domingo, diciembre 8, 2024
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PEDRO MIGUEL LAMET

Éxodo 95 (sept.-oct.’08)
– Autor: Evaristo Villar y Benjamín Forcano –

PEDRO MIGUEL LAMET, poeta, escritor y periodista. En 1966 publica su primer libro de poemas, “El alegre cansancio”. En los años 70, crítico y redactor de la revista Cinestudio, redactor-jefe de Razón y Fe, comienza a colaborar en Vida Nueva, Poesía Española, la Estafeta Literaria, Caracola y Cuadernos cinematográficos entre otras publicaciones. En 1981 es nombrado director del semanario Vida Nueva. Crea el primer programa informativo de la Cope en 1975, cadena radiofónica en la que dirige el espacio “Temas candentes” y más tarde “Temas en vivo”. Es actual director de la revista bimestral de desarrollo personal A vivir. Como escritor, ha cultivado la poesía, el ensayo, la biografía, la crítica literaria y cinematográfica. Como poeta ha sido incluido en la “generación poética del posconcilio” y en diversas antologías de prensa (1995). … «porque en realidad sólo soy un átomo de luz de la Luz total y cuando me pierdo, es cuando soy de verdad. Piérdete conmigo, olvida tu pequeño “yo” y di fuerte YO SOY desde ese sueño que siempre fuiste».

Han pasado como unos 30 años de la transición española. Tú, como permanente cronista del acontecer religioso en España, ¿cómo valoras el papel de la Iglesia en la transición? ¿Encuentras en ella momentos significativos y dispares?

Es evidente que la figura clave en ese período es el cardenal Tarancón, en alianza, como todo el mundo sabe, con el padre Patino. Su postura refleja lo que es entonces la Iglesia española, hace un gran esfuerzo por lograr la independencia entre la Iglesia y el Estado y marca las reglas de juego para su discusión. Logra que la Iglesia abandone la imagen que traía del franquismo y del nacionalcatolicismo.

Dentro de ese proceso, cabe señalar un momento clave, cuando el Papa viene a España, acompañado en su papamóvil por el cardenal y el Papa no le dirige la palabra. Fue una señal clara de la incomprensión del Papa hacia el cardenal Tarancón. El Papa tenía la idea de hacer una especie de sandwisch entre Polonia y España y abarcar así a Europa y recristianizarla desde una visión fundamentalista. No lo consigue y esto le molesta. Al final de su pontificado, cuando vuelve España, viene a decir que la verdad no se debe imponer, pero sigue pensando que hay un retroceso y en su último libro escribe que Polonia tiene una misión providencial en el mundo.

El pontificado de Juan Pablo II influye notablemente en España y se nota en los nuevos nombramientos de obispos, que son obviamente mucho más mediocres que los anteriores. La espiritualidad conservadora predomina sobre el diálogo y el entendimiento con las autoridades civiles.

¿Tú crees que si hubiera estado Tarancón o alguien que siguiera su línea, se hubiera dado la vinculación que la Iglesia ha tenido estos últimos años con el PP?

Evidentemente no. No se puede hablar de futuribles, sino de lo vivido. Si los obispos eran nombrados por Juan Pablo II, lo eran para continuar su línea. Y la de Ratzinger. De hecho, la iglesia jerárquica española es mucho más conservadora que la de muchos países de Europa. La actitud neoconservadora, apoyada en los movimientos Opus Dei, Neocatecumenales, Comunión y Liberación, etc., sigue la línea de Juan Pablo II . Aquí no se ha dado todavía la transición y la prueba de ello es que cuando Benedicto XVI llega a Valencia, los obispos españoles no consiguen que diga lo que ellos quieren, es decir, que dé leña al gobierno español. El Papa se limita a hablar de la familia, en una línea conservadora ciertamente, pero a un nivel universal, no español. Todo esto constituye una sorpresa frente al catolicismo de los movimientos conservadores que piden al Papa una mayor agresividad.

Entre el comienzo y posterior desarrollo de la transición, sobresalen dos acontecimientos: Vaticano II y pontificado de Juan Pablo II. ¿Cómo relacionas ambos y con qué influencia en el presente?

