Escrito por
Éxodo 94 (may-jun.’08)
– Autor: Benjamín Forcano –
Enfoque y sentido del tema
En el 2006, en la Declaración “Orientaciones morales ante la situación actual de España” escribían los obispos: “Queremos resaltar, porque es decisivo para interpretar y valorar desde la fe las nuevas circunstancias, el desarrollo alarmante del laicismo en nuestra sociedad. Se trata de la voluntad de prescindir de Dios en la visión y la valoración del mundo, en la imagen que el hombre tiene de sí mismo, del origen y término de su existencia, de las normas y los objetivos de sus actividades personales y sociales.
En nuestro caso, este proyecto implica la quiebra de todo un patrimonio espiritual y cultural, enraizado en la memoria y la adoración de Jesucristo y, por tanto, el abandono de valiosas instituciones y tradiciones nacidas y nutridas de esa cultura”. (Nº 8-10 y 13).
Encuentro, por otra parte, en “Entrevistas con doce obispos españoles” (I. Catela, La Esfera de los libros, 2008), afirmaciones que citan con preocupación el fenómeno del relativismo:
“El relativismo es la carcoma de la vida intelectual y de la vida moral. No consigue sino ahondar el vacío de esa sed de verdad y de bien que tiene el hombre” ( Carlos Amigo, pgs. 38-39).
“La situación espiritual de Occidente se caracteriza por el pensamiento débil y el relativismo moral” ( Juan José Asenjo, pgs. 51 y 55).
“El relativismo es algo fugaz, aunque sea muy extenso y poderoso. El relativismo supone la destrucción del hombre” (Antonio Cañizares, p. 102).
“Quiero recordar unas palabras luminosas de Juan Pablo II: La cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera. El relativismo moral es una amenaza para la democracia ( Antonio María Rouco, pgs. 190 y 195).
“En España se da un afán de justificar la democracia y la vida en libertad con el abandono de la religión; se busca el desbordamiento de toda norma moral (234,238). Es muy difícil que un católico apoye la política de Rodríguez Zapatero. Se aparta no solamente de la doctrina social católica sino de la moral natural. Zapatero ha negado la noción misma de la ley natural y de moral” ( Fernando Sebastián, Págs. 234,238, 248).
El marco fundamental: ¿voluntad negadora de Dios o cambio de época y cultura?
Atendiendo a estos párrafos, ¿se puede afirmar que es ese el clima dominante de nuestra sociedad y cultura?
Ciertamente, no comparto el énfasis pesimista y exaltado de ese análisis que no responde al perfil medio de nuestra cultura y de los ciudadanos que viven de ella. Me cuesta reconocer esa imagen de hombre autosuficiente que, masiva o mayoritariamente, se aparta de Dios, entroniza su libertad y se propone vivir sin referencias religiosas. Puede que ese sea un fenómeno filosófico, académico y, como tal, minoritario, pero en modo alguno lo veo como un fenómeno que afecte y domine a nuestra cultura.
1. Una nueva manera de vivir la Iglesia
El concilio Vaticano II , no tan lejos de nosotros, fue un avance radical dentro de la Iglesia y aplica análisis muy distintos. En este sentido, hay también obispos que lo expresan claramente: “Eclesialmente, el presente me parece un tiempo apasionante, en el que se está realizando una profunda transición hacia una nueva manera de vivir la Iglesia en la sociedad contemporánea” ( Gabino Díaz Merchán, Entrevista con doce obispos, pg. 159).
No voy a recordar ahora la transformación operada por la Iglesia del Vaticano II y que, cualquiera que tenga una mediana cultura católica, la puede recapitular básicamente como una nueva manera de presentar el cristianismo en nuestra sociedad.
2. ¿Negación y destierro de Dios y de la Iglesia o de imágenes negativas, de uno y otra, incompatibles con la dignidad, racionalidad y ciencias del hombre?
Éste, creo, que es el problema. Y seríamos soberbios e ilusos si no fuéramos capaces de reconocer que la Iglesia católica, aliada con el poder, demasiadas veces ha negado la Buena Nueva del Evangelio y se ha hecho acreedora a la crítica, la burla, el alejamiento, incluso la persecución. Acaso, sirven aquí las palabras del Vaticano II: “Los hay que se representan a Dios de tal forma que la fantasía que rechazan no es, de ningún modo, el Dios del Evangelio” (GS, 19). Y esas fantasías alcanzan a los mismos creyentes: “Pues, los creyentes, con el descuido en educar su fe, por una exposición deficiente de la doctrina, por los defectos de su vida religiosa, moral y social, en vez de revelar el rostro auténtico de Dios y de la religión, lo velan” ( GS, 19).
