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Diversidad de espiritualidades de la liberación, Pedro Casaldáliga

Textos de P. Casaldáliga[1]En Pedro Casaldáliga y José maría Vigil, Espiritualidad de la liberación, Ed. Envío, Managua (1992), pp. 26-29 y 8-18., expresión de su sentir, pensar y actuar, seleccionados por Evaristo Villar y Benjamín Forca

Toda persona humana está animada por uno u otro espíritu, está marcada por una u otra espiritualidad, porque la persona humana es un ser también fundamentalmente espiritual. Esta afirmación puede ser entendida y explicada de mil formas diversas, según las distintas corrientes antropológicas, filosóficas y religiosas…

La afirmación clásica de que el ser humano es un ser espiritual significa que el hombre y la mujer son algo más que la vida biológica, que en ellos hay algo que les da una calidad de vida superior a la vida de un simple animal. Ese plus, ese algo que los distingue, que los hace ser lo que son dándoles su especificidad humana, es una realidad misteriosa, pero bien real, que tantas religiones y filosofías, a lo largo de la historia, han designado como “espíritu”. Llamado así o con otra palabra, el espíritu es la dimensión de más profunda calidad que el ser humano tiene, sin la cual no sería persona humana. Esa profundidad personal –el hodón, en el leguaje de los místicos clásicos– va siendo forjada por las motivaciones que hacen vibrar a la persona, por la utopía que la mueve y anima, por la comprensión de la vida que esa persona se ha ido haciendo laboriosamente a través de la experiencia personal, en la convivencia con sus semejantes y con los otros seres, la mística que esa persona pone como base de su definición individual y de su orientación histórica.

Cuanto más convenientemente vive y actúa una persona, cuanto más cultiva sus valores, su ideal, su mística, sus opciones profundas, su utopía… más espiritualidad tiene, más profundo y más rico es su hondón. Su espiritualidad será la talla de su propia humanidad.

Diversidad de espiritualidades de la liberación Pedro CasaldáligaLa espiritualidad no es patrimonio exclusivo de unas personas especiales, profesionalmente religiosas, o santas, ni siquiera es patrimonio de los creyentes. La espiritualidad es patrimonio de todos los seres humanos. Más aún. La espiritualidad es también una realidad comunitaria; es como la conciencia y la motivación de un grupo, de un pueblo. Cada comunidad tiene su cultura y cada cultura tiene su espiritualidad. (26-27).

Yo andaba preocupado, interesado, por la espiritualidad de la liberación; deseoso de que se multiplicaran los textos, los encuentros, las sistematizaciones de la misma –aun sabiendo que la espiritualidad es vida y no precisamente sistematización teórica– cuando apareció el libro, ya clásico, de Gustavo Gutiérrez en torno a la espiritualidad –“Beber en su propio pozo”–, y ese libro me suscitó un poema de ocho coplas “desde la Amazonia brasileña, en tiempos de probación y de invencible esperanza criolla”…

Ese poema que digo, se titula “Preguntas para subir y bajar el Monte Carmelo” y se lo dedico “A Gustavo Gutiérrez, maestro espiritual en los altiplanos de la Liberación, por su itinerario latinoamericano Beber en su propio pozo”. Y dice así:

1. Por aquí ya no hay camino

“Por aquí ya no hay camino”.
¿Hasta dónde no lo habrá?
Si ni tenemos su vino
¿la chicha no servirá?”

“No hay camino” hecho, “por aquí”; se va haciendo. Cada itinerario espiritual es una aventura inédita, un juego y una lucha imprevisible entre el espíritu y el mal, entre el espíritu y el Espíritu también. Y es una aventura colectiva, inédita, la espiritualidad de la liberación, aun siendo tan antiguas como el Evangelio la libertad en el Espíritu, la opción por los pobres, la justicia del Reino. Aun siendo tan antiguos como la Historia humana, ese juego y esa lucha, con sus derrotas y sus victorias.