Hay una evidente relación. Para mí, el pontificado de Juan Pablo II es un restauracionismo respecto al Vaticano II. Juan Pablo II, aunque estuvo en el Vaticano II, no hay que olvidar que estaba de acuerdo con Lefèbre durante el concilio. Y que los males, que él había vivido en su país, primero contra el nazismo, luego contra el comunismo y demás, muestran que él era un luchador, un fundamentalista, en medio de una nacionalcatolicismo, aparte los problemas personales que él había vivido en su familia con la muerte de sus padres.

Creo que hay una clara ruptura con el Vaticano II, no formal, pues él habla constantemente del Vaticano II, pero sí en cuanto al espíritu del concilio, ese diálogo con el mundo, ese abrir las ventanas de la Iglesia al viento fresco de Juan XXIII, esa línea de diálogo con las culturas, ese ver al mundo como la Gaudium et Spess, como algo positivo y alegre, todo eso ha desaparecido.º

Me acuerdo haber tenido en la vida de la Conciliazione una discusión con Martín Descalzo sobre la teología de la cruz. Como él era muy dramático valoraba mucho esa teología, pero eso no es el Vaticano II, eso es protestante. Para el católico y el cristiano de fondo lo importante es la Pascua de Resurrección, que tanto defendía Pironio en aquella época. El Papa no era de espíritu alegre, no podía serlo, porque su vida había sido un drama.

¿Compartes el diagnóstico de la CEE (Conferencia Episcopal Española) cuando habla de una alarmante ola de laicismo y relativismo en la sociedad española?

No lo comparto en absoluto. El problema de los obispos es que no se han tragado la pérdida de su protagonismo, no han aprendido a perderse en la sociedad como un fermento humilde, que da testimonio. Un obispo no es un dios, ni un personaje equivalente a lo que puede ser un ministro o un directivo de la sociedad. Eso no se lo han tragado. Todavía , en ese aspecto, la herencia del franquismo y la disculpa de la sociedad española que, ante el señor. obispo, todavía tiene esa especie de reverencia y de no sé qué, particularmente algunos que son especialmente cortos y torpes. Cuando un obispo es sensato, y los hay afortunadamente, y tiene sentido común, se da cuenta que eso no es posible.

Entonces, la actitud que se ha producido es consecuencia de una Iglesia que, de puertas abiertas, se convirtió en un castillo de cuarteles de invierno que tiene que defenderse de alguien. Si tú tienes que defenderte de alguien, te olvidas que tienes que proclamar una Buena Noticia y que tienes que dar la alegría a los demás.

¿Por qué, y de eso tenemos experiencia fehaciente en la transición, la jerarquía católica propende a aliarse con la derecha? ¿Y por qué los documentos de la jerarquía parecen que no llegan a la sociedad y no responden a un análisis riguroso de esa realidad?

Hay dos factores. La unión con la derecha ha sido un vicio de la Iglesia desde hace muchos años. Afortunadamente, con Tarancón parece que se suavizaba y encauzaba de otra manera, pero ha vuelto de una manera tremenda, y además no sólo con la derecha sino con la derecha de la derecha, con el sector de la derecha más conservador. Y respecto a los documentos, eso les ha pasado siempre a los obispos: tienen un lenguaje teológico, muy de sacristía, difícil de ser comprendido por la gente, y tienen pavor a los medios de comunicación social. Este alejamiento, superado en figuras como Arrupe, Helder Cámara, Casaldáliga, que son normalmente directos hablando, es innegable. Es raro que salga un obispo en los medios y cuando sale es raro que se haga entender. Por una parte, huyen de los “medios”, y por otra les dan una importancia grande y cuando sale una cosa en los medios (libro, artículo…) eso se convierte en algo peligroso.

En relación con la ciencia, ¿crees que se puede seguir dando la batalla en cuestiones de biogenética y bioética, en el aborto y la eutanasia, en la investigación con embriones y células madre, etc., sin una revisión previa de la relación entre la fe y la ciencia?

En primer lugar, diría que “da igual” la posición que tome la jerarquía. La ciencia va a seguir adelante, nadie puede pararlo, incluso conculcando valores importantes, porque no todo es santo en el campo científico. El material bioético es muy delicado, no se puede jugar con él.