No tengo duda de que , cuando el Vaticano II en numerosos lugares afirma que “la Iglesia necesita permanentemente ser renovada”, “que el mundo es sujeto de verdad, de bondad y de justicia”, “que puede ser ayudada y beneficiada por el mundo” está reivindicando actitudes que jamás debieran haber desaparecido de la Iglesia y que llevan a admitir que “La Iglesia no duda en confesar que le han sido de mucho provecho, y le pueden ser todavía de provecho, la oposición y aún la persecución de sus contrarios?” (GS, 44) “La Iglesia comprende cuánto le queda aún por madurar por su experiencia de siglos en la relación que debe mantener con el mundo” (GS, 43).
3. El relativismo de la doctrina católica y de su magisterio
Para quien conozca el Evangelio y admita como normal la evolución del saber humano (ciencias sagradas y ciencias humanas) entenderá que el Evangelio, con ser válido y universal en sus principios esenciales, deja a la labor humana la tarea de irlo concretando en cada momento histórico. El hombre, como sujeto racional y moral , es siempre el mismo, es un ser debitorio, según X. Zubiri, pero debe determinar en cada momento, lugar y situación lo que esa estructura debitoria le reclama.
Es casi instintiva la propensión de muchos eclesiásticos a considerar como inmutable la doctrina de la Iglesia, a no distinguir lo que hay en ella -en sus normas- de permanente y de mudable, negando lo enseñado por el Vaticano II: “Estamos pasando de una concepción más bien estática del orden cósmico a otra más dinámica y evolutiva, de donde surge una tan grande complejidad de problemas que están exigiendo la búsqueda de nuevos análisis y nuevas síntesis” (GS, 7).
Cuántos científicos, creyentes, no quedarían escandalizados por la profesión de muchas creencias que hace escasamente unas décadas eran habituales en el catolicismo. Numerosas cuestiones han sido reformuladas y hasta cambiadas por el Vaticano II. ¿Relativismo doctrinal?
Una nueva relacion entre fe y ciencia fomenta un sano relativismo
La ciencia trata de describirnos el mundo real como es, liberándolo progresivamente de falsos conceptos que, se quiera o no, repercuten en las imágenes que nos hemos creado de Dios y de la religión. La verdad sobre Dios es única y ni la ciencia ni la religión pueden caminar por separado atribuyéndose el privilegio de tener en propiedad esa verdad. Esa visión antagónica acabó, debe acabar , porque todo creyente sabe, y lo sabe aún más el teólogo, que nunca su búsqueda está exenta de limitaciones, dudas, y correcciones, lo que equivale a admitir lo que escribe el físico John Polkinghorne : “La religión sabe desde hace mucho que en último término toda imagen humana de Dios resulta ser un ídolo inadecuado” ( La fe de un físico, EVD, 2007, p. 279).
Esta es la cuestión: la inteligibilidad de lo que es la realidad, – la creación, el cosmos, el hombre, – trata de lograrla el ser humano en cada época con los recursos y avances de la razón. Y ese avance no es relativismo sino desarrollo legítimo de la esencial moralidad humana.
Seguramente era conveniente que, en la modernidad, emergiese la realidad del hombre, buscase ser todo lo que es, aun cuando tal afirmación supusiese el eclipse momentáneo de Dios. Tanto se había ensalzado la omnipresencia y el poder de Dios que se hizo a costa de reducir casi a la nada la realidad del hombre. Una presencia invasiva de Dios suscitó la rebeldía en pro de la afirmación y emancipación del hombre.
¿Pueden ser vistos en congruencia los modelos científicos con los modelos religiosos? Ciertamente no desde modelos cognoscitivos en que se menosprecia o descarta la inteligibilidad de la razón para suplirla por inconsistentes o imaginarias intervenciones de Dios. El dios “tapaagujeros” ha muerto. Y nadie lo llora. Pero ese dios es la misma teología quien lo ha hecho morir. (Recomiendo, para descubrir algunos de los dioses que debemos matar, el libro “Matemos a nuestros dioses”, de José María Mardones).
Anunciar el Evangelio en una nueva situación
No nos extrañe pues que, frente al problema de la presencia de la Iglesia católica en la sociedad actual española, surjan opiniones encontradas y desmesuradas. Venimos de un pasado largo, en que ella ha tenido un papel hegemónico y dominador y por lo mismo, impositivo y excluyente.
Situarse en este nuevo tiempo es entender que vivimos en una sociedad nueva, secular, laica, plural, donde todos deben ser tratados con igualdad. Y quien esto entienda, entenderá con normalidad que, si todos somos ciudadanos iguales, a todos el Estado -que emana del parlamento y éste del pueblo-, debe reconocer sus derechos sin discriminación, es decir , sin trato a favor de nadie. Y el Estado que esto haga es –tiene que ser- aconfesional, laico, pero no antirreligioso ni laicista (en el sentido de proscribir la religión). Y el PSOE, en su programa y acción política de gobierno, no lo es.