Y, sin embargo, nos preguntábamos, corresponsables, solicitados por la hora y por el lugar, “¿hasta dónde no habrá camino?”. No se podía esperar más para echar mano de la experiencia de muchos y su sistematización, cuando tantos humanos y hermanas se sentían como perdidos en los vericuetos de la espiritualidad; de vuelta, quizá, de unas espiritualidades que ya no le respondían a las necesidades o perspectivas actuales y sin haber encontrado aun el modo nuevo –legítimo y eficaz– de vivir su fe situadamente.

Si no tenemos el “vino” de Europa, su cultura, que no es mejor ni peor, la tradición sistematizada por una espiritualidad hecha para aquellas latitudes y en aquellos procesos (y, con demasiada frecuencia, con pretensiones de hegemonía), ¿no habrá de servirnos la “chica” de nuestras culturas riquísimas y el cuenco de nuestros procesos históricos? O ¿solo en “vino” del Primer Mundo puede beberse a Dios?

2. Si no tenemos ni pan

¿Llegarán a ver el día
cuantos con nosotros van?
¿Cómo haremos compañía
si no tenemos ni pan?

Esta es una dilacerada pregunta muy nuestra. Una experiencia única de compañía para todo, de comer juntos el mismo pan del desierto y la utopía, de la lucha y la muerte: “Llegarán a ver el día / cuantos con nosotros van?”.

El “día” de la justicia y de la libertad, el día de los derechos humanos finalmente respetados, el día de la vida con nombre digno de una vida humana, salidos de toda esa noche de masacres y dependencias, de dominaciones y marginación. ¿Cuántos habrán de morir aún “antes de tiempo” sin ver ese “dúa”?…

¿Cómo podremos tener el coraje cínico de pretender caminar en compañía –alienada, irenista, cómplice– si no hay entre nosotros ni siquiera el pan indispensable para compartir vida, salud, vivienda, educación, participación, justicia, libertad? (Compañero, ”copain” es aquel que comparte el pan con otros que hacen el mismo camino. A la manera del Compañero mayor, por los caminos de Emaús, en última suprema instancia).

3. Sin la tierra no se puede ir al cielo

¿Por dónde iréis al cielo
si por la tierra no vais?
¿Para quién vais al Carmelo,
si subís y no bajáis?

Para ir al cielo no tenemos otro camino más que la tierra. Solamente en la Historia podemos ir acogiendo y esperando y haciendo el Reino. Si no asumimos las responsabilidades del tiempo, en la vida diaria de la convivencia y el trabajo, la lucha y la fiesta, la política y la fe –esa Fe que es de la Tierra, como su hermana, la Esperanza, porque en el Cielo ya no se cree ni se espera– ¿qué misión asumimos?, ¿a qué vocación respondemos?, ¿cómo colaboramos en la obra de Dios?

Somos personas de cuerpo y alma en indisoluble unidad; no somos espíritus “puros”. La espiritualidad cristiana no es un espiritualismo desencarnado. Es el seguimiento del Verbo encanado en Jesús de Nazaret; la más histórica y “material” de las espiritualidades, en la línea bíblica de la Creación, el Éxodo, la Profecía, la Encarnación, la Crucifixión y la Resurrección de la carne…

No vamos solos, sino en comunidad, en mancomunidad solidaria, como personas de una sola Humanidad –y, aquí, en un Continente uno–, como miembros de la congregada Iglesia –pero, aquí, aconteciendo latinoamericanamente–.

Para ir al cielo no tenemos otro camino más que la tierra

No podemos hacer de la espiritualidad un negocio individualista, un sálvese quien pueda, un prescindir del dolor y de la lucha que nos circundan; porque solamente la caridad desinteresada y comprometida y gratuita santifica y en la tarde de la vida –diría Juan de la Cruz, otra vez él– seremos juzgados en el amor…

Humanas escalas de Jacob, arrollados en la kénosis del propio Jesús, debemos “subir” a Dios y “bajar” a los humanos, en un vaivén incansable de contemplación y acción, de gratuidad y servicio, de espíritu y materia. Mientras haya tiempo.

