Escrito por
Éxodo 150
– Autor: Leonardo Boff –
Hay un convencimiento generalizado de que tal como se encuentra la Tierra y la humanidad no se pude continuar. Tenemos que cambiar radicalmente si queremos garantizar un futuro a la vida y a nuestra civilización. Utilizo una idea de Sigmunt Bauman: en el actual momento, tenemos más problemas que soluciones y más desafíos que capacidad de enfrentrarlos. Debemos darnos las manos, caso contrario vamos a aumentar el cortejo de los que caminan en dirección hacia su propia sepultura.
1. Testimonios de la gravedad de la situación de la Tierra
La idea referida parece trágica y no lo es. La Carta de la Tierra, un documento que recogió los principales valores y principios en una encuesta en más de 40 países y asumida por la UNESCO en 2003, abre su exposición con estas graves palabras: “estamos ante un momento crítico en la historia de la Tierra, en una época en que la humanidad debe elegir su futuro… Nuestra elección es esta: o formar una alianza global para cuidar la Tierra y los unos de los otros, o arriesgar nuestra destrucción y la destrucción de la diversidad de la vida” (Preámbulo).
El Papa, en su encíclica Laudato Sí sobre el cuidado de la Casa Común (2015), va en la misma línea: “Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra Casa Común como en los últimos dos siglos” (n.53). Y añade: “las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía; a las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad; el ritmo del consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofe” (n.161).
Hannah Arendt, a su vez, observó con pertinencia: “No hay ninguna razón para dudar sobre nuestra capacidad de destruir toda la vida orgánica sobre la Tierra; la única cuestión es si deseamos usar nuestros conocimientos científicos y tecnológicos en esta dirección”.
Estas declaraciones nos advierten sobre la gravedad de la situación del planeta Tierra. El filósofo Martin Heidegger, gran observador de las tendencias letales del proyecto científico y tecnológico, dejó esta declaración, yo diría casi desesperada, solamente liberada después de su muerte: “nur noch ein Gott kann uns retten” (“solamente un Dios puede aún salvarnos”).
Antes de entrar en la discusión sobre las amenazas que pesan sobre nuestra Casa Común, conviene tomar consciencia del paradigma social y civilizatorio, mejor dicho, de la cosmología que nos llevó a esta situación dramática. Y, por otra parte, presentar otro paradigma u otra cosmología alternativa, ya vigente que puede ser potencialmente salvadora.
2. La confrontación de dos cosmologías
Por cosmología entendemos la visión de mundo –cosmovisión– que subyace a las ideas, prácticas, hábitos y sueños de una sociedad. Cada sociedad produce su cosmología y por ella procura explicar el origen, la evolución y el propósito del universo y definir el lugar del ser humano dentro de él.
La primera es la de la conquista y dominación. El eje central de la modernidad, nacida en el siglo XVI, es la voluntad de potencia (Wille zur Macht), es decir, el poder entendido como dominación de pueblos, de naciones, de la naturaleza y de los secretos de la propia vida. Da ahí nació el proyecto científico-técnico como instrumento de realización de este sentido de la vida.
Esta cosmovisión se caracteriza por ser mecanicista, determinística, atomística y reduccionista. La referencia arquetípica es Alejandro Magno, Hernán Cortés y Napoleón: grandes conquistadores.
Figurativamente se puede decir que es el paradigma del puño cerrado para someter y dominar.
Por fuerza de esta cosmología de poder se ha conquistado prácticamente todo el mundo conocido. De hecho, se ha llegado a que el 20% de la población mundial consuma el 80% de todos los bienes y servicios naturales, creando un enorme abismo entre ricos y pobres, resultando que a estos, la gran mayoría de la humanidad, solamente les queda el 20% de los recursos naturales.
Esta cosmovisión cambió la faz de la Tierra y ha traído inmensos beneficios, haciendo más cómoda y prolongada nuestra vida. Pero, simultáneamente, ha creado una maquinaria de muerte con armas químicas, biológicas y nucleares que pueden destruir 25 veces toda la vida orgánica sobre el planeta y poner fin a nuestro ensayo humano y civilizatorio. La racionalidad técnico-científica se volvió irracional y anti-vida.
