Escrito por
– Autor: Antonio José Molina Molina –
Cuando se inaugura en África la era colonial, después de la tristemente famosa conferencia de Berlín, a finales del siglo XIX, el continente africano acababa de salir de la era de la trata de esclavos. Los países europeos, que entonces protagonizaban la Historia, se llevaron la parte del león: es entonces cuando Inglaterra y Francia completan sus imperios coloniales. Portugal, que había perdido Brasil, consiguió conservar sus cinco “provincias ultramarinas” de África: Angola, Mozambique, Guinea-Bissau y los archipiélagos de Santo Tomé y Príncipe y de Cabo Verde. A España, cuya América hispana se había independizado y que mantenía apenas Cuba, Puerto Rico y Filipinas, le tocó en África un “pedacillo”: Fernando Poo, Annobon y Bata, que hoy constituyen la Guinea Ecuatorial. Alemania, sin tradición colonial, recibió Tanganyika, su “D.O.A.” (África Oriental Alemana), además de Ruanda, Burundi y en África Occidental: Togo.
Ante la carencia de censo de población, se calcula que la población total del continente sería unas diez veces menos que la actual, lo que nos daría alrededor de 100 millones de habitantes. Unos historiadores dan esa cifra, otros la rebajan a la mitad. No hay que olvidar que unos 20 millones de esclavos africanos fueron para las Américas del Norte, del Centro y del Sur.
LAS SOCIEDADES TRADICIONALES
Las gentes vivían de la caza, de la pesca y de los frutos que recogían de los árboles.
Los árabes, tanto en África del Norte como por la costa del océano Índico, habían introducido algunos cultivos de cereales y tubérculos: el arroz, el mijo, los boniatos y ñames. Los portugueses trajeron de Brasil a sus colonias: el maíz, las patatas, algunas frutas tropicales y llevaron de la India los mangos y algunas especias orientales. Este trasiego de las carabelas lusitanas contribuyó bastante para lanzar un principio de agricultura de subsistencia en África que, añadida al pastoreo y la crianza de aves de corral y animales domésticos, como los cerdos, mejoraron las condiciones de vida de las grandes familias patriarcales en la organización de las sociedades tradicionales, a partir del siglo XVI. El dinero no circulaba. En muchos lugares era desconocido hasta que no llegó la era colonial, pero la gente vivía de lo que producía, sujeta a los avatares del régimen de lluvias, pues casi toda la agricultura era de secano. La huerta irrigada, que produce legumbres y hortalizas, vino después, imitando el trabajo de los árabes de la costa y de los colonos europeos, que comenzaron a emplear a los subsaharianos como obreros agrícolas.
Pocos de esos productos salen al mercado regional, estaban destinados al consumo familiar y local, basado en el trueque o cambio, sin dinero. Alguna vez se recompensaban ciertos trabajos o ayudas con cereal o productos del gallinero o del corral.
Durante la era colonial aparecen, como pequeña moneda equivalente a nuestra calderilla (las “perras chicas y las perras gordas” de cobre), unas caracolillas muy abundantes en ciertas costas del Golfo de Guinea, que los portugueses llamaron “búzios” y los ranceses “cauris” (corís). Hoy se utilizan para adornos en las pulseras, brazaletes, cinturones y colgantes de artesanía africana. Además de ser utilizadas por los magos y adivinos para leer el futuro.
Teníamos unas sociedades rurales de gentes modestas, pero que no vivían en la miseria, como acontece en los suburbios de las megápolis africanas actuales: Kinshasa, Nairobi, Dakar, etcétera. En estas sociedades patriarcales, los trabajos agrícolas, dirigidos por los ancianos del clan o de la aldea, eran realizados comunitariamente y de forma gratuita. Cada uno tenía su función. Las labores femeninas estaban bien determinadas, como sembrar, acarrear el agua, preparar la comida de los hombres, ocuparse de los pequeños… Los niños en edad escolar, como no existían aún las escuelas, se dedicaban a guardar las cabras o las ovejas… Las niñas ayudaban a sus madres en las tareas domésticas y guardaban a los hermanitos pequeños; nadie estaba ocioso. La gran familia patriarcal tradicional parecía una colmena. Los ancianos iniciaban a los jóvenes y niños en la sabiduría y costumbres tradicionales de sus antepasados y ofrecían los sacrificios, que asegurasen la protección de los espíritus ancestrales según los ritos heredados de sus mayores y transmitidos por vía oral de generación en generación.