4. Las viejas heridas no las cura el uniformismo de la ley

¿Sanarán viejas heridas
las alcuzas de la ley?
¿Son banderas o son vidas
las batallas de este Rey?

Quizás la conmemoración, bien o mal traída, de los 500 años, nos habrá ayudado a reconocer, sin escapatoria posible, esas “viejas heridas” de la colonización, no solo militar y política, sino también cultural y religiosa. Una ancha herida, no restañada, de 500 años de violaciones o de imposiciones; también eclesiásticas. En la teología, en la liturgia, en la pastoral. En la formación sacerdotal y en la vida religiosa. En los derechos y deberes autónomos y corresponsables de las iglesias del Continente. En la legítima subsidiariedad de las conferencias episcopales o de religiosos. En el modo de vivir y de anunciar la fe, hombres y mujeres. En el compromiso de todos al servicio histórico del Reino. En la espiritualidad. Entendida la espiritualidad en su compleja y armónica totalidad, humano-divina, contemplativo-militante.

Las “alcuzas de la ley”, las normas y controles impositivos, el centralismo monopolizador, el uniformismo que acaba negando la universalidad de la “Católica”, no sanarán estas heridas; las exacerbarán todavía más, o las dejarán en el punto necrosificado de la indiferencia, la rutina, el fatalismo.

Las “batallas” del Rey del Reino del Padre no son banderas ni códigos, no son cruzadas ni estadísticas, sino vidas, “vida en abundancia”. Vidas o muertes, quizá; porque el desafío indeclinable que a la Iglesia se le presenta en América Latina y en todo el Tercer Mundo –en el único Mundo Humano, por mejor decir– es responder…

5. La espiritualidad grana en la calle

¿Es la curia o es la calle
donde grana la misión?
Si dejáis que el Verbo calle
¿qué oiréis en la oración?

“La misión grana en la calle”, allí donde los humanos se juegan su destino. Los templos y las curias deben estar al servicio de los hijos e hijas de Dios, quizás fuera de los muros… El culto y la burocracia no se justifican por sí mismos y hasta son blasfemos cuando, a su lado o bajo su dominio, por su indiferencia o por su imposibilidad, fallan la justicia, la caridad, la misión.

La misión acontece en el riesgo y a la intemperie de la vida humana, al soplo del Espíritu, eso sí, y en la Iglesia, pero no precisamente “en sacristía” o “en curia” cerradas…

Para ir al cielo no tenemos otro camino más que la tierraEl Viento del espíritu no está amarrado y “sopla donde quiere” y remueve y renueva los corazones y las estructuras. Sigue actuando, siempre. Crea, vivifica, libera. Si permitimos que el Viento calle, si el poder del legalismo ahoga la voz de Espíritu, nos exponemos a no oír a Dios, ni en la Biblia, ni en la oración, comunitaria o individual, litúrgica o privada. O nos exponemos a oír otros dioses.

Al Dios y Padre de Jesús nadie oye si no escucha simultáneamente el clamor de los pobres, el gemido de su Creación.

6. De la abundancia del corazón habla la boca

Si no oís la Voz de Viento
¿qué palabra llevaréis?
¿Qué daréis por sacramento
si no os dais en lo que deis?

Por otra parte, si no sabemos acoger al Espíritu, si no estamos atentos a su llamada, si no cultivamos sus dones, si no somos dóciles –también en el silencio y en la renuncia y en la gratitud– a ese Viento que tantas veces pasa hecho “una brisa suave”, como en el Horeb de Elías, ¿” qué palabra” llevaremos?, ¿qué mensaje será nuestra vida?, ¿de qué daremos testimonio? De la abundancia del corazón habla la boca. Vacíos de Dios, no podremos transmitir a Dios. No somos la Palabra, somos simplemente su eco, una voz suya. Indispensable, eso sí; por la corresponsabilidad que Él nos confía.