Pero esto ha ocurrido siempre con el progreso, la Iglesia va detrás, a la zaga, y no creo que sea bueno. Los personajes, que han intentado dialogar o abrirse, o han sido quemados por la inquisición en su tiempo o en este tiempo son condenados o marginados. Pero yo no metería todas estas cosas en un saco: todo esto es bueno y hay que hacerlo, sino que hay que actuar con mucha prudencia, pero siempre en diálogo y buscando la verdad entre todos. La verdad no es como un bloque cerrado, en el cual todo está dicho. Los temas de la eutanasia, de las células madre, del mismo aborto tienen muchos matices y han suscitado muchas discusiones. La Iglesia debería estar como en un foro abierto, para no dar soluciones cerradas.

¿No crees que la Iglesia sigue prisionera de la idea de que la teología es una ciencia superior –imperialismo teológico– a la cual deben estar subordinadas como auxiliares las demás ciencias?

Esto es una consecuencia de la unión entre el trono y el papado. Siempre se ha considerado la Iglesia como una sociedad piramidal, en cuya cumbre está el Papa. Consiguientemente siguen creyendo que todo el mundo tiene que consultarles a ellos. Pero la verdad es que la sociedad va a seguir adelante. Solamente algunos sectores más católicos siguen pegados a esto, pero difícilmente se va a poder parar ese proceso. La curiosidad del hombre y el progreso de la ciencia va a marchar adelante, digan lo que digan los obispos.

¿No se está haciendo daño la Iglesia a sí misma al oponerse a un progreso que es imparable?

Pero esto se da no sólo con la ciencia, sino con todo el proceso cultural. El diálogo del cardenal Martini con Humberto Eco es un caso único entre prelados e intelectuales. El problema no es sólo con la ética sino con la filosofía y demás saberes humanos. La sociedad actual tiene una imagen de la Iglesia como un bloque cerrado, con el cual no se puede dialogar. Esto es el gran fallo y una consecuencia de no haber seguido el proceso del concilio, una consecuencia más de esa cerrazón ante todo lo que es nuevo, ante todo lo que es desarrollo y cultura, se está anquilosando cada vez más y encerrándose en un agujero.

A la vista están dos de las últimas intervenciones de la CEE , una como censura contra el libro de Pagola y otra con medidas previsiblemente más duras contra José Mª Vigil, por su libro “Teología del pluralismo religioso”. esto una manifestación de los aires que llegan de Roma o se puede descubrir algo autóctono en los movimientos de la Iglesia española actual?

Aquí hay que contar con lo siguiente. Digamos que el cardenal Ratzinger, siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cumplía con un papel, que le pedía el Papa Juan Pablo II y que –yo lo veo cada vez más claro– era rígido e intransigente. Cuando Ratzinger consigue llegar a ser Papa, tiene un momento en que cambia el chic. Dice: yo tengo que ser Papa de todos. Es más amplio con la vida religiosa, con los jesuitas, con otros, no es tan exclusivista con los movimientos, tiene por ejemplo el dato curioso de la condena de Maciel, presidente de los Legionarios de Cristo. Creo que ha habido, a nivel de iglesia jerárquica universal, como una bajada del listón de las condenas. Incluso la misma condena de Jon Sobrino, pese a que ha sido larga y dura, en realidad no ha sido nada, porque al final no le quitaron la cátedra. Creo que aquí hay más postura del servidor que quiere complacer al de arriba, pensando que al de arriba le gusta esto, que postura de presión por parte del Vaticano para que esto suceda. Creo que hay –no digo mucha– pero un poco más de tolerancia en Roma que la tolerancia que hay aquí. Tenemos unos personajes (el secretario de la Conferencia Episcopal: José A. Martínez Camino, “jesuita”, cardenales Rouco y Cañizares, Fernando Sebastián y otros) que son nombramientos que vienen de Juan Pablo II, que quieren ser más papistas que el Papa, que están dominados por una derecha política, obsesionados por la derecha política. Todo eso influye.

¿Y qué dices del nuevo nombramiento del jesuita Luis F. Landaria para secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe? Algún teólogo lo pone bajo sospecha por su interpretación del pecado original que no sería conforme con la doctrina de la Iglesia.