Confrontando esta cosmología moderna, surgió, ya hace un siglo (desde Einstein 1905 y 1915) la cosmología contemporánea y alternativa que tiene como eje estructurador el cuidado y la responsabilidad colectiva.
Figurativamente es la mano tendida con los dedos abiertos para hacer con otras manos una alianza de protección y salvaguardia de todo lo creado.
El cuidado, filosóficamente entendido como dimensión esencial del ser humano (fabula 22 de Higinio comentada por Martin Heidegger) es una relación amorosa con la realidad, no agresiva. Por la responsabilidad colectiva uno se da cuenta de las consecuencias de sus acciones que pueden ser destructivas o constructivas de la vida, reforzando todo lo que puede conferir sostenibilidad a todos los seres y a sus respectivos ecosistemas. Las referencias arquetípicas son de San Francisco de Asís, el americano Thoreau y Gandhi. Se sienten parte de la Naturaleza y de la Tierra, están al pie de ella como un miembro más de la gran comunidad de vida. San Francisco, “con su corazón universal” (Laudato Si, n.10), llamaba a todas las creaturas con el dulce nombre de hermano y hermana, creando así una fraternidad universal y cósmica.
Esta nueva cosmovisión es holística porque involucra a todos los seres y procesos dentro de la gran evolución que empezó hace 13,7 mil millones de años. El universo está continuamente en expansión, autoorganizándose y autocreándose. Su estado natural es la evolución y no la estabilidad, la transformación y la adaptabilidad y no la inmutabilidad y la permanencia. En ella, como subraya la física cuántica, asumida como categoría central por la encíclica del Papa Francisco, todo es relación y nada existe fuera de la relación (Laudato Si, nn.86,117,120). Por esta razón, todos los seres son interdependientes y colaboran entre sí para coexistir y garantizar el equilibrio de todos los factores que sustentan el universo, especialmente la vida.
Por detrás de todos los seres, actúa la Energía de Fondo, llamada también el Principio Generador de todos los seres, un océano sin márgenes, de energía, misterioso e inefable (¿manifestación de la fuerza creadora del Espíritu?) que origina, sustenta y anima todo el universo y hace surgir emergencias nuevas. Las más espectaculares de todas son la Vida y la Tierra viva y nosotros, los humanos, que somos aquella porción consciente e inteligente de la propia Tierra con la misión ética de cuidarla y protegerla (cf. Gn 2,15).
Confrontando las dos cosmologías se ve que con referencia al conjunto de las crisis actuales, la cosmología contemporánea se revela inspiradora y puede impedir un caos colectivo que la otra cosmología, aún dominante, puede llevar a toda la humanidad y la naturaleza.
En lugar de dominar y explotar la naturaleza, se pone en medio de ella, en profunda sinergia. Al contrario de una globalización destructora de las diferencias, sugiere el bioregionalismo, que valora las diferencias y dentro de las potencialidades de la bioregión, busca integrar todos los factores naturales y culturales para construir “el bien vivir y convivir” que conlleva una profunda armonía entre todos, con la naturaleza, con la Madre Tierra y con Dios.
La fuerza de esta nueva cosmología reside en el hecho de que está de acuerdo con las necesidades humanas y la lógica misma del universo. Organizándonos alrededor de ella, puede emerger una civilización biocentrada, en la cual el cuidado, la responsabilidad colectiva, el respeto y la alegría de vivir constituirán las características fundamentales.
3. Cinco amenazas que pesan sobre la Tierra
La exposición anterior nos ha aclarado la raíz principal de la actual crisis ecológica: el paradigma/cosmología del poder como dominación y explotación sistemática de la naturaleza y de los seres humanos. Por detrás funciona una metafísica (una comprensión del ser) que ve la Naturaleza y la Tierra como seres sin propósito y objetos manipulables y sin valor en sí mismos, puestos al servicio del ser humano. Esa lectura ha producido una gran injusticia social mundial y muchas amenazas al planeta Tierra, de las cuales referiremos solamente algunas.