La misión acontece en el riesgo y a la interperie de la vida humana

En nuestra pastoral, en la celebración de los sacramentos, no se trata de “hacer” pastoral ni de “administrar”; no se trata de “dar” el catecismo o el “curso” de novios o la hostia, como burócratas que distribuyen fichas. En la pastoral y en la celebración –desde la misa y la catequesis infantil a la pastoral obrera o política y las romerías de la tierra– haya que “darse” a la Gracia y a los hermanos, experimentar lo que se anuncia, ser lo que se predica, testimoniar con la propia vida el Misterio que se celebra…

7. ¿Quién le dirá la verdad a Pilatos?

Si cedéis ante el Imperio
la Esperanza y la Verdad
¿quién proclamará el misterio
de la entera libertad?

Jesús fue el “Hombre libre”, frente a la carne y el populismo, frente a la ley y el imperio; y por esa total libertad, en obediencia al Padre y a su Causa que es el Reino, fue llevado a la muerte de Cruz y a la victoria de la Resurrección.

No tener nadaLa comunidad de los seguidores de Jesús ha de vivir hasta las últimas consecuencias –dentro de nuestro campo de juego, limitado siempre– esa libertad “con que Cristo nos ha liberado” y que Él, primero, vivió. Para la gloria de Dios Padre y para la Vida del Mundo. Sin ceder ante ningún poder y contestando todos los ídolos que dominan a las personas y todos los imperios que sojuzgan a los pueblos.

Si ella, la Iglesia, que es hija de la libertad del Espíritu, vendaval de Pentecostés, cede ante algún imperio –como tantas veces cedió–, “¿quién proclamará el misterio / de la entera Libertad?”, ¿quién le dirá la verdad a Pilatos, a Anás, o a Herodes?, ¿quién sostendrá la esperanza, tan golpeada, del Pueblo?

La espiritualidad de la Liberación es la espiritualidad de la libertad; porque solamente los libres liberan. Y es la espiritualidad de la pobreza, liberada de egoísmos, de consumismos y de posesiones vanas, porque solamente los pobres son libres. La Civilización de amor, que proclamó el episcopado latinoamericano en Puebla, reclama simultáneamente la Civilización de la pobreza que defendió el teólogo mártir Ellacuría, en El Salvador.

8. Se hace camino al andar

Si el Señor es Pan y Vino
y el Camino por do andáis,
si “al andar se hace camino”
¿qué caminos esperáis?

No hay camino hecho en la espiritualidad, aun cuando sigamos a maestros y escuelas, antiguos o modernos, y aun sintiéndonos arropados por multitud de hermanos y hermanas que nos precedieron o nos acompañan en la aventura. No hay camino hecho, pero Él es el Camino. Y Él mismo es el pan y el vino de la jornada. No hace falta que esperemos trazados que sustituyan nuestra espiritualidad o que nos priven de explorar creativamente nuevas alturas o mayores bajadas. Andando en Él, según su Espíritu, se hace camino seguro al andar…

Quién le dirá la verdad a Pilatos, a Anás, o a Herodes?

Y, sin embargo, nuestra espiritualidad, como la espiritualidad de cualquier persona humana, en cualquier coordenada de la Iglesia o en cualquier situación religiosa o cultural es una aventura en abierto, una lucha a todo riesgo, el juego máximo de nuestra libertad; es tanto el sentido como la búsqueda de nuestra existencia.

No hay camino. Hay Camino. Y se hace camino al andar.

Notas

Notas
1 En Pedro Casaldáliga y José maría Vigil, Espiritualidad de la liberación, Ed. Envío, Managua (1992), pp. 26-29 y 8-18.

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