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Éxodo 129
– Autor: Xabier Pikaza –
La Biblia no contiene unos códigos legales sobre el hambre y la alimentación, pero ofrece unos caminos para interpretarla, de manera que con ella pueda trazarse un mapa de territorios del hambre, y una guía práctica para superarla. La Biblia sabe que “el hambre es la primera cosa que se aprende… Reaparece la fiera, recobra sus instintos, sus patas erizadas, sus rencores, su cola” (M. Hernández, Poesías completas, Buenos Aires 1976, 326-327); pero sabe, además, que esa posible animalidad reactiva del hambriento responde a la hartura codicia diabólica de los ricos que crean el hambre de los pobres.
La Biblia no incluye códigos impositivos sobre el hambre, pero abre unos caminos de comprensión y cambio mucho más valiosos, para trazar un mapa de territorios del hambre, ofreciendo unos medios para superarla, como indiqué en Fiesta del Pan, Fiesta del Vino (Estella, 1999) y, como indicaré Dios mediante, en otro libro titulado Historia del hambre en la Biblia, del que ofrezco aquí un resumen a través de las once estaciones (reflexiones) que siguen:
1. Éxodo, rebelión de los hambrientos. La historia bíblica empieza con la abundancia de la tierra (Gen 1), un paraíso, regalo de Dios y objeto del cuidado/trabajo de los hombres (Gen 2). Pero el hambre aparece muy pronto, con la historia concreta de los hombres. No dice por qué ha venido el hambre, pero trazando el camino de la primera persona histórica, ella recuerda: “Hubo entonces hambre en la tierra (de Israel); y descendió Abrahán a Egipto para vivir allí, porque era mucha el hambre en la tierra” (Gen 12,10).
El texto supone que (a diferencia de lo que sucede en Israel) los egipcios han logrado racionalizar la producción y reparto de alimentos, de forma que en esa tierra no existía hambre. La Biblia supone, con cierto orgullo, que fue un israelita (José) el que inventó los sistemas de seguridad imperial alimenticia, de manera que los pobres de otros países venían allí en busca de pan (ajos y cebollas), aunque después solían ser esclavizados (cf. Gen 37-41). En esa línea, los clanes de Israel bajaron a Egipto por hambre, pero allí se volvieron esclavos de un sistema opresor que les utilizaba para construir grandes obras de seguridad nacional. Éste es el primer argumento del final del Génesis y del principio del Éxodo.
2. Ana, utopía de la saciedad. Ana, matriarca israelita, ha creado un canto (1 Sam 2, 1-10) de inversión del hambre. Frente a los que dicen que no pueden cambiar las condiciones actuales de la vida, ella proclama (e inicia) la rebelión de los hambrientos, abriendo una utopía de solidaridad y abundancia que sigue siendo ejemplar todavía:
Se rompen los arcos de los fuertes guerreros, mientras los antes oprimidos se ciñen de valor. Los hartos deben trabajar duramente por su pan, mientras se sacian los hambrientos (1 Sam 2, 4-5).
Estas palabras proclaman la utopía de la liberación de los hambrientos. El viejo sistema imperial, dirigido por militares y propietarios ricos que oprimen a los pobres (condenándoles al hambre), empieza a quebrarse en Israel, y de esa forma surge en la tierra prometida una experiencia política más alta, fundada en la solidaridad de los hambrientos y oprimidos, que se unirán creando estructuras de solidaridad abiertas a todos (incluso a los opresores antiguos).
3. Ley fundamental: forasteros, huérfanos y viudas. Había en Israel diversas instituciones al servicio del reparto de bienes y para saciar el hambre de los pobres (jubileo y año sabático: cf. Ex 23, 10-12; Lev 25), pero la más significativa es la proto-ley que manda sostener (ayudar) a los hambrientos, que en aquella sociedad son sobre todo huérfanos, viudas y extranjeros:
Cuando siegues la mies de tu campo… no recojas la gavilla olvidada; déjasela al forastero, al huérfano y la viuda… Cuando varees tu olivar, no repases sus ramas; déjaselas al forastero, al huérfano y la viuda. Cuando vendimies tu viña… (Dt 24, 19-22; Cf. Ex 20, 22-23; Dt 10,12-18)).