La primera es el principio de autodestrucción por todo tipo de armas letales, especialmente nucleares, ya referidas más arriba. Escribía el gran historiador inglés Arnold J. Toynbee en su autobiografía: ”He vivido para ver cómo el final de la historia humana resulta ser una posibilidad real que puede convertirse en un hecho no por obra de Dios, sino del hombre”.
La segunda es la Sobrecarga de la Tierra (the Earth Overshoot). Es decir: hemos explotado tan ferozmente los recursos de la Tierra que ella llegó a sus límites. En el día 29 de julio hemos ya consumido todos los bienes y servicios renovables de la Tierra para este año de 2019. Esto, junto con el derretimiento de los casquetes polares, la deforestación, desertificación y otros puntos críticos hace que el planeta viva en una situación de emergencia mundial. Algunos hablan de un eventual Armagedón ecológico. Para mantencer el nivel de consumo vigente se va a hacer gran violencia a la Tierra, arrancándole lo que ya no puede dar, pero que responde con el calentamiento global, con eventos extremos, con la erosión de la biodiversidad y otros fenómenos, incluso sociales, porque Tierra y Humanidad constituyen una única realidad compleja.
La tercera es la escasez de agua potable. Del 97% de agua, solamente el 3% es dulce, pero asequible al consumo humano es solamente el 0,3%. De esta mínima parte, el 70% se destina a la agricultura, el 20% a la industria, y solo el 10% es para el consumo doméstico y para otros seres que necesitan de agua. Surge entonces el problema: ¿el agua es fuente de vida o de lucro? Por ser un bien natural, vital, común e insustituible no puede ir al mercado, porque la vida y el agua no son mercancías. Ocurre que hay una comercialización enorme de agua, una desenfrenada marcha por su control.
Pueden ocurrir grandes guerras para garantizar el acceso al agua potable, porque está muy mal distribuida: 9 países disponen del 60%, y unos 80 países se enfrentan a una gran escasez. Millones de personas deberán abandonar sus tierras para sobrevivir a raíz de la escasez de agua dulce, lo que puede crear graves problemas políticos a nivel local y mundial.
La cuarta amenaza es el calentamiento global y los cambios climáticos. El Panel Intergubernamental de los Cambios Climáticos (IPCC), en sus varias sesiones, ha advertido: no vamos al encuentro del calentamiento global. Ya estamos dentro de él. Y más de un 90% de ese calentamiento es antropogénico, es decir, resultado de la acción humana. Producimos cada año 36 mil millones de toneladas de CO2 y de otros gases de efecto invernadero, mientras que el sistema de las forestas y de los océanos puede absorber solamente 20 mil millones de toneladas.
Todo empeño se centra en no llegar a 2 grados centígrados, porque causaría gran erosión biológica y afectaría a millones de personas, víctimas del calentamiento y de las enfermedades de él derivadas. No es imposible que lleguemos hasta 2-3 grados. Esto implicaría cambios climáticos extremamente dañinos y la elevación de las aguas oceánicas, amenazando a un 60% de la población mundial que vive en sus orillas. La comunidad científica norteamericana lanzó en 2015 la grave advertencia de que, de seguir el aumento de los gases de efecto invernadero, podemos conocer en los próximos años el calentamiento abrupto de hasta 4-6 grados centígrados. Y afirman que con este calor ninguna forma de vida que conocemos va a subsistir. Y los seres humanos que tienen tecnología pueden crear algunos oasis de salvación para algunos millones, pero gran parte de la humanidad desaparecería. La Tierra seguiría, pero sin nosotros.
