Escrito por
Éxodo 122
– Autor: Marciano Vidal –
El significado de la elección del papa Francisco y de su actuación en el primer año de su pontificado desborda los límites de la Iglesia para alcanzar los ámbitos más amplios de la sociedad, al menos de la que está condicionada por lo mediático sin excluir, naturalmente, la que se mueve por intereses de poder (político, económico, cultural). El que haya sido portada del semanario norteamericano Time (23 de diciembre de 2013) como lo pone de manifiesto.
Por razones de espacio concentro mi reflexión en el significado intraeclesial. No descarto, sino que integro en el significado propiamente eclesial, la importancia que tiene el fenómeno del papa Francisco para el ecumenismo cristiano y para el diálogo entre las grandes religiones de la tierra.
Más que por hacer un recordatorio o una exposición de datos, en los que se ha ido desarrollando y manifestando la actuación del papa Francisco, opto por hacer una interpretación de ellos. Por otra parte, la limitación de las claves de lectura al número de cinco no es una concesión a la magia ni al simbolismo. Es sencillamente una opción para poner un límite prudencial a la exposición: suficiente para decir lo esencial y aceptable para no exagerar en verborrea.
REALIZACIÓN DE ALGO ”PRE-SENTIDO»
Solo personas altamente optimistas, y con un grado bastante elevado de ingenuidad, podrán decir que se veía venir la dimisión de Benedicto XVI. En cuanto a la elección del cardenal Bergoglio para papa, pudo ser prevista por los sagaces analistas que conocían lo que había acontecido en el cónclave precedente en que fue elegido papa el cardenal Ratzinger y que fueron tomando nota del sesgo que adoptaban las discusiones cardenalicias previas al último cónclave. Pero tengo para mí que ni siquiera estos expertos discernidores llegaron a prever el terremoto de sentido eclesial que aportó la primera presentación del papa Francisco en el balcón abierto a la plaza de san Pedro: abandono de alguna determinada vestidura de identificación papal, invitación a la plegaria en común. De seguro que tampoco previeron lo que ha venido sucediendo
posteriormente.
Y, sin embargo…., si el fenómeno Francisco ha tenido un amplio significado es porque ese significado ha sido reconocido. Y, si ha sido reconocido, es porque, en gran medida, se esperaba, porque era pre-sentido.
No pretendo hacer juego de palabras. Lo que quiero formular es una primera clave de lectura para entender el fenómeno Francisco en el momento actual eclesial. Es la sazón eclesial la que explica en gran medida ese fenómeno. La forma de realizar el ministerio petrino por parte del papa Francisco no viene a contracorriente ni necesita ser justificada o explicada. Es algo que se deseaba y que, por parte de bastantes, se esperaba.
Hay todavía una generación muy amplia de católicos que fueron tocados por la ilusión del papa Juan XXIII y por la profunda experiencia eclesial (teológica, litúrgica, espiritual, pastoral) del concilio Vaticano II. Lo que ven ahora en el papa Francisco les parece que es realizar, naturalmente
de forma actualizada, aquel sueño primaveral de los años 60 del siglo XX. Considero que el papa Francisco es fruto maduro del concilio Vaticano II. Y veo que es maduro porque tiene asumido aquel espíritu y no precisa justificar su actuación acudiendo a textos concretos conciliares. Los que hoy bendicen a Dios por el modo de actuar del papa son los continuadores de aquella llamada mayoría conciliar que, desde la primera sesión conciliar de 1962, comenzaron a vislumbrar algo nuevo. No quiero pensar que la dura y poderosa minoría conciliar de entonces tenga su paralelo
en los sectores católicos (y no católicos) críticos ante determinados gestos (por ejemplo, lavar los pies a una mujer, y ésta musulmana, en el lavatorio de Jueves Santo) y ante algunas palabras (“¡quién soy yo para condenar a…!”) del nuevo papa.
