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¿CIUDADANOS O INTRUSOS? FORMAS DE PENSAR LA PRESENCIA DE LOS EXTRANJEROS

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Número 83 (marz.-abril’06)
– Autor: Carlos Pereda –
 
Discriminación de los diferentes y actitudes igualitarias

Diversas investigaciones estudian el fenómeno de la xenofobia hacia los inmigrantes pero también las actitudes igualitarias desde el reconocimiento de la diversidad cultural. A continuación recogemos algunos resultados de estos análisis. Cuando se produce la discriminación tiene lugar entre dos polos asimétricos: el grupo discriminante -activo, dominante- y el grupo discriminado -pasivo, dominado-. Implica, por tanto, una práctica de poder que produce un estatus de inferioridad en las víctimas de la discriminación. Las personas particulares son discriminadas, al margen de sus valores y comportamientos individuales, por su adscripción a tales grupos marcados por esa diferencia. Cuando la relación entre las partes se produce en pie de igualdad, no de dominación, cabe hablar de confrontación o competitividad pero no de exclusión de un grupo sobre otro.

Las diferencias entre las personas, en principio, no son las que producen desigualdad, sino los mecanismos de exclusión asociados a esas diferencias. En nuestro caso a las diferencias de nacionalidad (que crean la distinción autóctono/ extranjero) se suelen superponer las diferencias de clase, pertenencia étnica, diversidad cultural, género, fenotipo, etc. Así, en cuanto inmigrantes del Tercer Mundo padecen y/o se enfrentan a las barreras jurídicas de la política de inmigración española y a los prejuicios ideológicos de la opinión pública con respecto a las personas de otras etnias, culturas y procedencias; y en cuanto trabajadores se ubican mayoritariamente en empleos precarios y marginales. Si aplicamos este planteamiento al caso de los inmigrantes, podemos establecer el siguiente cuadro sobre “lógicas de discriminación o de opción aperturista”.

La discriminación de los “inmigrantes” supone, en primer lugar, resaltar lo “diferente” de dicho colectivo en relación al polo discriminante (los autóctonos); de ahí que pueda ser una trampa el simple hecho de categorizar a ese colectivo por algunos rasgos diferenciadores que, en ocasiones, son meramente circunstanciales (haber nacido en otra parte, no tener en regla un expediente administrativo, confesar otra religión) o, simplemente fenotípicos: ser moreno, tener los ojos rasgados, etc. Los discursos alternativos, en cambio, relativizan las diferencias y resaltan lo que de común tienen todas las personas, como base para una convivencia pacífica y un intercambio enriquecedor. No se trata ya de la mera lógica binaria inclusión-exclusión, sino del reconocimiento y aceptación de las diferencias, que producen múltiples diversidades, a la vez que de la proclamación de la igualdad en derechos para todos los portadores de las mismas.

Las nuevas formas de racismo están ya lejos del racismo biológico, pero eso no obsta para que subrayen las diferencias que presentan los extranjeros y las carguen de profundidad, como si demarcaran en dichas personas una naturaleza diferente cuya convivencia con los españoles estaría llena de riesgos. En consecuencia, los inmigrantes son calificados como intrusos cuando pretenden convivir con los españoles en pie de igualdad (en derechos laborales, sociales o políticos). Asimismo, desde este punto de vista la cohesión social de la cultura autóctona se encontraría amenazada por la penetración incontrolada de esos “nuevos bárbaros” que entran en España ilegalmente y no respetan “nuestras” costumbres. No debemos olvidar que la primera discriminación de los inmigrantes es institucional, esto es, se fundamenta en el principio de la soberanía del estado-nación que tiene poder para controlar las fronteras (sólo deben entrar los imprescindibles) y para adoptar aquellas políticas de inserción que sean más eficaces para asegurar su integración en las pautas y normas vigentes. En estas condiciones, la presencia de inmigrantes puede ser valorada positivamente siempre que adopten una posición subordinada en lo político (derechos limitados en relación a los autóctonos) y un papel complementario en lo laboral (por ejemplo, en oficios precarios donde es escasa la oferta de mano de obra, como empleados de hogar internos, temporeros del campo, peones de la construcción, etc.).

Aunque cualquier diferencia entre colectivos puede desencadenar un proceso discriminatorio, en el caso de la inmigración concurren básicamente las cinco categorías siguientes: nacionalidad, cultura, fenotipo, género y posición económica: En principio, sin embargo, las anteriores diferencias no tienen por qué conllevar discriminación; es más, pueden ser fuente de un intercambio enriquecedor (por ejemplo, evidentemente, entre los sexos, pero también entre las naciones, las culturas y las diversas posiciones económicas) o bien, simplemente, ser aceptadas como asuntos irrelevantes para la convivencia y el mutuo reconocimiento (caso del color de la piel o los rasgos faciales). La cuestión es por qué tales diferencias dan lugar en algunas circunstancias a procesos discriminatorios, es decir, son vividas en confrontación y desde una relación de poder entre las partes o, a la inversa, producen relaciones igualitarias y son vividas en la complementariedad. En las investigaciones realizadas para responder a esta cuestión se ha detectado un amplio abanico de discursos sobre los inmigrantes, basados en tres grandes lógicas analíticamente diferentes, pero que en la práctica pueden actuar combinadas entre sí.

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