miércoles, diciembre 4, 2024
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CRISTOLOGÍA A LA LUZ DEL DIÁLOGO ENTRE RELIGIONES

– Autor: Francesc Torradeflot –
 
A la luz y a las sombras del IV Parlamento de las Religiones del Mundo y considerando la creciente diversidad religiosa de nuestro país, cualquier cristiano responsable y crítico puede y, hasta cierto punto, debe replantearse el sentido de su propia fe.

¿Cómo hacer una relectura de la fe en Jesucristo desde este nuevo contexto? La teología cristiana de las religiones, en general, y la cristología de las religiones, en particular, no olvidan esta cuestión. De hecho, la cuestión recuerda algunas de los primeros tiempos del cristianismo cuando se fue consolidando poco a poco el dogma cristológico. En ese momento se gestó ya lo que había de ser la afirmación inseparable de la unicidad y de la universalidad de la figura salvadora de Jesucristo. ¡Cómo podemos interpretarlas desde esta nueva situación?

Cabe subrayar que la fe es una experiencia a la vez personal y comunitaria que supone un radical compromiso, un reconocimiento y adhesión al valor absoluto de su contenido. Que de esta absolutez se haya de deducir una exclusión del valor de la fe del otro, no es necesario ni conveniente, a pesar de que en círculos fundamentalistas, especialmente de religiones monoteístas, suele ser todavía demasiado frecuente y se percibe como el único camino de fidelidad a la afirmación del valor absoluto de la propia fe. ¿Puede la fe absoluta en Cristo, propia del cristiano, ser compatible con la fe absoluta en Krishna o en Buda, del hindú o del budista? ¿La profunda convicción de detentar la verdad absoluta puede albergar la posibilidad de que el otro también la disfrute y que además la identidad y el contenido de la misma sean diversos? Como teólogo y como filósofo crítico de matriz occidental judeocristiana pe- Cristología a la luz del diálogo entre religiones Francesc Torradeflot Teólogo ro enamorado de los místicos de las grandes tradiciones religiosas, creo que sí, que precisamente gracias a mi fe absoluta puedo entender la radicalidad de la fe del otro y que es precisamente esa radicalidad de la fe la que permite aceptar al otro sin poner en riesgo la propia identidad. Y ello especialmente porque la fe auténtica remite a identidades abiertas que fundamentan la apertura radical al otro más allá de las creencias, como muestran las grandes tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad (cfr. Harold Coward) que son patrimonio común cultural y espiritual de toda la humanidad, incluidos los humanistas autoconsiderados no religiosos, como recuerda la UNESCO.

Así pues, la adhesión a la verdad tal y como en conciencia (recta y honesta) la percibimos no significa necesariamente la negación de los otros rostros de la verdad, ni de su radicalidad. Paul Tillich, el famoso teólogo protestante liberal, afirmaba la radicalidad de la encarnación de Dios en Jesús pero aceptaba la posibilidad de más encarnaciones igualmente radicales en otros mundos posibles. Son posibles diferentes verdades absolutas que no se excluyan en un universo ricamente plural siempre que los sistemas globales, las cosmovisiones, los paradigmas, permitan que la verdad sea percibida y expresada de maneras distintas dependiendo de lenguajes, culturas, contextos y sensibilidades distintas.

Si esto es así, la absolutez del cristianismo puede, por ejemplo, reinterpretar la radicalidad de la figura de Jesucristo no sólo desde las sensibilidades culturales distintas, sino también desde las relecturas que del personaje central del cristianismo se puede hacer por su contraste con las figuras absolutas de otras fes como, por ejemplo, Buda, Krishna, Mahavira, Zaratustra, Mohamed, el Madi, etc. Ello supondrá una auténtica renovación y oxigenación de la cristología.

Una cuestión colateral pero esencial será discernir hasta qué punto la nueva sensibilidad permitirá el reconocimiento simultáneo de diferentes verdades absolutas considerando que tal reconocimiento implica una adhesión de fe. No son pocos los teólogos que como Panikkar, Gira o Scheuer reconocen que esta posibilidad es ya una realidad en lo que se ha dado en llamar como “pertenencia o identidad religiosa múltiple”. Otra consideración capital es el reconocimiento implícito que esta nueva percepción supone del valor de la creatividad teológica y de la diversidad consecuente más allá de las fijaciones de la dogmática institucional.

Más allá del principio de contradicción y en conjunción con una armonía de contrarios más propia de la mística, lo fundamental de este nuevo paradigma cristológico es la consideración implícita o explícita de una supuesta relación o comunión de fes absolutas o de absolutos. Este presupuesto es, por un lado, mostrable a través de la historia comparativa de las religiones y a través del diálogo entre las religiones, este último una realidad viva y floreciente que será testigo de los avances y dificultades históricas de esa armonía, y, por otro lado, resultado de la experiencia mística liberadora en sus múltiples formas de expresión.

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