Pasó mucho tiempo entre las esperanzas suscitadas en el Vaticano II y su cumplimiento. Eso es, al menos, lo que nos parece a muchos de los que en el tiempo conciliar estábamos entre los 25 y los 30 años. Para esos muchos, los tiempos postconciliares han sido tiempos de inclemencia y de invernada –lo anunció el gran teólogo K. Rahner–. La cuerda que impedía la renovación fue apretando cada vez más a teólogos, a pastoralistas, a comunidades de base. La cuerda llegó a estar excesivamente tensada. Había indicios de que la situación era inaguantable. Por eso mismo, el fenómeno del papa Francisco, sin ser previsible del todo, tiene la garantía de haber sido deseado y pre-sentido. Así, pues, es visto y aceptado, por una parte, como una liberación y, por otra, como la realización de una promesa.
EL EVANGELIO: ORIGEN Y META
Si el contexto eclesial es una clave de lectura del fenómeno Francisco lo es también, y todavía más, el texto, es decir, el significado que contiene y que expresa la actuación del nuevo papa.
El que haya venido de lejos (de Argentina) para ocupar la sede de Roma, el que haya sido un acompañante y un guía de las comunidades cristianas latinoamericanas con un papel destacado en la última conferencia del episcopado de América Latina y del Caribe en Aparecida (2007), el que hubiera experimentado en carne propia las convulsiones por las que pasó la Vida Religiosa en el postconcilio (habiendo sido provincial jesuita en la época de Pedro Arrupe), el que fuera el primer jesuita a ser llamado a dirigir la Iglesia, el que en la presentación inicial no resaltara que era papa sino que subrayara su condición primera de obispo de Roma: todos estos rasgos constituyen parte de la razón de la amplia significación eclesial del papa Francisco.
Pero, siendo esos rasgos muy valiosos en sí y bastante eficaces para explicar el significado del nuevo papado, este únicamente se entiende si, para ello, se introduce la clave de lectura del Evangelio. El papa Francisco ha instaurado un papado evangelio-céntrico. Esta es, a mi ver, la más decisiva clave de lectura del fenómeno eclesial que comentamos.
Hemos conocido múltiples y muy diversas formas históricas de ejercitar el ministerio petrino. Joseph Ratzinger, junto con otros teólogos alemanes, colocaron una raya de separación entre las formas del ministerio petrino del primer milenio del cristianismo y las formas del segundo
milenio. También dijeron que era posible encontrar sistemas de unión de las Confesiones y de las Iglesias cristianas sobre la base de la comprensión teológica y de las prácticas eclesiales del ministerio petrino tal como este fue entendido y realizado en el primer milenio. Esta misma apreciación parece que, entre otras razones y otros motivos, llevó al papa Juan Pablo II, en la encíclica Ut unum sint (1995), a pedir sugerencias para realizar el ministerio petrino de una forma que, siendo legítima, no siguiera siendo el mayor impedimento para la realización
efectiva de la Ecumene cristiana.
Sin negar importancia a esa separación entre el ejercicio petrino del primer milenio y el del segundo milenio, creo que las compresiones teológicas y las prácticas históricas del papado se sitúan en un espectro de paradigmas más amplio y más diversificado. A mi ver, el criterio decisivo para esa diversificación es la determinación del eje central en torno al cual es constituido y es realizado el ministerio petrino. Aludo a algunas formas históricas a fin de resaltar la originalidad del papado de Francisco.
Ha habido papados romano-céntricos, para los cuales la ciudad de Roma, sede episcopal de Pedro y lugar martirial de Pedro y Pablo, fue la principal razón teológica del ministerio petrino así como el ámbito más importante de la actuación papal. Verificación real y simbólica de esta forma 461), al mismo tiempo obispo y prefecto (alcalde) de la ciudad de obispo y defensor de la episcopus et defensor civitatis), asumió el título de pontifex maximus (Gran pontífice), expresión abandonada por el Emperador romano.