Y, en segundo lugar, ¿hasta dónde crees que esta jerarquía está dispuesta a respetar la libertad en la investigación teológica? ¿Cómo acabar con el procedimiento acientífico y antidemocrático de que los teólogos oficiales poseen la verdadera interpretación y no los demás teólogos? ¿Qué criterios se habrían de aplicar a la hora de examinar como ortodoxa o heterodoxa una determinada doctrina teológica?

En primer lugar, el nuevo elegido es muy querido por el Papa, es muy equilibrado, no es un progresista, es un gran intelectual, y a mí me da una cierta esperanza de que en ese cargo puede actuar bien, sobre todo porque, como he dicho, ha bajado el listón de la desconfianza y represión.

Respecto a la investigación teológica digo que, si es investigación, tiene que ser investigación. Una cosa es la catequesis y la pastoral y otra la teología que, como tal, tiene que investigar. Hasta el propio Benedicto XVI en su libro sobre Jesús es modesto, dice que no es doctrina pontificia. Si el Papa cuando escribe dice que no quiere ser dogmático en su libro, es absurdo que a otros libros se les pida que sean absolutamente impecables en su doctrina.

Yo soy optimista. Hubo gente que se sorprendió cuando escribí en el diario El País que con Benedicto XVI iba a haber más libertad de expresión. Se está cumpliendo.

Los cazadores de brujas por libre, como ocurría por ejemplo en el suplemento semanal Alfa y Omega de ABC, han bajado con Benedicto XVI el listón. Son conservadores, pero no están tan a la caza como antes. No digo que el pontificado de Benedicto XVI sea progresista, pero ha habido un cambio.

¿Qué se puede decir de la aplicación de los derechos humanos al interior de esta Iglesia? ¿Es posible que esta forma de Iglesia reconozca algún día la igualdad de la mujer (hasta su ordenación como obispa), el reconocimiento de los sacerdotes casados, la admisión a los sacramentos de los divorciados, la dignidad de los gays y lesbianas, etc.?

A mí me parece que hablar de derechos humanos en la Iglesia es algo fuera de contexto. Creo que en el Evangelio no habría que hablar de derechos. Somos hermanos, nos queremos, nos respetamos. Entonces, acudir a un referente laico y civil para un entendimiento dentro de la Iglesia, es como si a Jesús uno de los discípulos le dijera: –Oye, yo tengo derecho a que me escuches. –Pero tú, ¿de qué vas? Yo que estoy hablando contigo, que te quiero, que soy tu amigo, que he venido a traer el fuego a la tierra, esto ¿qué es?

Estamos hablando de derechos porque esto se ha convertido en una institución fría, tan lejana del Evangelio, que hay que hablar de derechos. Creo que lo que hay que hacer es una conversión de la Iglesia al Evangelio. Miremos a gente que lo ha vivido así: Arrupe, Casaldáliga… Por ejemplo, cuando tú llegabas a Arrupe, tú sabías que te quería más a ti que a la Compañía de Jesús, que a la institución. Esto es fantástico. Porque eso es el Evangelio. Y cuando tú quieres a una persona, a un gay, que se ha casado, tú le das posibilidades para que viva como persona y no lo metes en un corsé. Está la persona por encima de la institución y de los socialismos. Eso es el Evangelio. Esto a mí me suena a chino. Cuando se dice: es que tenemos derechos. ¿Qué derechos? Tenemos que querernos, vivir el Evangelio. También nosotros estamos utilizando los argumentos de la sociedad civil, porque parece que no nos queda más remedio, no tenemos capacidad para poder expresarnos…Pues mire usted, si a mí no me dejan expresarme, voy a intentar ser yo mismo. Eso es lo que ha enseñado Jesús.

Benjamín Forcano: confirmo con una anécdota lo que acabas de decir. En la presentación del libro de Pedro Casaldáliga en Mallorca intervino José Ramón Prada. Y dijo: en mi vida de agnóstico hay un antes y un después de mi encuentro con Casaldáliga. Pude ver cómo Pedro, estando conmigo, era requerido y hubo de atender a cosas importantes. Pero Casaldáliga, en ese encuentro, vivía para mí, estaba centrado en mí, como si nada más existiera. Me emocionó.