Esta proto-ley de los alimentos “sobrantes” reaparece en otros lugares del Pentateuco y de la tradición profética para garantizar la comida de los no propietarios de tierra, siempre amenazados de hambre. Por encima de la propiedad privada existía en Israel una ley fundante de solidaridad con los hambrientos.
4. Ayuno profético: dar de comer al hambriento. En su origen, el ayuno ocupa en Israel un lugar parecido al que tenía en los pueblos del entorno. Pero la tradición profética añade que su esencia (como gesto religioso) está en dar de comer al hambriento:
¿Acaso es éste el ayuno que yo quiero: doblegar como junco la cabeza, vestirse de sayal, dormir sobre ceniza?… ¿No será que compartas tu pan con el hambriento, que a los pobres errantes albergues en casa, que viendo al desnudo lo cubras y no te escondas de tu hermano?… (cf. Is 58, 6-10).
Ésta es la esencia del ayuno entendido en forma de justicia (mishpat, eleemosyne), como ha puesto de relieve Mt 6, 1-18, retomando elementos fundamentales de la tradición profética del judaísmo. El ayuno se identifica así con la limosna, que no es dar “por caridad” algo sobrante, sino compartir por justicia aquello que somos y tenemos, para que puedan comer los hambrientos.
5. A los hambrientos los colma de bienes. María, la madre de Jesús, retoma de manera clásica el Canto de Ana, proclamando de manera más intensa la inversión de los hambrientos. Ésta es gran revolución de la historia humana: tiene que caer y caerá el sistema dominante de los potentados y ricos (política y economía satánica), para que puedan saciarse los hambrientos (y con ellos todos los seres humanos):
Derribó del trono a los potentados y exaltó a los oprimidos, a los hambrientos les colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos (Lc 1, 51-53).
Estas palabras anuncian y despliegan (como verdad ya cumplida) la profecía mesiánica de Israel, que culmina en el nacimiento de Jesús. Ellas proclaman la victoria de María, que se centra en el destino salvador de Jesús, anunciando la derrota de los poderes diabólicos personificados en los soberbios (potentados, ricos) con la inversión de los hambrientos. La única victoria verdadera de la humanidad es la superación del hambre, que va unida a la derrota de los ricos, que han de quedar vacíos, no por venganza, sino para compartir la comida con los otros seres humanos.
6. Jesús: No sólo de pan vive el hombre. Esta es la respuesta de Jesús en su primera tentación (Mt 4, 1-4 par), un relato simbólico que nos sitúa ante el tema radical de la comida. Mientras ayuna con los penitentes y pobres de su pueblo, buscando la voluntad de Dios, después que ha sido bautizado por Juan (Mt 3), Jesús escucha la palabra del Diablo que le dice: “Si eres Hijo de Dios, di que esas piedras se conviertan en pan…”.
Este Diablo tentador puede suscitar pan material, pero no sabe compartirlo. Produce pan para dominar y someter a todos, no para saciar a los hambrientos (como quería María). Hay, según eso, un pan que siendo en sí bueno, puede ponerse y se pone al servicio de la opresión, como supieron los hebreos antiguos (el pan de la economía egipcia servía para mantener sometidos a los pobres). Este Diablo de Mt 4 aparece así como un Faraón universal, que garantiza un tipo de pan material para saciar el hambre exterior de los pobres, pero que lo hace para tenerles de esa forma sometidos.