Han existido papados vaticano-céntricos, para los cuales el Dominio pontificio (en la Alta Edad Media: la donación de Pipino el Breve al papa Esteban II, 754; más tarde: los Estados pontificios; desde los pactos de Letrán, 1929: el Estado de la Ciudad del Vaticano) constituyó un apoyo seguro de existencia para la Iglesia, una tarea de gran preocupación, y un motivo de continua confrontación con el Sacro Imperio Romano Germánico y con otros incipientes Estados europeos. Iniciador de este paradigma del ministerio petrino puede ser considerado Gregorio I 604), siendo expresiones cualificadas de él los papados de Inocencio III (1198-1216), de Gregorio VII (1073-1085) y de Bonifacio VIII (1294-1303).
Han tenido lugar papados curia-céntricos, en los cuales la Curia romana, sobre todo a partir de la reorganización llevada a cabo por Sixto V (1588), constituyó la mediación básica de la función papal así como el órgano que detentaba el poder eclesiástico, a veces al margen y hasta en contra del mismo papa. El concilio Vaticano II dejó abiertas las puertas de la reforma de la Curia, pero las realizadas por Pablo VI (1968) y por Juan Pablo II (1990) no cumplieron con el objetivo conciliar. Es esta precisamente una de las tareas encomendadas al papa Francisco.
Además de las tres aludidas existen otras formas históricas de ejercer el papado. Convendría aludir al papado del poder espiritual (iniciado por Pío IX después de la pérdida de los Estados pontificios, 1870) y al papado del magisterio universal, cuya expresión máxima se encuentra 1958).
Tengo para mí que la gran aportación histórica que traerá el papa Francisco es situar el Evangelio como el eje central del ministerio petrino. Será -es ya- un papado evangelio- céntrico.
Puede ser que la presente generación de católicos no vea la desaparición del título de jefe de Estado aplicado al papa ni la reestructuración radical del servicio de las nunciaturas. Pero la semilla para que advenga esa buena cosecha ha sido lanzada y está ya germinando en la tierra.
Los frutos que sí verá la generación presente serán, sin duda:
– La reforma de la Curia romana.
– Una mayor fluidez en la relación entre el centro (romano) y la periferia (las Iglesias locales).
– Una mayor colegialidad y una mayor representación de las Iglesias (sobre todo, las de América Latina, de Asia y de África) en las responsabilidades eclesiales comunes.
En el platillo de los futuros (y esperados) logros también hay que situar la función positiva que tendrá una comprensión céntricos del papado para la causa ecuménica y para la relación del cristianismo con las otras Religiones.
A pesar del énfasis que acabo de poner, no quiero limitar el carácter evangélico del fenómeno eclesial del papa Francisco al ejercicio de su ministerio petrino. La tonalidad evangélica se advierte en toda su actuación. En esta se percibe un continuo retorno al Evangelio.
Repito que es esta condición evangélica la que da la máxima credibilidad y la mayor garantía de renovación al papado de Francisco, una renovación no limitada al cambio de estructuras sino ampliada a la renovación global del espíritu. En también aquí donde se verifica la coherencia de la actuación con el nombre que el papa ha asumido. El paradigma cristiano que surgió en la persona y en la actuación de Francisco de Asís parece que ha vuelto a habitar entre nosotros.
Hay, pues, serios motivos para esperar que haya en el próximo céntrica, una céntrica, una teología espiritual céntrica, una teología moral más céntrica.
SABOR A AUTÉNTICO (UNA METODOLOGÍA MÁS EVANGÉLICA)
Y UNA CERCANÍA COMPASIVA HACIA LAS PERSONAS NECESITADAS (OPCIÓN PREFERENCIAL CRISTIANA)
Estoy convencido de que lo que más ha agradado a la gente sencilla en la actuación del papa Francisco hasta el presente ha sido, por una parte, la autenticidad en las formas y la cercanía compasiva en el contenido. Soy consciente de que son dos claves de lectura independientes entre sí, pero opino que en este caso pueden ser asumidas como si se tratara de una sola realidad con dos caras: la de la forma y la del significado.
