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I-3 No basta con decir que «el Vaticano I es una condenación tanto del papismo como del episcopalismo», de modo que en él «se califica de erróneas ambas doctrinas», y, referido al «papismo», juzgar que «en la práctica no está el Papa en condiciones de ejercer con todos los fieles la función de pastor», de manera que en un concilio se «formula la especial peculiaridad de la Iglesia, que no proviene de arbitrio humano, sino en último término de la palabra de Dios» (pgs. 49-50); para luego pasar a considerar al Papa como el único responsable en la Iglesia del poder de la infalibilidad, por encima del episcopado, de tal forma que, en cosas de menor importancia, como el ministerio de las mujeres en la Iglesia, Ratzinger juzga que la postura del Papa «exige un asentimiento definitivo», porque se trata de una doctrina propuesta «infaliblemente» por la Iglesia (quiere decir, por el Papa) para todos los fieles (H. Tinc, Desafíos para el Papa del tercer milenio, p. 104).