LA ERA COLONIAL
A medida que fue avanzando la era colonial, se van creando puestos de trabajo entre los llamados “indígenas”. Se trata de los intérpretes, de los guardas, cocineros, criados y jardineros domésticos, niñeros y transportadores de toda clase de objetos… Se van iniciando a diversos oficios como albañiles, carpinteros, poceros, etcétera. La consecuencia es la idea de la retribución económica por el trabajo prestado: nació el salario. Sea jornal diario, sea semanal o mensual, esa “cosecha” era segura y fija, no dependía de la meteorología: llueva o no, el funcionario recibe su paga doce veces al año. Los africanos, que frecuentaron las primeras escuelas de las misiones, encontraban empleo fácilmente. Nació la casta de los funcionarios y de los empleados asalariados. Todo joven africano que había concluido la escuela primaria aspiraba a entrar en la administración colonial o en alguna compañía comercial.
INTRODUCCIÓN DE LA AGRICULTURA INDUSTRIAL
Fue entre las dos grandes guerras del siglo XX: la de 1914–18 y la de 1939–45, cuando se introdujeron en las colonias los cultivos de rendimiento para la exportación: el algodón, el té, el arroz, la caña de azúcar, el café, el cacao y ciertas frutas tropicales como los plátanos y bananas, la piña ecuatorial y el ananás, la papaya… Todos esos cultivos, casi siempre en manos de grandes compañías coloniales, multiplicaron la mano de obra, que en diferentes lugares, buscando mejores salarios, se expatriaba para ir a trabajar a las minas, como era el caso de las minas de oro de África del Sur, el cobre de Katanga y Zambia, etcétera.
Por eso, en vísperas de las independencias, por los años 60 del siglo pasado, encontramos en África la casta de los funcionarios y la masa de los asalariados, que “van tirando” con sus bajos salarios, completados algunas veces con algunos “chanchullos” y corruptelas a costa del pueblo campesino.
LA ECONOMÍA INFORMAL
Es en este contexto que nace, crece y se desarrolla la ECONOMÍA INFORMAL. Todo se vende, todo se transforma, todo se recicla, todo se compra. Casi siempre mano a mano, sin factura, sin impuestos, sin IVA, sin tasas… Esta economía subterránea se realiza a la luz del día, sin ningún control estadístico. Los gobiernos sólo cuentan en las estadísticas lo que importan y exportan, lo que sigue los circuitos comerciales de las grandes compañías coloniales.
Para tener una idea aproximada del desarrollo económico de cada país, habría que contar el valor de los cereales, que forman la alimentación de base de la gente y que produce cada familia, en los ambientes rurales. Lo mismo se diga de todos los animales domésticos, de la leche, los huevos, que se consumen sin pasar por los mercados. Tomando un caso concreto:en Burkina Faso, país en el que viví veinte años, de 1971 a 1991, se calcula que una persona consume un saco de 90 kgs de cereal (mijo o maíz) cada tres meses. Se necesita un kg de harina para hacer la masa ( el “Tô”) que sustituye a nuestro pan cotidiano. Descontando unos dos millones de niños menores de cinco años, que también comen, pero menos. Podemos concluir que en Burkina se consumen diariamente 10.000 toneladas de cereal, además de cantidades enormes de mandioca, de boniatos, de ñames, etc. El mijo no sólo se utiliza para la comida, también es necesario para elaborar la cerveza casera artesana, de gran consumo en Burkina Faso y países vecinos. Todo eso no aparece en las cuentas oficiales de los Estados, lo que falsea los datos de producción y por tanto el valor global de riqueza que se produce en cada país. Así dan una imagen de ser más pobres de lo que realmente son, para atraer la ayuda.
TODO EL TRABAJO COMUNITARIO RURAL ¿NO VALE NADA?