El director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Federico Lombardi, ha tenido que aclararlo porque de otra suerte seguiría en pie la sospecha de que la repercusión mundial del fenómeno Francisco era efecto de una operación de marketing bien programada y magníficamente ejecutada por una empresa dedicada a esos servicios. Dijo el padre jesuita en Toledo el 28 de enero de 2014: “les puedo asegurar que no se ha iniciado en el Vaticano una nueva estrategia de comunicación en el sentido de un estudio previo de las actividades, discursos o gestos del papa con el fin de llamar la atención de los presentes y tener éxito. No hay una estrategia planificada desde un despacho”.
Todas las instituciones, pero más las de larga tradición, sufren el anquilosamiento cultural y la tendencia al barroquismo en los gestos, en la vestimenta, en el lenguaje. Es a eso a lo que, de modo bastante irónico y hasta despectivo, se le aplica hoy el término de parafernalia (Diccionario de uso de María Moliner, s. v.). La Iglesia, sobre todo en los personajes oficiales (papa, obispos) y en las ceremonias públicas (misas-espectáculo), ha padecido -y, en gran medida, sigue padeciendo- de ese mal, llegando a fórmulas rayanas en el ridículo como los cinco metros de cola que podían tener las capas de los cardenales (después de haber sido reducida la capa magna de los doce metros).
En las manifestaciones públicas del papa Francisco la gente sencilla ha visto la autenticidad en los gestos, nacida esta de la verdad y vehiculada por la sencillez. También en esto se constata una vuelta al frescor del Evangelio: “sea vuestro lenguaje: ‘sí, sí, no, no’: que lo que pasa de aquí viene del Maligno” (Mt 5, 37).
La autenticidad en las formas suele ir asociada a la verdad del contenido. En los gestos públicos -se puede pensar que también en las actuaciones que no tienen una manifestación pública- del papa Francisco se advierte una cercanía hacia las personas concretas (a veces, llamándolas por su nombre; en algún caso, invitando a un cura conocido a subir a su lado en el papamóvil). Esa cercanía es llamativamente compasiva, como cuando se ha visto al papa acercarse físicamente a una persona disminuida psíquicamente o llamativamente deforme físicamente.
No quisiera quedarme en la periferia de la anécdota sino, a través de la corteza de esta, llegar al núcleo de la categoría, realizando así una vez más el sabio camino hermenéutico Ors. Tanto la autenticidad en los gestos como la cercanía compasiva en el significado de las prácticas públicas del papa Francisco están indicando un camino a recorrer en el pensamiento y en la vida de la comunidad católica.
En las reflexiones éticas recientes, tanto de carácter filosófico como de orientación teológica, se viene sugiriendo la necesidad de reordenar el cuadro de valores o de virtudes que ha predominado en la cultura occidental cristiana. Se impone una nueva aretología (tratado sobre las virtudes, siendo la areté griega lo que es la virtud en el mundo latino) o una nueva estimativa (tratado sobre valores, siendo la estimativa según J. Ortega y Gasset la facultad para captar y emitir valoraciones preferentes). Pues bien, en una escala de valores y en un cuadro aretológico de raíz cristiana y de sensibilidad genuinamente humana, hay valores y virtudes que debieran subir varios puestos. Uno de esos valores o una de esas actitudes que debieran ser revalorizadas es la autenticidad, nacida de la veracidad y encauzada mediante la sencillez. Frente a tanta doblez e hipocresía, frente a tantos formalismos vacíos, frente a tantas grandilocuencias estridentes se impone una alternativa basada en la llaneza sencilla y auténtica. Quizás con resonancias erasmianas, el Quijote lo expresó con elegancia cervantina: “Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala” (I, 26).
La cercanía compasiva hacia los necesitados ha sido bien tematizada en la teología de la liberación a través del principio práxico y hermenéutico de la opción preferencial por el pobre. La Iglesia católica en su conjunto, desde la jerarquía hasta las comunidades de base pasando por la teología y la pastoral, ha asumido esa orientación. El nuevo papado puede ser que ayude a encontrar cauces eficaces para su realización.
