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IX-7 El mundo debe ser aceptado y respetado como tal por la Iglesia. ¿Por qué motivo concreto? De momento por la sencilla razón de que la Iglesia no es Cristo, sino que en definitiva, sólo presta un servicio preparatorio para abrir el mundo a Cristo. Por no ser la Iglesia Cristo ni el Reino de Dios, si pretendiera incorporarse las cosas mundanas y ponerlas bajo su propio régimen, no las eclesializaría sino que se mundanizaría a sí misma… Por no ser la Iglesia Cristo ni el reino de Dios como tal, no es posible entenderla como fin en sí misma, sino que pertenece esencialmente al orden de los medios. Las cosas alcanzan desde luego su fin íntimo cuando se hacen conformes a Cristo como idea primigenia de Dios y son capaces de Cristo; pero no están en manera alguna destinadas a convertirse en partes de la institución Iglesia. Por eso, la autoridad eclesiástica no puede suplir la pericia en los órdenes respectivos de la realidad, sino únicamente reconocerla y darla por supuesta. Y este postulado penetra de hecho hasta dentro de lo propio y peculiar del mandato eclesiástico: porque tampoco aquí puede la autoridad eclesiástica suplir la competencia científica de la teología, sino que debe también reconocerla y darla por sentada como tal. Sólo fundándose en ella, y no yendo contra ella, puede llevar a cabo la predicación de la palabra y hacer valer su propio título. Nos hallamos una vez más, desde otro lado, ante lo que hemos anteriormente reconocido como elementos dialogales ineludibles de la predicación cristiana (p. 330).