Escrito por
Éxodo 127
– Autor: Evaristo Villar –
1. “El domingo 3 de junio de 1576, de madrugada, una sublime procesión sale de la catedral de Sevilla. Amanece un día pletórico de luz y en la calle hay un alboroto inusitado. Se ve gente luciendo galas de fiesta, caballeros con buenos jubones y capas… las damas han sacado de los baúles sus vestidos suntuosos de primavera… que se ponen tradicionalmente para el oficio religioso y la procesión del Corpus Christi, y que esa misma tarde vuelven a guardar hasta el próximo año. El cortejo está ya delante del palacio del arzobispo, que sale acompañado por la clerecía y se sitúa detrás de la custodia de plata, en la que va el Santo Sacramento. Las campanas repican con solemnidad, en toque de gloria. Las autoridades se congregan custodiadas por soldados en uniforme de gala. Entre música, cohetes y nubes de incienso, todos avanzan en perfecto orden” (533)…
Si algún foráneo, ignorando lo que está ocurriendo, osa preguntar “¿qué está pasando si todavía no es el Corpus?”, la respuesta podría ser unánime: Don Cristóbal Rojas de Sandoval, arzobispo y máxima autoridad religiosa en Sevilla, solo sometido a la Suprema Inquisición, “va a llevar el Santo Sacramento al convento de las monjas carmelitas descalzas que ha fundado la madre Teresa de Jesús, y que hoy se inaugura en la calle Pajarería” (534)…
Días antes, fray Tomás Vázquez, ministro extraordinario de la Suprema Insumisión, por mandato expreso y en nombre del Gran Inquisidor de todas las Españas, don Gaspar de Quiroga y Vela, le había comunicado a la monja Teresa de Cepeda y Ahumada la sentencia absolutoria, dictada el 29 de abril de 1576 por el Consejo de la Suprema y General Inquisición.
Llegada la procesión al nuevo convento de las Carmelitas Descalzas, y colocado el Sacramento en el sagrario, el arzobispo “que ha rezado de hinojos frente al altar”, se dispone a marcharse. Entonces Teresa de Jesús va hacia él, se arrodilla y le pide la bendición. “Don Cristóbal la mira, con ojos vidriosos; la bendice y, acto seguido, hace algo del todo inesperado: la toma por los codos y la alza. Ella se resiste, humildemente, pero finalmente está de pie frente a él. Entonces el arzobispo, entre el pasmo de todas las miradas, se arrodilla ante la monja y pide a su vez la bendición (535)”.
Así acaba este caso que el Inquisidor General había resuelto siguiendo el informe del dominico P. Domingo Báñez, que, fiel a su máxima Bomum est faciendum et malum vitandum, concluía su informe con estas palabras: “Para poder juzgar justamente todo lo que le sucede a la madre Teresa y aquello que escribe en su Libro de la vida, deberemos tener en cuenta la cima alcanzada por ella cuando le llega el deseo de coger la pluma para llevar al papel lo que Dios ha hecho con ella: cómo ha sido su relación con él, es decir, cómo ha sido su oración… Ella no ha buscado nada por sí misma, nada para sí. Diríase que a estas alturas de su vida Dios mismo la ha avasallado. Sin quererlo, Teresa está viviendo momentos de extraño embeleso y enajenación. El misterio la cerca, la aprisiona y la saca fuera de sí. Pero todo esto sucede dichosamente… Quien no capte esto, quien no sea capaz de verlo con los ojos del alma, no podrá entrar en el misterio de la vida de Teresa… Al leer a Teresa de Jesús se siente uno invadido por un sentimiento que se agranda y crece: Él es el protagonista de su vida. Sin Él no hay historia, no hay vida” (444).