Por haber elevado a nivel de categoría el mensaje que transmiten las prácticas públicas del papa Francisco no quiera dejar de subrayar la valía en sí de la anécdota. Hemos asistido, con cierto aire de sorpresa, a determinadas formas de comunicación inhabituales en un papa:
– La homilía, frecuente o casi diaria, en la celebración eucarístic en la Casa Santa Marta.
– La entrevista propiamente tal: a destacar la concedida a un grupo internacional de revistas jesuitas y puesta en forma última por el joven y brillante director de la Civiltà Cattolica, padre Spadaro (la entrevista fue realizada en agosto de 2013 en la Casa Santa Marta y difundida el de septiembre de ese mismo año)
La entrevista convertida en crónica (los italianos hablan de resoconto), como la que compuso el citado padre A. Spadaro del coloquio mantenido por el papa Francisco con la Unión General de Superiores Mayores (27 de noviembre de 2013).
La carta pública, como la dirigida al prestigioso periodista italiano y fundador del diario La Repubblica Eugenio Scalfari (11 de septiembre de 2013), con posterior entrevista privada según nota del mismo periodista (La Republica, 1 de octubre de 2013).
– También habría que colocar en este grupo: las llamadas telefónicas y las cartas no hechas públicas.
Al amplio y diversificado uso de medios habría que añadir las tácticas comunicativas empleadas. Por ejemplo, el empleo de fórmulas sintéticas y redondas que funcionan a modo de titulares.
De seguro que las personas interesadas en la comunicación humana ya habrán pensado hacer -y probablemente ya habrán realizado- estudio sobre la peculiaridad comunicativa del papa Francisco. Por no ser experto en este saber y porque no es el cometido de la presente reflexión, no prosigo en este tipo de contenido. Lo que me ha interesado resaltar es la autenticidad en los gestos y la cercanía compasiva en el significado Ojalá esa doble orientación consiga carta de ciudadanía en la vida de los católicos, en las estructuras eclesiales, y en el pensamiento teológico y en la actuación pastoral.
UN CRISTIANISMO ALIGERADO DOCTRINALMENTE, PERO MÁS CARGADO EN PRÁCTICAS DE SERVICIO
Sospecho que el pontificado de Francisco no será reconocido históricamente por haber propiciado un desarrollo especial en los diversos campos del saber teológico: en estudios bíblicos, en formulaciones teológicas, en teoría canónica o en prácticas litúrgicas. El leve aligeramiento en ropaje ceremonial en su primera aparición como pontífice en la balconada de la basílica ante la plaza de San Pedro fue presagio de esos otros aligeramientos de carácter doctrinal.
La afirmación precedente no quiere indicar una minusvaloración del pensamiento en el conjunto del hecho cristiano. En el primer documento del papa Francisco, la exhortación apostólica Evangelii gaudium (2013), hay una referencia explícita a la necesidad de penetración teológica del kerigma (nn. 160-174). De seguro que el servicio teológico seguirá siendo apoyado por el papa. No podía ser de otro modo si se quiere conseguir el objetivo de anunciar la alegría del Evangelio al mundo actual, marcado por variaciones culturales importantes.
Cuando afirmo que el pontificado de Francisco no será un pontificado volcado hacia lo doctrinal quiero subrayar algunas sensibilidades que presiento serán rasgos peculiares del próximo futuro en la Iglesia católica. Anoto las siguientes:
– Sin negar que en el ministerio episcopal se dan los tres servicios del enseñar, del santificar y del regir, según se señala explícitamente en Lumen gentium, n. 25, del concilio Vaticano II, el obispo no tenderá a ser teólogo situándose por encima o, lo que sería aún peor, en contra de este. El papa Francisco ha expresado el deseo de que los obispos sean fundamentalmente pastores y que dejen el servicio propiamente teológico a los centros específicos dedicados a ello.
– Ha habido épocas en que para el conjunto de la acción de la Iglesia el cristianismo fue concebido preferentemente como una doctrina. Sobre tales situaciones pesó la crítica o, al menos, la sospecha de F. Nietzsche de que el cristianismo consistía en un platonismo para el pueblo. quiere ver en el cristianismo ante todo una opción de vida.