La cantidad enorme de jornadas de trabajo comunitario gratuito, familiar o clánico, tiene un valor económico que nadie contabiliza. Esos “pobres agricultores campesinos” disfrutan de una vida digna, distante a años luz de los “miserables”, que pululan en los barrios de chabolas o “favelas”, auténticos cinturones de miseria de las grandes urbes africanas, donde hay que comprar el agua, la leña, la luz, una estera para dormir, (no hablo de cama, que es un lujo), hasta el aire que se respira será “privatizado” algún día. Donde los miserables pululan es en los basureros y descargas, allí rebuscan algún resto de comida, ropa vieja, chatarra… En Brasil, con buena dosis de ironía los llaman “catadores”, como si fueran finos “gourmets” de algún concurso.
LOS POBRES SABEN ORGANIZARSE
En los últimos años se ha dado a conocer el “Banco de los Pobres”, nacido en Bengladesh, pero que se ha extendido por todo el mundo. Pero ya en el siglo XVIII, un italiano llamado Antonio Tonti, inventó un sistema popular de préstamos, que la gente dio en llamar “tontina” (pero que no es cosa de tontos) y que se practica en África Occidental. Ignoro quién lo introdujo, pero funciona. Consiste en lo siguiente: Unos cuantos amigos, casi siempre se trata de mujeres, se constituyen en grupo. Establecen una cotización fija a la semana o al mes, más o menos elevada. Todos los miembros del grupo cotizan y uno de cada vez, por orden alfabético o de edad, se queda con el total de las cotizaciones. Así dispone de una suma de dinero para lanzarse en algún pequeño negocio . Por ejemplo: Diez señoras se reúnen y semanalmente cada una entrega 10 euros, lo que da 100 euros. Una de ellas recibe esa cantidad y compra fruta al por mayor en el mercado. Luego selecciona los frutos, los mejores los vende a la pieza a la puerta de algún bar o restaurante, los frutos más pequeños o maduros los vende a la puerta de la escuela a los chavales. En una semana puede doblar su capitalillo. No tiene que reembolsar en una semana, sino continuar cotizando y al cabo de 10 semanas habrá terminado de pagar y le tocará otra vez el turno. Si un miembro del grupo se retira, se cubre la vacante por otra persona que quiera participar. Y sigue la rueda…
LAS PERSONAS LOCOMOTORAS
Veamos un caso concreto: Judit es hija de un animador de una comunidad cristiana rural. Hizo el postulantado en las religiosas de S. Camilo, pues quería ser “Hermana Enfermera”. Al cabo de cuatro años, regresó a casa de sus padres, pues verificó que no tenía vocación religiosa. Tenía el “bachiller elemental” (ignoro si es la “ESO” o la “ESA”, soy de otros tiempos). Había aprendido un par de lenguas más: el italiano, que hablaban aquellas monjas misioneras, y el “moore” hablado en el país mossi, donde se ubicaba la casa de formación religiosa. Además, ya antes conocía el samo del norte (su lengua materna), el francés, que aprendió en la escuela, y el yula, la lengua, del mercado, que todos los chicos y niñas aprenden en la calle. Como había hecho un curso de corte y confección, quería establecerse como modista-costurera. Necesitaba una máquina de costura. Encontró una de segunda mano de aquellas Singer de pedal, que un viejo modisto ya no podía mover con los pies, por causa del reúma. El propietario le pedía el equivalente de 150 euros. Se lo contó a su grupo de amigas, cada una cotizó 15 euros y Judit compró la máquina. Al cabo de 10 semanas había terminado de pagar. Una vez más le tocaron otros 150 euros, que utilizó para alquilar un cuchitril cerca del mercado y empezó a trabajar, al mismo tiempo iba enseñando a algunas niñas a coser, con esas aprendizas estableció un pequeño taller de costura. Los padres de las niñas le pagaban con mijo o maíz, de modo que Judit tenía asegurada la alimentación. Empezó a economizar y abrió una libreta de ahorros en la Caja Postal. Con sus cuatro aprendizas, Judit ha mejorado su nivel de vida. Ahora se prepara para casarse y fundar una familia. Su novio es funcionario de la compañía eléctrica estatal. Los dos jóvenes tienen una situación de clase media. Han salido de la pobreza. Misión cumplida. Ayudar a quienes tienen voluntad de superarse es la mejor manera de luchar contra la pobreza.
FERNANDO, EL PASTOR ROBADO