Conocida ya la sustancia de este libro, me parece interesante declarar en esta presentación otros aspectos que pueden ayudarnos a entrar mejor en la comprensión de la obra de Jesús Sánchez Adalid. En primer lugar, la elección de un tema tan frecuentemente ignorado en la vida de Teresa; luego, unas palabras sobre el género del relato; y, finalmente, algunas impresiones personales sobre el gran esfuerzo que ha hecho el autor para acercarse y acercarnos a una personalidad tan rica y singular como la de Teresa de Ávila.
2. Es de agradecer a Jesús Sánchez la brillante introducción que hace en el complejo contexto de la vida de Teresa de Jesús. El contexto no es otro que la convulsa situación política y religiosa del siglo XVI, el “siglo de oro español”. Con una población de unos 6 millones de habitantes, España está viviendo una enorme efervescencia en todas las dimensiones. Política y militarmente, con Carlos V y Felipe II, está envuelta en conflictos bélicos internos con los moriscos, en Europa con la guerra de los 30 años, con América Latina con la implantación de la colonización; culturalmente con el florecer de las letras (Miguel de Cervantes), la arquitectura (Juan de Herrera), las artes plásticas (el Greco), y en la música (Tomás Luis de Vitoria). En esta agitación política y cultural sobresalen los grandes contrastes económicos, como se advierte en la Celestina o el Lazarillo de Tormes: la riqueza de los grandes y la miseria que afecta a la mayoría social. Religiosamente la convulsión que levanta la Reforma de Martín Lutero y el humanismo antifanático de Erasmo de Rotterdam provoca la Contrarreforma en el campo católico que, desde el Concilio de Trento, se traduce en un exasperante control de la ortodoxia y un dirigismo asfixiante en las prácticas religiosas. El ambiente cerrado y reactivo contra toda apertura sospechosa de modernista recrea el mejor contexto para que surjan por todas partes alumbrados, iluminados y quietistas que acaban llevando a las personas a grandes aberraciones religiosas y sociales (pp. 107, 257). La jerarquía reacciona entonces con la Inquisición.
En este contexto cerrado, dominado por el miedo y la sospecha y sometido a la omnipotencia de la Inquisición, descubre el autor a Teresa de Ávila. Entre las muchas dimensiones de esta mujer extraordinaria que se van a poner de relieve durante la celebración del presente V Centenario de su nacimiento me parece un acierto de Jesús Sánchez haber centrado su obra en el lado “más peligroso” de la santa del Ávila, el que roza y desafía, sin pretenderlo, la ortodoxia oficial. Y en este envite, Teresa va a salir, de entre aquellas aguas enturbiadas por los éxtasis, las visiones y las revelaciones de mujeres y hombres deseosos de notoriedad y de poder, “como un río limpio”, en expresión del P. Báñez (p. 447). El autor introduce en su extenso relato a tres mujeres que, por su notoriedad y excentricismo, fueron siempre una amenaza para la honestidad de Teresa, dados sus orígenes judeoconversos (542): La frailesa (94), la Beata de Piedrahita y, sobre todo, Magdalena de la Cruz (pp. 128, 151, 207). Como hemos señalado antes, de todo esto sale Teresa muy airosa gracias a la extraordinaria defensa que hizo de ella y de su experiencia mística el dominico P. Báñez ante el Inquisidor General.
En un ambiente tan enrarecido como este, contrasta el gran temple y fortaleza de esta mujer, frecuentemente enferma, que está empeñada a llevar al Carmelo a la primitiva observancia, siguiendo la reforma franciscana de Cisneros (548). De su ingenio y gracejo quedan muy buenas anécdotas. “Sabed, padre, le dice a un franciscano cuando rondaba los 50 años, que en mi juventud me dirigían tres clases de cumplidos; decían que era inteligente, que era una santa y que era hermosa; en cuanto a hermosa, a la vista está; en cuanto a discreta, nunca me tuve por boba, en cuanto a santa, solo Dios sabe”. Y esta otra dirigida a fray Juan de la Miseria que le hizo el único retrato que se conserva: “¡Me habéis pintado fea y legañosa, Fray Juan, que Dios os lo perdone!”. En otra ocasión que estaba para firmar las escrituras de compra de un terreno para la fundación de Valladolid, el notario sopló al oído de su secretario: “Por un beso de esta mujer me daría por bien pagado”. Ella que lo oyó, le acercó la cara. El notario, sorprendido, se pregunta: “¿Qué quiere?”. “Que me bese”, dice ella con dominio de la situación. Así se hizo, y ante le azoramiento del notario, ella dice serenamente: “Nunca una escritura me ha resultado tan barata”. El juicio de Fray Luis de León es contundente: “Nadie la conversó que no se perdiese por ella” (p. 458).