La quinta amenaza es la erosión de la biodiversidad. El gran biólogo Edward Wilson revela que cada año desaparecen, a raíz de la agresividad del proceso industrialista y de la relación de los seres humanos que consideran a la Tierra meramente como un baúl de recursos infinitos y explorables a su antojo, sin respeto de los ritmos de la naturaleza, desaparecen cada año aproximadamente entre 70-100 mil especies de organismos vivos. Esto equivale a una devastación como en eras pasadas. En su libro El futuro de la vida (2002) llega a afirmar: “hasta hoy, el ser humano ha desempeñado el papel de asesino planetario…; la ética de la conservación, en forma de tabú, totemismo o ciencia, casi siempre ha llegado demasiado tarde”. Y añade: “Hemos transformado el jardín de Edén en un matadero y nos hicimos el Satán de la Tierra”.
A raíz de esta diezmación de la vida, muchos científicos hablan de que hemos creado una nueva era geológica, después de la actual del holoceno: el antropoceno. Es decir, la más grande amenaza a la vida no viene de algún meteoro rasante, sino del propio ser humano que está moviendo una guerra total a la Madre Tierra, en el suelo, en el subsuelo, en el mar y en el aire. Pero no tenemos ninguna seguridad de ganar esta guerra. La Tierra no necesita de nosotros. Nosotros necesitamos de la Madre Tierra que nos da todo lo que necesitamos para vivir.
Théodore Monod, tal vez el último de los grandes naturalistas, dejó como testamento en su libro “Si la aventura humana llegara a fracasar” (2000) la siguiente reflexión: “Somos capaces de mostrar un comportamiento insensato y demente; a partir de ahora, se puede temer todo, incluida la aniquilación de la raza humana; ése sería el precio justo de nuestras locuras y crueldades”.
4. ¿Cuál es el próximo paso?
Estas reales amenazas que pesan sobre la Madre Tierra y sobre el sistema-vida justifican el llamado del Papa Francisco a toda la humanidad y no solamente a los cristianos, en su Encíclica Laudato Si “para una conversión ecológica radical” (n.5). Tenemos que cambiar de modo de producción, de consumo y de actitudes frente a la Tierra y a la naturaleza. Tenemos que pasar del “dominus” (señor) al “frater” (hermano/a): sentirnos hermanos y hermanos de todos los seres de la creación. Como el Papa lo dice tan bellamente: “Todo está relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas en una maravillosa peregrinación… y que nos une también con tierno cariño, al hermano Sol, a la hermana Luna, al hermano río y a la Madre Tierra” (n.92). Al final nos convoca “a una espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo, una mística que nos anime… y dé sentido a la acción personal y comunitaria” (n.216).
En su análisis, él identifica la raíz humana de la crisis ecológica: “Hay un modo de entender la vida y la acción humana que se ha desviado y que contradice la realidad hasta dañarla… es el paradigma tecnocrático dominante” (n.101). Este paradigma lo denuncia como “homogéneo y unidimensional” (n.106) y “tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la política” (n.109) siempre en función de una ganancia ilimitada.
Después de nuestro análisis y de las causas de nuestra encrucijada civilizatoria, nos preguntamos: ¿tenemos todavía futuro? ¿Cuál sería el próximo paso? ¿Será más de lo mismo? Esto significaría prolongar nuestra agonía y radicalizar las amenazas. Como decía Albert Einsten: “el pensamiento que creó la crisis no puede ser el mismo que nos ayude a superarla”. Tenemos que pensar y actuar de forma diferente.
Si en los tiempos en que los dinosaurios desaparecieron hace ya 67 millones de años, después de vivir 133 millones de años sobre la Tierra, nos preguntáramos ¿cuál es el próximo paso? ¿Dinosaurios más voraces y mayores? Estaríamos totalmente engañados. Ni siquiera podríamos imaginar que de un pequeño mamífero que vivía en las copas de los árboles más altos, alimentándose de flores e insectos, temblando de miedo de ser devorado por un dinosaurio más alto, iba a irrumpir millones de años después, un ser impensado, con conciencia e inteligencia: el ser humano con cualidades diferentes de un dino. No fue más de lo mismo, sino algo profundamente diferente.
