Escrito por
Éxodo 141
– Autor: Teresa Forcades –
Todo comenzó en un contexto que, en principio, nada tenía que ver con Cataluña ni con un Proceso Constituyente, pero sí en un contexto de denuncia de la injusticia que mueve a las grandes multinacionales.
Esta denuncia tuvo una gran repercusión y me acerca a personas y grupos que se situaban también en una perspectiva crítica frente a esos oscuros intereses y al sistema capitalista que los alienta y sostiene. Poco después, ya en plena crisis, surge de una conciencia crítica similar el movimiento 15M y esa conciencia se generaliza como un clamor de dice “¡Basta ya!”, que compartimos: Es hora de actuar: ¿Qué podemos hacer para cambiar esta situación?
Entretanto. surge un nuevo motivo, decisivo, que se añade a los mencionados para alimentar y modular el movimiento social que se estaba gestando: la decisiva y lamentable actuación del Partido Popular, en 2010, contra el Estatuto de Cataluña, aprobado en 2006 por el Parlament y ratificado por las Cortes y el Senado, así como por el pueblo catalán en referéndum, denunciándolo al Tribunal Constitucional, quien finalmente lo deslegitimó, provocando una oleada de manifestaciones de protesta.
La convocatoria de una nueva charla mía a la que acuden más de mil personas, desbordando todas nuestras expectativas, nos hizo conscientes de la enorme energía que había en movimiento contra la injusta situación existente. Y en este contexto me llega una invitación de los anticapitalistas a aprovechar toda esa energía para llevar a cabo una syriza a la catalana que agrupe a todos los partidos para revertir la situación.
Pero mi respuesta a semejante invitación fue indudablemente negativa: yo no tenía interés en la estructura de partido. Yo sí me hubiera sumado, a una rebelión social, por ejemplo, a una huelga general indefinida que pusiera en crisis al gobierno y al sistema dominante, aun cuando semejante idea nos llenaba de interrogantes, que aprovecharon lamentablemente grupos de poder disfrazados y se perdió esa gran oportunidad de generar ese cambio social profundo y duradero.
Y es a partir de aquí que yo pienso el Proyecto Procés Constituent, entendiendo por tal ese debate llevado a nivel popular sobre “cómo debemos, queremos, podemos vivir juntos”. Porque eso es en verdad una constitución: el marco de referencia de nuestra convivencia política como sociedad. De ahí la idea de que en Cataluña se pudiera llevar a cabo un Procés Constituent para articular el poder popular de una forma eficaz, cosa que en la mayor parte de las democracias del mundo queda reducido a una mera democracia formal representativa, no verdaderamente deliberativa, que sigue siendo la asignatura pendiente.
En torno a esta idea convocamos desde el principio a significativas personas, como Arcadi Oliveres, o activistas políticos como Xavier Domenech, Ada Colau, Jaume Assens o Gerardo Pisarello, hasta formar un grupo de unas cuarenta personas de muy diversos ámbitos y sensibilidades, como Justicia y Paz y otros movimientos sociales de base. Y este proceso fundacional culmina en la elaboración del documento o Manifiesto por la convocatoria de un Procés Constituent en Cataluña, que presentamos Arcadi Oliveres y yo en abril de 2013. Y de nuevo nos vimos sorprendidos y desbordados por la respuesta de más de cincuenta mil personas que se adhieren al Procés, convirtiéndose en el mayor movimiento organizado en aquel momento en Cataluña.
Que fuera en Cataluña no significa que fuera un grupo nacionalista cerrado. En absoluto. Esto es muy importante dejarlo claro. Pues lo esencial de este movimiento es un trabajo y un proyecto de justicia, que es esencialmente algo abierto, aunque sí situado y concretado en una comunidad política, En este caso, en Cataluña, por el contexto hostil que había generado la respuesta brutal por parte del poder central al Estatuto de Cataluña.
El Proceso Constituyente, de hecho, tuvo desde el principio y hasta hoy un objetivo esencial que implicaba un cambio profundo de modelo económico, político y social, una transformación de la política desde las bases, radicalmente popular, el logro de una democracia verdaderamente deliberativa, el despertar de los sujetos como subjetividades políticas que toman sus vidas en sus manos y generan así la comunidad política que llamamos nación. La idea de autodeterminación es por eso clave en este Proceso Constituyente, pero entendida rigurosamente en el sentido global indicado, que implica desde un cuestionamiento radical del capitalismo y sus imperativos, que están poniendo en peligro la vida en el planeta y al planeta mismo, hasta la mencionada transformación, no menos radical, de la política dominante.