Evaristo Villar: en la Iglesia, con ese querer y amor del Evangelio, ¿por qué no se quiere a las comunidades cristianas de base y populares, a los movimientos cristianos críticos, disidentes? ¿Es por no creerlos dignos o por alguna otra motivación o criterio?

Pedro M. Lamet: Voy a decir lo que pienso. En el fondo, las personas que viven esa libertad evangélica no tienen miedo. El amor es incompatible con el miedo. Y cuando tú realmente amas, no existe el miedo. Pero el miedo es la garantía de la seguridad y del poder. Cuando uno actúa con miedo, es porque en realidad tiene una serie de apegos que no son cristianos. Viven preocupados porque no se les caiga el tinglado, son gente débil y, en el fondo, son dignos de compasión, dignos de compasión porque son débiles. Necesitan unos rodrigones o apuntalamientos para que no se les caiga lo que se les está cayendo, funcionan con este sistema.

Ese miedo a la libertad de investigación tiene historia en el posconcilio con tantos teólogos represaliados. La clave del miedo llega en ocasiones a extremos esperpénticos, como ha ocurrido con el libro de Pagola, que parece que ni siquiera lo han leído. Sin embargo, este es el problema: ellos parten de que poseen la verdad aunque no sepan nada. ¿Ves posibilidad de cambiar este procedimiento?

Hombre, yo estoy de acuerdo con eso, lo que pasa es que la única solución que hay ahí es rezar, pedir a Dios la conversión, dar testimonio del Evangelio. Como he nombrado antes, la Iglesia necesita santos evangélicos, no miedosos, porque creo que los santos miedosos no lo son en realidad. Pienso que hace falta una conversión y dar ejemplo de que la libertad nos hace libres, de que el amor es incompatible con el miedo, de que la Iglesia no es un bastión que hay que defender, una serie de normas ortodoxas que hay que defender, sino que es una plaza de amigos donde tú ofreces un camino, un camino muy abierto, porque el Evangelio es un camino muy abierto, pero que lo han convertido en cientos de normas superimpuestas, que no tienen nada que ver con lo que es el Evangelio.

Asistimos a dos hechos importantes: la globalización, que unifica y homogeneiza todo, y el pluralismo religioso, que anuncia diversidad. ¿Cómo ves el comportamiento de la Iglesia católica al respecto?

Los datos objetivos son que la Iglesia católica sigue siendo mayoritaria y no hay por qué renunciar a esa realidad. Precisamente porque somos cristianos, nosotros tenemos que aceptar y valorar ese pluralismo. Y el concilio Vaticano II dice que todas las religiones son camino de salvación. Otra vez el bloqueo del absolutismo: yo tengo toda la verdad, el otro no tiene ninguna verdad. Es lo que nos hace daño. Que me encuentre a gusto y bien en mi verdad es bueno, pero el intentar un privilegio para la Iglesia católica en España no es bueno. El párrafo de la Constitución, que alude a “una especial relación con la Iglesia católica” debiera desaparecer, a la larga. Porque nosotros no tenemos que tener otro poder que el del Evangelio, el del testimonio, en la sociedad española y en toda sociedad. El gran daño viene a la Iglesia con Constantino, cuando la Iglesia se unió al imperio. Es la historia de siempre, y de ahora.

Ha habido, por parte de intelectuales y políticos (Federico Mayor Zaragoza, José Luis Rodríguez Zapatero, etc.) la propuesta de una Alianza de Civilizaciones. Estaría en esta onda y resulta interesantísimo. Pero ha caído como en el desierto, no ha habido ningún apoyo ni movilización por parte de la Iglesia católica.

¿Cómo van a apoyar eso si viene de Zapatero? Partimos de un presupuesto imposible. Por otra parte, la idea de Zapatero de Alianza de Civilizaciones no coincide con la posición de Juan Pablo II ni de Ratzinger, pues éstos de algún modo lo que están defendiendo es la cruzada de conquista, de que la única verdad es la nuestra y, por tanto, hay que difundirla. No es ir a las otras culturas, encontrarlas y ver qué aspectos son positivos. Recuerdo que Arrupe, cuando llegó al Japón en los años 40, se puso a aprender muchas cosas y preguntaba a los monjes budistas qué pensaban y cómo era su espiritualidad. Postura de humildad, de apertura con las religiones, con el mismo marxismo. Todo aquello se ha ido al traste.

