Escrito por
Francisco Fernández Buey, Sobre izquierda alternativa y cristianismo emancipador, Trotta, 2021.
Tan escuchado como ignorado, fray Bartolomé de las Casas alzó la voz en defensa de la dignidad humana y contra la razón de Estado mercantilizada, cuyos intereses eran protegidos, en aquel tiempo y siempre, por los poderosos de la tierra. Entendió, no sin contradicciones, que su causa era la de los últimos y desposeídos.
Sobre la actualidad de Bartolomé de las Casas y otros dieciocho escritos de Francisco Fernández Buey (1943-2012) componen la obra Sobre izquierda alternativa y cristianismo liberador, publicada en 2021 por Trotta, en una edición a cargo de Rafael Díaz-Salazar, quien también es el autor de la introducción a la compilación de textos.
La referencia al fraile dominico encierra, en cierto modo, el eje que recorre las distintas páginas de la obra: la apertura en clave pasado-presente al legado liberador del cristianismo por parte de un pensamiento de izquierdas crítico y capaz de dialogar con el cristianismo para la construcción conjunta de un presente-futuro alternativo. Frente a una actualidad profundamente polarizada, las reflexiones de Fernández Buey apuestan por la gestación de «puentes de comunicación estables entre el debate ideológico y las actitudes de compromiso» (p. 334), de diálogos entre las distintas tradiciones emancipadoras del individuo y de la sociedad, particularmente el cristianismo y la izquierda.
Para Fernández Buey, la cimentación del puente, el punto de partida y de encuentro, son los desheredados, los desposeídos, aquellos que, independientemente de la etiqueta que utilicemos, ocupan los lugares postreros de la mesa social. De ahí la atracción que Francisco Fernández Buey manifiesta por la figura de la pensadora francesa Simone Weil, sobre la que versan tres textos de la recopilación. Sin embargo, y más acá de la sempiterna tentación de hablar de “los últimos” desde categorías abstractas, la preocupación del filósofo palentino se ancla en lo cotidiano y concreto, que dota de rostro histórico y social a aquellos que son base y horizonte de su pensamiento. Por esta razón, a lo largo de los distintos escritos, el pensador aborda las costuras sociohistóricas del contexto español de finales del siglo xx e inicios del siglo xxi: sus vivencias en el movimiento antifranquista, las claves para la recomposición de una izquierda en clave roja, verde y violeta (p. 135) o los dilemas de una globalización que nos obliga a que nuestra mirada deba abarcar cercanos y lejanos, y se detenga en todos aquellos refugiados y parias que diariamente genera (pp. 301-306). Es la suya una aproximación comprometida y, a la vez, realista, que adopta un tono leopardiano y pesimista ante el derrotero de los acontecimientos, pero que no ceja en el empeño de la transformación.
Esta mirada atenta al mundo desde la perspectiva de los últimos constituye la base de la que emerge su reflexión sobre las posibilidades de diálogo entre cristianismo e izquierda. Más que tratarse de una confrontación ideológica, su convicción dialógica radica en la vivencia pre-política, en el transcurrir de su propia vida y en el cruce con cristianos comprometidos con la justicia social como Joan García-Nieto o José María Valverde, maestro al que dedica tres escritos de la compilación. Como señala el propio Fernández Buey: «El diálogo es fundamental en el momento en que te estás encontrando cotidianamente con gente que tienen otras perspectivas y que a pesar de eso los sientes como hermanos» (p. 333). Es la apertura propia de quien opta por la actitud dialógica en torno a los ideales más que en la confrontación de las diferencias, tal y como el propio Fernández-Buey declara haber aprendido de su otro gran maestro, Manuel Sacristán.
No obstante, que a lo largo de los textos Fernández Buey sitúe el peso en la acción compartida, en las “formas de trabajar juntos”, no implica la renuncia a la actitud fundamental para la gestación de un diálogo honesto: la crítica, que comienza, en su caso, por una profunda autocrítica a la miopía de la que en ocasiones ha adolecido el pensamiento de izquierdas a la hora de abordar la cuestión religiosa. Así pues, Fernández Buey lanza constantemente la invitación a la izquierda alternativa por la que aboga a repensar su relación con las religiones (p. 28), particularmente en torno a esa fuerza e inspiración que emana de las tradiciones religiosas para seguir luchando contra el “mal social” (p. 65). Igualmente reflexiona sobre los límites entre la ciencia y la religión en un sugerente texto, también incluido en la selección (p. 156). Desprendiéndose de toda tentación del marxismo autoritario, al que continuamente critica, revela un materialismo abierto al idealismo moral y un marxismo esencialmente humanista. Fernández Buey trasciende el humanismo clásico hacia un humanismo revolucionario: nada de lo que tenga que ver con la liberación del ser humano le es ajeno.
Esta actitud de crítica ponderada es también extensible a su propia aproximación al fenómeno religioso como pensador. Lejos de esa ingenuidad con la que a veces se revisten los diálogos entre posturas distintas para intentar llegar a un acuerdo forzado, Fernández Buey recorre a lo largo de los textos las contradicciones entre la defensa de la justicia, presente particularmente en las tradiciones abrahámicas (p. 123), y las múltiples dinámicas con las que históricamente ha aparecido y, podríamos decir, se ha pervertido esta reclamación, concretamente aquella que defiende la superioridad moral de la propia comunidad y de la que nacen fundamentalismos viejos y nuevos (p. 125-128).
Como sucede con Bartolomé de las Casas, no podemos decir que el pensamiento de Fernández Buey sea desconocido o escasamente apreciado. Sin embargo, el fondo de sus reclamaciones constituye una tarea siempre presente para todas aquellas tradiciones que deseen poner el acento en lo común de la acción compartida y no en la particularidad de la diferencia, aunque esta tampoco deba ser obviada. Más aún, la recopilación de escritos recientemente publicada por Trotta posee la actualidad de los pensadores que, como Fernández Buey, como Simone Weil, como Bartolomé de Las Casas, pusieron y ponen su voz al servicio de aquellos a los que una razón de Estado mercantilizada se la ha arrebatado, porque entienden que la razón no tiene que ver con cifras sino con rostros. Y para esta tarea, toda divergencia se torna exigua ante la reclamación de quienes, tomando del libro el verso de Valverde, »ya han visto qué es el mundo / Y solo piden dignidad» (p. 284).