Alimento la convicción de que el próximo paso será pasar del capital material al capital espiritual. El capital material que ha dominado hasta hoy tiene límites y es exhaurible. El capital espiritual es inexhaurible e infinito. Vive del amor incondicional, del cuidado esencial, de la compasión, de la solidaridad y de la creatividad y de una profunda pertenencia a la Tierra y a la Totalidad, realidades intangibles y valores de suprema excelencia, pues es de ellos que se compone el capital espiritual.
Pero no hay que confundir espiritualidad con religiosidad. Lo espiritual es una dimensión de lo profundo humano, de donde nacen todas religiones, no se identifica con ninguna religión, pero está en la base de todas ellas.
Lo espiritual fue poco internalizado colectivamente y puede representar la grande alternativa para superar la actual crisis sistemática e inaugurar otro paradigma de civilización, que inundará la vida de sentido, de jovialidad y de alegría de vivir junto con todos los demás seres, incluso con las estrellas más distantes.
La centralidad del capital espiritual reside en la vida en todas sus formas. La economía y la política, puestas al servicio de la vida, sería una civilización biocentrada. La tecnología no puede ser dispensada, pues la necesitamos para atender a las demandas de nuestras sociedades complejas. Pero ella se articularía con la razón sensible y cordial, que daría un sentido más humano a todo el saber y poder. En el corazón reside la capacidad de sentir al otro en su dolor, el mundo de los valores, el amor incondicional y la espiritualidad.
El próximo paso sería redescubrir, profundizar y organizar toda la vida, incluso la cotidiana, alrededor de una visión espiritual de la realidad, abierta a la Última Realidad que es lo Sagrado y lo Divino encontrados en la creación y que son revelaciones del Creador.
Este proceso no es mecánico, sino voluntario. Es ofrecido a nuestra libertad. Puede ser aceptado o rechazado. Pero quien lo acoge tendrá otro sentido de la vida y vivenciará un nuevo futuro. Los que lo rechazan serán condenados a sufrir las agonías de la actual cosmología que está en la raíz de nuestra crisis sistémica; se sentirán perdidos y en búsqueda de una plenitud que el actual modo de vivir en la Casa Común no les puede ofrecer.
Pierre Teilhard de Chardin en los años 30 del siglo pasado en China imaginó la irrupción de la noosfera. Sería el paso nuevo de la humanidad.
El reto no es quedarse con la soberanía exclusiva de las naciones, sino juntos construir la Tierra como Casa Común. Nous en griego significa la mente, el espíritu abierto y en comunión con la realidad total. La noosfera sería la emergencia de la humanidad como especie con el mismo destino de la Madre Tierra. Representaría el nuevo paso de una nueva antropogénesis y una etapa nueva de la propia Tierra.
La situación actual clama por este salto cuántico. Dicen por ahí que Jesús, Buda, Francisco de Asís, Rumi, Gandhi y tantos otros maestros del presente y del pasado han dado anticipadamente este paso. Por eso, son figuras referenciales. Ellos han alimentado en la humanidad el principio esperanza, ese motor interior que nos hace soñar, jamás desistir y siempre con iniciativas concretas anticipar el futuro. Entonces será verdad, lo decía Ernst Bloch: “La Génesis no está en el principio sino en el fin”. Seremos más humanos, amigos de la vida, miembros de la gran comunidad de vida, reconciliados con nosotros mismos, con la Madre Tierra y con la Última Realidad, Dios.
Cuando dejemos de considerarnos “dueños y señores” (maîtres et posesseurs de Descartes) de la naturaleza y del mundo, como pequeños dioses, entonces podremos ser plenamente humanos. Lo que en el fondo esto significa, no lo sabemos totalmente, pero lo hemos intuido desde siempre”.
Cabe terminar llenos de esperanza y fe en Dios “el apasionado amante de la vida” (Sab 11,24) con las palabras del Papa Francisco “más allá del sol”:” Caminenos cantando; que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten la alegría de la esperanza” (n.244).