La Iglesia primitiva era una Iglesia plural: Iglesia de las iglesias. ¿No se ha inmolado esa realidad en aras de una Iglesia centralista homogeneizadora, convertida en la única verdadera? ¿Cabe pensar –soñar– con la admisión de un abanico de Iglesias unidas todas en la única Iglesia de Jesús?

Creo que ese es el único camino para el ecumenismo. Si queremos que haya unión con los anglicanos, ortodoxos, etc., es el único camino. Hay que partir desde dentro con la existencia de ese pluralismo religioso. Creo que la misión de Pedro es buena, positiva. La guerra de la multiplicación de religiones, iglesias, sectas o grupos dentro de los hermanos separados protestantes no es positiva. Una cierta unidad, sí. Debe ser un poco como la unidad que da el padre en la familia: la unidad del cariño, de la comprensión, de la tolerancia, todos están en casa, pero cada uno lleva un poco su vida, los hijos se van haciendo mayores; pero no esa unidad férrea del ordeno y mando, de aquí no vale más que lo que yo pienso. Quizás unos cauces muy amplios, como nos sugiere el Evangelio. El tema de la divinidad por ejemplo se puede entender de muchas maneras. Cuando alguien me dice: es que yo no puedo creerme que un hombre sea Dios. Yo le digo: bueno, es que para mí Jesús más que un Dios es el hombre que más Dios tenía. Y les pregunto: ¿tú te consideras hijo de Dios? –Pues sí, yo soy hijo de Dios, pues Dios me ha creado. –Pues Jesús es un hijo de Dios especial, que tenía más Dios que tú y que yo, un hijo predilecto de Dios. Y eso ya no es decir “Dios verdadero”, ni “Hombre verdadero”, es una manera distinta de entenderlo, más cercana a la gente. Si tú te consideras hijo de Dios, y Jesús es el hijo predilecto, pues Él es el hermano mayor.

¿Cómo soñarías tú una Iglesia para el aquí y ahora de la sociedad española?

Empiezo por el Papa. Yo soñaría al Papa como una especie de hermano Roger de Taizé, que llegara a las ciudades sin séquito, como un personaje importante, pero como hermano mayor, como un padre, un amigo, y que dejara el Vaticano como un museo, que debe seguir existiendo, y se fuera a vivir a una residencia sencilla, dando un paso más, como los dio Juan XXIII cuando dejó la silla gestatoria, un paso de pobreza y de coexistencia. Y que, cuando fuera a hablar con la gente en otros países, en vez de hablar y dar doctrina él solo, que se fuera a hablar con la gente de los barrios, no sólo con los obispos. Hoy van a los barrios y tocan la cabeza de los niños y enfermos, pero no escuchan a nadie.

Sueño con una Iglesia tolerante, que fuera firme en la defensa de los derechos humanos, de la justicia social, del amor fraterno, de la paz. En eso, creo que la Iglesia sigue cumpliendo un papel y lo cumple bien. La Iglesia sigue siendo en ese aspecto un referente muy positivo.

Y en España pediría que los obispos se olvidaran del complejo de que son obispos, dejando a un lado la imagen de obispo que tenemos en España. El obispo no es un personaje mediático, equivalente al alcalde, al presidente de la comunidad, a líderes políticos… Que comenzaran a perderse más entre la gente, que salieran en los medios de comunicación contando quién es Dios y, sobre todo, que dejaran de hablar de la Iglesia para hablar de Dios y de Jesucristo. Este es mi sueño.

Recuerdo que en Radio Vaticana pregunté una vez: ¿Para qué es eso? –Para recoger la voz del Papa. Yo me dije: bueno, me voy a pasar todos los días preparando programas, haciendo cortes de grabación para recoger la voz del Papa. ¿Y esto? ¿Lo importante es el Papa o es Jesús? Creo que hay que hacer una revolución copernicana en la Iglesia para que el Papa deje de ser el importante y lo sea Jesús.

Creo que hay que hacer una revolución copernicana en la Iglesia para que el Papa deje de ser el importante y lo sea Jesús.

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