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Éxodo 90 (sept-oct.’07)
– Autor: Ana García Pozo –
Hablar del cuidado de la vida, podría parecer una obviedad, porque ¿puede haber vida buena sin cuidado? ¿Puede subsistir algún ser vivo sin recibir cuidados? Parece que no. Por esta razón el acto de cuidar es un acto arraigado profundamente en todos los seres vivos pues va unido a la supervivencia.
En estudios antropopaleontológicos se ha visto que a medida que iba evolucionando el ser humano se iban produciendo cambios en las actitudes relacionadas con el cuidado. En un primer momento se encontraron restos aislados de hombres que indicaban que no habían podido seguir al resto del grupo cuando se trasladaban y que se abandonaban; avanzando en el tiempo y en la evolución, los restos que se empezaron a encontrar demostraban que la actitud había cambiado y que a partir de ese momento el grupo se paraba para esperar y para “cuidar” a aquellos que habían presentado un problema que les impedía continuar.
Empiezan al mismo tiempo a descubrirse enterramientos que demuestran que “cuidaban” al fallecido y que se distribuían las tareas para cuidarse entre ellos y facilitar la supervivencia.
Por tanto el cuidado va unido al ser humano desde sus inicios. En la actualidad desde que nacemos necesitamos cuidados físicos para poder sobrevivir y cuando físicamente somos independientes, necesitamos otro tipo de cuidados: sentirnos queridos, respetados y ayudados, que son otros de los aspectos que incluye el cuidado integral, y luego en muchas etapas de nuestra vida los cuidados vuelven a estar ligados con nuestra supervivencia.
Pero ¿qué se entiende por cuidar? El concepto de cuidar es tan amplio como complejos somos los seres humanos y como necesidades presentamos a lo largo de nuestra vida.
Por una parte existe el cuidado que recibimos de nuestra familia y de los seres queridos que nos rodean, ya sea al principio de la vida, al final o durante ella: necesitamos ser alimentados, tener una higiene adecuada, vivir en un entorno seguro, sentirnos queridos y respetados…
Además está nuestro autocuidado, aquel que nos proporcionamos a nosotros mismos: cuidamos nuestro cuerpo, nuestro espíritu, luchamos contra el estrés, nos protegemos para evitar sufrir, buscamos hobbies” y trabajos que nos realicen, nos integramos en grupos…
Es tan grande nuestra necesidad de cuidado y protección que desde que el hombre es hombre ha necesitado, además, sentirse cuidado y protegido por seres superiores, por lo que han ido naciendo las distintas creencias religiosas que nos ayudan a sentir que si todos los mecanismos de protección instaurados fallan, podremos recurrir a un ser superior que se preocupa por nosotros. Incluso cuando fallecemos, además de asegurarnos que nuestro cuerpo será tratado decuadamente, y, según las creencias, necesitamos sentir que vamos a ir a un sitio, o vamos a estar en una situación agradable y de una forma u otra vamos a seguir siendo cuidados.
Empleamos además amuletos, símbolos y supersticiones con el fin de que nos protejan (cuiden), a pesar de que sea de un modo que no sabemos explicar.
Disponemos además de profesionales que nos aseguran que cuando estos cuidados debido a su complejidad no puedan ser dados por personas de nuestro entorno serán proporcionados por ellos.
Por tanto necesitamos cuidados físicos, psicológicos y espirituales desde el nacimiento hasta incluso después de la muerte y orientamos nuestros esfuerzos a asegurarnos que los vamos a recibir.
Pero esta demanda de cuidados también ha ido evolucionando y no nos sirve comer lo mismo que comían nuestros antepasados, ni queremos vivir en los mismos entornos, ni necesitamos las mismas condiciones para considerar que tenemos una adecuada calidad de vida. Por ello el ser humano ha ido cambiando, investigando, creando nuevas vías que nos permitan recibir cada vez cuidados de una mejor calidad, que nos permitan vivir mejor y más tiempo.
En este intento del ser humano de cuidarse nace entre otras ciencias la biotecnología. Aunque la biotecnología con base científica no se desarrolla casi hasta el siglo XIX, la biotecnología “empírica” se conoce desde el Neolítico, época en la que se empezó a trabajar con plantas y domesticar animales. En Sumeria y Babilonia (6000 años a. C.) conocían cómo elaborar cerveza. Hacia el 4000 a. C. los egipcios empezaron a fabricar pan a partir del trigo. Otros procesos biotecnológicos de la antigüedad fueron la fabricación del queso, el cultivo de champiñones, la creación de alimentos y bebidas fermentadas como la salsa de soja, el yogur, etc. y el tratamiento de las aguas residuales.
La biotecnología contemporánea se basa en hitos científicos como el descubrimiento de microorganismos, el desarrollo de vacunas, la fabricación de antibióticos, el desarrollo de aditivos, etcétera. Y llegando a nuestros días, uno de los campos con más impacto es el avance en la manipulación del ADN, tanto en animales como en plantas.
La biotecnología moderna está tenidendo un impacto muy considerable en la medicina y en el cuidado de la salud, siendo los campos de aplicación más prominentes los productos biofarmacéuticos, las vacunas recombinantes, el diagnóstico in vitro, principalmente ensayos de inmunidad que permitieron realizar casi un 30% de los diagnósticos que se hicieron en 2005.