El pan, en sí bueno, se vuelve Capital opresor, como muestra el capitalismo actual, peor que el Diablo de la tentación de Jesús, pues no alimenta a todos, sino a sus privilegiados (y a los que necesita para producir y vender sus productos), dejando morir a otros muchos (los prescindibles en una economía de consumo). Pues bien, Jesús rechaza no solo el pan del capitalismo actual, sino el pan del diablo de las tentaciones, que parece bueno (da de comer a muchos), pero impone su dictadura sobre todos. Por eso dice Jesús: “no sólo de pan vive el hombre”, sino de toda palabra… Un pan material sin palabra compartida se vuelve esclavitud.
7. Hambre de pan y de justicia. Para superar el pan del Diablo y dar de comer a todos no hace falta más dinero de tipo diabólico/capitalista (que sigue creando hambrientos), sino una experiencia nueva de solidaridad, como indican las bienaventuranzas de Jesús, que son una proclama de felicidad y solidaridad compartida:
Felices los pobres, porque es vuestro el reino de Dios, felices los que ahora estáis hambrientos, porque seréis saciados,felices los que ahora lloráis, porque reiréis (Lc 6, 20-21).
Jesús dirige estas palabras, de manera muy concreta, a los pobres campesinos galileos, en el límite del hambre. Pero en vez de lamentarse de (o con) ellos (los hambrientos), les ofrece la felicidad del Reino (Dios), diciéndoles que asuman y desplieguen precisamente ahora ese camino de felicidad, saciando así el hambre, sin esperar que las cosas se resuelvan mágicamente en el futuro. Ésta es la revolución de los hambrientos, que no necesita más dinero o comida de ricos (en línea de Diablo), pues ese pan/dinero sirve para crear más opresiones
El camino del Reino se expresa como rebelión de los hambrientos, no para volverse fieras (patas erizadas, rencores…, como decía M. Hernández), sino para transformar desde abajo las condiciones de la historia. No quiere Jesús más riqueza opresora (más de lo mismo), sino un cambio de vida desde los pobres/hambrientos, a quienes ofrece y con quienes inicia un camino de felicidad que se expresa en la comunión del Reino (el pan compartido). El evangelio de Mateo retoma, traduce y promueve ese motivo diciendo: “Bienaventurados los hambrientos y sedientos de justicia porque ellos serán saciados…” (Mt 5, 6). Sólo a partir de los pobres y hambrientos se puede iniciar el verdadero camino de humanidad solidaria.
8. El hambre importa más que toda ley y religión. Éste es el argumento de Mc 2, 23-28 par. Unos discípulos caminan un día de sábado y, como tienen hambre, recogen y desgranan espigas, para así comerlas, cometiendo dos “pecados”: Roban espigas de un campo que no es suyo y además lo hacen (trabajan) en sábado. Los fariseos que lo ven les critican, sobre todo porque “trabajan” para saciar el hambre en sábado. Pero Jesús les defiende, diciendo que el hambre es anterior a las leyes de propiedad particular y religión: Ante el hambre todas las cosas son comunes, por hambre deben superarse las mismas leyes religiosas.
En la línea anterior se sitúa la escena de disputa de Mc 7, 24-30 par donde el mismo Jesús empieza diciendo no puede darse a los perros (de otro grupo social, nación o cultura) el “pan de los hijos” (de la buena familia de Dios) para transformar luego de forma sorprendente esa sentencia. Sin duda, en un sentido externo, ese pasaje no trata del hambre y del pan material, sino de un tipo de comida religiosa. Pero en un sentido radical viene a ponernos ante todo alimento que sirve para la vida.
Precisemos la escena. Un mujer siro-fenicia, pagana, pide a Jesús que cure a su hija, y Jesús le responde con la doctrina oficial del judaísmo cerrado: “No es bueno tomar el pan de los hijos y dárselo a los perros”, es decir, a los gentiles. Pero la mujer pagana rebate ese argumento, diciendo que ante el hambre y la enfermedad no hay distinción entre buenos hijos y malos perros, de manera que si él, Jesús, viene de Dios tiene que curar también a su hija. Jesús descubre así, al escucharla, que no hay dos tipos de hambre y comida (una de hijos, otra de perros), sino que el hambre es igual en todos: en USA o España, en Congo o Brasil. El hambre (la necesidad) nos iguala a todos.