De la radicalidad de estas propuestas de justicia y bien común, debatidas en una memorable reunión de más de mil personas al inicio de la andadura del Proceso y que conforman desde entonces una especie de Decálogo de reivindicaciones que dan identidad al movimiento han derivado la riqueza del mismo, pero también los momentos de dificultad o frustración por los que atravesado a lo largo de su andadura.
Mención especial merece la dificultad de relación con los partidos, debido sobre todo a su perverso sistema de listas cerradas, que choca frontalmente con la idea básica de una democracia verdaderamente popular deliberativa y popular. De ahí derivaron, en efecto, las mayores fricciones y frustraciones que ha sufrido nuestro movimiento. Una de las más graves, cuando, como consecuencia de las dinámicas que se crean en los partidos dominantes a causa de esa estructura inflexible, el movimiento se partió en dos, justamente en uno de los momentos históricos que en principio mayor oportunidad ofrecía para formar un frente popular y poder abrir un verdadero Proceso Constituyente. Y se frustró uno de sus objetivos principales: el cambio de modelo de política, una nueva política para una sociedad nueva.
Esta experiencia dolorosa dejó nuestro movimiento sensiblemente disminuido, pero no paralizado. A partir de ese momento continuó con nuevas fuerzas como movimiento social intensamente empeñado en lo que en definitiva fue y es su objetivo central: crear el tejido humano, impulsar la transformación de las subjetividades para conseguir finalmente abrir un genuino proceso constituyente desde las bases, que a su vez transforme la sociedad y el mundo. Y la experiencia que hemos hecho ha sido sorprendente: se ha generado una intensa transformación de amplias capas de nuestra sociedad, un despertar de la subjetividad política que se ha traducido en un potente movimiento de implicación y compromiso por cambiar la sociedad, por tomarla en las propias manos, por no dejarla a merced de los poderes que aseguran que “no hay alternativa” para que nada cambie; un despertar contra la resignación y un estallido de ilusión y creatividad, de “autodeterminación” en su sentido más genuino.
Este potente movimiento de transformación, creatividad e implicación es un acontecimiento que difícilmente se puede entender sin la fuerza generada y desplegada por el proceso constituyente que pusimos en marcha y ha tocado a miles de personas que ahora lo sostienen y llevan adelante. Nos llena por eso de gozo, e incluso de emoción. Lo que se ha movido en estos últimos meses en Cataluña ha sido, aun con sus errores y ambigüedades, una muestra poderosa de la capacidad transformadora de ese Proceso: la enorme e intensa implicación de numerosos grupos en la movilización de la ciudadanía y sobre todo el hecho de que el Procés haya llegado a calar de forma particularmente intensa en las bases populares.
En su sencillez, esa conciencia forma parte de aquel proceso de “autodeterminación” en el que decidimos “cómo queremos, podemos y debemos vivir juntos” y que de ese modo crea comunidades políticas desde abajo, desde las bases y sobre bases nuevas: no desde el poder, como los imperios, sino desde la justicia y el bien común, en el sentido del Proceso Constituyente.
Este proceso ha sido y es, por supuesto, enteramente laico, como no podía ser de otro modo al sustentarse en una pluralidad y diversidad de sujetos constituyentes. Ello no obstante, a nivel personal, e incluso de grupos determinados, la religión, más exactamente el evangelio, ha sido una fuente de inspiración importante. Lo cual, aunque en determinados momentos pudo generar desconfianza o sospecha, en general significó también un proceso de aprendizaje y de descubrimiento mutuo entre personas situadas a distancia en el arco de posiciones de creencia, que enriqueció el clima en que se fue gestando el entero Proceso. El que la CUP viniera a pedirme, en los inicios, que liderara este Proceso y que después mi Institución religiosa accediera a liberarme para ello, es otro de los rasgos novedosos y lúcidos o inspirados de este movimiento, que, contra toda frustración y desánimo, se sostiene firme en la esperanza.