya no tienen nada que perder.
El miedo también se explica por una situación peculiar que atraviesa actualmente la conciencia humana. Según J. Gebser nos encontramos en un momento de transición de la conciencia mental a otra conciencia, a veces llamada mística o espiritual o también integral, por englobar las anteriores conciencias mágica, mítica y mental. H.M.,Lassalle SJ escribe en su libro ¿A dónde va el hombre?: -“La vida espiritual que caracteriza al ser humano aún es muy débil. Falta mucho para que el hombre se convierta en el ser espiritual que está destinado a ser. Un largo camino nos queda por delante… por medio del cambio radical de conciencia”
En Occidente la urgencia se agrava por el hecho de que, aproximadamente desde el siglo XIV, la dimensión espiritual mística quedó cada vez más desde desplazada y marginada por las ciencias, hasta llegar al extremo de quedar en entredicho. El momento histórico actual, de un cambio de conciencia a nivel mundial, especialmente crítico en Occidente, va precedido, como en situaciones anteriores similares, por una etapa en que la conciencia que está en ocaso se manifiesta de forma desorbitada.
Esto trae consigo convulsiones sociales y ecológicas y produce una gran inseguridad. La tentación de agarrarse a lo conocido, a cosas, a ideologías, a fundamentalismos seudoreligiosos es grande y asoma por todas partes. Otra tentación es echar las tradiciones religiosas por la borda, por no encontrar en ellas el acceso al misterio. A veces en su lugar se acogen otras tradiciones religiosas, convirtiéndolas a su vez en ideologías, cuando podrían ayudar si se acogieran en profundidad.
Atrincherarse en ideas de una u otra forma no es el camino. El miedo es mal consejero. La solución no está en algo de fuera, ni siquiera en una religión si ésta se vive como mera creencia, sino en arraigar en lo que no cambia, que no es una cosa o una idea sino vida. Hay que descubrir el ser humano como templo del Espíritu y que el reino de los cielos está dentro, como dice el evangelio. Hay que saber que el tesoro familiar no entra por la puerta, como dice un maestro zen chino; el tesoro que el ser humano es de siempre, no entra ni por la puerta de los sentidos ni por la del entendimiento; está ya, y se descubre con una facultad que trasciende el entendimiento.
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Que atrevida es la ignorancia
Le sugiero que sea más cuidadoso-a antes de emitir un juicio tan grave
Atentamente
R.I