9. Tenían hambre, les dio de comer. En ese fondo se entienden las multiplicaciones (Mc 3, 35-44; 8, 1-9 par), en especial la segunda que insiste en el hambre de la gente, de la que Jesús se compadece, pues llevan tres días con él y no tienen qué comer. Dos son los temas que destacan en estos relatos. (a) Jesús, mesías de Dios, se ocupa del hambre. Ciertamente, él sabe que el hombre no vive solo de pan (Mt 4, 4), pero sin pan compartido el hombre muere, y toda religión o cualquier teoría económico-política se vuelve ideología. (b) El hambre no se arregla solo con dinero, para que compre pan y coma aquel que pueda (mientras los pobres sin dinero pasan hambre), sino compartiendo en igualdad los panes. El Diablo de Mt 4, 1-4 podía producir pan, pero no compartirlo.
Proclamar el evangelio y no compartir el pan es una mentira y también una “blasfemia” (un insulto contra Dios). Pues bien, como hombre de comida compartida, Jesús despidió a sus amigos prometiéndoles: “Tomaremos juntos la próxima copa en el Reino” (Mc 14, 25). Desde ese fondo, la primitiva comunidad cristiana ha simbolizado la presencia de la vida y obra de Jesús entre los suyos (en la historia de los hombres) a través de la Eucaristía (comida compartida, en nombre de Jesús).
10. Pan compartido, la verdad del evangelio. Pablo, Santiago. En el primer plano de la experiencia de Jesús, tal como ha sido asumida en diversas perspectivas por la Iglesia, sigue estando la comida compartida, entre comunidades y grupos, de tal forma que Pablo ha podido afirmar que la verdad del evangelio consiste en “synesthiein” (comer juntos: Gal 2, 5.14). No se trata de comer cada uno en su mesa (saciando solo el hambre material), sino de hacerlo juntos, compartiendo el pan y la palabra, es decir, la humanidad. En esa línea, con elementos distintos de los que ha puesto de relieve Pablo, pero con una misma inspiración de fondo, Santiago ha podido recuperar la experiencia profética de Israel, diciendo:
Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe y no tiene obras?… Si un hermano o hermana están desnudos y tienen necesidad de la comida de cada día, y alguno de vosotros les dice: «Id en paz, calentaos y saciaos», pero sin darle las cosas que necesita para el cuerpo ¿de qué aprovecha eso? (Sant 2, 14-16, cf. 1 Jn 3, 13.17).
La oración de Jesús (Padre nuestro) nos situaba ante el pan nuestro de cada día, que sacia el hambre de todos (¡nosotros!). Ante la misma exigencia nos sitúa Santiago, el “hermano” de Jesús, insistiendo en la comida de cada día, que hemos de compartir con los hambrientos. Quien se cierra ante el hambre del prójimo (de cualquier hombre o mujer del mundo) no puede llamarse cristiano.
11. Tuve hambre y me disteis de comer (Mt 25).Todos los hilos anteriores de la trama del pan y del hambre, en el Antiguo y el Nuevo Testamento culminan para los cristianos en el juicio de Jesús, que dirá el último día: Tuve hambre y me disteis (o no me disteis) de comer (cf. Mt 25, 31- 46). Ésta es la norma central, el único “código” de conducta que permanece hasta el fin, vinculando a los seguidores de Jesús con todos los hambrientos del mundo.
Jesús, Cristo de Dios, viene a revelarse en los hambrientos, de manera que la forma de “ayudar a Dios” (confesar la fe en el Cristo) es darles de comer, en gesto básico de solidaridad humana (que es divina). La Biblia no defiende con ello ningún tipo de pauperismo, creando así una “república de hambrientos”, sino todo lo contrario: Quiere que los hombres tengan pan y casa, pero no para dominar a los demás, sino para compartirlo todos.