3. El género literario en que nos presenta Jesús Sánchez su imagen de Teresa de Jesús es la novela histórica. “Desde el principio, dirá, tuve claro que no debía hacer una biografía, ni una novela biográfica, ni una historia novelada. Sería una novela histórica pura: un relato de ficción incrustado en un escenario histórico que se percibe como real y que tiene detrás, aunque de manera poco perceptible, una seria investigación” (p. 555). Se trata, pues, de una ficción basada en fuentes históricas y que pretende rellenar las lagunas, siempre existentes, desde el criterio de la verosimilitud.
Por otra parte, la obra pretende constituirse en puente que permita la llegada al pasado desde el interés del presente. Y esto me parece un gran acierto. Porque no cualquier acontecimiento del pasado resulta significativo para el presente. En esto la novela histórica juega con ventaja. No tiene por qué perderse en detalles biográficos que, siendo ciertos, carecen de interés para el momento que estamos viviendo. Hay hechos históricos que, por su riqueza, proyectan su luz más allá de su acontecimiento. Su proyección se alarga en la historia humana. Y, en esto, la figura de Teresa, desde esta dimensión de su rebeldía contra una realidad corrupta y su empeño en transformarla, aun a costa de levantar sospechas entre los guardianes de las esencias patrias, es un buen ejemplo para los días que estamos viviendo. De forma más camuflada, pero al fin y al cabo un parecido contexto sociorreligioso
—de control, autoritarismo, sospecha y miedo, discriminación de género, etc.— que le tocó vivir a Teresa se ha venido reproduciendo hasta nuestros días. ¿Llamarlo Santa Inquisición? Hasta hace bien poco todo eso se llamaba en la Iglesia Santo Oficio. No obstante, al lado de estas prácticas aberrantes, siempre surge la nobleza de una figura como la de Teresa y la de un honesto testigo como el Padre Domingo Báñez, capaces de señalar proféticamente por dónde va la verdad y la humanidad más auténtica.
4. No sería justo con el extremeño Jesús Sánchez, teólogo y jurista, profesor en el Centro Universitario Santa Ana de Almendralejo, si no dijera que su obra, en línea con toda su producción literaria, me deja un sabor de honestidad con la historia y de enorme creatividad en la ficción. De sincero apego y hasta de amor a la protagonista del relato. No en vano dice él que “esta novela ha supuesto para mí un intenso trabajo. Hasta ahora, el mayor esfuerzo de investigación y documentación que he hecho desde que empecé a escribir novelas” (555).
Pero también hay que agradecer a Jesús Sánchez su habilidad de relator que va integrando en una dicción clara y precisa el léxico y hasta el estilo de la época que recuenta. El contexto sociopolítico y cultural religioso que se descubre deja suficientemente claro el control absoluto que ejercía la “Santa” Inquisición sobre todas las instituciones y las vidas de las personas. Desde aquí se agranda más la figura de personas que, como Teresa de Jesús, supieron mantener su libertad de conciencia aun a costa de poder acabar en las mazmorras de la Inquisición o en la hoguera. Y esta libertad de conciencia la ve clarividentemente viva y encarnada Jesús Sánchez Adalid en Teresa de Ávila.