Escrito por
– Autor: Evaristo Villar –
No me extraña el silencio de la jerarquía, aunque me parece deshonesto.
1. Digo que no me extraña el silencio de la iglesia jerárquica porque no suele ser pródiga en elogios a quienes no la sirven directamente. Este tipo de iglesia, la del poder, tiene la ida de que en todo lo que atañe al ser humano ella es madre y maestra, es decir, tiene toda la verdad en si misma y no necesita recibir lecciones de fuera. Ella es la ortodoxia perfecta tanto en la teoría como en la práctica. Desde aquí se explica su escaso interés por la ciencia y los nuevos saberes, por las nuevas tecnologías y cambios. Desde aquí se explica también su desinterés, cuando no su firme oposición y rechazo, a cuantos desde dentro han querido reformarla y abrirla a los nuevos aires de la modernidad y a las exigencias de la justicia en el mundo. Pensemos en su rechazo a la reforma conciliar y a la Teología de la Liberación, su ninguneo a personas de relieve mundial como Monseñor Romero o los mártires de la UCA con Ignacio Ellacuría al frente, etcétera. Y, sin embargo, su acercamiento a todo lo que representa lo más retrógrado, fundamentalista y regeneracionista como los lefebvrianos, los movimientos más tradicionalistas como el Opus, los Legionarios, etcétera. El mismo despliegue que mostró con Teresa de Calcuta contrasta con el silencio clamoroso que mantiene ahora con Vicente Ferrer.
Y el silencio de la Compañía de Jesús, en cuanto institución, se entiende desde la misma lógica que el silencio jerárquico. Vicente Ferrer dejó la Compañía y ya no es jesuita, aunque haya seguido haciendo las mismas obras que hace gran parte de la misma Compañía en el Tercero y Cuerto Mundos.
2. Aunque no me extraña, por lo dicho, el silencio de la jerarquía católica española, sin embargo me parece deshonesto. Y me parece deshonesto porque cuando una práctica como la de Vicente Ferrer representa tan directamente lo más nuclear del Evangelio de Jesús, como es el cuidado de los pobres, la Iglesia católica debería ser honesta y reconocerla, si no como suya, al menos como socia en la misma causa. Aunque viniera desde fuera (que en este caso tampoco es verdad), “los pobres son atendidos” que es lo que interesa. En casos como éste, todos los cristianos deberíamos tener presente la advertencia de Jesús a los apóstoles que querían impedir que se hicieran milagros sin pertenecer a su grupo: “No se lo impidáis, les dice, pues el que no está contra nosotros, está con nosotros”.
3. Yo apuesto por una sociedad, tan cuidadosa de todas las vidas, que no necesite de la caridad. Una sociedad que sea fruto de la igualdad y la justicia humanamente desplegadas. Pero reconozco que esto es una utopía. Y, en este sentido, creo que una sociedad como la nuestra, que necesita de mitos para llenar sus vacíos, -aunque, en la actual crisis resulten escandalosos, como los fichajes deportivos-, Vicente Ferrer, sin que nadie se lo apropie, puede y debe ser uno de los mejores referentes, sean creyentes o no, que visibilice la dedicación abnegada y desinteresada de tantas vidas dedicadas a los demás.