De los dos rasgos anotados se puede deducir fácilmente que las estrategias y tácticas pastorales que tenderá a propiciar el pontificado de Francisco no buscarán implantar en la Iglesia una exacta y rígida ortodoxia sino una fiel y coherente ortopraxis. Con esta afirmación no quiero negar la una (la ortodoxia) mediante la afirmación de la otra (la ortopraxis); tampoco quiero deshacer la tensión teológica entre fe-obras. Lo que pretendo es subrayar la prevalencia de la práctica frente a la teoría a fin de vivir una comprensión correcta de la opción de fe cristiana.
Me viene a la mente el recuerdo del teólogo malagueño José María González Ruiz, a quien se le puede conceder la paternidad de la expresión ortopraxis entendida en relación dialéctica con ortodoxia y quien acuñó la fórmula “creer es comprometerse”. Expresión y fórmula que despertaron del “sueño dogmático” (de la comprensión del cristianismo en clave meramente doctrinal) a muchos católicos en las décadas de los 60 y 70 del s. XX. También rememoro el difícil pero glorioso camino teológico-espiritual- pastoral de las comunidades latinoamericanas desde
Medellín (1968) hasta Aparecida (2007). El momento presente de la Iglesia católica, bajo la presidencia de un papa que viene de esa “periferia”, está marcado por una comprensión del cristianismo como ortopraxis, liberada esta de las falsas hipotecas marxistas con cuyo miedo a veces
se la quiso ahuyentar del horizonte de los católicos.
Considero que esta variación en la comprensión del cristianismo es una clave decisiva para interpretar el fenómeno eclesial del papa Francisco. No se mide el cristianismo por la pureza de la verdad teórica sino por la autenticidad de la verdad de la vida. Esta nueva insistencia no solo es más conforme con el Evangelio sino también más coherente con la cultura general de nuestra época.
Y UN CRISTIANISMO LIBERADO DEL PESIMISMO ANTROPOLÓGICO
A la gente sencilla le agrada que le den ánimos y no reprimendas, que le indiquen caminos de salida en lugar de cerrarle sendas. Atendiendo de nuevo a la hermenéutica nietzscheana, es preciso que el cristianismo no envenene las fuentes de donde brota el placer de la vida y la posibilidad de caminar hacia adelante.
Quizás debido a su formación jesuítica, la concepción que del cristianismo tiene el papa Francisco está alejada del pesimismo antropológico de corte jansenista y de una visión trágica del mundo y de la fe a modo de Pascal. Sospecho que su comprensión antropológica será de signo realista, tal como aparece en la constitución Gaudium et Spes: una condición humana que se realiza en la tensión entre la grandeza sublime del don de la libertad y la miseria profunda de la posibilidad de hacer el mal.
La exhortación apostólica Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013) es una presentación de la misión de la Iglesia en positivo, desde y para la alegría del Evangelio. Siendo el Evangelio “el mensaje más hermoso que tiene este mundo” (EG, n. 277), muchas veces su belleza, su alegría
y su fuerza han quedado “sepultadas” debajo de una antropología pesimista, de una moral rigorista, de un legalismo inhumano, de una pastoral condenatoria.
El papa Francisco parece haber inaugurado en la Iglesia una nueva “retórica” y una nueva “pragmática” para expresar y para vivir el Evangelio. Estoy convencido de que esta innovación no es algo pasajero, como una tormenta de verano. Es una variación de largo alcance. Es como una gozosa “primavera” culminará en un radiante “verano” y en un “fructífero” otoño.
Comparto con algunos el que no hay que aumentar excesivamente las expectativas y que no es procedente colocar sobre la persona del papa Francisco la satisfacción de todas nuestras ilusiones y utopías. Pero también creo que no hay que disminuir la esperanza. Esta, además de
fundamentarse en garantías de orden religioso, se apoya sobre las condiciones humanas. Una de ellas es, para mí, la que considero metodología de cuño jesuítico que ya está siendo puesta en práctica por el papa Francisco: utilizar bien los tiempos, ampliando el momento de consult y siendo rápido y certero en las decisiones.